A medida que las fuerzas rusas se retiraban, aumentaban los simulacros de ejecución y las golpizas en Ucrania
Después de casi dos semanas de palizas, la idea de morir ya no era tan aterradora para el prisionero Maksym Didyk. Pero la bala pasó zumbando junto a su oreja.
El soldado ruso que llamó a la gente afuera para que les dispararan debe haber cambiado de opinión, recordó haber pensado Maksym Didyk.
Después de casi dos semanas de golpizas, la idea de morir ya no era tan aterradora, dijo más tarde. Él estaba listo. Pero la bala que pensó que iba dirigida a él pasó zumbando junto a su oído y golpeó el suelo donde estaba arrodillado.
Algunas de las 21 personas con las que había estado encerrado no sobrevivirían.
Once días antes, el 19 de marzo, Didyk había estado disfrutando de una libertad incómoda. Aunque las tropas rusas se habían apoderado de Novyi Bykiv, una pequeña localidad de casas de un piso a 80 kilómetros al este de Kiev, pudo seguir trabajando en la aldea. Ese sábado por la mañana salió con un amigo de la familia para alimentar a sus cerdos y ordeñar sus vacas, dijeron él y su amigo.
Mientras caminaban hacia su casa, Didyk, un joven alto de 21 años de pelo oscuro, llamó la atención de una patrulla rusa. Le preguntaron si había estado entregando sus posiciones a las fuerzas ucranianas, dijeron él y el amigo de la familia.
“¿Es por eso que seguimos siendo alcanzados por la artillería?”, Didyk recordó que uno de ellos preguntó mientras le buscaban tatuajes que pudieran delatarlo como combatiente. Revisaron su teléfono, dijo, para ver si había enviado alguna fotografía de las tropas rusas. El amigo de la familia dijo que fue un interrogatorio exhaustivo.
Los rusos no encontraron nada incriminatorio, pero llevaron a Didyk y su amigo a un sótano cercano, dijo, donde los golpearon con la culata de una pistola y un rifle. Le dieron con un martillo en las rodillas a Didyk y lo amenazaron con marcarlo con un hierro al rojo vivo, añadió. El amigo de la familia dijo que Didyk fue maltratado gravemente y que los soldados le apuntaron a las costillas.
La terrible experiencia de Didyk se hace eco de la de muchos ucranianos en las semanas inmediatamente posteriores a la invasión de Rusia .Sorprendidas por los ataques con drones y las emboscadas, las patrullas rusas comenzaron a interrogar a civiles, convencidas de que muchos estaban tomando fotos de sus posiciones o pasando otra información sobre sus formaciones a las Fuerzas Armadas ucranianas.
Algunos de los atrapados en la redada pasaban días o semanas sin saber si vivirían. Algunos todavía están desaparecidos.
Después de tres días en diferentes sótanos, los soldados rusos les dijeron a Didyk y a su amigo, que también es un pariente lejano, que era hora de irse. Le colocaron una mochila abierta sobre la cabeza y se la sujetaron alrededor del cuello con cinta adhesiva, afirmó, antes de llevarlo a un vehículo de transporte militar Tigr. Una vez que el motor arrancó, contó los segundos para llevar la cuenta de la distancia que estaba recorriendo, pero el vehículo pronto se detuvo y los rodearon con otros presos.
“Todos ustedes, párense en una fila. Sujétense el uno al otro. No los voy a guiar uno por uno”, dijo Didyk que escuchó gritar a un soldado.
Todavía encapuchados, Didyk y su amigo fueron conducidos a una sala de calderas externa hecha de concreto y ladrillo donde dos soldados ucranianos estaban encadenados a un radiador. Didyk dijo que los rusos lo empujaron a él y a su amigo adentro y los obligaron a entrar en un pequeño espacio de almacenamiento debajo del piso, junto con un tercer hombre: Aleksandr Ignatov, quien había sido atropellado por un auto algunos años antes y sufría de problemas crónicos de pérdida de memoria.
Un vecino contó que las tropas rusas habían detenido a Ignatov después de que se cansaron de que él fuera repetidamente a un puesto de control para preguntarles qué estaba pasando. Didyk y otro prisionero dijeron que también los enfureció durante la detención, quitándose la venda de los ojos para hacer las mismas preguntas, una y otra vez. Didyk manifestó que los soldados rusos le rompían botellas en la cabeza y se reían.
