Amistad, influencia y un golpe a la cátedra: la huella de Armando Manzanero en Chile

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El fallecido cantante se inició como pianista de Lucho Gatica, unidos durante sus primeros años por la amistad y el compadrazgo artístico. También fue admirado por Sonia y Myriam, vino al Festival de Viña de 1968 y escribió nada menos que Huele a peligro para Myriam Hernández. Beto Cuevas lo define como el mejor autor romántico de la historia.


En noviembre de 2018, en el funeral íntimo que despidió al cantante chileno Lucho Gatica en el Panteón Francés de Ciudad de México, de pronto llegó una corona de flores con un remitente especial y significativo: Armando Manzanero.

La leyenda mayúscula del bolero mexicano enviaba su último adiós a otra institución del género, pero nacida mucho más al sur. Un gesto protocolar de réquiem y despedida que encarnaba el abrazo entre dos figuras que desde distintas latitudes definieron el imaginario romántico de mediados del siglo XX, cada uno en su estilo, ambos apoyándose en el despegue de sus respectivas trayectorias, para después inmortalizarse como emblemas de un cancionero en sepia irrepetible. Gatica y Manzanero: apellidos que siempre parecieron avanzar de la mano.

Armando Manzanero

Cuando el cantante chileno comenzó su escalada internacional -luego de presentarse en Colombia, Cuba, Argentina y Venezuela, y cuando su suceso en su país ya era creciente-, en 1955 llegó a Ciudad de México. No era cualquier aterrizaje: el DF era el epicentro mundial del género, gracias a su cercanía con La Habana (otro eje del catálogo melódico en español de esos años) y a una industria discográfica en pleno apogeo.

Por eso, Gatica entró a México a los tropezones, demorando un tiempo en conquistar a una nación que, con los años, se convertiría en su segunda patria artística. Pero a fines de los 50, ya tenía un programa de televisión conducido junto a la actriz Esther Fernández, protagonista de la famosa película Allá en el rancho grande (1936) junto a Tito Guízar. Al mismo tiempo, empezó a rodar películas como Tinieblas, Que seas feliz, y la célebre No me platiques más.

Y cuando le tocó actuar en TV, el medio que por esos años nacía entre las masas para arrebatarle el reinado a la radio, quizás la gran prueba de fuego frente al público, se acompañó de un joven pianista llamado Armando Manzanero. La química y la amistad fueron inmediatas.

Tras ello, emprendieron una gira juntos por Estados Unidos y el rancagüino grabó la primera canción del pianista como autor, Voy a apagar la luz.

En entrevista en 2018 con La Tercera, así recordaba Manzanero los días en que se conoció con Gatica: “Lo conozco porque él vivía en una esquina. Mire cómo será mi relación con Lucho, que él vivía en una calle que se llama Jazmín 1, en una colonia muy bella que es San Ángel, ahí vivía. Yo era promotor de música de una editorial muy importante de aquí de México y yo le llevaba las canciones para enseñárselas, para que él las grabara. Así me conoció y un día me invitó a ser su pianista, y durante cinco años viajé por todo el mundo con él, y es así como me grabó la primera canción que es éxito mío mundial. Se llama Voy a apagar la luz”.

En ese mismo diálogo, Manzanero no ahorró elogios para calibrar la huella artística e interpretativa del artista nacional: para él, simplemente había sido un revolucionario del bolero, un personaje que traza un cisma en el estilo. “Muchos cantantes podían cantar, con una voz pequeña y con un gran sentimiento y una forma de sentir los boleros. La canción romántica, antes de Lucho Gatica, pues casi todos los cantantes eran tendientes a ser tenores y él fue el que cambió esa idea”, comentó.

Huele a fenómeno

Tales palabras parecían una vuelta de mano décadas después y de alguna forma lo eran: Gatica fue un gran promotor de su amigo Manzanero en sus primeros años. Sobre todo en la escena chilena.

Según el libro Historia de la música popular en Chile: 1950-1970, los éxitos del mexicano empezaron a sonar con fuerza en nuestro país hacia 1967, sobre todo en el sur.

