Ricky Martin, Daddy Yankee y el reggaetón a las calles: por qué los astros de la música tienen tanta relevancia social en Puerto Rico
Los líderes de las masivas protestas contra el gobernador Ricardo Rosselló no han sido activistas ni intelectuales, sino que las estrellas millonarias célebres por cantarle al amor o hacer bailar a través del perreo y el reggaetón. ¿Por qué tales figuras tienen un peso aún fundamental en la población boricua? Aquí algunas respuestas.
Ni activistas sociales, ni luchadores callejeros de larga data, ni vociferantes de puño y pancarta en alto. La imagen más reproducida de las recientes manifestaciones sociales en Puerto Rico semeja una noche de Festival de Viña: Ricky Martin, Residente, Bad Bunny, Daddy Yankee y Tommy Torres, entre muchos otros , encabezaron ayer en primera línea -montados en camiones, agitando banderas o declarando ante la prensa- las multitudinarias protestas con que los habitantes de la isla han pedido la renuncia del gobernador Ricardo Rosselló, debido a distintos casos de corrupción y a la filtración de un chat donde hablaba en términos racistas y homofóbicos.
[caption id="attachment_750591" align="alignnone" width="5448"]
Foto: RUTERS/Marco Bello[/caption]
En este caso, algunos de los mayores astros del pop latino, la balada o el reggaetón -casi siempre rotulados como géneros asépticos, apolíticos, frívolos y meros anzuelos para la entretención- han doblegado moldes al protagonizar uno de los mayores movimientos sociales registrados en San Juan. De hecho, los que no han podido gritar presente, como Luis Fonsi o Wisin, han viralizado su opinión en las redes sociales. Hasta Bad Bunny comentó que se retiraría de la música para entregarse a la lucha por derrocar al gobierno de su tierra (el único que hasta ahora no se ha pronunciado ni se ha unido a esta fiesta en América es Chayanne, símbolo por excelencia del ritmo para las masas y el corazón exportado desde Puerto Rico).
[caption id="attachment_750600" align="alignnone" width="5760"]
Foto: REUTERS/Marco Bello.[/caption]
¿Por qué las grandes personalidades de la música más corporativa, los ídolos multimillonarios que hace décadas tienen a Latinoamérica en el bolsillo, aún tienen un impacto social tan fuerte en ese territorio? De alguna manera, parece un caso con pocos paralelos en el continente: si se piensa en México, quizás el otro monstruo que a través de la música ha diseñado el imaginario musical, romántico y bailable de generaciones completas de hispanohablantes, es difícil imaginar a Cristián Castro, Ana Gabriel o Luis Miguel encaramados en una camioneta para mostrarle los dientes al poder político de su patria.
En una declaración a Efe del año pasado, el director de la Fundación Nacional para la Cultura Popular, Javier Santiago, ensayó una respuesta: "Dicen que la música es 'el alma de los pueblos' y, en nuestro caso, todos los logros que Puerto Rico tiene, no solo en la música comercial, sino en la música popular, es el reflejo de nuestra identidad como pueblo".
[caption id="attachment_750604" align="alignnone" width="3000"]
Foto: EFE/ Thais Llorca[/caption]
En ese sentido, el hecho de ser un territorio no incorporado de Estados Unidos, y lo que algunos consideran "una colonia", ha provocado que la música se convierta en una señal de identidad, fortaleza y refugio frente al gigante de más al norte. Una coraza "boricua" frente al dominio norteamericano.
Y desde casi siempre: los inmigrantes puertorriqueños que en los 60 empezaron a poblar Nueva York –por ese entonces la mayor colonia hispanopartalante de la Gran Manzana- dieron origen a la salsa, al fusionar ritmos propios con los sonidos de que venían de Cuba, algunas pinceladas cogidas desde España, y el sentido del marketing y el olfato masivo propio de EE.UU. De esa manera, el mundo empezó a conocer nombres tan distintos y esenciales para el desarrollo de la música tropical como Willie Colón, Héctor Lavoe, Pete "El Conde" Rodríguez, Ray Barretto, Cheo Feliciano, Roberto Roena, Ismael Quintana, Richie Ray y Bobby Cruz, Adalberto Santiago o Bobby Valentín. Todos con acento boricua, interpretando en español y con un amor al barrio en sus letras que se contraponía a la asfixiante vida entre rascacielos y parques urbanos.
