¿Qué esperan peñis, machis y lonkos de la nueva Constitución?
Pese a que por años se ha pedido el reconocimiento constitucional de los pueblos originarios, hoy, ad portas de escribir una nueva Carta Magna, al menos en La Araucanía falta información sobre el proceso que comienza el 11 de abril. Las demandas que más asoman son recuperar sus tierras, su cultura y no ser discriminados ni estigmatizados.
Adolfo Millabur Ñancuil (54) sube en una camioneta 4x4 en Temuco y a gran velocidad cruza la llamada “zona roja” de La Araucanía. Al eterno edil de Tirúa lo espera, con un mate, el lonko Alberto Curamil, en Lautaro, a quien pedirá su apoyo para ser parte de la convención constitucional. Y así como a Curamil, el dirigente lafquenche quiere convencer a todas las comunidades mapuches de la zona de que él es el indicado. Pero esto es política. Millabur va atrasado y tendrá que postergar esta y otras reuniones que tendría en Curacautín. Porque más allá, en Lonquimay, lo esperan varias comunidades y un importante bolsón de votos pehuenches (alrededor de 5.400).
A Millabur lo acompaña José Millalén, candidato a alcalde por Galvarino. “Estamos viviendo un proceso histórico de recuperación de tierras, algo que no sucedía desde el año 90”, comenta al observar por la ventana que la mayoría de los campos de maíz tienen banderas mapuches y lienzos con la palabra “recuperación”.
“La mayoría de las tomas aquí en Lautaro son pacíficas y a rostro descubierto... Yo no soy partidario de la violencia, estoy por la vía institucional, pero la violencia actual es incomparable con la rudeza que sufrió nuestra gente de parte del Ejército chileno y del pueblo que se apropió de nuestras tierras”, reflexiona Millalén, profesor de Historia de la Universidad de La Frontera, quien ha hecho clases en varios establecimientos de la zona.
¿Cómo ve que se enseña hoy la historia de La Araucanía en los colegios?
A partir de lo que indican los textos escolares, y si bien ha habido adecuaciones y se ha ido evolucionando, en lo fundamental se sigue reproduciendo una lógica de que los mapuches y los pueblos indígenas son algo del pasado de nuestro país. Fueron, existieron, vivían, hacían... Y estamos más presentes que nunca.
Mari mari
La primera parada es en una modesta casa de madera y latón -sin baño en su interior, menos alcantarillado-, en el sector alto de Lonquimay, a ocho kilómetros de la frontera con Argentina. Los vecinos esperan sentados ordenadamente en el patio, mientras a unos metros dos corderos se asan al palo. Nadie usa mascarilla.
“Mari mari wenul (hola amigo), mari mari peñi (hola hermano), mari mari papai (hola señora)”, es el saludo siempre al llegar.
El primero en hablar es el candidato a alcalde por Lonquimay, Evaristo Curical. El hombre “es respetado aquí en la zona por haber recuperado varias hectáreas de tierras”, comenta uno de los comuneros.
“El 70% de los habitantes de Lonquimay somos pehuenches y hemos sufrido discriminación por décadas. Yo quiero ser alcalde, pero no para pagar con la misma moneda, sino para demostrar que los mapuches podemos dirigir los gobiernos municipales con eficacia e igualdad”, arenga Curical, muy plantado en sus botas vaqueras.
A su turno, Millabur les dice que quiere representar sus demandas en la convención constitucional. Quizás es porque es primera vez que se eligen convencionales, pero sus discursos bien podrían ser una clase exprés de educación cívica.
-¿Qué esperan ustedes de la nueva Constitución? -les pregunta-.
-Que proteja nuestro medioambiente: que los buses y camiones que vienen y van a Argentina y nos contaminan el aire y nos rompen las calles, paguen un impuesto por pasar por nuestra tierra. Que dejen alguna retribución- pide una vecina.
-Tenemos el único río que va subiendo contra la cordillera, ahí instalaron una represa para generar energía y hoy pagamos la luz más cara de Chile-, reclama otro comunero.
Pero Millabur explica que la Constitución es la carta principal de un país, que define, entre otras, cómo se reparte el poder, qué derechos y libertades tienen los ciudadanos y cómo se gestionan los recursos naturales.
