Los caminos que llevan al robo del siglo
Cuatro reuniones en dos meses se necesitaron para coordinar uno de los robos más grandes en la historia de la justicia chilena. En la planificación se incluyó una cámara espía y roles designados a cada miembro de la banda, que estaba compuesta por personas experimentadas. Apenas se ha recuperado el 12% del botín. Hoy, seis imputados están prófugos.
Pablo Cordero Valenzuela -el “Dolape”- y Luis Mosquera Nova -el “Luchín”- eran amigos desde hace tiempo. No está claro cuándo se conocieron, pero eran varias las cosas que los unían: venían de la zona sur de Santiago (Lo Espejo y Pedro Aguirre Cerda), especialistas en robar en lugares no habitados y tenían varias detenciones y condenas en su historial. A ellos se les unió Claudio Pino Morales -el “Pino”- y Manuel Jesús Díaz Ávila -el “Nolo”-. Los cuatro planificaron el robo a la empresa de valores Esertval, el 18 de septiembre del 2017.
Los meses previos se dedicaron a reclutar un equipo con distintas habilidades. La mayoría eran familiares y conocidos que habían participado en otros robos a cajeros automáticos, camiones y bóvedas de multitiendas. Entre los miembros de la banda estaba Rodrigo Lorca, el “Karen Paola”, quien entregó las herramientas de madera que fueron utilizadas para trancar las puertas de la empresa. Felipe Mateluna, el “Eléctrico”, era útil porque sabía cómo cortar cables de fibra óptica para impedir que posibles testigos llamaran a Carabineros. Y también estaba Mauricio Villagra, quien manejó uno de los autos que llevó al grupo al recinto que quedaba en la comuna de Independencia, para cometer el delito.
Daniel Zúñiga, el “Vaquilla”, se transformó en uno de los elementos clave para el éxito de la operación. Fue quien contactó a dos guardias de seguridad para ofrecerles participar del robo. Les dijo paso a paso cómo sería la entrada a Esertval, qué debían declarar a los carabineros y cuánto les pagarían por su complicidad. También fue el encargado de conseguir las patentes utilizadas aquel día.
Hasta el momento, se ha determinado que fueron 15 personas involucradas en el robo. Se llevaron $ 16 mil millones en efectivo: uno de los botines más grandes en la historia del país.
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Quienes se involucran en este tipo de acciones saben que es muy posible que sea su último golpe. El “Luchín” lo sabía. Se dedicaba a robos violentos, en general, utilizando forados e inhibidores de señales de GPS en algunos casos. En los registros del Poder Judicial cuenta con cinco sentencias. La primera es de 1989, cuando tenía 17 años, por robo con violencia en Santiago. En el 2003 por receptación, y en 2003, 2008 y 2014 por robos en lugares no habitados. Su última condena fue de 61 días de reclusión nocturna por intentar entrar a una casa de cambios en Pedro de Valdivia.
Según los antecedentes de Carabineros, el 11 de julio de 2015 fue detenido junto a Rodrigo Lorca Aravena (también involucrado en el “robo del siglo”) cuando se preparaban a entrar a una empresa de perfumes. En su poder tenían diablitos, napoleones, guantes y taladros.
Pablo Cordero Valenzuela tiene un registro similar. Le decían el “Dolape” por su corte rapado al cero. Muy alto y delgado, tiene tres condenas y 11 detenciones en Carabineros por delitos como la extracción de un cajero automático en la Plaza de Armas de San Vicente, robos de autos y “lanzazos” en Pudahuel.
El resto coincide en los mismos atributos: personas que empezaron a delinquir en la adolescencia, que portan prontuarios amplios y que están especializadas en distintas técnicas para cometer robos. El OS-9 ha definido que la estructura del grupo se componía por tres escalones: los líderes, los intermedios y los de nivel menor en importancia, quienes eran más inexpertos y los que menos responsabilidades tenían a la hora de cometer el ílicito. Muchos se conocían entre sí, por lazos familiares, en el barrio o en la cárcel.
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En junio de 2017 se empezó a planificar el “robo del siglo”. Fueron, al menos, cuatro reuniones en el patio de la casa de Domingo Lillo Zamora, en la calle Buendía, en Lo Prado. Le decían el “Mingo” y el “Futbolista” por su forma de vestir y el vehículo BMW que manejaba. “Ahí estaban el “Chupita”, “Vaquilla”, Leandro, “Karen Paola”, el “Pino”, el “Dolape”, el viejo “Luchín”, el “Guatón Nolo”, “Blacky” y el “Eslatan”, declaró el guardia Jesús Bravo Novoa al OS-9.
Según su relato, fue en la segunda reunión que Luis Mosquera les mostró un reloj espía que había traído desde Francia: una herramienta clave para cometer el robo, pues se lo entregaría a uno de los guardias que estaban coludidos. Discutieron sobre la ubicación del galpón que iban a arrendar en Independencia para guardar los autos. “Luchín” sugirió que dos personas debían hacer un asado en el lugar y meter ruido para disimular el sonido que harían los vehículos al entrar al lugar.
