Víctor Orellana, sociólogo: “Vamos a ver si el estallido tiene la capacidad de devenir una república”
El exdirigente de la FECH, miembro de la fundación Nodo XXI y militante del partido Comunes, habla del momento político, de las opciones de la izquierda y de los rasgos del “nuevo pueblo”.
Nació en la región de Atacama, fue alumno del Liceo de Aplicación y secretario general de la FECH. Es sociólogo especializado en educación y candidato a doctor en Ciencias Sociales. Víctor Orellana (38) milita en el partido Comunes desde su fundación, en 2019, y antes lo hizo en Izquierda Autónoma. Es de los egresados de Sociología de la “U” que se nuclearon en la fundación Nodo XXI, presidida por su colega Carlos Ruiz (conocido como el “ideólogo” del Frente Amplio) para aportar, en sus palabras, “a los esfuerzos de resistencia al neoliberalismo, de carácter popular, social, que se fueron construyendo en más de una década”.
Es militante, entonces (uno involucrado, por de pronto, en la campaña de Ruiz a constituyente por el distrito 10, y que casi fue candidato por el 12), pero aclara que no habla a nombre de Comunes. Hecha la aclaración, examina el momento político, piensa en el futuro constituyente y hace definiciones varias. En la izquierda hay una respuesta, piensa, pero también requisitos por cumplir.
Algunos en el FA se plantearon en su minuto trascender la pertenencia a la izquierda. ¿Ve como algo superado el desprenderse o prescindir de esa etiqueta?
Siempre nos hemos sentido parte de los valores y los horizontes de la izquierda. El problema es que pensamos que a la nueva sociedad que ha surgido en el neoliberalismo le corresponde construir una nueva izquierda, más allá del nombre, de la etiqueta. Creemos que es un proceso que está todavía en construcción. El Frente Amplio fue un intento. Va a haber otros intentos, porque esto es un proceso muy dinámico, pero yo diría que esa fue nuestra formulación. Y no vamos a caer nunca en un discurso antipolítico: queremos rescatar la política.
“El que viene rodando es un nuevo proceso de constitución de un nuevo pueblo”, dice Carlos Ruiz en El octubre chileno. ¿En qué consiste este nuevo pueblo y en qué medida algún sector puede ir de su mano?
¿Por qué es nuevo este pueblo? Porque trae en su génesis una potencialidad que no está presente en otros momentos históricos. Esa potencialidad tiene que ver con personas que están demandando mayor autonomía individual y echando por tierra buena parte de la prepotencia y del control elitario que predominó en 200 años de República. Hubo luchas populares antes, esta no es la primera, pero acá hay potencialidades nuevas. Y me parece que estas potencialidades tienen que ver con que las personas y las organizaciones sociales están pidiendo ser protagonistas, no sólo ser los borregos de los partidos políticos, no sólo ser la masa.
¿Cómo se expresaría ese protagonismo?
Estamos habituados a entender que lo colectivo y lo nacional es a costa del individuo, y es al revés. En el futuro, las personas van a demandar mayor autonomía individual, pero eso va a sofisticar la vida colectiva, no a negarla. Creo que el mercado ha vendido una falsa idea de autonomía individual y te reduce la libertad. La democracia representativa hace lo mismo al reducir el problema a si tu eliges tal o cual líder con tu voto, cuando lo que está ocurriendo es que las personas quieren crear, no sólo elegir: crear sus propias vidas, crear horizontes distintos para la vida colectiva y nacional. ¿Cómo se articula eso en una nueva política? Yo creo que no es con la muerte de las organizaciones políticas, sino precisamente con su refundación. Y su refundación supone entenderlas no sólo como aparatos burocráticos que acarrean votos, sino como espacios de deliberación, con que cada vez hay más ansias de participar y de ser determinantes. El punto es cómo se combina una sociedad con identidades más particulares o con individuos o personas que quieren más espacio, con una vida nacional, con un concepto más rico de democracia, más denso, que no se reduzca sólo a la delegación del voto, sino que tenga que ver, por decirlo de una manera, con la democratización de la vida cotidiana.
