“Lectores sensibles”: los cazadores de estereotipos y lenguaje ofensivo en la literatura actual

Lectores
La nueva tendencia editorial: lectores sensibles.

La decisión de reescribir pasajes controvertidos de libros de Roald Dahl o la saga James Bond respondió a informes de "sensitivity readers”, o lectores sensibles. La figura de estos editores de prejuicios y lenguaje gana presencia en Estados Unidos, Francia y Reino Unido. Sus partidarios dicen que aportan diversidad; otros piensan que conducen a la censura y al puritanismo.


El nombre resulta un poco extraño: sensitivity readers. O lectores sensibles. El término llegó a los medios junto con la noticia de que la editorial Puffin del Reino Unido decidió reescribir los libros de Roald Dahl. El sello publicó una nueva edición de clásicos del autor, entre ellos Matilda o Charlie y la fábrica de chocolate, sin alusiones ofensivas como “gordo” o “bruja”. Fue una decisión consensuada con los herederos y luego de someter los libros a la revisión de “sensitivity readers”.

Lectores sensibles también examinaron las novelas de la saga James Bond. Las aventuras del agente 007 se editarán ahora sin referencias racistas ni machistas.

La pregunta comenzó a extenderse: ¿Quiénes son los sensitivity readers?

Para los más críticos se trata del nuevo rostro que adopta la censura, en tiempos de corrección política. Pero Lynn Brown, escritora y editora profesional, lo desdramatiza:

-Un sensitivity reader es esencialmente un editor especializado -dice desde Nueva York.

Master en escritura creativa, Lynn Brown es una sensitivity reader profesional. Con más de 15 años de trayectoria, ella es parte de Salt & Sage Books, agencia de edición líder en el mercado norteamericano. Salt & Sage cuenta con un equipo de sensitivity readers especializados en diferentes experiencias, áreas e identidades.

-Ellos leen un texto buscando específicamente estereotipos ofensivos, lenguaje y otros temas dirigidos a grupos marginados. Por lo general, el lector sensible pertenece a ese grupo marginado y el escritor del texto no, por lo que intentamos hacer una lectura beta para ese grupo de alguna manera. El proceso es esencialmente el mismo que el de cualquier editor, por lo que no hay razón para que la lectura sensible deba limitar la libertad creativa o la expresión más que el proceso de edición habitual -afirma.

Lynn Brown
La escritora Lynn Brown trabaja como sensitivity reader.

Lynn Brown es de origen afroamericano y sus especialidades son las relaciones interraciales, la bisexualidad, los viajes y las discapacidades invisibles (trastornos). La agencia cuenta, además, con lectores especializados en áreas tan diversas como las culturas musulmanas, asiáticas, nativas americanas, racismo, mujeres latinas, personas no binarias, judaísmo, violencia doméstica, abuso emocional, pobreza rural, espectro autista, discapacidad sexual, trauma infantil, alteraciones alimentarias, etc.

El caso de Roald Dahl causó una controversia elocuente. Salman Rushdie la calificó de censura absurda y hasta la reina consorte Camila se mostró contrariada: “Ya está bien”, dijo. Finalmente, la editorial anunció que reeditará los libros originales, pero no retirará las ediciones corregidas.

Roald Dahl
Sin “feos”, “gordos” ni “negros”: reescriben los libros de Roald Dahl y crece el debate sobre si es inclusión o censura. Foto: Roald Dahl.

Hace poco días, el sello Ladybird, especializado en cuentos infantiles, anunció que pidió informes sobre clásicos como Cenicienta, Blancanieves y la Bella durmiente. Todos recibieron comentarios desfavorables por su falta de diversidad racial, porque sus protagonistas pertenecen a clases privilegiadas y porque las villanas suelen ser brujas.

Si bien los informes de lectura son habituales en el medio editorial, el auge de estos nuevos lectores atentos al lenguaje ofensivo y los estereotipos es reciente.

Un momento clave fueron las protestas del Black Lives Matter, dice Lynn Brown.

-Los editores se volvieron más conscientes de esos problemas y del hecho de que en realidad no tenían suficientes editores diversos para detectarlos, por lo que comenzaron a contratar personas para que lo hicieran de forma independiente.

Apropiación cultural

A inicios de 2020, la escritora Jeanine Cummins publicó en Estados Unidos American Dirt. La novela narra la historia de una mujer que huye con su hijo desde México hacia Estados Unidos, luego de que su esposo es asesinado por narcotraficantes.

Seleccionado por el club de lectores de Oprah Winfrey, el libro fue recomendado por las actrices Salma Hayek y Yaritza Aparicio. La editorial le pagó a la autora un adelanto de más de un millón de dólares y lanzó una edición de 500 mil ejemplares.