Durante los primeros días en el sótano, los soldados ucranianos cuidaron de los que estaban en la pequeña habitación, dándoles sorbos de agua y limonada saqueada de las tiendas cercanas, dijeron los prisioneros sobrevivientes.
A medida que pasaban los días, se trajeron más civiles y se llevaron a los soldados ucranianos. El 24 de marzo, trajeron adentro a otro hombre de Novyi Bykiv, Mykola, de 65 años. Dijo que él y los otros recién llegados habían sido interrogados en la escuela del pueblo local antes de ser dispersados por varios centros de detención.
Ninguno de los soldados rusos tenía marcas de identificación, solo cinta blanca alrededor de los brazos o las piernas, dijeron Didyk y Mykola, a quien The Wall Street Journal accedió a identificar solo por su nombre de pila. La fiscalía de la provincia ucraniana de Chernihiv dijo que tres unidades rusas habían estado en Novyi Bykiv: la 21ª Brigada de Fusileros Motorizados de Guardias Separados, la 15ª Brigada de Fusileros Motorizados de Guardias Separados de Alejandría y la 37ª Brigada de Fusileros Motorizados de Guardias. Los fiscales ucranianos ya han iniciado procedimientos por crímenes de guerra contra ellos por la detención, asesinato y desaparición de ciudadanos ucranianos.
Mykola desconfiaba de unirse a los demás en el estrecho sótano, que estaba lleno de mantas manchadas de sangre y excrementos humanos. Inmediatamente sintió una fuerte sensación de claustrofobia y pidió a los soldados rusos que le dispararan, recordó.
“‘No te preocupes, todavía encontraremos tiempo para dispararte’”, recordó Mykola que dijo uno de los rusos antes de cerrar la trampilla sobre ellos, sumergiendo el pequeño espacio en la oscuridad.
Unos días después, se les unió una profesora de matemáticas de 25 años. Didyk la reconoció al instante. Dijo que él y Viktoria Andrusha habían crecido en círculos similares. Didyk y Mykola recordaron que ella dijo que había estado observando en el pueblo contiguo a Novyi Bykiv mientras las fuerzas rusas avanzaban por la carretera principal. Su padre contó que hizo un inventario del equipo, mirando por encima de la cerca de su jardín, mientras Andrusha le transmitía la información a un amigo en el Ejército.
El 25 de marzo, dijo el padre de Andrusha, alrededor de 15 soldados rusos irrumpieron en la casa de la familia para buscarla. La llevaron arriba, donde revisaron su teléfono y ella admitió haber enviado información a las fuerzas ucranianas. Los rusos le vendaron los ojos, recogieron su ropa y se la llevaron, dijo su padre.
Andrusha estaba cubierta de moretones cuando llegó a la sala de calderas, señaló Didyk.
También reprendió a sus captores por invadir Ucrania, recordó Mykola.
“Ella no tuvo ningún problema en llamarlos ocupantes. Ella preguntó por qué vinieron aquí para arruinar nuestras vidas pacíficas”, dijo, admirando su coraje. “Deberías haber visto las caras de los rusos”.
Desde entonces, hasta que la sacaron días después, los rusos la dejaron en paz y la trataron con respeto, dijo Mykola.
Al día siguiente llegaron más ucranianos de toda la zona, dijeron Didyk y su amigo. Ahora que los soldados ucranianos se habían ido, dijo Didyk, los guardias rusos le pidieron que cuidara al resto de los prisioneros y él comenzó a actuar como intermediario, lo que Mykola confirmó.
Los soldados rusos golpearon ferozmente a los prisioneros durante los días siguientes, especialmente a los recién llegados, según Didyk. El asalto ruso a Kiev se vio obstaculizado por los ataques de los insurgentes a las líneas de suministro y las frustraciones se estaban convirtiendo en violencia. Las condiciones estaban empeorando y el saneamiento era un problema creciente. La salud de Ignatov se estaba desvaneciendo, dijo Mykola.
