El arte de ser, crear y permanecer juntos

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El retorno de cuatro compañías locales de distintas edades, rasgos y estéticas, como prendas en su repertorio, reafirma ese viejo fundamento teatral de agruparse para crear y subsistir. Aquí repasan sus historias, referentes y hablan del futuro y lo nuevo.




Más que una tozudez bohemia, la real obsesión del actor y comediante chileno Antonio Bührle (1886-1927) era interpretar a personajes de la clase popular criolla de principios de siglo. Sus anhelos, sin embargo, se enfrentaban ante la escasez de un grupo local con un repertorio propio y alejado de la herencia del teatro español, que por entonces formaba y daba trabajo a un centenar de intérpretes aficionados en Chile y gran parte de América Latina. Eso lo animó, en 1917, a emparentarse con Enrique Báguena y Pedro Sienna, otros dos actores que se oponían a subir al escenario a pronunciar palabras con un acento ajeno y a perpetuar el legado de autores españoles de los que poco y nada sabían.

Así surgió, entre los antiguos corredores del Teatro Palet de Talca, la Primera Compañía Nacional, cuya presentación en sociedad ocurrió al año siguiente, apoyada por la Sociedad de Autores Teatrales de Chile. En 1918, ya instalada en Santiago, se les sumaron varios de los actores de mayor talento de la época, como Elena Puelma, Pilar Mata, Elsa Alarcón y Alejandro Flores. En su corta y mezquina vida de tres años, el grupo recorrerá el país y pondrá en escena varias obras extranjeras, pero será el primero además en dar a conocer un puñado de textos escritos por autores locales, casi todos por Sienna. En 1927, la temprana muerte de Bührle a los 41 años, terminará por sepultar uno de los más antiquísimos episodios de la escena local, pero sembrará en las nuevas generaciones una tradición que incluso hoy no afloja.

Chile y su teatro bien saben de compañías. Si en los años 40 surgieron los grupos y elencos universitarios, como el Teatro Ensayo de la U. Católica, el Experimental de la U. de Chile y otros en Concepción y Antofagasta, en las décadas posteriores, y hasta hoy, el panorama lo encabezará una lista de compañías independientes. Esta temporada retornan cuatro de ellas y que se mantienen activas a pesar del recambio entre sus integrantes: el Ictus, Teatro Fin de Siglo, La María y Teatro de Chile. Todas reconocen  en otros de sus pares locales a sus propios referentes. Desde el Gran Circo Teatro de Andrés Pérez en los 80 y 90, el Teatro del Silencio de Mauricio Celedón y hasta La Troppa -hoy convertida en Teatro Cinema, liderada por dos de sus fundadores, Juan Carlos Zagal y Laura Pizarro-, también asoman otras más recientes, como La Patogallina, La Gran Reyneta y La Re-sentida.

"La historia del teatro chileno y universal se ha escrito sobre la lógica de lo colectivo. Shakespeare, Molière, De la Barca y Lope de Vega tenían sus propias compañías y elencos, y aunque creaban solos, había algo familiar en su forma de trabajar que fue traspasándose en el tiempo, hasta perpetuar una suerte de voto que toman los estudiantes en su paso por la escuela de teatro", dice Ramón Griffero, quien a su retorno del exilio en 1983 funda Teatro Fin de Siglo, la compañía que hoy repone 99 La Morgue (1986) en el Teatro Camilo Henríquez. "Al principio éramos otros: estaban Alfredo Castro, Rodrigo Pérez, Andrea Lihn y Verónica García-Huidobro, la única del elenco original y que a 30 años del estreno de la obra forma parte del remontaje. Hoy quedo solo yo, pero el nombre de la compañía ya te da pistas de cuál o cuáles son sus lenguajes, temáticas y urgencias", añade.

Al igual que otros, Griffero opina que "se ha perdido el valor de los elencos estables. Las universidades hoy solo son salas de exhibición en lugar de centros de investigación y creación. Si los jóvenes mantienen la tradición de agruparse y crear juntos, como lo hacen Los Contadores Auditores, Teatro Sin Dominio de Bosco Cayo, o La Niña Horrible de Carla Zúñiga y Javier Casanga, quizá la deuda esté en las escuelas y su voluntad por recuperar la creación de grupos desde la docencia", opina.