Al final habla en mapudungún la señora de más edad de la reunión. Es Adilia Nahuencaneo, y ante la mirada atenta de sus pares, pide al candidato “terminar con las humillaciones al pueblo mapuche”. Con eso se larga a contar su historia: a los 17 años debió partir a trabajar de empleada doméstica a la casa de una familia de la ciudad, “sin saber hablar chileno”. Y dice Adilia que aún recuerda el sufrimiento.
-Es que nos han enseñado desde chicos que somos inferiores-, agrega otra mujer.
Historias de ese tipo se repiten en el recorrido de Millabur. Porque así como el conflicto mapuche no ha sido resuelto, ha acumulado años de vivencias que se traspasan de una generación a otra. Y eso, diría después el candidato, son volcanes de rencor que explotan por estos días en toda La Araucanía.
“Si hace más de 100 años un huinca sacó a una familia mapuche de sus predios y les dio un pedazo de tierra -el más malo y más difícil de trabajar-, hoy el nieto de ese señor conoce esa historia y siente el deber de revertirla”, explica Millacur, el primer alcalde mapuche de Chile.
Sobre los graves hechos de violencia que han ocurrido en los últimos meses en la zona, Millabur dice que “no se le puedes adjudicar al movimiento mapuche. Los mapuches de verdad no están preocupados de enlodar su propia lucha”.
Comienza la parte didáctica de la reunión y el candidato les explica, entre otras cosas, que hay 17 escaños reservados para los pueblos originarios y que siete de ellos son para los mapuches. Y para asegurarse de que su mensaje haya sido captado, hace preguntas:
-Ya, les voy a hacer una prueba: ¿Qué tienen que pedir cuando vayan a votar el 11 de abril?
-(Ante el silencio, él mismo responde) Tienen que solicitar al vocal de mesa un voto especial, porque ustedes son parte de un registro que tiene el Servel, que hasta diciembre éramos 788.603 personas: mapuches, aimaras, diaguitas, atacameños, collas, quechuas, rapanuis, kaweskar.
Luego lanza otra pregunta a la comunidad:
-¿Cuántos representantes mapuches tendremos en la asamblea constituyente?
-Siete-, responde una joven mapuche con timidez, y Millabur se alegra de que su clase haya surtido efecto.
Termina el encuentro y llegan a la mesa los trozos de cordero, dos grandes fuentes con pan amasado, bebidas y vino tinto en caja. La convivencia se alarga; es muy mal visto comer apurado y partir.
Pero en el almuerzo se sigue visitando la historia, una y otra vez. Un grupo de pehuenches recuerda “el asesinato de 500 peñis por parte de carabineros”, en Ránquil, entre junio y julio de 1934. En ese capítulo, un grupo de campesinos e indígenas mapuches se sublevaron contra sus patrones. Se armó una revuelta y terminaron muertos.
Cuando la nieve se constituye
La siguiente reunión es en el sector Marimenuco Alto, en Lonquimay, bajo dos grandes sauces. A un costado, otros dos corderos se asan bajo la vigilancia de dos sudorosos hombres.
La cita es en casa de Elva Cañumir.
-¿Qué espera de la nueva Constitución?
-Aquí estamos muy aislados-, responde, y relata la crudeza de los inviernos, en que a veces “la nieve nos llega al techo y la cancagua (estufa de piedra a leña) no alcanza para pelearle al frío”.
Su marido, el lonko Adolfo Huenchacal, es piñonero. Mientras muestra el bosque de araucarias que está detrás de su casa, hacia la cordillera, cuenta que “este año fue buena la cosecha, porque el kilo se vendió a $ 2.500, porque había pocos”. Pero lo que quiere decir es otra cosa: reclamar que los piñones no tienen la relevancia que deberían tener en nuestro país como fruto sagrado.
-¿Y usted qué espera de la nueva Constitución?
-Tener mayor presencia en el Estado, porque así como estamos, no estamos bien... La mayoría de los fundos aquí están botados; cercados, pero vacíos. Nosotros somos pasivos, no nos vamos a pelear con los huincas, pero queremos que nos den la oportunidad de trabajarlos. Eso que no sabemos producir nuestras tierras es una caricatura, una más de muchas otras.
