Ennio Vivaldi: “Consagrar en la Constitución el derecho de las universidades privadas buenas a recibir recursos es ridículo”
El exrector de la Universidad de Chile y hoy embajador del país en Italia, aborda el nuevo proceso constituyente e insiste en la idea que defendió a brazo partido durante el 2022: "Es brutalmente agresivo pretender tergiversar el concepto definitorio de nuestras universidades públicas", dice.
Ennio Vivaldi no se detiene. Su agenda goza de escasos espacios libres, tal como sus frenéticos últimos meses: en septiembre de 2022 fue anunciado como nuevo embajador de Chile en Italia poco tiempo después de haber dejado de ser el rector de la Universidad de Chile, cargo que ejerció durante ocho años.
“Para mí fue una gran sorpresa. De las muy diversas funciones que cumple un rector como el de la U. de Chile, en una de las que me sentí mejor fue en el mundo de la interacción con autoridades y diplomáticos de otros países. Yo creo que fue idea de gente que me vio funcionar en ese ambiente y se imaginó que podía hacerlo bien”, dice a La Tercera PM.
Cerca de medio año después de haberse afincado en Roma, el médico cirujano, de paso en Chile por el lanzamiento del libro La universidad pública amenazada. 40 años en el mercado chileno de la educación superior, que publicó junto a otras cuatro personas, se da una pausa para analizar el nuevo proceso constituyente y la materia que le apasiona: la educación superior.
¿En Italia se habla del reciente proceso social de Chile?
Es un tema de interés, pero diría que el interés político por Chile es anterior. El Golpe de Estado fue algo que nosotros ni nos enteramos cuán interesante fue para el resto del mundo, especialmente en Italia, por las circunstancias que ahí vivían. Para ellos Chile es un referente muy importante. Me atrevería a decir que eso es más relevante que lo que ha ocurrido ahora.
¿Qué lecciones se deben sacar del proceso constituyente fallido?
Mi respuesta está muy condicionada por cosas que vi, o mejor dicho que sufrí, como rector. Una cosa clave es que quienes quieren hacer cambios estructurales tienen que decidir entre si los hacen o si solo se dan el gusto de gritar y proclamar cosas. Curiosamente, y esto suena casi como un chiste cruel, una consecuencia del neoliberalismo es la exacerbación de los egos. Entonces, a la gente no le importa cambiar el mundo objetivo tanto como le importa darse el gusto de decir cosas. Un tema totalmente distinto y que no puede dejar de ser considerado es la forma como se manejó la cobertura en todos los medios tanto del proceso constituyente como del Apruebo o el Rechazo.
¿Dice que los medios incidieron en el resultado?
No quiero enfatizar eso, quiero decir que el clima que se vivió en Chile desde el inicio del proceso constituyente –recuerde que tuvimos que salir a tender una mano- fue de un sentido de desvalorizar muy peyorativamente desde distintos medios. Se generó un ambiente de descalificación del proceso constituyente desde la partida. Una vez que ocurre eso se va generando un ambiente de ineptitud. Era muy fácil tomar los puntos donde podía haber más gente en contra, inflarlos y hacer de ellos el conflicto.
¿Por eso ganó el Rechazo?
No. La Constitución pudo haberse hecho en términos mucho más inteligentes, sin duda, eso está fuera de toda discusión. Pero una vez que se desacredita, es muy difícil. A un conductor de taxi en Concepción le pregunté qué iba a votar y me dijo: ‘Rechazo, porque se quiere cambiar la historia de Chile y su bandera’. En esa respuesta no había nada que tuviera que ver con el sistema de salud, de previsión o educación. Otra cosa interesante es preguntarse cómo se comportó luego el Apruebo o lo irresistible que a muchos les resulta ponerse bajo el paraguas del 62%.
Usted vivió de cerca el proceso, ¿personalmente le dolió el Rechazo?
Ya que le está preguntando al Ennio Vivaldi persona, para mí fue tremendamente triste el 4 de septiembre de 1964 cuando pierde la elección Salvador Allende. Aquí no fue triste perder el referéndum, sino que el país no había sido capaz de enfrentarse con un modelo de sociedad que nos ha condicionado -a mi juicio mal- y analizarlo, si nos gusta, si lo cambiamos radicalmente, si dejamos algunas cosas que parecen no tan malas. Esa discusión no se dio nunca. Siempre se hablaba de con qué vestido fue la presidenta de la Convención.
Instancias no faltaron, ¿qué falló, entonces? ¿Fueron los constituyentes?