A propósito de democracia y representación, usted tiene oficio en asambleas, y en Comunes hay quienes expresan simpatías por una “democracia semidirecta”. ¿Qué compatibilidades ve ahí?
Lo que estoy diciendo no implica tirar a la basura el principio de la representación, pero el principio de representación no es el único ni el principal para definir la democracia. La democracia tiene que ser, en mi opinión, una combinatoria de distintos instrumentos que permitan la soberanía popular y la soberanía individual sobre la vida. Y eso supone mecanismos de democracia directa, porque aquí yo creo que estamos hablando de una definición refundacional de la democracia. Tal como en algún momento se piensa que el sistema político requiere balances entre Legislativo y Ejecutivo, yo creo que en el futuro se requiere reconocer a los contrapoderes legítimos de la sociedad como partícipes de esa democracia. Es decir, se requiere reconocerles no sólo poder de control o poder revocatorio, sino también lo que llamo la “iniciativa popular institucional”. Por ejemplo, que puedas fundar una escuela. Hoy, por la legislación, fundar una escuela es un acto de mercado: el capital funda escuelas. Y lo que estoy planteando es que los sujetos, en el ejercicio de sus derechos políticos, puedan fundar una escuela. Cómo se administra, cómo se dirige, da lugar a todo un proceso administrativo, institucional, pero la idea es incorporar un mapa más distribuido y más complejo del poder social. Porque hoy, bajo la lógica de la representación, en realidad lo que hay es la captura: una captura empresarial de la política bajo la ilusión de la representación.
Ahora, esto también implica, y acá les hablo a quienes protestan, mayor responsabilidad. Porque si yo quiero que se hagan valer mis derechos y mi opinión, no sólo tengo que reclamar: tengo que participar, tengo que aportar. Se están construyendo organizaciones a nivel de base, la gente se está dando cuenta de que protestar es una parte, pero que hay otra que es construir y que implica trabajo. Por ejemplo, la nueva institucionalidad tiene que darle tiempo a la gente para que pueda participar. Tiene que haber horarios protegidos, incluso en el trabajo, para que la gente pueda organizarse, pero luego tengo que pedirle a la gente…
…que participe.
Sí. No estoy diciendo que deba haber voto obligatorio, sino que debe haber una especie de responsabilidad cívica de mayor participación, pero para eso hay que dar espacio porque, si no, esos espacios los agarra una burocracia que después no los suelta, y se transforman en partidos políticos, se llamen partidos o no. Ahora, quiero defender a las organizaciones políticas: tiene que haber espacios de síntesis de distintas visiones de la sociedad, distintas corrientes de opinión, que se pregunten por la vida nacional, para dónde va Chile. El problema es que esas organizaciones políticas que tienen que hacer las síntesis entre distintas partes de la sociedad tienen que repensarse, y ahí creo que el partido político clásico del siglo XX no da el ancho.
¿Y qué daría el ancho?
Yo creo que hay que reimaginar la organización política, y tiene que ser una organización política muy imbricada, muy porosa a la sociedad, que sepa escuchar y cuyos protagonistas no sean sólo sus líderes. Hay que recuperar un poco ese ethos del movimiento social chileno, darle mayor protagonismo a los integrantes de los movimientos, de las organizaciones, que a sus líderes. Para que exista la izquierda del siglo XXI, no son reproducibles esquemas basados en el líder.
Pero la idea misma de liderazgo tiene un arraigo, ¿no?
Yo creo que no. Fíjate en las encuestas y los liderazgos presidenciales que van ganando hoy, con 17-18%, que es nada. Eso en los ’90 no era nada. Ahora, en toda la historia los grupos han tenido líderes, pero ese no es el debate. Hoy , el debate es sobre la relación entre personas que hacen las veces de voceros y las otras. La idea de vocero es, precisamente, la de una persona que trata de emanar una voz colectiva. Yo diría que el pueblo chileno ya no ve a sus líderes potenciales como figuras divinas por las que valga la pena anularse, sino que sienten, y con razón, que ellos son de la misma materia prima que sus líderes. Por lo tanto, de alguna manera -y enhorabuena que así sea- les faltan el respeto. Y eso es bueno.
