La conexión italiana: estrenan la película de Nanni Moretti sobre los chilenos refugiados tras el golpe
El documental Santiago, Italia, que llega este miércoles 30 de septiembre a plataformas, retrata la historia de las más de 600 personas que lograron asilarse entre 1973 y 1974 en la misión diplomática de calle Miguel Claro.
Con dos años de retraso desde su estreno europeo y tras pasar por el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici) e incluso el Festival de Cine de Viña del Mar, el esperado documental Santiago, Italia del realizador Nanni Moretti llega al país en carácter de estreno comercial. Lo hace este miércoles 30 de septiembre a través del ubicuo sistema de las plataformas de streaming de pago, la única forma de ver películas nuevas a falta de salas de cine abiertas. Son Matucana 100, Red de Salas y Puntoticket.com/play.
Santiago, Italia es una película directa al hueso, sin mayores ambiciones de prédica ni tampoco con una agenda ideológica que desequilibre las cosas a pesar de las conocidas credenciales de izquierda de su realizador. Ganador de la Palma de Oro en el Festival de Cannes 2001 por su emotiva La habitación del hijo, Nanni Moretti es uno de los indiscutidos grandes cineastas de nuestro tiempo y lo que logra en Santiago, Italia es lo que consigue en sus mejores obras: describir, descubrir y conmover, no pocas veces con un humor saludable, a partir de las experiencias decisivas de sus protagonistas.
En este caso el episodio escogido es la experiencia de los chilenos que después del golpe militar de 1973 se refugiaron en la Embajada de Italia y lograron salir del país, donde corrían evidente peligro debido a su militancia o simpatía de izquierda. Fueron más de 600, entre 1973 y 1974, y había de todo: obreros, dirigentes sindicales, médicos, ex funcionarios del gobierno de la Unidad Popular, profesores, artesanos.
En la película ganadora del premio David de Donatello al Mejor documental (algo así como los Oscar italianos), Moretti entrevista también a personajes de diversa procedencia y carácter. Desde aquellos intelectuales que se comprometieron con la UP por convicción política, hasta los trabajadores que creyeron en el gobierno de Allende por afinidad natural. Lo que extrae de cada cual revela a un cineasta capaz de lograr respuestas de rara honestidad, pero también con personalidad y sin temor a incomodar.
Por supuesto, estos últimos momentos se producen con los únicos dos entrevistados que claramente no le son cercanos. Es esperable, pero al mismo tiempo es la muestra de que Moretti no busca vestirse de ninguna última objetividad de última hora. Son las entrevistas al militar y ex vocero de la familia Pinochet, Guillermo Garín, y al ex general Raúl Iturriaga Neumann, preso en Punta Peuco, acusado de homicidio y secuestro.
En un pasaje importante, el realizador le dice a Iturriaga Neumann: “Yo no soy imparcial”. Es a propósito de los cuestionamientos que éste le hace por el tipo de preguntas que le formula y que momentos antes provocaron su ofuscamiento, manifestándole al realizador: “Usted no es mi juez ni mi confesor”.
Pero así como hay situaciones complejas y difíciles, también hay lugar para cierto descanso y un humor con sordina. Esto ocurre, por ejemplo, cuando varios antiguos refugiados en la embajada recuerdan la manera en que lograban entrar al recinto de Providencia: solían encaramarse al muro en la esquina de las calles Santa Helena con Miguel Claro, de sólo dos metros, y saltaban al otro lado. Al menos dos de ellos, Iván Collado y Leonardo Barceló, mencionan la pésima condición física que tenían y difícilmente se autoconvencen de haber logrado tal proeza atlética.
Entre estos mismos entrevistados está la ex presidenta del Consejo de Defensa del Estado Clara Szczaranski, quien rememora que accedió a la embajada tras encaramarse a un manzano que daba a la calle. La recibió un militante del MIR que comía un fruto del mismo árbol y que fue alcanzada en su brazo por los disparos que propinó un militar apostado en la calle. Ella no fue impactada por balas, pero al caer se quebró una pierna.
La película contiene palabras de importantes cineastas y músicos chilenos (Miguel Littin, Carmen Castillo, Jorge Coulón u Horacio Durán, entre otros, no necesariamente asilados en la embajada italiana), pero es probable que los mejores testimonios provengan de rostros menos conocidos.
Están, por ejemplo, los recuerdos de los antiguos funcionarios de la embajada, siempre a medio camino entre el frío deber burocrático y un sentido innato de solidaridad. Uno de ellos es Piero De Massi, quien tras no recibir respuesta ni instrucciones de sus superiores en Italia, decidió permitir el asilo de todos los chilenos que llegaban a la embajada, fuera a través del pequeño muro de Elena Blanco con Miguel Claro o por la puerta principal.
De Massi también ilumina el trágico episodio de la estudiante de psicología y dirigente del MIR Lumi Videla, cuyo cuerpo sin vida fue lanzado al interior de la embajada, en la esquina de Román Díaz con Elena Blanco. Era una señal de amedrentamiento que en ese momento el régimen hizo pasar por un supuesto crimen ocurrido entre compañeros de partido en medio de una orgía.
Otro funcionario de la misión diplomática, rememora su visita al centro de detención al interior del Estadio Nacional, dónde mantuvo una conversación con un militar a cargo. “Sus palabras parecían las de una película de nazis de tercera categoría”, cuenta Roberto Toscano.
De ese mismo recinto logró salir con vida el cineasta chileno Patricio Guzmán, que frente a la cámara de Nanni Moretti, recuerda cómo se sentó en la calle, sin saber adónde ir. Finalmente tomó una micro donde sintió que desde el chófer hasta los pasajeros le voltearon la mirada. Las imágenes de Guzmán no son las más alegres: rememora que intentó filmar cerca de La Moneda en la mañana del 11 de septiembre de 1973 y, desanimado, contempló cómo desde las ventanas de los edificios aledaños muchos celebraban la acción militar.
La capacidad del director de Mia madre para contar una historia genuina a partir de hechos por todos conocidos es encomiable. Tal vez se debe a que los pequeños detalles son lo importante y que una anécdota puede estar al mismo nivel que un discurso. En ese sentido, las historias del traductor Rodrigo Vergara trabajando en las porquerizas de una granja en un pueblito al llegar a Italia son tan elocuentes como los emocionados pasajes que él mismo le dedica al cardenal chileno Raúl Silva Henríquez.
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