No me da la impresión de que la responsabilidad estuviera tanto en manos de ellos, aunque a lo mejor podría haber habido más esfuerzos de tino político. Se generó un ambiente de percepción común, donde muchas veces se usaron palabras como que hay un país crispado, que todos son enemigos de todos, muy centrados en la descalificación, un ambiente que disfruta de pequeñeces que persiste hasta hoy, eso es lo más grave. A mí me gustaría que se converse con datos, con que la gente se pregunte ‘¿cómo me ha ido a mí y mi barrio con este sistema?’. Y a lo mejor hay gente que está bien. Ese tipo de preguntas no hubo y ahora pasan por secretaría en ese 62% que rechazó.
Usted protagonizó el debate sobre si lo público es lo estatal, ¿esas discusiones fueron erradas? ¿Los tonos estuvieron bien?
Siempre estuvimos disponibles para trabajar con todas las universidades. Hay temas que son de principios. A mí me cuesta creer –y no tengo por qué suponer mala fe- que en este tema de lo público no se perciba que es una agresividad brutal. Es como que yo le dijera a una universidad católica ‘no, señor, usted no tiene derecho a llamarse católica, yo soy tan católica como usted’. Los argumentos de los que hablan de lo público los considero fantásticos y únicos. A nivel global no hay universidad privada en el mundo que pida, quiera, o se le ocurra llamarse pública. Si usted va donde el rector de una universidad católica en Europa y le dice ‘usted es una universidad pública’, agradezca que lo más probable es que esa persona sea un sacerdote, porque si no, le pega.
El argumento que dan desde la Red G9 es que es limitado homologar lo público a lo estatal.
El argumento de que cumplen funciones públicas es ridículo, porque qué universidad en el mundo podría no cumplirlos. Si no están encerrados en una cocina o una buhardilla. Toda universidad va a tener una implicancia pública y eso es muy obvio en Chile, donde uno sí podría hablar de universidades tradicionales o no. Una discusión que se dio en las universidades privadas cuando ocurrió esto fue que unas les preguntaron a las otras: ‘¿Y por qué ustedes son más públicas o menos privadas que nosotros?’. Es súper interesante que mientras en el Cuech (Consorcio de Universidades del Estado de Chile) logramos establecer un espíritu común, no lo logramos en el Cruch (Consejo de Rectores). Por el contrario, se antagonizaron a las universidades públicas desde las universidades privadas del Cruch. El modelo de los Chicago Boys, hecho por académicos que usted sabe de dónde son, dice que lo público es lo fracasado. El país en que se desprestigió sistemáticamente lo público y se privilegió lo privado es Chile y ocurre que hay universidades privadas que quieren ser llamadas públicas, eso es fantástico. Vaya a preguntarle a cualquier colegio privado o clínica privada si ahora quieren llamarse liceo u hospital. Haga una isapre y le pone como propaganda ‘esta isapre lo tratará igual que Fonasa’. Es increíble.
¿Usted dejaría tal cual el borrador en lo referido a educación superior?
No veo nada terrible con lo que ahí se aprobó. Sería interesante saber cuánta mención hacen a la educación privada las constituciones en el mundo, no lo sé. Lo que sí es cierto es que me da la impresión de que en Chile el sector privado de universidades es extraordinariamente poderoso. Ahora, yo no tengo ningún problema con que se explicite -como se ha hecho siempre- que en Chile el Estado siente que tiene una responsabilidad en cuanto a financiamiento no solo para sus universidades. Sin ser experto en constituciones, me parece que tiene que garantizar los derechos de lo público, por tanto, es razonable que la Constitución se preocupe de sus universidades públicas. Y, por el contrario, no sé cuánto derecho tiene una Constitución de decirle a la iglesia Católica qué tiene que hacer con sus universidades. Ahora, si se trata de garantizar el financiamiento, no tengo ningún problema, si siempre ha sido así. Pero, ¿cómo va la Constitución a garantizar cosas a privados? A mí no se me ocurre cómo, eso lo sabrán los expertos, que ellos resuelvan cuáles privadas sí y cuáles no. A mí lo que me interesa es que se respete lo público y lo que me preocupa es que esto pueda ser un mecanismo para privatizar lo público. Hay que tener un cuidado extremo, a lo mejor estamos abriendo una puerta. La verdad, la necesidad de consagrar en la Constitución el derecho de las universidades privadas buenas a recibir recursos es ridículo. Es brutalmente agresivo pretender tergiversar el concepto definitorio de nuestras universidades públicas.
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