Un jefe de hierro: el estilo implacable de Javier Castrilli
El argentino llega a hacerse cargo de la Comisión de Árbitros de la ANFP precedido de la fama de implacable que generó durante su carrera y de la de ácido crítico del referato y de la Conmebol que cultivó hasta antes de ligarse a Quilín para reemplazar a Jorge Osorio. Esa personalidad fuerte y decidida es la que tendrá que traspasarles a los jueces chilenos, en el complejo momento que atraviesan.
El que habla es Diego Maradona. “Explíqueme, yo soy un jugador. Explíqueme, por favor. Maestro, pero usted no está muerto. No está muerto. Explíqueme, por favor se lo pido. Pero estamos hablando como hombres, como seres humanos”, implora el Diez, después de haber sido expulsado en el partido entre Vélez Sarsfield y Boca Juniors del 16 de junio de 1996. El que escucha es Javier Castrilli, quien conducía ese duelo. Lo mira con un rostro imperturbable. El flamante presidente de la Comisión de Árbitros de la ANFP ya tenía, de sobra, fama de duro. Ese día, frente al mejor futbolista de la historia, terminó por consolidarla. Literalmente, no se le movió un músculo de la cara frente al astro, al que expulsó por haberle acusado de ser el causante de los disturbios que se producían en las tribunas, protagonizados por los fanáticos xeneizes. “No te va a contestar”, le dice el arquero Carlos Navarro Montoya a su compañero en un intento por calmarlo y hacerlo desistir del reclamo. “Si no me va contestar es un botón, es un hijo de p…”, insiste Maradona antes de resignarse y partir, con toda la convulsión que la escena y el actor implicaban. El árbitro, efectivamente, no le respondió.
No por nada Castrilli se ganó el rótulo de Juez de Hierro en el fútbol transandino. También le decían el Sheriff, otra alusión inequívoca a su fuerte carácter. Poco le importaba quien tuviera al frente a la hora de aplicar una sanción, por drástica que fuera. Y menos le interesaban el entorno o las consecuencias que pudiera generar una de sus decisiones. No solo Boca Juniors sufrió su rigor. A River Plate, en el Monumental, le echó a tres jugadores al mismo tiempo y también al técnico Daniel Passarella, otro ícono del balompié argentino. Ese irrestricto apego al reglamento, que no distinguía entre grandes y chicos, es el que sedujo al directorio que encabeza Pablo Milad para llamarlo y traerlo a Chile a que ayude a sacar al referato chileno de la profunda crisis en que se encuentra, después de decidir la salida de Jorge Osorio de la testera del arbitraje nacional. Y esa impronta es la que pretenden transmitirle a una generación de jueces que no solo se equivoca al cobrar, sino que también pierde progresivamente la valentía de tomar decisiones. Todo lo contrario a lo que representa el exárbitro transandino.
Sobran anécdotas y situaciones para moldear al personaje Castrilli. Una estadística une a ambos grandes del fútbol argentino: en sus primeros seis Superclásicos, amonestó a 49 jugadores y expulsó a 16. En otra ocasión, a Maradona lo obligó a disculparse para evitar llevarlo a juicio por acusaciones de un presunto consumo de drogas y en un clásico de Avellaneda, entre Independiente y Racing, demoró el inicio después de recoger con frialdad un cuchillo que había sido lanzado desde las gradas. Exigió garantías plenas de que no había amenazas a la seguridad. El resumen de su carrera en las canchas de su país habla, también, de su estilo: expulsó a 202 jugadores en 232 partidos, a un promedio de 0,86 por partido. En los clásicos el porcentaje aumenta a 1,66. Fueron 99 defensores, 69 mediocampistas, 25 delanteros y nueve arqueros los que supieron de su estrictez.
Su carrera referil, como en todo su desarrollo, terminó con polémica. A los 41 años, decidió dejar de dirigir. Había llegado a sus oídos una acusación de corrupción en los jueces transandinos y decidió ir en contra de un sistema que no funcionaba de acuerdo a sus principios. Sin embargo, a su revolución se le cayeron los soldados en el camino. Lentamente, empezó a quedarse solo en esa disputa y, naturalmente, a merced de los tanques a los que intentaba hacerles frente, en un desafío que ya se tornaba quijotesco. Julio Grondona, el todopoderoso del fútbol argentino, lo tachó de ‘desequilibrado’ y su carrera con el pito y las tarjetas llegaba, prematuramente, a su fin, a los 41 años. Se despidió en un poco trascendente duelo entre Platense y Gimnasia y Esgrima de Jujuy, que terminó sin expulsados, como si se tratara de una contradicción a la implacable forma en que vigilaba el cumplimiento de las reglas del juego. El Mundial de Francia, en 1998, en el que dirigió dos partidos (Arabia Saudita ante Dinamarca y Rumania contra Croacia) fue el principal hito de su trayectoria.