¿Qué se está jugando en las elecciones de este fin de semana?
Nos jugamos la posibilidad de que este nuevo Chile que reventó y que creció a espaldas de la institucionalidad, sea capaz de darse una forma institucional. Es decir, vamos a ver si el estallido tiene capacidad de devenir una república, de hacerse un país nuevo. Lamentablemente, los partidos políticos leyeron este proceso como una elección más. Y lo digo autocríticamente también, en cuanto al Frente Amplio.
Creo que los partidos leyeron mal el proceso y hoy se pagan las consecuencias de un proceso constituyente que a la gente le está pareciendo confuso, mezclado con otras elecciones y demasiados candidatos. Producto de esta mala lectura, fue perdiendo centralidad la elección de la Convención Constitucional. Los partidos tienden a estar más preocupados por el gobierno, por la próxima elección presidencial y parlamentaria. Ahí se cometió un error, y si ese nuevo Chile que surge no deviene República, es decir, no se hace un país con sus instituciones, con su concepto nuevo de democracia, Chile puede entrar en una crisis mucho más complicada, mucho más difícil.
¿Qué consideraría un buen resultado?
Que haya una amplia participación. Eso significa que el pueblo chileno está apropiándose de los espacios y que la posibilidad de abrir nuevos espacios institucionales. Y en segundo lugar, que la derecha, sobre todo, y también la fuerza tradicional de la Concertación, se lleven una importante derrota electoral. Ahora, es muy difícil aventurar un pronóstico. Ya no son las elecciones a las que estamos acostumbrados, y no está claro cuáles van a ser las distribuciones electorales nuevas. Y quisiera también que la primera fuerza sean las fuerzas populares y sociales que van en el campo de los independientes (porque también hay independientes que reciben financiamiento empresarial, como los Independientes No Neutrales): la Lista del Pueblo, en la Lista de los Movimientos Sociales, junto con la Lista de Apruebo Dignidad.
¿Y si no pasa eso?
Si hay una baja participación y si tienen primacía las fuerzas tradicionales, entonces significa que el malestar del pueblo chileno -porque el malestar sigue ahí, el estallido sigue ahí- no está apropiándose de la apertura institucional, y por lo tanto eso nos puede llevar a una situación de crisis más prolongada. Creo que los sectores que ponen en duda el proceso constituyente, a quienes nunca les gustó el proceso constituyente, o los sectores que ven al proceso constituyente como una elección más, no se dan cuenta de que incuban una crisis mayor.
¿Y si hubiera una participación alta, pero resultados insatisfactorios?
Si hubiese un resultado electoral bueno de la derecha, habría que prender la luz roja de una posibilidad de reversión democrática. Lo que pasa es que hay un sector de la derecha intentando construir a un votante popular fascista, y eso también les pone una luz de alerta a las fuerzas democráticas, de que el imperativo de unirse y articularse es mucho mayor.
¿Qué espera de la conversación constituyente?
Yo creo que todo proceso de transformación es paulatino y es siempre complejo. Tiene distintas variantes, hay distintos intereses en juego, y es un proceso que va a ser lento: se va a acelerar por momentos, pero no va a ser de un día para otro. Vivimos en una sociedad muy centradas en cosas de corto alcance, de corto aliento. Ahora, la única forma de hacer que esto no fracase es abrirlo a la sociedad. Si se excluye a la sociedad, si se legitiman las reuniones secretas, por ejemplo, se va a hacer fracasar la constituyente.
¿Aspira a una transparencia total?
Es preciso que las discusiones de la constituyente sean legítimas, y para eso deben ser conocidas. Aquello que se desconoce, no puede proveer legitimidad. Quienes están planteando las reuniones secretas, están jugando con fuego. Es un gesto de provocación.
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