Un mes en Fase 3: Volver a salir
Durante un mes Santiago ha experimentado lo más parecido a la normalidad desde marzo de 2020. La Fase 3 en la Región Metropolitana y la Fase 4 en otras partes del país han permitido recitales en Talcahuano, calles llenas en el Persa Bío-Bío, popcorn en el cine y hasta fútbol para la hinchada.
El 20 de junio de 2020, justo cuando cumplía ocho años de vida, La Bodeguita de Nicanor de Talcahuano tuvo que bajar la cortina, despedirse de su público y anunciar que el proyecto no iba más. Tres meses sin actividades artísticas debido al confinamiento por el coronavirus fueron una herida más o menos insalvable, y su gestor, Daniel Gómez, decidió que era mejor entregar el local y buscar otra forma de ganarse la vida.
Más de un año después, Gómez optó por tomar otra resolución, pero esta vez aprovechando las mejores condiciones sanitarias en el país. En esta oportunidad se transformó en un pionero por accidente y organizó el primer concierto de música popular del país desde el inicio de la pandemia. Lo hizo de manera casi minimalista y con un perfil bajo, apostando a un modelo de espectáculo íntimo.
A una semana de ese show con Camila Moreno, Dulce y Agraz y Valiente en el Espacio Marina de Talcahuano, él dice que está todo en regla y que si no se detectan contagios, el suyo sería algo así como el espectáculo matriz de una serie de próximos conciertos. Por lo pronto, ayer ya hubo otro en el mismo lugar con Manuel García y hoy sábado se agendó un tercero con la banda Los Kuervos del Sur.
“Creo que ha sido el concierto en que he estado con más miedo en mi vida. Y eso que antes hemos hecho shows hasta con 10 mil personas y la clásica venta de alcohol”, se explaya Daniel Gómez sobre la presentación del sábado 7 de agosto, a la que asistieron 920 personas y que es parte de la serie que lleva como rótulo Teatro Bodeguita al Aire Libre. “Nuestro principal temor es que se hayan producido contagios. Fuimos el primer recital en Chile después de un año y medio y sería triste que no se pudiera hacer nada más a partir de una iniciativa fallida”, explica el gestor artístico, especificando que para entrar se exige Pase de Movilidad. “Son conciertos con mil personas y en el primero apenas siete llegaron sin pase. No pudieron entrar, claro”, agrega.
Utilizando términos pandémicos, se podría decir que la apuesta de Daniel Gómez es algo así como “el paciente cero” de los conciertos en este inédito período sanitario del país. Si le va bien a él, les va bien a muchos. “Lo único que quiero es que todo salga bien en beneficio mío y de todos mis colegas. Hay toda una industria detrás de esto: fuentes de trabajo de roadies, iluminadores, sonidistas, electricistas, etcétera. Sus caras de felicidad ese día era algo impagable”, explica el productor, que debió capear la tormenta con el delivery y el transporte de pasajeros como alternativas laborales.
La experiencia en Talcahuano es un buen barómetro del progresivo retorno a las actividades en el país y al mismo tiempo es una suerte de palmada en la espalda para la Región Metropolitana, que hace un mes entró a la Fase 3. Desde ese momento el movimiento en los restaurantes, cines, estadios, comercio y hasta en los golpeados gimnasios ha comenzado a recuperarse como no se veía desde el 18 de marzo de 2021, cuando se decretó el estado de catástrofe.
Ejercicios del retorno
Si es que los recitales estaban totalmente ausentes del paisaje nacional hasta la semana pasada, las actividades deportivas tenían la mitad de su personal en el estadio. Desde este fin de semana, además, se dejará entrar a los hinchas a los 15 recintos autorizados del país.
Uno de aquellos potenciales espectadores es Luckas San Martín, seguidor de Universidad de Chile, jugador en ligas amateur de fútbol dos días a la semana y padre de León, que días atrás puso por primera vez un pie en el césped del Centro Deportivo Azul, ubicado en la comuna de La Cisterna. “Tiene siete años y estaba acostumbrado al pasto sintético o al asfalto del colegio. Esto fue otra cosa para él, desde ver los letreros de los auspiciadores en la cancha hasta los uniformes de los jugadores y de los entrenadores”, dice San Martín, que hace pocos días volvió a practicar deporte tras el aflojamiento de las restricciones.
