Ejército ucraniano opone encarnizada resistencia en la bombardeada ciudad de Popasna

Russia's invasion
Las tropas ucranianas no cejan en su resistencia a los invasores rusos. Foto: Reuters

“Los rusos tratan de avanzar dos o tres veces por día. Es bueno que llueva hoy, el bombardeo es menos intenso. A veces es 24 horas al día, siete días a la semana”, dicen soldados ucranianos atrincherados en ese enclave estratégico a menos de 4 km del límite del Donbás. Cuentan que los invasores atacan edificios y a los civiles. "No es una guerra, es un genocidio”, expresa un combatiente. “Guardamos nuestras posiciones y esperamos la victoria. Resistiremos”, agrega.


Del sótano de un edificio semidestruido, tres soldados emergen con el rostro tenso: en Popasna, el ejército ucraniano resiste pese a los incesantes bombardeos rusos contra esta ciudad del este de Ucrania.

Los bombardeos de la artillería resuenan. Su eco se escucha en las torres de edificios de un barrio del oeste de esta localidad, que tenía unos 20.000 habitantes antes de la guerra.

La entrada de la ciudad ofrece un paisaje desolado.

No queda nada de una gasolinera, salvo su techo quemado y retorcido. Ramas de árboles se ven esparcidas en las calles. Edificios semidestruidos. Ninguno está intacto. Vidrios, pedazos de madera, puertas y chatarra, como después de un tornado.

Solo el ruido de las poderosas explosiones interrumpe el de la lluvia que cae continuamente.

Unas pocas personas viven aun ahí, enterradas en los sótanos. Como los tres militares con los que se encontró la AFP.

“Los muchachos acaban de regresar del combate y están descansando”, dice “Semenovytch”, de unos 50 años, que se hace llamar por un seudónimo.

Uno lleva un pantalón militar y sudadera azul. Tiene el rostro devastado, con ojeras.

Otro, de unos sesenta años, también de uniforme militar abierto, larga barba gris, parece agotado. Desaparece en el fondo negro del sótano para volverse a acostar.

Uniforme militar y camuflado, un gorro azul en la cabeza y una pequeña lámpara frontal, “Semenovytch” dice desconocer las “últimas noticias, aquí no hay internet ni red telefónica”.

“Resistiremos”

“Los rusos tratan de avanzar dos o tres veces por día. Es bueno que llueva hoy, el bombardeo es menos intenso. A veces es 24 horas al día, siete días a la semana, a veces es un poco calmada la noche”, dice.

Atacan “las infraestructuras, los edificios y los civiles. No es una guerra, es un genocidio. No sé cómo llamarlo de otra forma”, señala.

El soldado lo asegura: “Guardamos nuestras posiciones y esperamos la victoria. Resistiremos”.

En ese mismo inmueble, en la parte trasera de un supermercado totalmente destruido, cuatro chalecos antibalas, dos cascos y un lanzacohetes RPG7 están en el suelo.

El martes, el ministerio ruso de Defensa anunció que “unidades de artillería” atacaron una unidad ucraniana en Popasna, dando un balance de “más de 120 miembros del personal” muertos y “once vehículos blindados” destruidos. Las cifras no son posibles de verificar.

Popasna es un enclave estratégico a menos de 4 km del límite del Donbás, una parte del cual está controlada desde 2014 por separatistas prorrusos.

Si cae, será una brecha abierta para los rusos para avanzar 50 km al noroeste hasta las ciudades gemelas de Sloviansk y Kramatorsk, capital de facto del Donbás controlado por Kiev.

Otros 50 km al norte de estas dos ciudades, los rusos han tomado Izium y están a las puertas de Severodonetsk, ciudades también fuertemente bombardeadas.

“Lo he visto con mis propios ojos en Izium. Los rusos utilizan la táctica de la tierra quemada. No entiendo por qué han golpeado tan duramente esta ciudad”, explica a AFP un militar ucraniano, que se hace llamar “Benya”.

“Cuando nos acercábamos, ellos (los rusos) no entraban en combate con nosotros, se escondían detrás de la artillería”, dice.

Estos bombardeos causan “verdadero miedo” a Olena Charpaï, que cumple 60 años a finales de mes. Le hubiera gustado disfrutar entonces su jubilación como enfermera, pero desde el 6 de marzo vive con cuatro otras personas en un sótano de 15 m2.

“Necesito que haya silencio para salir, pero jamás hay silencio”, señala acariciando su gato gris de 14 años.

Ya no va nunca a su apartamento. En el sótano disponen de cuatro sofás cama, lámparas conectadas a baterías de coche y todavía algo para comer. “A veces los soldados nos traen pan”, afirma la mujer. Para el agua, recogen la de la lluvia.

Le gustaría ser evacuada, pero “los autobuses ya no llegan”, lamenta la mujer mientras fuera las salvas de artillería siguen destrozando la ciudad.

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