Iván Jaksic, Premio Nacional de Historia: “Hoy tenemos la oportunidad de tener un sistema político más sensible y representativo”

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Iván Jaksic, premio Nacional de Historia, en Conversaciones LT.

Académico de Stanford y de la Universidad Adolfo Ibáñez, el autor de Andrés Bello: la pasión por el orden estuvo en Conversaciones LT y analizó el momento histórico que atraviesa el país. "Ahora tenemos que construir con los escombros de lo que fue un sistema que nos funcionó pero que necesita reforzarse, necesita un nuevo consenso", afirma.


La trayectoria personal y profesional de Iván Jaksic (1954) se cruzó con la historia del país de un modo indisoluble. A inicios de los 70 entró a estudiar Filosofía en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, en un momento de grandes tensiones sociales. Tras el golpe militar salió al exilio hacia Estados Unidos, donde se doctoró en historia. En los 90 analizó al transición a la democracia, y hoy observa que asiste a un nuevo momento de contornos históricos.

Tras los movimientos sociales del año pasado y en medio de la pandemia, Iván Jaksic piensa que “existe al menos la oportunidad de reconocer que la vida en sociedad tiene dimensiones más allá de lo político y económico: en particular, lo que significa vivir en una comunidad y respetar los derechos de los demás”, como escribió en su ensayo El futuro del Estado en Chile, recién publicado por la prestigiosa Harvard Review of Latin America.

Doctorado en la Universidad Estatal de Nueva York, representante en Chile de la Universidad de Stanford y académico de la Universidad Adolfo Ibáñez, Jaksic es el nuevo Premio Nacional de Historia 2020 y participó del ciclo de Conversaciones LT.

Autor de la biografía Andrés Bello: la pasión por el orden y del ensayo Rebeldes académicos: la filosofía chilena desde la Independencia hasta 1989, Jaksic abordó su trayectoria intelectual y su interés en el primer rector de la Universidad de Chile. Describió el debate intelectual de mediados del siglo XIX, donde intervenían Bello, José Victorino Lastarria y Francisco Bilbao.

Uno de esos debates tenía relación con la historia: “El debate en torno a cómo se entiende la historia es como una señal muy importante de por qué lado va la conciencia nacional y los intereses que hay. Para Bello, lo importante era integrar el pasado, reconocer el período colonial, sin castigarlo por afanes ideológicos. Lastarria tenía otra visión, de que para poder construir una república democrática era necesario destruir ese pasado, identificar lo malo que venía de ese pasado, que para él eran dos cosas, era el autoritarismo y la Iglesia Católica, y Francisco Bilbao también de un ala más radical, pero dentro de un mismo abanico republicano. Había también otros debates, pero lo fundamental era qué tipos de valores son los que vamos a rescatar, los de la continuidad o los de la ruptura, y allí triunfó Bello”.

Hoy vivimos un momento de revisionismo histórico, el año pasado durante las manifestaciones sociales se derribaron monumentos, hace poco el Museo británico removió la estatua de su fundador. ¿Qué piensa de ello?

Es algo global, tal como el caso de Gran Bretaña, está ocurriendo en Estados Unidos. Se están cambiando los nombres de las avenidas, se están sacando monumentos. Es parte de un proceso global que también ha llegado a Chile. Para mí francamente es algo sano el discutir, porque hace que las nuevas generaciones aprendan de lo que era el contexto. Es traer la historia al presente. En lo que no estoy de acuerdo, y lo dije en La Tercera en su momento, es que se haga a martillazos. No. Debatamos a propósito de si es mejor que la estatua esté con un esqueleto de dinosaurio, o con un mamut, pero no lo hagamos a martillazos, hagámoslo después de un consenso. Démosle su lugar a las generaciones que construyeron estos símbolos que en algún momento fueron símbolos de unión y que ahora se transforman en símbolos que dividen. Es un proceso natural de la historia de la vida de las sociedades, pero lo que impacta y lo que entristece es que se haga de la forma en que se ha estado haciendo.

¿Está de acuerdo con rebautizar la Plaza Baquedano como Plaza de la Dignidad?

Creo que siempre va a haber, tal como en la Constitución, un tema de legitimidad de origen, es decir, ¿por qué se llamaría ahora Plaza de la Dignidad? Fue por el estallido social. Es decir, al tratar de resolver un problema creamos otro. Trato de ser lo más objetivo, de mirarlo de afuera, pero me parece que lo peor es ponernos a cambiar los nombres sin una discusión, sin un mecanismo en donde logremos un consenso. Porque o si no, tendríamos que entrar al Museo Histórico Nacional y arrasar, entrar con una aplanadora, y no se trata de eso, para algo existen los museos y estos lugares de conmemoración histórica. Tal como hemos logrado conmemorar todo lo que ha sido el terrible tema de los derechos humanos, hay que acordarse de que antes éramos unos subhumanos, hubo una demonización, y hoy en día tenemos un museo, y tenemos placas y lugares en donde conmemoramos. Yo llevo mucho a mis estudiantes al Cementerio General y culmino en el Memorial a los Ejecutados y Detenidos Desparecidos. Son cosas que se logran, y no me cabe ninguna duda de que hay un sector, que ha ido disminuyendo, que estaría encantado de que eso no existiera. Pero el hecho de que exista significa que podemos conversar, debatir, y eventualmente superar. Pero la idea de hacer una conmemoración es lo que hay que mantener, bajo diferentes sellos, lo bueno y lo malo, porque son parte de nosotros.