El lonko apunta con su mano derecha hacia un terreno que se ve desde su casa.
-Ese que está ahí, por ejemplo, es de una persona que vive en Brasil y sólo permite entrar a algunos peñis de acá a cambio de que se lo cuiden. Y eso nos divide entre nosotros.
Comienza la segunda reunión política del día y la recuperación de tierras está al centro de la demanda.
“Queremos más tierra, yo tengo dos hectáreas y eso es muy poco. Nuestros cabros no tienen espacio para hacerse sus casas”, dice José Huenchacal, a lo que se suman otras voces reclamando que la Conadi hoy no compra tierras.
-Y no es por falta de plata- interviene el candidato Millabur, argumentando que este año la Conadi devolvió más de $ 30 mil millones al Estado, por lo que ha perdido “credibilidad” como institución.
Días después, ya en Santiago, el director de la Conadi, Ignacio Malig, diría que eso no es cierto: “El fondo de tierras y aguas indígenas tuvo una ejecución de un 88%. La compra de tierras no está detenida, pero debe hacerse de acuerdo a los criterios que indica la Ley de Presupuestos”.
Son las tierras, pero es también la nieve. “Nos tapa todos los caminos y sin fardos se nos mueren los animales”, dice un caballero presente en la cita.
Pero ante estas peticiones tan puntuales, Millabur reitera que el proceso de redacción de nuevas reglas busca establecer fórmulas de entendimiento y mecanismos de resolución de los problemas que hoy los aquejan.
Ya cuando empieza la clase constituyente, Claudia Cheuquepil, artesana, confiesa que “sabemos muy poco del cambio a la Constitución” y pide “ser reconocidos en la nueva Constitución como pehuenches”.
Mario Cheuquellán (47) tampoco sabe mucho del proceso. De hecho, cuenta allí que no sabía que el 11 de abril había que votar por constituyentes y por gobernadores.
La última reunión en Lonquimay es en el sector Mallín del Treile. Ya son las siete de la tarde y lo acompañan los candidatos a concejales mapuches de la zona.
“Yo estoy desilusionado de los políticos. Ahora están todo el día en la radio pidiendo el voto y seguimos sin caminos y sin conectividad. Tengo la fe de que esto va a cambiar con la nueva Constitución”, dice Juan Failla.
David Curical apunta al racismo: “Tuve la oportunidad de ir a estudiar a la universidad en Temuco, pero hoy no tengo trabajo, quizás por mi apellido…”. Segundo Camargo, talabartero, agrega con resignación que ha trabajado largas temporadas en Santiago y Copiapó como temporero (maestro), al igual que la gran mayoría de los “hermanos mapuches” de su generación. Pero que no pueder seguir siendo los temporeros del país.
Entre el público hay un joven weichafe (luchador). Jonathan Sandoval Lillo escucha con atención el discurso de Millabur. En su brazo tiene tatuada una araucaria y varios símbolos mapuches. “Que cambié todo”, se limita a decir, para luego contar que terminó el colegio y debió empezar a trabajar en la empresa de agua de la zona.
Juan Carlos Camargo habla de la urgencia de recuperar tierras: “Aquí hemos tenido tres recuperaciones, pero queremos 15 o 20, porque estas tierras son nuestras”.
El encuentro –como todos- no termina con aplausos, sino con un grito mapuche.
Se hace tarde en un día largo. El candidato se sube a la 4x4 y bordeando la laguna Icalma -entre araucarias y banderas mapuches- toma rumbo a Melipeuco. Quería llegar a hacer campaña, pero solo pudo dormir. El pueblo estaba apagado.
Villarrica y los ricachones
Al día siguiente, nos internamos por un camino interior cerca de Villarrica que nos lleva a una gran ruca. Afuera flamea la bandera mapuche. En su interior están todos los invitados sentados en círculo, la mayoría sin mascarilla, en torno a un fogón. “El fuego es el weche (hombre joven), es la fuerza del poder, la vida”, dice uno de los presentes.
Empieza la campaña.
-¿Ustedes saben cuáles son las comunas donde ganó el Rechazo?- pregunta Millabur.