“Me llamó mucho la atención que ellos tenían una hoja impresa donde aparecía la foto de un computador de la empresa Esertval, donde se podía ver un cerro de dinero, la cual fue tomada por mi cuñado Eduardo”, dijo Jesús Bravo.
En el patio estaban los carros de supermercado que utilizarían para cargar el dinero. En un momento, Luis Mosquera y Pablo Cordero pusieron $ 300.000 en efectivo para pagar las patentes de los autos que faltaban.
La planificación fue casi perfecta. Arrendaron un departamento en las cercanías del recinto para observar en detalle el movimiento de los trabajadores durante los días previos e hicieron el recorrido varias veces en auto para calcular los tiempos que necesitaban para salir de ahí. La fecha tampoco fue casual: un feriado nacional. Cuando casi todos estaban festejando.
Cada miembro tenía un rol que cumplir. Hugo Jiménez Valenzuela estuvo encargado de vigilar desde afuera de Esertval y comunicarse con quienes iban a entrar al recinto. Además, arrendó el galpón cercano para esconder los vehículos.
A los guardias de seguridad Eduardo Moya Rodríguez y Jesús Bravo Nova se les dijo que debían trabajar siempre juntos de día y de noche. Ellos fueron quienes permitieron la entrada al resto de la banda, simulando que no los conocían. Les prometieron un generoso pago en seis meses, pero, según han declarado, hasta el momento no han recibido ningún peso del “robo del siglo”.
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Según ha determinado la investigación, el robo empezó alrededor de las 22.12 h del 18 de septiembre del 2017, cuando Felipe Mateluna llegó en una camioneta blanca frente a la empresa. Con una escalera subieron a un poste de luz y cortaron la fibra óptica del servicio de internet que conectaba con las alarmas de Esertval. Luego se fueron.
A las 0.45, Jesús Bravo, uno de los guardias, salió del recinto para ir a comprar cigarrillos. Al volver fue abordado por tres sujetos, quienes supuestamente lo golpearon y amenazaron. Dentro de la empresa estaba Eduardo Moya, quien abrió la puerta interior del lugar para seguir la simulación de un robo con violencia. Los golpearon y los esposaron.
Una vez que las barreras de seguridad estaban superadas, llegaron los demás miembros de la banda en un furgón blanco Peugeot y una camioneta Kia del mismo color. Ingresaron sin problemas y realizaron un forado en la bóveda. Tardaron tres horas en cargar el dinero. El botín final, según la investigación, fue de $ 15.823.311.819 en efectivo y $ 216.276.267 en cheques que no fueron cobrados.
El grupo se fue en cuatro vehículos distintos. Dos de ellos fueron quemados y abandonados en San Bernardo y Maipú.
Luego, la vida de cada uno siguió con relativa normalidad durante los años siguientes. La mayoría siguió robando. Muchos aprovecharon de invertir, lo que ha permitido configurar también el delito de lavado de activos.
Pablo Cordero compró una casa en un condominio a la salida de Santiago. En el lugar tenía problemas con sus vecinos por mala convivencia y las visitas de personas ajenas al barrio en vehículos de alta gama. El “Dolape” quiso pagar la propiedad -que costaba $ 300 millones- en efectivo, lo que fue rechazado por la inmobiliaria. En la conserjería del lugar están registradas varias visitas de otros sujetos de la banda.
Como inversión, también adquirió un inmueble en Maipú para transformarlo en un motel. Pagó $ 150 millones al contado. Según los datos que maneja fiscalía, constituyó dos sociedades inmobiliarias a nombre de su pareja.
En total, la banda acumuló un total de 100 autos y 37 propiedades de alto valor, en lugares como Puente Alto y San Bernardo, entre otras comunas. La investigación ha podido recuperar dos mil millones, un 12,5% de todo el botín que se llevaron desde Esertval.
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El robo pudo ser perfecto, salvo por pequeños errores. Carabineros encontró los vehículos quemados y pudieron rescatar las patentes que utilizaron. Aunque eran falsas, les permitió determinar la ruta de escape y seguir la pista del resto. Las versiones de los guardias de seguridad llamaron la atención. Una vez que declararon como víctimas, fueron señalados también como posibles sospechosos.
El OS-9 levantó datos bancarios y realizó escuchas telefónicas que permitieron dar con los presuntos culpables. El pasado martes 1 de diciembre se realizaron distintos allanamientos en todo Santiago para detener a 13 miembros de la banda. Otros tres ya estaban detenidos por otros ilícitos. En primera instancia, el Tercer Juzgado de Garantía de Santiago rechazó la solicitud de prisión preventiva para nueve de los imputados. Sin embargo, la Corte de Apelaciones revocó la decisión. Cuando eso sucedió, supieron que seis de los imputados estaban prófugos. Se suponía que debían estar en sus casas, pero en esas direcciones Carabineros sólo encontró a tres de los requeridos. Pablo Cordero Valenzuela, Luis Mosquera Novoa, Claudio Pino Morales, Mauricio Villagra Cancino, Esteban González Valenzuela y Daniel Zúñiga Romero están sin destino conocido. El OS-9 deberá reiniciar la búsqueda de cada uno.
Fue la última jugada de la banda del “El Luchín” y el “Dolape”.
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