Similar, aunque no exactamente igual, es el caso del Ictus, agrupada en 1955 y considerada la compañía independiente más antigua en Chile. El año pasado, por la celebración de sus 60 años, el grupo actualmente al mando de Paula Sharim repuso La noche de los volantines, escrita por Marco Antonio de la Parra a fines de los 70, y estrenada recién en 1989, tras el plesbiscito. "Son varios los factores que influyen en que el Ictus y otros grupos permanezcan unidos. El principal en nuestro caso,  es el liderazgo natural de mi padre, Nissim, quien condujo al grupo en la senda de un mismo lenguaje, la creación colectiva. Y aunque hoy ha sido puesto en práctica por varios otros grupos, antes era considerado una locura", dice la actriz y directora. El segundo, agrega, quizá el más ventajoso, sea tener un domicilio propio para crear, montar y exhibir sus obras, como lo es el Teatro La Comedia, donde el 4 de agosto reestrenarán una de sus últimas obras: Okupación, de 2005.

Originalmente dirigida por su padre, hoy alejado de las tablas, la conducción estará a cargo de Edgardo Bruna, y en escena estarán, además de ella, María Elena Duvauchelle, José Secall y Otilio Castro en reemplazo de Roberto Poblete. La ficción arranca con la toma de un colegio a manos de unos trabajadores que aparentan ser okupas por su acción y resistencia ante la situación laboral y educacional del país. "Fue un texto particularmente especial para nosotros, pues lo escribimos cuando el teatro estuvo a punto de ser embargado por no pago de cuentas", dice. "También porque justo un año después estalló la Revolución pingüina y le dio otro sentido al texto. La vuelta que le dimos 11 años después no tiene que ver con los okupas ni encapuchados, sino con ponerse en los zapatos de un grupo de profesores con sus convicciones claras, al igual que nosotros", añade.

Las biografías de los dos grupos más jóvenes, La María (agrupada en 1999) y Teatro de Chile (desde 2001), se cruzan por haber surgido durante el último año de sus miembros por la Escuela de Teatro de la U. de Chile. Alexandra von Hummel y Manuela Infante, dos de sus respectivas fundadoras, prefieren, sin embargo, hablar de "intuiciones" en lugar de certezas. "Teníamos una sed de hacer. Hacer, hacer y hacer juntos sin pensar en lo que ocurriría después", dice la primera, quien protagoniza la reposición de Los millonarios en el GAM y que desde el 11 de agosto, en el Teatro de la Palabra, lo hará en El hotel, una comedia negra escrita y dirigida por Alexis Moreno.

La historia muestra a cuatro veteranos (Von Hummel, Elvis Fuentes, Manuel Peña y Rodrigo Soto) que pasan sus últimos días relegados en la Antártida. Sin conflictos, memoria ni vergüenza, entre fiesta y fiesta surgen imágenes llenas de horror, mientras dos enfermeros (Moreno y Tamara Acosta) los miman y cambian sus pañales. La obra, al igual que Los millonarios, surgió de un antojo, dice la actriz: "Muchas veces pensamos primero en el título y luego encontramos el grosor y contenido del texto. No nos gusta casarnos con las etiquetas, las líneas investigativas y los lenguajes escénicos, porque si no sería fome e inútil plagiarnos a nosotros mismos una y otra vez. Las obras aparecen de conversaciones entre nosotros, y es eso lo que más nos hace seguir juntos, porque aunque vayamos y volvamos al núcleo, La María es lo más parecido a nuestra familia: aquí se puede hablar y decir lo que se te antoje", agrega.

Infante, en tanto, cree que los 15 años de Teatro de Chile son señal "del crecimiento de un ser orgánico, del hallazgo de una afinidad que va más allá de las temáticas y lenguajes". Próxima al estreno de Realismo mañana en CorpArtes -protagonizada por Cristián Carvajal, Rodrigo Pérez, Marcela Salinas, Ariel Hermosilla y Héctor Morales-, la directora de Prat cree que la colectividad en el teatro de la que todos hablan es particularmente extraña en el mundo artístico. "Este oficio puede ser muy solitario, pero en el teatro tendría poco sentido, porque no habría contrastes, solo verdades absolutas sin rumbo. La Troppa, por ejemplo, que era una de las compañías que más nos gustaban mientras estudiábamos, retrata un momento que inevitablemente puede ocurrir o no cuando uno de sus miembros se desmarca: debatirse entre seguir o no, y creer o no seguir creyendo en el trabajo que se hace en conjunto. Soy de la idea de defender lo colectivo, y creo que cada uno de los grupos que permanecen unidos conviven con ese replanteamiento a diario. Es parte de ser y hacer compañia", remata.

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