Una noche muy extraña
Este fin de semana se cumple un año desde que se cancelaron los eventos masivos, comenzó el toque de queda y se terminaron las fiestas en Santiago. ¿Qué recuerdos quedan de esa última noche? ¿Cómo se sobrevive un año sin bailar? En la discoteca Blondie, al menos, ese sábado terminó con una promesa inconclusa.
Hacía dos semanas que Sebastián Elorza (26) venía pensando en lo que se pondría para la fiesta de ese sábado 14 de marzo: pantalones cuadrillé, una polera amarilla metida adentro, chaqueta de mezclilla y ojos delineados. Lo empezó a planear apenas le llegó el evento en Facebook de la noche noventera que organizaba la tradicional discoteca Blondie -una de las más importantes de Santiago, ubicada en plena Alameda- y no dudó en avisar con anticipación a su grupo de amigos para que se prepararan.
No era la primera vez que Elorza, un administrador público recién titulado, de la ciudad de Ovalle, asistía a las fiestas de ese lugar. Por esos días estudiaba en Valparaíso y se preparaba para entregar su tesis a finales de marzo. Llevaba casi seis meses en eso y, pese a que se había dicho a sí mismo que su último semestre no iba a interferir en su vida social, ni estresarlo de más, a veces el estudio le pasaba la cuenta.
Viajar los fines de semana a Santiago a bailar, para él, era una vía de escape. No solo por la calidad de las fiestas, también porque aquí había amigos suyos. Incluso se había conseguido la copia de la llave del departamento de uno de ellos para alojarse cuando quisiera. “Era como darse un lujo”, dice él.
Aunque ese lujo en 2019 comenzó a hacerse recurrente: “Desde agosto empezamos a viajar todas las semanas, y el tour se puso más duro: ya no era sólo ir a la Blondie los sábados, también los viernes íbamos a otras dos discotecas que estaban pegadas, Illuminati y Soda”, recuerda Elorza.
El fin de semana de mediados de marzo del año pasado era uno de esos para despejarse. Sobre todo porque, ese sábado, era la “Stranger Night” en Blondie: una inspirada en la serie de Netflix Stranger Things. “Ya habíamos ido antes y era una de mis favoritas. Esa onda de ir vestidos así como del pasado es muy nostálgico, como mágico”, recuerda. La invitación decía que, quienes fueran con sus mejores looks ochenteros y estuvieran dentro de las primeras 100 personas en llegar, entrarían gratis al evento.
Por eso es que, aunque la noche del viernes en Illuminati y Soda le había dejado una resaca que no lo tenía muy animado, Elorza se levantó –a las dos de la tarde–, fue con sus amigos a una feria a buscar tenidas para la noche y comenzaron temprano la previa en el departamento de una amiga.
A Camila Acosta (22), una estudiante de Ilustración que vive en Peñalolén, le gustaba la Blondie, pero no era tan fanática como Elorza. Había alcanzado a ir unas tres veces: le gustaba por la música ochentera y noventera que ponían algunos días de la semana. La “Stranger Night” cumplía con ese estilo, así que se entusiasmó y aprovechó de ir con una amiga de San Fernando que estaba en Santiago. Pero Acosta intuía algo que la hizo entusiasmarse aún más: “Le dije a mi amiga vamos, porque quién sabe cuándo iremos a volver”.
Ariel Núñez, productor general de la Blondie, ya había hecho mentalmente ese cálculo: no sería más de un mes el que estarían cerrados por la pandemia. Había pensado en ese periodo de tiempo porque venía llegando de Londres y, por lo que había visto allá, sabía que la cosa no pintaba bien. Pero a pesar de que el gobierno ya había anunciado que a partir del 16 de marzo se cancelaban todos los eventos masivos en el país, Núñez y su equipo decidieron hacer el evento igual: era una de las noches en que más se ganaba, pues esperaban a más de 1.300 asistentes. Aunque no faltaron los comentarios negativos de la gente que los tildaba de irresponsables por organizar una fiesta con el Covid-19 ya instalado en el país. Pero, además, había una cierta incertidumbre en él y en los trabajadores del lugar: “Estaba como esa inocencia de no saber dónde estábamos pisando”.
A las 23.30 del 14 de marzo, la fila de personas en la entrada, por Alameda, daba la vuelta a la esquina con calle Esperanza. Camila Acosta recuerda haber sido de las primeras: no había alcanzado ni hacer previa con su amiga para poder llegar temprano y entrar gratis. Sebastián Elorza se sumó más tarde. A diferencia de Costa, jamás pensó que esta podría ser su última noche de fiesta.
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Francisco Ferreira, el fotógrafo de los eventos en Blondie, había llegado temprano a trabajar. Quería captar los looks de esa fila y a la medianoche se instaló con sus equipos dentro del galpón. Era una fiesta especial. Una de las que, para él, mejor describen el espíritu de la discoteca: “Mucha gente viene aquí a liberarse y darles vida a esos personajes escondidos. Nadie te va a mirar raro o discriminar por cómo vayas vestido o cómo te maquilles”, asegura.
El ambiente no se sentía como si fuera la última noche. Aunque a las 0.30 Ferreira notó un par de cosas: que el galpón se había llenado antes de lo normal, con más gente que otras veces, y que había un ambiente eufórico. “Se sentía mucha energía acumulada, quizás porque como se habían cancelado algunos eventos por el estallido social, en marzo habíamos vuelto de esa pausa”.
