Turismofobia, la ola que azota a Europa: La desesperada lucha de las ciudades por limitar los crecientes flujos de visitantes

Graffiti contra los turistas en el barrio Gràcia, Barcelona. Foto: Reuters

En España, Portugal, Italia y otros países, distintas manifestaciones contra los excesos del turismo han preocupado al rubro. En algunas ciudades, los locales creen que se ha llegado a un “punto de no retorno”, y sufren el aumento de los arriendos que viene con la mayor presencia de hostales, hoteles y Airbnbs.


La imagen dio la vuelta al mundo: manifestantes contra el turismo rociando con pistolas de agua a visitantes en una terraza en Barcelona, espantando así a unos “güiris” que, desde un tiempo hasta ahora, se han vuelto cada vez menos deseables para la población catalana. El sentimiento no se limita a esa parte de España: marchas “antiturismo” se han vivido este año en las Islas Canarias, en Mallorca, en Portugal y, en general, en los países europeos del Mediterráneo.

Como indica el Harvard International Review, “para los habitantes de una ciudad turística el resentimiento reciente sugiere una experiencia completamente distinta: falta de vivienda, de infraestructura adecuada y de productos básicos, además de una contaminación excesiva”. El problema viene con muchos factores asociados: desde un mayor ruido o más gente borracha de lo normal en las calles, pasando a una total “disneyficación” de un barrio, hasta la misma “expulsión” de viejos vecinos de los sectores turísticos, a medida que el precio de los arriendos sube.

En busca de “experiencias auténticas”, pareciera que la masa de turistas ha terminado volviendo iguales todos los lugares, y cómo decía un artículo del Financial Times, “un Airbnb en Tokio, en Nueva York y en Budapest tendrán todos exactamente los mismos muebles”. Contra el turismo masivo y la pérdida de sus ciudades, el sur de Europa parece levantarse.

Manifestaciones en contra del turismo masivo en Barcelona. Foto: Archivo

En julio, pleno verano estival, el descontento tomó fuerza y se convocó a una marcha en Barcelona, donde más allá de las pancartas sobre el “decrecimiento turístico”, la imagen fue de los manifestantes con pistolas de agua. Además del agua, había coros como “turistas, váyanse a casa” y lemas como “Barcelona no se vende”.

Uno de los grupos que organizaron aquella marcha, la Assemblea de Barris pel Decreixement Turístic, respondió a las preguntas de La Tercera sobre qué problemas ha traído el turismo masivo a Barcelona, asegurando que se trata al final de “una expulsión”: “Hay una expulsión directa por sustitución de vivienda por alojamiento turístico, tanto departamentos turísticos como hoteles. Hay aumento de los precios de los alquileres por la competencia, injusta y desleal, del alquiler vacacional por días frente al alquiler residencial. Incluso las viviendas que siguen siendo residenciales suben los precios”.

“Incluso las personas que consiguen quedarse en sus casas o sus barrios pueden acabar abandonando, ya sea por otros impactos de la turistificación, como la tematización de los barrios, la desaparición de comercio de uso cotidiano, la masificación del espacio y el transporte públicos, y el aumento de los precios de consumo en general”, indican desde la agrupación, que reúne a distintos barrios que llevan al menos 10 años dando cuenta de estas transformaciones.

Aunque la pandemia del Covid fue una verdadera catástrofe para el rubro turístico, la pospandemia ha sido la panacea para el sector, y sobre todo en España, país que solo en la primera mitad de 2024 recibió 42,5 millones de visitantes: un 11,5% más que en 2019.

Graffitti contra el turismo en Tenerife.

Si Barcelona al menos es una ciudad grande, con actividades económicas variadas, la situación es más dramática en las Islas Baleares, en el Mediterráneo, y en las Islas Canarias, en pleno Atlántico. Las protestas antituristas ya existían en Mallorca en 2019, a modo de vandalismo directo en los autos de arriendo: en ese entonces un grupo radical llamado Arran quebraba parabrisas, pinchaba ruedas y rayaban con spray la frase “tourism massiu o veïnes” (“turismo masivo o vecinos”, en catalán).

Este año las protestas se extendieron más allá de grupos pequeños, y las Islas Canarias vieron un gran movimiento para limitar la llegada de turistas. Estas siete islas recibieron 16 millones de visitantes el último año: más de siete veces la población local. Esto, en un archipiélago con recursos limitados, y que el portavoz del movimiento local, Víctor Martín, llamó un “modelo de crecimiento suicida”.

En términos económicos, indica el Harvard International Review, el 35% del PIB de las Islas Canarias y el 40% de los trabajos están relacionados con el negocio del turismo. Solo en España, donde la mayoría de este movimiento “antiturismo” ocurre, el 12,8% del PIB vino del turismo en 2023.