El paso por la política
El perfil que cultivaba dentro del campo de juego transformó a Castrilli en una figura creíble en un país cuyas autoridades no disfrutaban de esa consideración a nivel popular. Una encuesta de la época llegó a situarlo como el hombre que mejor representaba el concepto de justicia en Argentina. Se impuso por amplio margen a los magistrados que ejercen en los tribunales. Ese capital no tardó en catapultarlo a la actividad pública. Entre 2000 y 2001 su nombre volvió a vincularse al fútbol, aunque ahora desde otra vereda: se transformó en el presidente de la Comisión de Investigaciones de Seguridad en el Deporte, en el gobierno provincial de Buenos Aires. Luego fue Subsecretario de Seguridad a nivel nacional, un cargo que lo puso enfrente de las barras bravas y también de acusaciones de eventuales actos de corrupción. En 2010, un infarto al miocardio hizo temer por su vida y un año después se presentaba como candidato a Jefe de Gobierno por el partido Acción Ciudadana. Esa vez, vivió una particular situación: no pudo votar en el distrito al que aspiraba a representar, por no tener domicilio registrado en la ciudad de Buenos Aires. “Viví 47 años en Ciudad y ahora que la vida me da esta posibilidad no me puedo votar, me quiero morir”, bromeó en esa ocasión.
En 2013 insistió en aspirar a un cargo de representación popular y fue postulante a concejal por el sector Matanza, en representación del PRO. En esa ocasión, contó con la bendición de Mauricio Macri. “Nadie puede dudar de la seriedad de Castrilli y eso es lo que queremos ver en política”, dijo el expresidente transandino. El exjuez, ya imbuido en su nuevo rol y en las formas de manejarse que hay que cultivar en esa actividad, calificó a la colectividad como “la alternativa para un futuro mejor”.
En enero de 2016, Castrilli ejerció su último cargo público: fue el director provincial de deportes federados.
Un tuitero implacable
El retiro de la actividad pública transformó al bonaerense en un comentarista tan implacable como cuando tenía el control de los partidos en sus manos. Su cuenta en Twitter se transformó en el principal depositario de sus comentarios y es probable que esa plataforma haya sido la que lo reposicionó como actor en el fútbol. Y quién sabe si en los hasta 240 caracteres que ocupaba para juzgar a sus pares haya estado la explicación por la que Milad fue a buscarlo para solucionar el lío en que se había convertido el referato nacional.
Por lo pronto, fueron varias las ocasiones en las que el exjuez se transformó en defensor de los intereses chilenos en la plataforma. Por ejemplo, frente a la sanción del penal de Guillermo Maripán en el partido ante Bolivia, en San Carlos de Apoquindo, no tardó en criticar al paraguayo Éber Aquino. “Maripán no tuvo intención, el disparo fue a un metro de distancia y el brazo justifica su ubicación porque acompañó el movimiento giratorio queriendo cubrirse del disparo y evitar el impacto”, evaluó, enérgicamente. “Lo que la gente pueda opinar por desconocimiento y/o creencia popular, en boca de supuestos idóneos, es una burrada monumental que confunde. La intención sigue siendo fundamental para sancionar manos”, añadía, para justificar su postura.
Después de la caída de Chile frente a Brasil, volvió a la carga. “No se juzga la intención, sino la imprudencia. Casemiro lo toca a Vidal, que se frena... ¿Por qué los árbitros peruanos (central y VAR, Haro y Carrillo) no lo sancionaron?” , posteó. Y luego, lanzó una bomba: “¿Qué impotencia, verdad? Ver cómo tanto en la Copa Libertadores, en sus clubes o Eliminatorias, Brasil siempre se ve favorecida con los fallos arbitrales… principalmente por las decisiones u omisiones del VAR… ¿Hasta cuándo?”. Esos cuestionamientos abiertos hacia la Conmebol hacen temer por la reacción del organismo frente a la designación. Aunque en sus posteos también apoyó al mismo Aquino, cuando no cobró penal por la mano evidente de Sebastián Coates, el Uruguay-Chile de la primera fecha de Eliminatorias (2-1). Un comentario contra la corriente, como siempre ha sido el estilo del transandino.
Castrilli es partidario del videoarbitraje, en cuyo uso se ha concentrado buena parte de los errores de los jueces en el Campeonato Nacional. “El VAR vino a aportar credibilidad y certidumbre en un medio ultra profesional”, dijo en su presentación en la ANFP. Mejorar su uso será una de sus primeras tareas. Por su figura y sorpresa de su nombramiento, de seguro tendrá muchos ojos encima de gestión. Como sucedía en la cancha, cuando parecía que expulsaba futbolistas casi por diversión.
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