-(Nuevamente silencio, entonces responde él) Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea. ¿Y saben por qué? Porque ahí están los ricachones que quieren que todo siga igual como está ahora… Por eso el 11 de abril hay que ir a votar temprano-, se larga el aspirante a constituyente.
El público responde con un sí y se entusiasma con la arenga.
Aunque en Villarrica hay más de 12.500 personas que podrían votar por figuras de pueblos originarios, los miembros de las cinco comunidades presentes en la ruca conocen poco los puntos más importantes del proceso constituyente.
“Nosotros hablamos mucho de la cosmovisión mapuche, del wenumapu (cielo en el que viven los dioses), pero lo que sigue moviendo a nuestra gente es llevar el sustento diario a su casa”, dice un joven de pelo largo.
Millabur insiste en su punto. “Hace 100 años, los dueños de la ribera del lago Villarrica no eran los que están hoy. Por eso me duele ver en el pueblo que los mapuches son los cocineros de los restaurantes y los que hacen el aseo y cuidan los grandes condominios. Eso es lo que hay que cambiar…”, suelta intentando motivar a su audiencia.
Pide la palabra el lonko Francisco Huilipán, quien recuerda haber escuchado a un joven Millabur candidato a alcalde hace 20 años. Su denuncia es otra: que no ha habido información sobre el proceso constituyente y advierte que muy pocos saben que hay asientos reservados para ellos en la convención.
Millabur culpa a la rapidez con que se legisló el tema, los plazos y la incapacidad del gobierno para publicitar esta inédita votación, pero los invita a ver la franja electoral contando que un grupo de 12 candidatos y candidatas mapuches independientes “nos unimos y organizamos para redistribuir los segundos de franja, de modo que en vez de salir 2,46 segundos cada día, sale cada candidato 7,12 segundos cada tres días”.
El encuentro termina con fotos y videos afuera de la ruca. Hay que partir a Curarrehue.
Curarrehue quiere saber
En la avenida principal espera a Millabur el alcalde de la ciudad, Abel Painefilo (PPD), quien se sube a la camioneta para guiarlo a la comunidad Quinienahuin, ubicada a 45 kilómetros hacia la cordillera.
La reunión es en la casa de la concejala Beatriz Carinao Quintonahuel. Allí, entre patos, perros, gatos, gansos, gallinas y chanchos, la mujer ofrece sopaipillas con pebre picante y dice con orgullo que “todos los ingredientes son de mi huerta”.
El alcalde Painefilo abre el encuentro con una paradójica reflexión: “Algo bueno de la pandemia es que nos permite hacer esto, conversar, que es lo que nos gusta a nosotros… Porque si no estaríamos como siempre, hablando arriba de un camión con un micrófono…”.
La dueña de casa tenía una cazuela lista para sus invitados, pero como llegaron más de los previstos a escuchar a Millabur, no pudo ofrecerla. Pero eso no impide que se hable de la necesidad de un Estado plurinacional que reconozca y valore a los mapuches y a los pueblos indígenas y que solo la unión les permitirá llegar a puestos de influencia.
Ya son las 16 horas del sábado y Millabur planea dormir hoy en su casa, al borde del lago Lleu Lleu, junto a su esposa y su hijo.
Antes, una última parada: la radio local de Curarrehue. La pauta de la entrevista no está nada equivocada. El candidato a constituyente fue invitado a hablar, justamente, de lo poco que se conoce del proceso en La Araucanía. “Hay mucha desinformación, y por cierto se transforma en desconocimiento”.
A Millabur le quedó pendiente el mate con el lonko Alberto Curamil. Probablemente no le sea fácil motivar a este líder mapuche, totalmente escéptico de lo que viene. “Yo no espero nada y somos muchas las comunidades que no esperamos nada ni creemos en este proceso constituyente. Desde la institucionalidad son muy pocos los que han respondido a la demanda principal que tiene el pueblo mapuche, que es la devolución de nuestros territorios, y al respeto del tratado de Tapihue de 1825, que reconoció la soberanía mapuche al sur del río Biobío”, dice Curamil al teléfono, quizás tomando un sorbo de su hierba.
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