Pero escritores de origen hispano reaccionaron con indignación: la acusaron de “los peores estereotipos, fijaciones e imprecisiones sobre los latinos”. En una idea, la criticaron por “apropiación cultural”.

El caso de American Dirt fue paradigmático (la editorial canceló la gira de promoción y pidió disculpas) y colaboró en la popularización de los sensitivity readers.

American
La escritora Jeanine Cummins y su novela American Dirt.

En Chile esa figura no existe, pero entre los editores hay preocupación.

El año pasado, editorial Planeta publicó Desde el confín, una novela sobre la conquista de Chile desde la perspectiva de una mujer inca y una mapuche. Según cuenta la editora Josefina Alemparte, la estrategia narrativa fue parte de sus conversaciones.

-Con su autora, María José Poblete, tuvimos esa conversación, porque sin duda era algo que podía saltar: ¿Por qué una mujer no indígena podía contar esa historia tomando esa voz? Bueno, yo como editora no tuve dudas, porque la novela es extraordinaria y el trabajo que María José hizo, además de estar muy documentado y ser muy riguroso y respetuoso, es un trabajo literario, un ejercicio del lenguaje. Además, ¿quién dice que no es esa también su historia?

Josefina Alemparte cuenta que en sus informes de lectura preguntan si el libro lesiona eventualmente a alguna persona o grupo, pero sin ánimo censor.

-Esto nos ayuda a entender qué libro tenemos entre manos; es una especie de “red flag” para estar atentos a ciertos temas, pero esto en ningún caso condiciona la publicación, es solo una alerta para tener en cuenta y ver luego si es algo que nos parece relevante comentar con el autor. Nosotros nunca imponemos al autor modificaciones; esto siempre se da en el marco de una recomendación y de un diálogo. La decisión final pasa por el autor.

Y “si un libro nos parece aberrante, no lo publicamos”.

La editora recuerda el caso de Matadero Franklin, la estupenda novela de Simón Soto, ambientada en los años 40, en un entorno de matarifes y traficantes. En la novela hay sangre y violencia y una lectora protestó por la figura de los niños y las mujeres violentadas. Pero es parte de la época y el mundo narrado. “¿Qué cambio vamos a sugerir? Sería no entender el proyecto literario que tenemos entre manos”, dice .

En el ámbito de la literatura infantil y juvenil estos temas resultan más delicados. Pero antes que niños sensibles hoy parece haber papás sensibles, piensa Sergio Tanhunz, editor del sello SM.

En sus oficinas a menudo reciben llamados de profesores o bibliotecarios que piden apoyo para tranquilizar a apoderados preocupados por los temas que abordan algunos libros. Hasta hace unos años, uno de los motivos controversiales eran los derechos humanos: “Los papás lo veían como una politización de sus hijos”.

SM es el editor de Papelucho, que salió a la calle por primera vez en 1947. La serie de Marcela Paz ha recibido críticas desfavorables en la plataforma Goodreads: apuntan rasgos de clasismo, racismo y machismo. Pero Tanhnuz dice que jamás se le ocurriría sugerir cambios en la saga.

En cada manuscrito que recibe, dice, se preocupan de la calidad literaria y buscan evitar ofensas gratuitas o denigrar grupos. Pero afirma que están a distancia de la figura de los sensitivity readers.

-Creo que esa figura conduce a la censura, la autocensura y el puritanismo. Creo que no es algo que va a prender en Chile -dice.

Eventualmente, la figura resulta lejana, pero gana presencia en un mundo donde los ánimos de censura parecen crecer: la Feria del Libro de Bolonia, la más importante en literatura infantil, cerró el jueves con un diagnóstico lamentable: desde la derecha conservadora a la cultura progresista, libros nuevos y clásicos son cuestionados por presentar personajes no convencionales, poner en duda modelos de vida o no ser suficientemente inclusivos. Así, se tiende a una literatura “esterilizada, confeccionada para pasar el filtro de los adultos”, dijo la editora italiana Giovanna Zoboli.

Sermones y escrutinios

“La buena literatura no es lo mismo que un sermón”, subraya el escritor Roberto Castillo, académico en la Universidad de Haverford, en Pensilvania. “Y si alguna vez sermonea es para sugerir que hay que tener mucho cuidado, entre otras cosas, con las promesas fáciles de la moralina barata”.

Para el autor de Muertes imaginarias, en esta controversia confluyen dos distorsiones:

-Por una parte, está la paranoia conservadora sobre lo que la derecha gringa denominó “corrección política”, que sería una especie de dictadura que censura el lenguaje y cancela a los pobres pajaritos que se desvían. Por otra, está la hipersensibilidad de cierto progresismo identitario que entiende de manera bastante simplista y victimizante el concepto de que el lenguaje hace el mundo. Lo que comparten estos polos es una visible falta de familiaridad, por decirlo de manera suave, con la literatura y con el arte en general, y a esto se añade un miedo casi cómico al lenguaje.

