Giorgio Jackson: “No creo que este gobierno vaya a pasar desapercibido en las páginas de historia”

MINISTRO DE DESARROLLO SOCIAL GIORGIO JACKSON
Giorgio Jackson, ministro de Desarrollo Social y Familia. Foto: Mario Téllez / La Tercera.

Lleva tres meses en Desarrollo Social y ya puede analizar su paso por la Segpres. “Había una lupa especial en lo que yo hacía”, dice, y admite que el tiempo que fue parlamentario influyó en su relación posterior con el Congreso. En esta entrevista, habla de la difícil cohabitación con el Socialismo Democrático y de la nueva ruta después de la derrota del 4 de septiembre.


Giorgio Jackson es muchas cosas a la vez. En lo formal, es el ministro de Desarrollo Social del gobierno. En lo político, siempre ha sido visto como una figura central en la creación del Frente Amplio y una suerte de alter ego del Presidente Gabriel Boric, su amigo personal y socio estratégico.

Su salida de la Secretaría General de la Presidencia no fue un simple movimiento de piezas, clásico en cualquier gobierno. Fue interpretada también como la derrota del cerebro del diseño generacional que llegó a La Moneda. “Me queda grande ese poncho”, dirá el ministro en esta entrevista.

Instalado en su oficina ministerial dentro de La Moneda, Jackson explica qué factores pesaron en su salida y se declara contento en su nuevo cargo. “Acá, con mi expertiz parlamentaria y mi formación como ingeniero, creo que puedo aportar mucho más que allá. Estoy en paz. No guardo el rencor o el lamento de no estar más en la Segpres. Me entusiasma poder aportar para cambiar las políticas sociales”, afirma.

Usted ha sido figura icónica de la generación que llegó a La Moneda. Está cerrando el año un poco magullado. ¿Cómo lo vive?

Cuando el Presidente me pidió que asumiera un rol en el gabinete, en particular en la Secretaría General de la Presidencia, con un Congreso en minoría en ambas cámaras, con un proceso constituyente en curso y un gobierno de dos coaliciones… Bueno, recuerdo haberlo mirado con cara de incredulidad. Luego entendí que alguien tenía que jugar ese rol y lo asumí con total entrega.

¿Y qué cree que pasó que no funcionó?

Evidentemente, pesaron factores distintos a la planificación estratégica que podíamos tener. Entre otras cosas, pesó el historial que yo podía tener como parlamentario durante los últimos ocho años. También un proceso constituyente que cuestionaba mucho al Congreso, en particular al Senado. Probablemente, se sumaron errores no forzados de mi parte. Eso llevó a que el Presidente tomara -sabiamente- la decisión de hacer un cambio. Era lo que había que hacer para llevar adelante la agenda del gobierno.

¿El historial de Giorgio Jackson generaba resistencia en el Parlamento?

Sí, claro. Había una resistencia. Le pusimos harta paciencia, cariño y dedicación para que resultara. Pero hay veces en que las cosas no cuajan nomás. No hay que forzarlas.

La frase sobre que ustedes tenían otros valores abrió una grieta. ¿Fue un error echar mano a una cierta superioridad moral?

Es que no me refería a eso, sino que a cómo los gobiernos se orientan en torno a ideas, valores y principios. Y me refería más que nada al gobierno de Sebastián Piñera, que tenía otra visión ideológica. Pero entiendo lo que eso significó y el peso que tuvo que lo dijera yo… Venía con una carga.

¿Hace un mea culpa?

Obviamente, lo podría haber dicho de otra manera o ni siquiera haberlo dicho, porque la verdad es que dificultó harto la conversación. Además, fue en un momento en que ya se venía dando un escenario nada fácil por el desenlace del proceso constitucional. Son aprendizajes que se sacan cuando los miras en perspectiva.

Pero eso tuvo un efecto político. Tensionó fuertemente la relación con sus aliados del Socialismo Democrático…

Cada vez que me reuní con quienes tuve algún conflicto público y mediático tuvimos una buena conversación. Me refiero, por ejemplo, al senador Ricardo Lagos Weber, a José Miguel Insulza. Tuvimos discrepancias, pero nos sentábamos a hablar y el punto se resolvía. Lo que sí había era como un subtexto de tensión entre coaliciones.

¿En qué se traducía?

Creo que muchas veces eso se vio caracterizado -quizá emblemáticamente- por lo que yo podía decir o hacer. Había una lupa especial en lo que yo hacía.