“Subí 10 kilos en pandemia, luego los bajé cuando hubo un breve desconfinamiento, los volví a subir cuando nos encerraron de nuevo y ahora otra vez bajé”, explica acerca de sus idas y vueltas con el estado físico. Al llegar otra vez al fútbol amateur lo sorprendió, además, cierto desgaste y falta de energía que antes nunca experimentó. Simple falta de ejercicio.
Uno de los amigos de su hijo León y quien ya lleva más años en el CDA pasó más o menos por lo mismo. “Entre los videojuegos y las clases a distancia en casa, Pedro hizo cero ejercicio. Cuando volvimos la semana pasada se ahogaba un poco y le costaba correr”, afirma su padre, Iván Martínez. “Pero por otro lado, fue una auténtica liberación. No daba más en la casa, necesitaba moverse, jugar a la pelota al aire libre”, precisa.
Los datos de los padres de los muchachos son coherentes con la última medición de la consultora Ipsos, que a inicios de año consignaba que el 51% de los chilenos reconocía haber subido de peso en la pandemia, sólo superado por Brasil, con un 52%. En la misma encuesta, Chile era el que más había disminuido la actividad deportiva.
“Lo que yo percibo es que la gente quiere entrenar y hacer ejercicio. Lo necesita”, comenta Marcela Díaz, presidenta de la Asociación de Gimnasios. “Además, en el retorno hemos visto mucho público nuevo. Es decir, muchas personas que se dieron cuenta de que una manera de combatir las enfermedades era ejercitarse y estar en forma”, puntualiza la también gerenta general de Sportlife.
El rubro del fitness y los ejercicios ha sido uno de los heridos graves en los últimos 15 meses. “Si nos llegan a solicitar cerrar de nuevo, nos entierran. Sé que todas las actividades han estado muy golpeadas, pero nosotros no tenemos salidas alternativas, no tenemos delivery. Tampoco Zoom, a menos que sean clases particulares de algunos profesores por su cuenta”, explica Díaz, que estima que en ese caso la mitad de los gimnasios ya no podrá volver a funcionar.
De Ñuñoa a Franklin
La cantidad de bajas entre los restaurantes también se transformó en noticia habitual en los meses más restrictivos de la pandemia. Venezia de Bellavista, Squadritto de Barrio Lastarria o Cinzano en Valparaíso están entre los más conocidos. La Fuente Alemana de Plaza Italia sigue en pie bajo el nombre de Nueva Fuente y Las Lanzas, un clásico de Plaza Ñuñoa, ha luchado para mantenerse sobre la línea de flotación. Ahora, en la reapertura, el panorama parece pintar mejores colores.
“Es esperanzador poder regresar, pero también esto se trata de responsabilidad. Sabemos que la variante delta está ahí, agazapada, y depende mucho de nosotros de que podamos seguir funcionando. Creo que la mejor palabra para utilizar en esta situación puede ser ‘prudencia’”, cuenta Manuel Vidal, dueño de Las Lanzas.
La sensación ambivalente de Vidal, a medio camino entre la alegría por la apertura y el temor por no saber lo que viene, es un signo de nuestros tiempos. “Nos movemos en un territorio ambiguo: evidentemente hay fatiga y la gente está cansada del encierro, pero al mismo tiempo hay miedo, pues sabemos que esto no se ha acabado. Hay una normalidad, pero no es la que conocíamos”, explica la psicóloga María Carolina Carrera, directora de la Clínica Psicológica del Campus República de la Universidad Andrés Bello.
En este terreno desconocido algunos siguen en dirección similar y otros prueban caminos alternativos. Los trabajadores del Persa Bío-Bío, en el barrio Franklin, son un microcosmos de estas opciones, particularmente en el Galpón 4, zona de restaurantes varios y también de disquerías de vinilos usados con catálogo amplio,
Hace tres semanas los locales volvieron a abrir y según Claudio Rubio, dueño del Local 54, había “el triple del público habitual”. “Creo que la venta que tuvimos fue equivalente a la de tres o cuatro navidades juntas”, dice. “En este tiempo junté alrededor de 10 mil discos nuevos. Y al menos logré mantener ventas de manera online. Ha sido difícil, pero hay rubros que la han pasado peor”, cuenta aludiendo a los gastronómicos.
