Óscar Contardo: “El nuevo abajismo es el que encarna mucha gente del Frente Amplio”

OSCAR CONTARDO
Oscar Contardo: “El nuevo abajismo es el que encarna mucha gente del Frente Amplio” Foto: Luis Sevilla

A 16 años de su publicación, el escritor y columnista publica una edición especial de Siútico, una exploración profunda y ágil en torno al clasismo y el arribismo que desnuda la rígida jerarquía social chilena. Tras el estallido y la pandemia, la realidad cambió, pero las reglas siguen igual, dice.


El primer siútico de la literatura chilena lo describió Alberto Blest Gana en Martín Rivas: Amador Molina, un personaje de “mediopelo”, vago y jugador. Eventualmente, para los lectores actuales, Agustín Encina, hijo del próspero don Dámaso, que viene llegando de París y despliega modos y lenguaje afrancesados, se amolda mejor al término. Publicada en 1862, Martín Rivas dibuja una certera radiografía de las jerarquías sociales de Chile, de las familias dirigentes a la gente de mediopelo y el pueblo. En ella aparece también otra tipología: Rafael Sanfuentes, amigo del protagonista, quien introduce a Martín en los códigos de los círculos elegantes de Santiago, siente simpatía por el pueblo y abraza ideas liberales. Es lo que el escritor y periodista Óscar Contardo describe como “abajista”, y cuya última versión siglo XXI podría asociarse al “ñuñoísmo”.

-Es el que encarna mucha gente del Frente Amplio -dice.

Autor de Raro y Rebaño, Contardo inició su trayectoria como ensayista en solitario con Siútico. Comenzó a trabajar en el libro en 2007, en un momento en que las tensiones sociales empezaban acumularse: la Revolución Pingüina (2006) dio inicio a una ola de movilizaciones que crecería en el curso de la década, y el Transantiago comenzó sus operaciones generando un caos vial que provocó enorme descontento social. Aún resonaba entonces el debate que abrió el filme Machuca, de Andrés Wood, una cinta que lleva en su corazón el problema de las desigualdades sociales. Durante el proceso de investigación, Contardo conversó con Wood sobre clasismo, desigualdades y discriminación. Y en un punto, el realizador le dice: “De repente, yo paso en auto y veo a la gente esperando la micro del Transantiago y me pregunto qué están esperando para dejar la cagada, para quemar las micros”.

Con el subtítulo Arribismo, abajismo y vida social en Chile, Siútico es una exploración profunda y perspicaz en torno al clasismo, las pretensiones de ascenso social y las mil y una formas de discriminación de clase. En 300 páginas, el autor dio forma a un ensayo que concilia la perspectiva histórica y la frescura de la crónica, la rigurosidad de los datos y la ironía para hablar de siúticos, rotos, nuevos ricos, cuicos y abajistas. Una tipología y unos códigos de convivencia que perfilan la anquilosada estructura social de Chile.

A 16 años de su estreno, Siútico vuelve a librerías en una edición especial, con una nota del autor, prólogo de Matías Rivas y la reproducción de la elogiosa reseña que escribió, en septiembre de 2008, el crítico Juan Manuel Vial en las páginas de La Tercera.

Siútico es un ensayo antropológico, un compendio de casos ejemplares que permiten descubrir los entresijos que implica moverse en el tejido de una sociedad cerrada, con categorías y símbolos conservadores, en ocasiones, ridículos y crueles. Sospecho que es un libro que le habría encantado a José Donoso”, escribe Rivas en el prólogo.

La nueva edición aparece sobre un paisaje que vivió el estallido social y la pandemia, dos tormentas de diferente temperatura que amenazaron con remecer, en algún grado, el viejo diseño social de Chile. En el transcurso, una masiva migración ingresó al país y una nueva generación política entró a La Moneda.

“Tras el estallido y la pandemia, la realidad era distinta, pero las reglas permanecían”, escribe el autor.

-Creo que no ha cambiado nada -dice Contardo-. O sea, creo que lo único que ha cambiado en los últimos 20 años es la posibilidad de reclamar públicamente frente al insulto que recurra a tus orígenes sociales, el roteo. Ahora no sale tan gratis como lo era hasta hace muy poco insultar a alguien de ese modo. Eso ha cambiado, pero es mínimo.

¿No significa que haya menos clasismo?