Esa enorme dependencia del turismo para mover la economía termina homogeneizando los lugares, indican algunos expertos, e incluso terminan “disneyficándose”. “La disneyficación (disneyfication en inglés) ocurre cuando todo empieza a parecerse en estos lugares”, comenta la socióloga Roos Gerritsma, de la Inholland University, que ha trabajado con la Municipalidad de Ámsterdam este problema.

La capital de los Países Bajos, al menos, tiene una gran variedad de “diferentes economías”: “La economía de los visitantes es una de ellas, pero Ámsterdam mantiene una combinación de sectores de producción como la industria del juego, la informática, el diseño, la innovación, el arte, las universidades, etc. Hay algunos puntos calientes que tienden a tener una monofunción, como en el Barrio Rojo, pero Ámsterdam no depende únicamente del turismo”, indica Gerritsma.

La gente protesta contra la introducción de la tarifa de registro y turismo para visitar la ciudad de Venecia para excursionistas de un día. Foto: Reuters

La ciudad holandesa es vista como uno de los primeros puntos donde el turismo empezó a salirse de las manos: conocida por su Barrio Rojo, la prostitución legal y la marihuana, el flujo de visitantes terminó haciendo que todo el centro se llenara de hostales, hoteles, coffee shops y bares pensados en los turistas.

“Sufriendo del éxito”, Ámsterdam ha ido implementando una serie de medidas para evitar las desventajas del turismo, como el excesivo ruido o los visitantes que sacaban fotos a través de las ventanas de las trabajadoras sexuales del Barrio Rojo. Este año, en particular, la municipalidad anunció que ya no permitirá la construcción de nuevos edificios hoteleros.

Ahora bien, no es solo el gobierno el que juega cuando se trata del turismo, y no se tienen aún claros resultados de las medidas adoptadas por la ciudad. “Es importante darse cuenta de que el municipio es solo un actor cuando miramos todo el campo del turismo. Los propios consumidores, por ejemplo, y algunos touroperadores todavía se encuentran en una fase de recuperación tras la crisis del Covid-19. Además de eso, hasta donde yo sé, no se ha realizado ninguna investigación que muestre si los consumidores deciden no viajar a Ámsterdam debido a las medidas. Lo que sí sabemos es que la cantidad de visitantes (turistas y visitantes diurnos) es comparable a la cantidad de visitantes antes del Covid-19 y las previsiones muestran un número creciente de visitantes”, comenta Gerritsma.

Desde la Assemblea de Barris pel Decreixement Turístic proponen una serie de soluciones posibles para Barcelona, que empiezan con el fin de la promoción pública del turismo en la ciudad. “Reducción de la capacidad de alojamiento turístico de la ciudad, reducción del tráfico aéreo, comenzando por la eliminación de los vuelos de jets privados y de los nocturnos, mejora de la legislación laboral en el sector turístico en cuanto a condiciones laborales y salarios, así como cobro al sector turístico del costo de los servicios públicos que explota implícitamente, entre otras”, indican desde la organización.

Un detalle importante: “Diversificación de la economía mediante la promoción de sectores más justos social y ambientalmente, así como transformación de parte de la industria turística en el sector de cultura y ocio locales”, proponen en la ABDT.

Ámsterdam es visto como uno de los primeros puntos donde el turismo empezó a salirse de las manos.

En medio de una época que apuesta a la aceleración de todos los procesos, y un turismo que acompaña ese ritmo, algunos viajantes ya empiezan a reflexionar en el efecto de sus viajes. “También existe una creciente conciencia sobre el cambio climático y el impacto de determinadas actividades/ofertas turísticas que inciden negativamente en ese contexto. En los Países Bajos también vemos un grupo cada vez mayor de personas que sufren la ‘vergüenza por volar’ (es una palabra nueva en nuestro idioma desde hace unos años, vliegschaamte). En algunos contextos sociales ya no es habitual ser un viajero frecuente y se buscan formas alternativas de viajar o pasar las vacaciones”, apunta Gerritsma.

Otra palabra que aparece en estas discusiones es la de “decrecimiento”: la idea de que no es necesario ni deseable buscar “el máximo desarrollo posible” en un territorio que es finito en recursos. “El decrecimiento turístico es un concepto propositivo que va más allá de las necesarias labores de análisis y denuncia, poniendo sobre la mesa un proceso de transformación de la economía productiva de la ciudad que ponga en el centro la vida de las personas que la habitan”, comentan desde la ABDT.

Y aseguran que, a pesar de las pistolas de agua que algunos de sus manifestantes usaron, “no son un movimiento antituristas”. “En todo caso, antituristización. Nuestros adversarios no son los turistas sino la industria turística y la administración pública que promueven la turistificación de la ciudad. Los turistas son apenas la herramienta necesaria para su extracción de rentas mediante el empobrecimiento de la población”, denuncian.

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