Frente a su local está precisamente La Pocilga, especializado en comida chilena y normalmente lleno hasta marzo de 2020. Su dueño es Jorge Leiva, un joven ingeniero industrial que decidió dedicarse a la cocina junto a su esposa Romina y que ante la emergencia sanitaria debió reinventarse con el delivery de desayunos gourmet para empresas y particulares.
“Volver significa encontrar nuevo personal para que atienda al público y eso no es fácil cuando muchos ya decidieron dedicarse a otra cosa”, explica Leiva, que dice que considerando el panorama actual lo mejor será mantener las actividades presenciales y el delivery al mismo tiempo. “Lo hemos pasado mal en términos económicos, pero con los desayunos encontramos un nicho”, reflexiona.
La nostalgia de la rutina
Las calles vacías del centro de Santiago están entre las imágenes más aciagas de la pandemia en su peor momento y por esta razón no deja de ser una buena señal que algunos de sus recintos culturales retomen la marcha. Tres cines emblemáticos como el Centro Arte Alameda, El Biógrafo y el Normandie están entre ellos.
El primero ya lleva tres semanas en su nuevo cuartel de operaciones tras el incendio que colapsó el clásico recinto de Alameda en diciembre de 2019. Ahora funciona en el Centro de Extensión del Instituto Nacional con hasta cuatro películas en su programación y hoy estrenan The Lighthouse, con Robert Pattinson y Willem Dafoe. Pocas cuadras más hacia el poniente, el Normandie también mantiene varias cintas en cartelera y en el caso de este cine se trata de una segunda reapertura desde la que se hizo a fines de 2020.
Lo de El Biógrafo es aparte, pues se trata de un cine emplazado en un barrio que ha tenido consecuencias posestallido y pospandemia. Después de mucho pensarlo y con sus cinco funcionarios a bordo, regresan la próxima semana a funciones. Y la subsiguiente preparan el estreno de El Oficial y el Espía, la última película de Roman Polanski.
El retorno de estos cines es paralelo a la apertura de las grandes cadenas, donde películas grandes como Escuadrón Suicida o Jungle Cruise ya están en funciones regulares. Si alguien quiere consumir popcorn, bebidas u otros alimentos no hay problema. Se puede, pero una vez dentro de la sala, cada cual se saca las mascarillas a su antojo para comer.
Mas allá de los malls y en el centro cívico, el Teatro Municipal y el Teatro Nacional Chileno mueven de a poco su maquinaria interna. En el Municipal, donde hay ópera, ballet y orquesta, todos han sido prudentes con los retornos y los aforos. Se trata de muchos trabajadores y para evitar contagios hay que ordenar los ingresos.
“Por ahora lo que estamos haciendo es que los bailarines vengan en grupos. No es la forma ideal de ensayar, pero es la más segura”, explica Luis Ortigoza, director del Ballet de Santiago, que aprovecha de recalcar: “Después de que muchos tuvieron que ensayar a veces en sus departamentos y por Zoom, volver a moverse en una sala de ensayo normal ha sido impagable”.
El aprecio de pequeños detalles de la vieja rutina es un denominador común entre los artistas y trabajadores culturales. En el Teatro Nacional Chileno, ubicado en calle Morandé, esta semana saborearon las prácticas que parecían enterradas bajo los meses de la prohibitiva pandemia.
“La experiencia de estar con otros es irreemplazable. Valoro mucho el Zoom y todo lo que se ha hecho ahí, pero el ser humano necesita ir a un recital, a un evento deportivo o a un teatro”, se explaya Cristián Keim, director del Teatro Nacional. “Lo digital no está ni cerca de emular el goce del cuerpo en interacción con otros. En el teatro eso es muy evidente”, comenta.
En la compañía dependiente de la Universidad de Chile ya llevan tres funciones agotadas de la obra Paren la Música, la última de Alejandro Sieveking, el gran dramaturgo fallecido a inicios del 2020, poco antes del comienzo de la pandemia. El reencuentro con el público incluso implicó valorar hasta lo que antes era un fastidio: “Normalmente los actores pedimos que el público apague sus celulares. Nos molesta mucho. Esta fue la primera vez que sentí que los echaba de menos”.
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