No, no es que haya menos clasismo; es que el rango de impunidad es menor. Hay más posibilidades de respuesta. La gente que era ofendida o insultada antes, no se atrevía a denunciar, porque era como humillarse doblemente. Básicamente, era una forma de crueldad social súper efectiva, porque significaba el silencio frente a un poder que se levantaba incontestable.

El estallido social puso sobre la mesa la desigualdad, pero pasó a segundo plano...

El tema de la desigualdad apareció y ahora se sumergió nuevamente por la seguridad. Pero es un problema que permanece. Lo que pasa es que el tema de la seguridad es como un mínimo que a la gente le afecta muy en lo cotidiano y que se conjuga con la desigualdad. O sea, a la gente que más le afecta el tema de la seguridad son las familias que en la mañana se levantan y tienen que hacer un trayecto desde su casa al paradero, y ese trayecto es peligroso. Y que sea peligroso, en gran medida, está causado por la desigualdad. O sea, no son temas excluyentes. Por lo tanto, hay una diferencia entre la gente que permanece más tiempo en la calle, que experimenta ese riesgo diariamente y en un periodo de tiempo mucho mayor, y la gente que lo experimenta en menor medida…

Siútico explora en los orígenes del término y hace una tipología de personajes que buscan ascender socialmente, imitan los modos de la élite, pero finalmente no pueden acceder; la élite los identifica como siúticos. ¿A qué responde esta rigidez de la élite?

A que el poder está muy concentrado y en toda la sociedad latinoamericana el peso de la fundación colonial está ahí, de distintas maneras. Hay países que tienen más de una élite y más de una ciudad importante. Pero en Chile está súper centralizado. Y básicamente es una misma fórmula que ha atravesado los siglos. Yo creo que la élite en Chile ha sido muy exitosa en eso, y muy conocedora del comportamiento del pueblo en momentos de crisis.

La élite se vio sorprendida y asustada durante el estallido.

Sí, se asustó, pero se había asustado antes. Y finalmente siempre ha habido una forma de cómo resolver eso. La élite ha sido súper hábil en atravesar los siglos con las riendas del poder. Hay que reconocerle ese mérito, porque en el momento en que pudo haberlo compartido, que puede haber sido el primer proceso constituyente, las personas responsables no supieron leer el contexto. No supieron entender lo que había pasado antes y se perdió esa posibilidad.

Por el desborde, en el fondo.

Claro. Por el desborde desde el principio. Porque dentro del contexto latinoamericano, para el pueblo chileno el tema del orden es muy importante. Y es algo que quienes nos visitan de fuera, latinoamericanos, reconocen. Puede ser un orden muy formal, pero da una especie de tranquilidad que no en toda Latinoamérica existe. Una tranquilidad del día a día, pero cuando la gente vive en espacios pequeños y su día a día transcurre mucho en la calle, es necesaria y es relevante. Y eso no fue considerado por un sector que pudo haber hecho cambios que no lograron hacer.

La figura del siútico, ¿sigue operando de la misma manera? ¿Los símbolos de estatus no han cambiado?

Es un país muy distinto al de los 90, tiende a ser más complejo. En cada sector hay un estatus distinto. Cuando revienta la música del género urbano, se abre un mundo paralelo, donde sus símbolos de estatus tienen directamente que ver con la capacidad de exhibir cosas materiales. Pero al momento de lograr sitiales de poder, en los que se tomen decisiones, sigue funcionando igual.

¿Y en el plano político?

Los dirigentes del Frente Amplio vienen todos de clase media acomodada para arriba.

El abajismo siempre ha existido, Joaquín Edwards Bello era un abajista. Pero Ud. habla de un nuevo abajismo, de iPhone y piscola. ¿Cómo lo describe?

Es el que encarna mucha gente del Frente Amplio, suerte de heredero de una percepción benéfica o de un acercamiento caritativo frente a quienes no comparten el mismo origen, porque no es solamente con las personas más pobres, sino con ese amplio mundo más allá que nunca es horizontal, porque siempre tiene un componente de condescendencia. Y eso tiene un reverso también muy romantizador de la idea de pueblo. Y los que toman las decisiones finalmente son los iguales, que no dejan entrar a otros. Mucho discurso, eso de que las palabras crean realidad se lo toman demasiado a pecho. Y las palabras no gestionan nada ni provocan cambios por sí solas. Son como herederos de Un Techo para Chile.