La publicación El Musiquero incluye en diciembre de 1967 -en el cénit de la psicodelia a nivel mundial- cinco de sus boleros entre lo más destacado de la temporada, entre ellos Contigo aprendí y Cuando estoy contigo, subrayando que se trata de “el autor de moda de todos los intérpretes de la actualidad”.

La revista Ritmo, la de mayor tiraje y éxito en esos años, incluía también en su sección de guitarra el que sería el mayor hit del norteamericano en Chile: Esta tarde vi llover. Todas las descripciones que se hacían en Chile de su música tenían además cierta evocación nostálgica, ya que argumentaban que su voz era plácida, que tenía buen gusto y que había recuperado cierta calidad para la creación hispanohablante de ese momento.

El mismo cantante vino a hacer sus primeros conciertos en Chile a fines de los 60. De hecho, estuvo en el Festival de Viña de 1968, donde se deshizo en elogios para la agrupación local Los Bric a Brac.

Quizás por todo ese influjo, hubo otros representantes de la cultura nacional que también se rindieron a la impronta de Manzanero: el clásico dúo Sonia y Myriam siempre lo reconoció como una brújula. Para corroborarlo, a principios de los 60 registraron un cover de su tema Ven a mi.

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El dúo Sonia y Myriam.

Y como el romanticismo no sabe de épocas ni de distancias –vaya si lo tuvo claro Manzanero-, muchas décadas más tarde fue el turno de Myriam Hernández. En pleno minuto de internacionalización de su carrera, la cantante integró en su disco Todo el amor (1998) –trabajado en Los Angeles junto a Humberto Gatica- el track Huele a peligro, escrito por el fallecido autor.

Fue un golpe a la cátedra, un himno instantáneo, hasta hoy uno de los más grandes sucesos en el repertorio de la chilena. Por esos días, tanto Hernández como Manzanero cantaron juntos en varios programas de TV, ella al micrófono y él al piano, conversando y bromeando, tal como lo había hecho con Lucho Gatica cuarenta años antes.

“Desde que Armando Manzanero me la envió, tuve la certeza de que sería un éxito. Claramente provoca una complicidad secreta entre el público y yo”, comentó la chilena con respecto al tema en 2015.

El mejor de todos

El también productor pasó nuevamente por el Festival de Viña en 1991 y se convirtió en número frecuente de la cartelera chilena, con temporadas donde visitaba algún escenario del país casi todos los años.

Uno de los últimos productores que lo trajo fue Carlos Lara, en junio de 2019 al Movistar Arena, para el festival Imagina que compartió con Luz Casal y Mocedades, entre otros. Lara recuerda: “Era un hombre muy simpático, siempre con la talla a flor de labios. Recuerdo que me dijo que él no esperaba un escenario tan grande, porque era muy pequeño en estatura. Pensaba que nadie lo iba a ver. Yo le dije que no había problema, que tranquilo, que todo se solucionaba con las luces. Además, su talento iba más allá del porte que él tuviera”.

Además, el promotor recuerda que en esa época habían conversado la opción de realizar una futura gira por Chile, la que naturalmente quedó en nada.

Armando Manzanero
Una imagen del último show que dio el mexicano en Chile, en junio de 2019 en el Movistar Arena. Gentileza Carlos Lara.

El ejecutivo también estuvo detrás de un proyecto de duetos que a principios de los 2000 el norteamericano grabó con distintas figuras de la región. Fueron dos álbumes, con el segundo de ellos centrado en artistas sudamericanos, sobre todo chilenos: ahí participaron José Alfredo Fuentes, Douglas y Tati Penna.

Beto Cuevas también conoció a Manzanero en distintas premiaciones, además de declararse un admirador de un catálogo que marcó a generaciones completas de latinoamericanos. Así lo recuerda en conversación con La Tercera PM: “Tuve la oportunidad de conocer al maestro Manzanero en una ocasión y me pareció una persona muy educada y amable. No puedo decir más porque no lo conocí en profundidad. Desde niño conocía sus canciones, porque mi padre tenía mucho de sus discos y gustaba de lo que él hacía. Fue probablemente uno de los mejores, sino el mejor compositor romántico de la historia”.

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