[caption id="attachment_750607" align="alignnone" width="5500"]
Foto: EFE/Thais LLorca[/caption]
Así, desde las destrezas líricas e instrumentales de artistas puertorriqueños se impulsaba la salsa, institución caribeña por excelencia, y sinónimo perpetuo de fiesta y juerga en casi todos los rincones del planeta. Pero, al menos en esos años, su estética y su contenido poseían un acento social y hasta político, una postura de "nosotros somos latinos infiltrados en Nueva York", que quizás se fue extraviando con el tiempo. Ya lo dice el escritor y periodista César Miguel Rondón en su imperdible texto El libro de la Salsa: Crónica de la música del Caribe urbano: la música le hizo ganar a Puerto Rico un lugar en el mundo.
De hecho, los gestos pioneros no se detuvieron ahí. Otro hombre nacido en la isla, José Feliciano, llegó en los 60 a vivir a Estados Unidos y, también como una manera de exhibir cuna, calle e identidad, se atrevió con uno de los primeros ejercicios de crossover, entre las primeras veces que un latino se adueñaba de un hit anglo para remodelarlo con colores propios, al editar su personal versión para Light my fire, de los muy californianos The Doors.
[caption id="attachment_750611" align="alignnone" width="3000"]
Foto: EFE/ Thais Llorca[/caption]
El disco del cantautor que presenta aquel cover, Feliciano! (1968), es un compilado de un boricua trazando ritmo y frescura sobre sucesos de los rankings de más al norte, dando nuevas miradas a composiciones de The Mamas & the Papas, The Doors, Gerry & the Pacemakers o The Beatles: puro atrevimiento mucho antes que Ricky Martin sacudiera a las radios con Livin' la vida loca.
Fuego reggaetonero
Pero Martin también es propietario de otro hito facturado en la isla: en la primera mitad de los 80 junto a Menudo, impuso e internacionalizó el modelo del grupo latino infantil que se quiere devorar Norteamérica. Ya como solista, el cantante fijó otro patrón, el de la superestrella latina capaz de conquistar el mercado más apetecido del planeta, pero también de extender sus tentáculos sin problemas hasta Europa, Asia o África. A fines de los 90, Martin se erigió como el símbolo del nuevo éxito latino en el planeta y una muestra de cómo los roles de toda la vida se podían invertir, ahora con el boricua nacido en San Juan diciéndole al músico crecido en Manhattan cómo debía sonar el futuro de la música: también algo de atrevimiento y sentido de marketing mucho antes que Luis Fonsi sacudiera las radios con Despacito.
Además, el hombre de Fuego contra fuego ha levantado una fundación con su nombre para tratar los problemas de educación, tráfico de personas y pobreza que afecta a su tierra, en otro ángulo relevante: los puertorriqueños sienten a sus estrellas como ídolos cercanos, que no han descuidado sus raíces ni las preocupaciones cotidianas de quienes los vieron crecer.
Sucedió lo mismo con Luis Fonsi. El arrastre global de Despacito en 2017 -y con un video grabado en el peligroso barrio de La Perla, arrasado además por el huracán María- aumentó el turismo en torno al territorio e incluso puso de moda a sectores antes considerados marginales.
En sus conciertos, el baladista emitía videos promocionales de su tierra, por lo que también funcionaba como embajador y emisario de sus bondades turísticas.
"La tierra que me vio nacer tiene mucho que ver con el éxito de Despacito. Usamos un instrumento puertorriqueño llamado 'el cuatro'. Nosotros la traemos para la música pop urbana. El video se filma en Puerto Rico. Es como contagiar al mundo entero a nivel positivo con nuestro sabor, con nuestro baile, nuestra alegría", dijo Fonsi por esos días en declaraciones a la BBC.
Los especialistas sitúan ese ejemplo para ilustrar cómo la música ha servido de referencia e imán para el exterior, en una isla pequeña que podría ser casi anónima, con una población que apenas supera los 3 millones de habitantes.
Y de anonimato hay bien poco si se considera el último gran estilo que irrumpió desde esas latitudes: el reggaetón, a estas alturas casi una cultura con dogmas propias, el sonido que sintetiza una amplia porción de los rasgos de la industria del espectáculo de nuestra era. Casi no hay mercado que se haya podido resistir al perreo o al bling bling. En estos días, Daddy Yankee hablando con la prensa en medio de los manifestantes, sobre la vereda, tropezándose con los gritos y las consignas contra Rosselló, se alzó precisamente como alegoría de una estrella multiventas que está ahí cuando su pueblo lo necesita.
Es, al parecer, el sino que ha marcado parte de la historia cultural de Puerto Rico.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.