Pero tienen muchas causas, no solo los pobres.

Claro, es lo que caracteriza a todos los movimientos del último tiempo, son como un conglomerado de causas que aparecen súper desarticuladas. Tienen un discurso, además, muy solidario, pero a la hora de la acción son súper individualistas, muy competitivos, pero con una apariencia de cooperación. Y con muy poco contacto con el mundo real. Yo creo que por eso hay una distancia tan grande entre ese mundo y las necesidades del pueblo. Por eso no llega ahí el mensaje, por eso no conectan. Y por eso ese pueblo puede votar justamente por lo contrario.

¿Es la figura del ñuñoísmo?

Claro. Ese término que apareció después del estallido. No me acuerdo quién lo inventó, pero empezó a sonar más fuerte cuando, en paralelo al movimiento en Plaza Italia, hicieron una especie de marcha aparte en Ñuñoa.

Sí, con manifestaciones culturales.

Claro, tenían otra connotación. Entonces esa diferencia aparece y era una especie de marca de estatus. Había más una puesta en escena que una ambición de que el país fuera de un modo distinto.

¿Y a quiéne identifica ahí? Dedicó una columna al diputado Gonzalo Winter cuando habló de los pobres.

Es que tienen una compulsión por ser una especie de vocería del pueblo, como si el pueblo no fuera capaz de tener una voz. Y siempre desde una perspectiva caritativa y condescendiente, que uno supondría superada, pero no.

En algún momento Ud. militó en RD. ¿Por qué se alejó?

Militar exactamente, no… Porque hasta septiembre del 2013 ellos no tenían acordado el matrimonio igualitario dentro de sus demandas. Tuvieron que hacer una votación para eso. Yo encontré que era impresentable, porque ellos daban a entender otra cosa. Y ahí me salí.

¿Ese individualismo lo observó entonces?

Sí, son y actúan como políticos. O sea, tienen la puesta en escena de los amigos y de la camaradería, pero los políticos son gente que quiere tener poder no más. Uno espera un mínimo de coherencia entre el discurso y la práctica, entre los argumentos que dan. Y a mí eso me pareció de una incoherencia y deshonestidad que me resultaban intolerables, y se los dije. No tenían ninguna decisión sobre matrimonio igualitario ni sobre aborto.

¿Y el feminismo?

No, no había llegado ni el feminismo ni ninguno de esos discursos. Eran un grupo de señores.

El mayo feminista fue en 2018.

Sí, mucho después. Toda esta gente descubrió el feminismo anteayer. Y se hacían llamar revolución.

El mérito

El libro aborda también la meritocracia. Desde la derecha se ha articulado mucho el discurso meritocrático y se ha criticado ásperamente el fin de la selección en los liceos emblemáticos.

Yo creo que ese ha sido un error de la reforma y del mundo del Frente Amplio, que muy pocos de ahí vienen de la educación pública, casi todos vienen de colegios privados. A mí me parece que hay un desconocimiento del peso que puede tener, para una familia, el símbolo de que el hijo llegue a un liceo considerado emblemático, y el peso que tiene comunicacionalmente eso en el mundo del poder. Porque, claro, en términos demográficos, los liceos emblemáticos representan el cero coma algo.

¿Y generaban movilidad social real?

Creo que sí, para las familias en las que realmente esa promesa se cumplía, la promesa de acceder a un liceo que hace el colador, que hace la selección, que aseguraba estar en un ambiente en el que son entrenados para llegar a la universidad adecuada, funcionaba. Ahora, con el fin de la selección, los rankings de colegios invisibilizan a la gran mayoría de los alumnos. Si no hay liceos públicos en ese ranking, es el fracaso de la educación pública en general. Tenía que ver con un tema cultural que no se podía cambiar tan rápidamente, y con un gesto comunicacional: que apareciera el Instituto Nacional en el ranking, que apareciera el Carmela Carvajal. Esos dos elementos fueron pasados por alto, no fueron vistos como relevantes en términos políticos, y ahora lo que pasa es que cada año eso se va a repetir con la entrega de los resultados. Y por mucho que se explique que ahora los mejores alumnos están repartidos en distintos liceos, va a quedar la misma sensación. Y esa cultura de que el hijo que tenía mejor rendimiento pueda llegar más fácilmente, tenga un espacio, se pierde. Para quienes tenían como única salida esa vía de ascenso es súper duro.

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