Camila Acosta recuerda haber tenido esa sensación: “Fue una de las noches que más me desaté bailando. De alguna manera, uno sabía que tenía que liberarse”. La tónica no fue muy distinta a lo de siempre: bailar unos 20 minutos, salir a fumar y volver a bailar. Incluso, se subió a los cubos de madera negros que hay en la sala central para que parte de los asistentes la observaran. Esa es la idea: “Es pegarse el show, bailar y verse bacán”, dice Acosta. Pero pasada esa euforia, ya a las 2.00 am, se dio cuenta de algo: el aire se sentía pesado, como si la ventilación no estuviera funcionando.
Sebastián Elorza no sintió lo mismo. Pero sí notó que había una preocupación por cuidarse. “Nos dimos cuenta de que la gente bailaba más separada, los baños, que siempre estaban sucios en Blondie, ahora estaban impecables y por todos lados había alcohol gel”. Él mismo había conversado con su grupo de amigos sobre que, quizás, era mejor resguardarse un poco más esa noche: estar juntos la mayor parte de la fiesta, no confundirse de vaso, no darse besos con gente desconocida.
En eso estaba cuando se encontró con un tipo que le gustaba. Se tenían en Instagram y habían hablado un par de veces. “Me puse nervioso cuando lo vi, él andaba solo y no alcanzamos a conversar tanto, pero de repente nos mirábamos con una sonrisa nerviosa”, comenta Elorza.
Mientras eso ocurría, un poco más allá, Francisco Ferreira hizo una pausa con sus fotos. Se paró en medio de la pista central y se puso a mirar a la gente: de un momento a otro el pensamiento de que todo esto podría acabarse con el Covid se le vino encima. “Pensé en cómo iríamos a combatir el virus que había llegado a Chile. Que, quizás, habría que reducir el aforo de los eventos, pero nunca me imaginé que esto se iba a acabar”.
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A causa de la falta de aire, Camila Acosta fue de las primeras en irse. Después de bailar en los cubos negros, se sentó junto a su amiga en un sillón y, minutos después, se dirigieron a la salida del subterráneo del antiguo Cine Alessandri, donde está ubicado el galpón. “Estaba el mismo guardia de siempre en la reja. Nunca me acuerdo de su nombre, pero siempre me dice ‘cuidado con el celular, señorita, se lo pueden robar’ o ‘¿ya está su Uber’? Me muero volver y que no esté él”, cuenta.
Entre las cuatro y las cinco de la mañana, Francisco Ferreira comenzó a notar cómo se vaciaba la pista central y todos se dirigían al guardarropía a buscar sus cosas. Ariel Núñez, incluso, recuerda la última canción que pusieron: Running up the hill, de Kate Bush. Con esa sonando, empezaron los aplausos, se prendieron las luces y Núñez comenzó a ordenar. Recuerda que les dijo a sus colegas que dejaran bien guardados y tapados los equipos: “Antes de irnos dijimos ‘bueno, muchachos, los mantenemos informados. Esto va a durar un mes máximo”.
Desde ahí que a muchos de sus colegas no los ha vuelto a ver. Luego de ese día, las cosas empeoraron: tuvieron que acogerse a la Ley de Protección del Empleo, e incluso, a Debbie, la gata famosa que tienen de mascota, tuvieron que trasladarla a un hogar temporal en el que permanece hasta hoy. Núñez también se replanteó si valía la pena seguir trabajando en este rubro: “Ya en el peak me puse a pensar que quizás esto no iba a volver a ser normal en los próximos cinco años”.
Francisco Ferreira también pensó si seguir o no como fotógrafo, pero no se demoró mucho en decidir: la cámara en Blondie le había abierto puertas para otras oportunidades, y estaba seguro de que eso iba a volver. Pese a que en los primeros meses estuvo estancado, consiguió un trabajo administrativo. A medida que liberaron las cuarentenas, le empezaron a salir pequeños proyectos que lo ayudaron a levantarse.
Eso sí, en Blondie reconocen algo: el contacto con la gente no se perdió. Siguieron comunicándose y haciendo eventos online por las redes sociales, y eso, incluso, hizo que conocieran más a sus clientes. “Hay que hacerse cargo de la salud mental de las personas. Así como venían chicos de región, había mucha gente que era como su válvula de escape salir los fines de semana a la Blondie. Y de un momento ya no tienes eso, te quedas encerrado en tu casa. De alguna manera había que acompañar al público, devolver esa fidelidad de tantos años”, explica Núñez.
Sebastián Elorza no se perdió ningún evento online, mientras hacía cuarentena con su familia en Ovalle. Sobre su tesis, el 20 de marzo la presentó por una reunión de Zoom y logró titularse. Y aunque ha disfrutado este tiempo con su familia, dice que la tónica de viajar los fines de semana a Santiago va a seguir, y apenas abra la Blondie, esta vez será el primero en la fila.
Existe una sensación entre los asistentes de esa fiesta: pese que no se sintió como la última noche, la “Stranger Night” con el tiempo ha ido agarrando tintes épicos. “A veces me entra nostalgia cuando pienso en eso. Si hubiera sabido que no iba a volver, me hubiera quedado hasta el cierre, fatigada o no”, dice Camila Acosta.
Núñez también lo ha notado en los comentarios del grupo de Facebook: muchos le escriben contando lo bien que lo pasaron ese día. “Siempre me da el morbo de pensar en la gente que no fue porque estaba cansada, porque prefirieron ir la próxima semana, y que ya haya pasado un año sin salir a bailar”.
Sebastián Elorza también la recuerda así. Aunque hubo cosas que quedaron pendientes. “Yo a las 5.30 de la mañana estaba sentado afuera de la Blondie y el tipo con el que me encontré se acercó para despedirse. Después pensé: ‘Ojalá en la próxima fiesta podamos bailar, porque yo, de nervioso, no bailé con él en esta’”, cuenta. De ese sábado ha pasado un año. Esa próxima vez para Elorza aún no llega.
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