Entró como el gran estratega político del gobierno, ¿se siente derrotado en esa función?

Me queda muy grande ese poncho. Yo he contribuido a la estrategia política de la creación del Frente Amplio; a la conformación de Apruebo Dignidad. También a la construcción conjunta de la alianza de gobierno entre Apruebo Dignidad y el Socialismo Democrático. Pero decir que fui el estratega, me excede. Y así como existe la falsa modestia, y no quiero pecar de eso, también está la arrogancia, que puede ser muy mal llevada. Así que no me pongo el poncho.

Los dos mundos

Luego de la derrota del Apruebo terminaron gobernando con la ex Concertación. ¿Cómo procesa la nueva conformación del poder en La Moneda?

Creo que este gobierno tiene la virtud de congregar y juntar a esos dos mundos. O sea, a los sectores que emergieron de la movilización social y que decidieron dar un paso a la disputa institucional, con los sectores que históricamente estuvieron más comprometidos con los cambios, pero que se vieron frenados por la composición ideológica de sus circunstancias.

Convengamos que el Frente Amplio se constituyó desde la impugnación de lo que ellos habían hecho…

Pero cuando hablamos de los temas de fondo, no tenemos tantas diferencias. Hay total coincidencia de hacia dónde deberíamos llegar en los próximos cuatro años. Quizá lo más complejo ha sido generar las confianzas.

¿En qué se nota?

Pasa en cosas tan nimias como las miradas, con quiénes se juntan, cómo se trenzan las relaciones. Claro, eso puede determinar mucho el resultado. Incluso más que los acuerdos que podamos tener. Ahí ha estado el desafío del último tiempo. Y aunque a ratos pueda ser difícil, agotador, yo me muestro optimista.

¿Optimista de qué?

De que, en las cosas de fondo, hay un proyecto político común. El camino se vuelve pedregoso, no por hacia dónde queremos ir, sino por quién lo dice primero, por cómo lo dice... Pero no son cosas sustantivas.

Pero esas cosas también pueden derrumbar coaliciones…

Estoy totalmente de acuerdo, pero soy optimista, porque la sustancia está. El horizonte de alianza de gobierno existe. Yo no veo a nadie del oficialismo remando en contra de las reformas del gobierno, cosa que otros gobiernos anteriores sí veían en sus filas.

En los hechos, la centroizquierda tomó las riendas de los ministerios más importantes. Algunos dicen que son ellos los que tienen la supremacía…

No he visto esa actitud. Lo que veo de parte de la ministra Carolina Tohá, Ana Lya Uriarte o del ministro Mario Marcel es generosidad, el deseo genuino por enganchar a estas dos generaciones. Puede que haya ciertas heridas y personas que quisieran intentar jugar a quién tiene la supremacía.

¿Tampoco ve ánimo de revancha?

A nivel del gabinete no veo a nadie que esté tratando de pisar la cola o mostrar que hay una coalición por sobre la otra. Hay un equipo sumamente consolidado. Estamos haciendo cosas distintas que van a ser relevantes para el país. O sea, no creo que este gobierno vaya a pasar desapercibido en las páginas de historia.

¿Ni que corra el riesgo de ser un quinto gobierno de Concertación, como ha dicho Daniel Jadue?

No. Yo creo que será recordado como un gobierno que fundó las bases de un Estado de bienestar.

Las condiciones

Después del 62% del Rechazo, ¿diría que habría que revisar el diagnóstico con el que llegaron al gobierno?

…Creo que estamos muy encima de la historia como para poder responder esa pregunta…

Pero uno se da cuenta…

Es que la pregunta no es si uno no se da cuenta, sino ver si estaban dadas las condiciones para cambiar la trayectoria. Yo diría que desde el gobierno había muy pocas posibilidades de cambiar el curso que, autónomamente, ya había iniciado el proceso constitucional. Eso partió en julio del 2021. Nosotros asumimos cuando quedaban dos meses para terminar la redacción y posterior armonización. O sea, como gobierno nos ceñimos a informar y divulgar el texto que estaba propuesto…

Usted mismo condicionó la nueva Constitución al destino del gobierno.

Es que era importante…

Es que fue más categórico. Dijo que la nueva Constitución era una condición sine qua non para poder concretar el programa de gobierno.

Decir que la ambición del programa de gobierno veía obstáculos en la actual Constitución no es novedad. Les pasó a la Presidenta Bachelet y a varios gobiernos anteriores, que no pudieron avanzar por esos condicionamientos. No he sido el único que lo ha dicho.