El 27 de marzo, los rusos se llevaron a Andrusha y a Ignatov. Nadie ha sabido nada de ellos desde entonces, dijeron sus familias. La oficina del fiscal de Chernihiv afirmó que tenía información no confirmada de que había sido detenida en la provincia rusa de Kursk, cerca de la frontera con Ucrania. Al padre de Andrusha le preocupa que la hayan llevado a Rusia para un intercambio de prisioneras.
“Daría todo lo que tengo para recuperarla”, dijo.
Dos días después, añdió Didyk, uno de los soldados rusos les dijo a los prisioneros que llenaban la sala de calderas y el sótano que pronto serían liberados.
En cambio, las cosas empeoraron.
A la mañana siguiente, un soldado ruso abrió la puerta de la sala de calderas a las 8.30 am, más temprano de lo normal. Parecía ebrio, dijeron Didyk y Mykola, y les gritó a los detenidos que necesitaba cuerpos. Se acercó a un hombre mayor que los presos recordaban como Mikhailo Ivashko.
“¿Estás listo?”, le preguntó el soldado al hombre, relató Didyk.
“No”, dijo el hombre.
El soldado ruso le dio un trago de vodka y volvió a preguntar: “¿Estás listo?”.
“No”, dijo el hombre.
El ruso le dijo que se sentara y pensara un poco, luego se fue al borde de la carretera cercana a fumar. A los pocos minutos regresó y el anciano dijo que estaba listo.
El soldado ruso lo sacó. Unos minutos más tarde, dijeron Didyk y Mykola, escucharon un solo disparo.
El ruso regresó y preguntó si alguien se ofrecería voluntario para ser el próximo. “Necesitamos ocho cuerpos”, repitió, dijo Mykola.
Cuando nadie dio un paso adelante, el soldado se volvió hacia Mykola y le preguntó si estaba listo. Dijo que objetó.
El ruso luego se acercó a Didyk, recordó. El soldado lo llevó aparte y le pidió que eligiera quién de los otros prisioneros moriría.
Didyk afirmó que se negó y le dijo al soldado que no podría vivir solo. En cambio, dijo Didyk, se ofreció como voluntario para ser el próximo.
El soldado ruso sacó bruscamente a Didyk de la sala de calderas, recordó, lo llevó al borde de un cementerio cercano en silencio y le dijo que se arrodillara. Didyk cuenta que hizo lo que le dijeron y esperó. Sonó un disparo y la bala le pasó por la oreja y golpeó el suelo frente a él. Dijo que se quedó de rodillas en silencio.
El ruso lo detuvo y le dijo que nunca más quería que Didyk volviera a hablar de esa manera.
Después de eso, el soldado eligió a varios prisioneros para disparar, dijeron Didyk y Mykola, mientras que otros se ofrecieron como voluntarios, a cada uno se le dio un trago de vodka antes de que se los llevaran.
Esa noche, 12 prisioneros se quedaron en la sala de calderas, donde comieron una pequeña comida de trigo sarraceno, recordó Didyk.
A la mañana siguiente, el soldado ruso regresó a las 5.30 am y dijo que él y sus compañeros se iban. Didyk y Mykola señalaron que el soldado ordenó a los prisioneros que se quedaran quietos por un tiempo y que tuvieran cuidado cuando salieran. Escucharon cómo se encendían los motores de las tropas y se perdían en la distancia.
Menos de una hora después, los hombres abandonaron la sala de calderas sin llave. Didyk describió cómo caminaron hasta el cementerio cercano, donde encontraron con vida a seis de los que habían sido llevados para ser ejecutados. A la entrada del cementerio encontraron a tres hombres de la sala de calderas tirados en el suelo muertos, con el rostro destrozado por las balas. Todavía faltaba un hombre, dijeron Didyk y Mykola.
Human Rights Watch afirma que unas 20 personas habían sido detenidas en total en la sala de calderas y citó a un preso que dijo que tres habían muerto.
Didyk recuerda que luego caminó a su casa, acompañado por un hombre que había pasado la noche en el cementerio y todavía estaba esposado.
Sus padres se habían ido al pueblo del lado para escapar del bombardeo, pero encontró a un vecino que los llamó.
Su madre, cuando se vieron, le dijo cuánto había tratado de encontrarlo.
“Te llamé a tu teléfono, pero los rusos ya lo tenían, supongo”, recordó llorando mientras describía el episodio. “Dijeron que estabas ocupado”.
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