La Casa de Papel: ¿El declive de un fenómeno?
En términos de popularidad, la serie española sigue siendo un fenómeno: con el estreno de la primera parte de su temporada final, el viernes pasado, es el título más visto en Netflix en prácticamente todo el mundo. Pero la fatiga y la sensación de déjà vu de su historia parece tan incontestable como el arrastre entre el público. Incluso algunos de sus actores han manifestado su disconformidad con una tanda de capítulos que prioriza la acción por sobre cualquier otro elemento que le devuelva la chispa que alguna vez mostró.
El éxito de La casa de papel, reflejado en el mapa del mundo: de rojo están pintadas la totalidad de América Latina, Centroamérica, México y Canadá, prácticamente toda Europa, y todos los países de Asia y África donde Netflix está disponible. En tanto, Estados Unidos y Australia se visten de negro, un color que distingue los lugares en los que la serie se posiciona en el segundo lugar de las más vistas.
Frente a la aún difusa medición de audiencias en la era del streaming, esa imagen compartida este domingo por el actor español Enrique Arce (el fastidioso Arturito de la trama) permite hacerse una idea del poderío mundial de la producción española sobre El Profesor y La Banda. A dos días del arribo de la primera parte de la quinta (y última) temporada, la ficción volvió a encumbrarse en el listado de la plataforma que agrupa sus títulos más populares.
Probablemente sea casi imposible igualar la euforia que la convirtió en un fenómeno global entre fines de 2017 y comienzos de 2018 –en su llegada al streaming tras un discreto paso por la TV de España–, pero ese mapa despeja dudas sobre la capacidad de convocatoria de la que todavía goza la historia creada por el guionista y productor Álex Pina. Sin o con Covid, con más o menos restricciones que influyen en el tiempo frente a las pantallas, el público aún quiere saber en qué termina el nuevo atraco de los asaltantes de las máscaras de Dalí.
Más complejo es sostener a La casa de papel como un ejemplo de regularidad y de chicle bien estirado. Los cinco capítulos que debutaron el viernes en el servicio de streaming son una prueba de que el ejercicio de thriller que alguna vez funcionó hoy luce fatigado, presionando teclas repetidas y con la acción como única excusa para seducir durante su ciclo final.
La más reciente tanda de episodios les da otra dosis de razón a quienes arquearon las cejas cuando se anunció que, ante su enorme popularidad en el streaming, Netflix haría nuevas temporadas de una ficción ya concluida por Antena 3, cuando Tokio, Nairobi y compañía se llevaron un millonario botín en efectivo de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre. Los guionistas –comandados por Pina, el mismo que luego ha creado White lines y Sky rojo– hicieron malabares para encontrar una excusa que impulsara al grupo de vuelta a un nuevo asalto, y en eso ha estado la serie desde el estreno de su tercera temporada, hace dos años, trazando un camino de más a menos.
Ahora en medio del robo del oro del interior del Banco de España (y tras sufrir la pérdida de uno de sus miembros más queridos), los protagonistas encaran un escenario que sugiere un enfrentamiento con el ejército de España. Una guerra, como han definido sus realizadores, que han optado por privilegiar la pirotecnia frente a cualquier intento de tratamiento algo más sutil. El Profesor, el cerebro de la operación, está fuera de combate, pero la serie se las ingenia para incorporar algunos de sus trucos clásicos para darles aire a los ladrones del traje rojo. Naturalmente, ya no hacen la misma gracia y, pese al tono de historia bélica que adopta, por sus capítulos recorre una sensación de déjà vu. Esto ya lo vimos y, pese a los giros, heridos, muertos, la chispa se extravió.
Por cierto, la prensa de su país no ha estado de su lado. “Las virtudes y los excesos de la serie se acentúan en esta quinta entrega, que tiene más violencia que nunca”, escribió El País. El portal Espinof, que la tildó de “abrumadora”, argumentó que “todo lo que ayudó a que La casa de papel fuera una de las series más adictivas de los últimos años ha alcanzado ese punto en el que uno empieza a ser consciente de que se han sacrificado demasiadas cosas en aras de una intensidad pasada de vueltas”.
Algunos de los actores también han expuesto de manera bastante honesta los coletazos del vuelco de la ficción en su último ciclo. Miguel Herrán, el hombre detrás de Río en la historia, señaló a la sección Icon de El País: “Yo he estado tres semanas lanzando una granada. Es agotador porque a mí me gusta interpretar”. Su compañero de reparto, Jaime Lorente (Denver), coincidió con sus palabras, señalando que “hay días que no te sientes actor”.
Para alivio de más de alguno de sus involucrados, la producción española ya se terminó de grabar y sus cinco capítulos finales llegarán en diciembre. Termine como termine el nuevo atraco, no habrá más La casa de papel después de eso. Aunque mejor estar advertidos. Como dice uno de los antagonistas de la serie en uno de sus últimos episodios, “es El Profesor. Puede salir una bomba de humo o lo que sea. Es el puto Houdini”.
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