¿Y ahora cómo queda el escenario constitucional?

Creo que es súper bueno que se haya logrado un acuerdo constitucional. Nos va a permitir tener una Constitución que pueda sentar las bases transversales para el debate democrático.

¿El programa no quedó trunco después de la derrota? Juan Pablo Luna sostiene que el 4 de septiembre se acabó el gobierno.

Yo era más fatalista antes del plebiscito. Pensaba que iba a ser muy difícil para el gobierno superar una derrota del proceso constitucional. Hoy lo miro de manera muy distinta.

¿Cómo?

Es muy difícil pensar proyectos políticos en cuatro años. Ese es el principal clic que uno hace cuando te toca estar acá y ves cómo avanzan las semanas… Cuatro años es muy poco para pensar en los cambios que nosotros queremos hacer. Tienes que mover el timón de un barco grande que avanza lento. Entonces, el hecho de que se tuviera una Constitución que forzara y que mandatara a que los cambios tuvieran que ser más veloces era una apuesta arriesgada.

¿De eso se trataba, no?

Esa era una apuesta que nos permitía hacer muchas de las cosas que nos habíamos trazamos en la hoja de ruta, pero que excedían los cuatro años. Por eso siempre hablamos de ocho años o más. Ahora ya no está ese factor. Por lo tanto, tenemos que mover el timón para dejar sentadas las bases de un Estado de bienestar. Como dijo el Presidente: vamos lentos, porque vamos lejos.

Disculpe. No entiendo bien.

Lo que digo es que este traspié constitucional nos fuerza, por un lado, a conseguir otro acuerdo. Eso es lo que consiguieron los partidos políticos. Y, por otro lado, nos fuerza a que las reformas que tengamos que hacer quepan dentro del marco constitucional actual y nos permitan diseñar el Estado de bienestar. ¿Se puede? Yo creo que se puede avanzar muchísimo. ¿Es lo mismo que pensábamos hace un año? Probablemente no. Pero no se ha perdido el carácter transformador, la ambición transformadora que tiene este gobierno después del resultado del 4 de septiembre.

¿Se perdió una batalla, pero no la guerra? ¿Eso quiere decir?

Es una buena forma de ponerlo.

“Sí se puede”

Hay sectores de izquierda que los critican. Dicen que no están llevando adelante el programa que comprometieron. ¿Qué dice usted?

Eso se tendrá que evaluar el 2025. Tenemos mucho camino por delante. A veces se olvida que los liderazgos políticos no funcionan solamente como comentaristas, sino como creadores de realidad. Entonces, si todos creemos que esto ya no resulta, muy probablemente vamos a ser como la crónica de una muerte anunciada. Yo estoy seguro de que es todo lo contrario. Que sí se puede.

Las encuestas no son promisorias…

Hace casi dos años, el Presidente Boric estaba último en las encuestas. Nadie pensaba que podía llegar a ser candidato, menos ganar una primaria. Mucho menos pasar a la segunda vuelta y ganar. Las encuestas toman una foto. Hay que analizarlas, pero este es un gobierno que dura cuatro años.

Entonces, ¿su apuesta es que van a recuperar terreno perdido?

Esto es como una carrera de 10 mil metros. Cuando vas en los primeros mil, te empiezan las puntadas y piensas: “¿Por qué estoy corriendo esta carrera?”. Poco a poco te empiezas a sentir mejor. Te vas acostumbrando al ritmo, te despliegas y terminas corriendo bien. Entonces, yo diría que hay que tomarse en serio las encuestas, pero no hay que marearse.

De todos modos, las encuestas tienen un efecto político. Ustedes llegaron en plena efervescencia y en menos de un año la desaprobación alcanza cerca de un 60%...

Sí, llegamos efervescentes, pero con minoría en ambas cámaras. El desafío ahora es lograr transmitir que las reformas que estamos planteando son masivamente beneficiosas para la población.

¿Hay una nueva narrativa del gobierno?

Cambió la narrativa, sin duda. Hoy tenemos que hacernos cargo de las urgencias del presente y de las desigualdades estructurales. Lo que más agobia a la ciudadanía es la inseguridad económica. No saber si podrá llegar a fin de mes. O la inseguridad de no saber si le van a robar cuando vuelva a casa o les pueda pasar algo a sus hijos. Pero también está la inseguridad social. El temor de qué pasa si me quedo sin empleo, si me enfermo. Nuestra narrativa hoy es hacernos cargo de estas tres inseguridades.

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