¿Cómo relaciona los sueños de su juventud con la juventud de hoy?

En mi juventud había un espíritu libertario muy importante, una cierta noción de que el privilegio de tener una educación conducía a mejores oportunidades, como así fue. Mi generación superó con creces a la generación de mis padres en términos de oportunidades. La juventud actual tiene los mismos ideales de mi generación pero en un contexto donde la educación ya no representa oportunidades. Hay una incertidumbre total, hay deudas, gente sobrepasada por el endeudamiento, de una educación que al proliferar ha bajado la calidad. Comparado con mi generación, no teníamos el equivalente de un celular y teníamos que leer libros en la biblioteca y no descargarlos. Los privilegios cambiaron, pero tenemos que escuchar a nuestra juventud; es difícil ser joven en estos momentos y si le agregamos la pandemia, mucho más. Lo que ocurrió antes de la pandemia era la manifestación también de los padres endeudados, la percepción de que la concentración del poder político y económico es enorme. Hay un descontento que tiene que ver con otro clima, que fue el mío; éramos sumamente pobres pero privilegiados, al haber logrado encontrar una ruta a través de la cual nuestras oportunidades iban a ser mejores, y ahora simplemente no lo son.

¿Estamos en un momento de inflexión histórica?

Mucho de esto se estaba acumulando, es como en los terremotos, se empieza a acumular la energía y de repente ¡paf! Es el resultado de un proceso de acumulación, y cada uno de esos procesos da una oportunidad; no digo que soy optimista, pero es algo normal en el ciclo de las sociedades, el ritmo vital de las sociedades, y representa la oportunidad de tener un sistema político más sensible, más representativo. Hemos salido de momentos muy malos, y se ha logrado reconstruir la sociedad civil. La dictadura es un ejemplo, qué mal estuvimos, pero cómo logramos salir. Y llegó un momento en que lo que era heroico se transformó en complacencia y se acumularon las energías telúricas y explotaron. Ahora tenemos que construir con los escombros de lo que fue un sistema que nos funcionó pero que necesita reforzarse, necesita un nuevo consenso.

¿En ese sentido, es necesaria una nueva Constitución?

Estamos en otra etapa, al principio de la república lo que era importante para Bello eran los derechos civiles, para otros eran los derechos políticos. Hoy en día lo importante son los derechos sociales. Es importante cómo se parte, si son más importante los políticos o los derechos civiles, pero el fenómeno del siglo XXI son los derechos sociales. Las constituciones en general organizan el sistema político, la división de poderes, pero no puede sin problemas instalar derechos sociales, entonces tienen que ser parte de un consenso en torno a qué es lo que va a una Constitución y qué tiene que ser ser regulado democráticamente por otras fuerzas. Si uno quiere pensar en que todos tenemos derechos a un salario digno, ¿eso debe ser parte de la Constitución? Hay gente que se preocupa mucho de que se esta judicializando todo. ¿Es el Tribunal Constitucional el que va a decidir algo en lugar del mecanismo democrático por excelencia que es el Legislativo, o el Ejecutivo, y el equilibrio entre ambos? El desafío de introducir los derechos sociales es un tema muy complejo. Entonces la discusión tiene que ser: de acuerdo, democráticamente vamos a elegir si queremos Constitución nueva o no, pero si llegamos a que se haga una nueva Constitución, para mí la gran prioridad es decir qué es lo que va en las constituciones, porque hay constituciones maravillosas en el papel, en Colombia, en Venezuela, pero ¿quién puede imponer por ejemplo, el derecho a un aire limpio? Entonces tener una Constitución donde ciertos derechos no se pueden establecer va a generar tensiones en algún momento.

Se va a cumplir un año del 18 de octubre, y existe la posibilidad de que vuelvan las manifestaciones y eventualmente la violencia.

Pero hay que acordarse de que cuando empezó esto, empezó con marchas multitudinarias. Pacíficas. Eso sí debe estar. Es lo que habla de una sociedad civil. Que vibra y que funciona. Eso es lo que debe volver. Pero no, como muchos conciudadanos, nos tocó estar atrapados en situaciones bastante violentas, infernales, en donde se desdibuja la legítima desobediencia civil o la protesta legítima social.  Bienvenido el regreso de la protesta pacífica. Lo que sí debo decir es que hay lugares que están velando por esto, es que todo tiene que ser con protección de los derechos humanos. Ha habido verdaderas tragedias, y eso ha sido por una impunidad que viene de más atrás, de las Fuerzas Armadas y específicamente de la policía militarizada. Velar por los derechos humanos, velar por un control, pero un control respetuoso, no violento, para aislar a estos segmentos que tanto daño nos han hecho.

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