"No lo vayan a ojear": De dónde viene el mal que tiene más creyentes que la Virgen
Es uno de los mitos más conocidos y ancestrales de Chile. Sus orígenes se remontan a La Colonia y al campo, pero se extendió a Santiago y sigue vivo entre nosotros.
"Póngale una cintita roja al niño, no lo vayan a ojear". La creencia viene del campo, pero se extendió por Santiago y se integró a la vida doméstica: la idea de que las guaguas pueden ser víctimas del mal de ojo, o bien ojeadas. Para protegerlos, las madres y abuelas solían (¿suelen?) poner una cinta roja visible en la ropa de los niños, la que funciona como talismán contra las miradas de personas envidiosas o de "sangre pesada".
El mal de ojo es uno de los mitos más conocidos y ancestrales de Chile. Sus orígenes se pierden en la noche de La Colonia, y en ellas se mezclan creencias cristianas y de origen indígena. Muy arraigado en las zonas rurales, donde existían médicos populares (santiguadoras y rezadoras), se integró también al universo mágico religioso de las familias de Santiago.
Benjamín Vicuña Mackenna documentó el mal de ojo y a las santiguadoras en su libro Los médicos de antaño en el reino de Chile. "El daño consiste en el mal deseo de otro que os ha mirado con ojos de aversión, de envidia o celos, o ha propiciado a su víctima la pócima del mal en un cadejo de cabellos, en un alfiler, en una aguja enhebrada, en una sabandija cualquiera", dice.
Vicuña Mackenna alude al mal de ojo involuntario y al otro, al premeditado, el que las antiguas santiguadoras llamaban "cargar".
Oreste Plath estudió el mal de ojo en sus investigaciones sobre folclor criollo. "En Chile se dice ojear y se cree que es el hechizo producido por la mirada de una persona que involuntariamente se halla dotada de esta fatalidad. Se produce con la mirada magnética que le es inherente a ciertas personas y por alabanza", anotó. "Para evitarlo, el adulto que se enfrenta con una criatura recién nacida dice: Dios lo guarde, o bien, Bendito sea Dios". Además, claro, de la cintita roja en la ropa de la guagua.
Cuenta Plath que quienes tratan el mal son las meicas (santiguadoras) y para ello disponen de santiguamientos, sahumerios, hierbas y oraciones. En su libro Folclor Médico de Chile, recoge el testimonio de algunas de sanadoras de Pomaire: "Se puede ojear a las guaguas, y la puede matar en un minuto si la sangre es gruesa, en el hospital no entienden de estas cosas, yo lo curo… Los doctores… no conocen estas enfermedades, dan remedios pero no saben curar estas enfermedades…", dice Doña María (citada por Paula Améstica en su informe Medicina Popular en Santiago de Chile: el caso de los "sanadores, 1990-2005).
"Su maleficio no solo alcanza a las personas sino también a las plantas y animales", señala Oreste Plath. Pero las víctimas más frecuentes y vulnerables son los niños: en teoría, los niños bellos son los más expuestos por la admiración y envidias que despiertan, pero incluso aquellos que le resultan bellos solo al amor de sus padres también pueden resultar ojeados.
Los síntomas más frecuentes del mal de ojo: debilidad, llanto inexplicable, hinchazón de un párpado, fiebre, vómitos. Según recoge el sociólogo Cristian Parker en su libro Animitas, machis y santiguadoras de Chile, existe una forma infalible de comprobar si un niño está ojeado: se lo santigua con un puñado de azúcar y luego esta se tira a un brasero encendido; si no genera olor a caramelo, no hay duda, el niño está ojeado.
Aunque la medicina científica desplazó a la popular, y las sanadoras parecen personajes de otro tiempo, el universo de las creencias funciona con códigos y dinámicas secretas: hoy los chilenos creen más en el mal de ojo que en la Virgen.
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