Roberto Castillo
El escritor Roberto Castillo.

Del mismo modo, Castillo cree que no hay que confundir los delitos o las faltas del autor con la calidad de la obra, aun si el autor tenía opiniones misóginas o antisemitas, como Roald Dahl.

-Lo que se gana es una superioridad moral vacua, un tufillo falso de justicia tardía, o sea, nada. Lo que se pierde es mucho; estás en tu derecho si cancelas a Neruda, por nombrar a un autor chileno, pero te pierdes maravillas como Entrada a la madera. Alturas de Machu Picchu o el comienzo de Canto general.

En relación con los sensitivity readers hace una excepción: piensa que pueden ser útiles en las ciencias sociales.

-Proveen un escrutinio que puede ser provechoso para quienes estudian grupos que no son los propios y que históricamente han servido más como objeto de estudio que como participantes en el estudio de su realidad social, un vestigio colonialista o supremacista que es necesario reconocer.

La edición más reciente de Fueguinos, una selección de crónicas basadas en las exploraciones de Martín Gusinde en Tierra del Fuego, entre 1918 y 1924, puede leerse bajo esa perspectiva.

Fueguinos
Fueguinos, la nueva edición de las crónicas de Martín Gusinde.

Editado por Alquimia, el libro adaptó el lenguaje original de Gusinde. En una nota la editorial explica que se hicieron enmiendas ortotipográficas, se actualizaron arcaísmos “y a su vez, se ha reemplazado el término ‘indio’ por ‘indígena’, a causa de origen erróneo y colonialista. De la misma forma, se ha evitado toda alusión a lo salvaje y primitivo”.

- Lo que hicimos básicamente fue una adaptación del lenguaje que estaba en términos seudo científicos y hoy no pasaría ese filtro. Pero sobre todo pensando que en este caso no había una intención peyorativa o denunciativa. Causó comentarios positivos y adversos. Pero uno entiende que Gusinde no quería ofender, era el lenguaje de esa época -dice el editor Guido Arroyo.

¿Diversidad?

Entre editores europeos y norteamericanos cada vez hay más confianza en los sensitivity readers. “Lo vemos como otro tipo de lectura experta que plantea preguntas que un editor general, por riguroso que sea, puede no pensar o saber hacer”, dijo el año pasado Rebecca McNally, directora editorial de Bloomsbury, la casa editora de Harry Potter en Londres.

La disposición es distinta entre los autores. El escritor Anthony Horowitz contó en The Spectator su choque con los sensitivity readers: su última novela tiene un personaje indígena cuyo rostro, escribió, “podía haber sido tallado en madera”. Se lo marcaron en rojo, así como la alusión a un escalpelo, que recuerda a “cuero cabelludo”.

“Hice los cambios, pero confieso que dolieron. Simplemente se siente mal que una parte externa le diga qué escribir, sin importar cuán bien intencionado sea”, dijo.

Para la escritora neoyorquina Zoe Dubno, no escapa a este tema el interés económico de la industria editorial: “No parece una coincidencia que la propiedad intelectual de Dahl se desinfectara justo antes de una venta masiva a Netflix, ni que el patrimonio de Ian Fleming, como se informó, atraiga lectores sensibles para desinfectar las novelas de James Bond en lo que parece un último intento desesperado por salvar una franquicia cuya relevancia está en declive y ofende la sensibilidad contemporánea”, escribió en The Guardian.

La escritora Lionel Shriver es una resuelta opositora a los sensitivity readers. “Me niego a que me digan qué puedo y qué no puedo escribir”, afirmó al mismo diario.

Pero Lynn Brown defiende que esa no es la idea que inspira su trabajo: ella toma nota de lo que observa problemático y a veces sugiere lecturas al autor.

- Es importante mencionar que los lectores sensibles no modifican un texto. Solo proporcionamos comentarios como cualquier otro editor. Después de eso, depende del escritor y del editor decidir qué hacer con la información que proporciono. Me imagino que hay momentos en los que el editor puede pedirle al escritor que ajuste su escritura para acomodar esos problemas, pero esto es solo parte del proceso.

Ella no es partidaria de reescribir clásicos; cree que sería mejor que en el futuro los editores se preocupen honestamente de publicar “libros más reflexivos y diversos” y piensa que “hay un montón de historias de escritores más diversos y/o marginados que podrían convertirse en nuevos clásicos si se les diera la oportunidad”.

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