Bárbara Riveros: radiografía a una superatleta
Este es un recorrido por la infancia y adolescencia de la mejor deportista nacional del año. Puede leerse como una reseña, pero también como un manual de cómo en Chile se llega a ser un atleta de elite. Un viaje por la filosofía de Chicka, sus temores y convicciones.
Para Bárbara Riveros (29 años) nunca hubo otra opción que no fuese el éxito. Suena arriesgado e incluso soberbio, pero para ella siempre fue así. La mejor deportista chilena del año, elegida por sus propios pares como tal, desde pequeña pensó en dónde iba a estar ahora, aunque no de la forma en que se proyectan planes a un plazo determinado, si no como una ensoñación de hazañas y vivencias. Desde niña se mentalizó. En el anuario de 4º año del colegio Saint George -donde cursó toda la enseñanza media- le preguntaron dónde la iban a encontrar en 10 años más. "En 10 años más encuéntrenme triunfando en cada competencia que participe y recorriendo todo el mundo", se lee junto a su foto de la Best Georgiana. Sin tapujos.
¿Cuál fue el mejor deportista chileno del año?
Bárbara Riveros
35
Alexis Sánchez
17
María José Moya
10
Tomás González
7
Arturo Vidal
5
Pablo Quintanilla
4
Ricardo Soto
4
Ser un deportista de elite en Chile es un trabajo que comienza desde chico y Bárbara está lejos de ser la excepción a esa regla. Creció en una familia de clase media que vivió la separación de los padres de temprano, y en la que Agustín (58), el patriarca, le inculcó a todos sus hijos, casi como una exigencia, que debían ser los mejores en todo lo que se propusieran. Ella, obediente, acató siempre esa idea. Fue él el que la insertó en el triatlón, tal como a Agustín (31) y Gaspar (26), sus otros dos hermanos.
Agustín padre fue un atleta amateur que durante su primer matrimonio se dedicó al maratón como pasatiempo, aunque bien en serio. Corrió en varios
Majors
, y siempre entrenaba durante las noches. Escaseaban horas en su día para ver a sus hijos y compartir con ellos, por eso, cuando un amigo le dio la idea de comprarles bicicletas a los dos mayores para que lo acompañaran a completar las decenas de kilómetros de trote que debía acumular durante la semana, se generó el hallazgo. Esos trayectos en La Reina Alto, donde creció Bárbara y sus hermanos, el papá los mantiene intactos:
"Bárbara iba en bicicleta, pero después empezó a hacerlo corriendo. Al principio fueron sólo unos metros y a su ritmo, pero después quiso empezar a correr más. Al final terminó corriendo conmigo"
.
La relación entre Agustín y Bárbara es buena. Mientras maneja su Mini Cooper, repasa un sinfín de vivencias junto a ella y sus otros dos hijos. Anda apurado, pues además de su trabajo en una planta de gas, es el manager de la superatleta.
La influencia en el afán deportivo de sus hijos es total. Desde niños, las competencias en la Región Metropolitana o Valparaíso eran el panorama de los fines de semana. Y en las vacaciones, se organizaba para que éstas coincidieran con pruebas en el sur de Chile, específicamente las de Pucón, Villarrica y Licanray. Así se criaron los Riveros Díaz. Como muchos de los padres insertos en este mundo, durante su infancia Agustín hizo que sus hijos se midieran en todas partes del país para demostrar -y demostrarse a sí mismo- que podrían ser futuros atletas de elite. O, al menos, conseguir las becas deportivas que les permitieron estudiar en los mejores colegios de Chile.
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Junto a su hermano mayor y su papá.[/caption]
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Compitiendo, con apenas 9 años.[/caption]
Una chica cuadrada
Desde los seis años que Bárbara comenzó a correr. El triatlón llegó después, pero fue en el fondismo y en el mountainbike donde destacó desde el principio, haciéndose de un importante palmarés en competencias de menores. También mostró aptitudes en el tenis y el fútbol. De hecho, quienes estuvieron junto a ella en esa época recuerdan que los fines de semana, antes de entrenar con su grupo en la rama de Triatlón UC, jugaba al fútbol de forma brillante. Usaba zapatos con estoperoles rojos y tomaba la pelota, la hacía picar y corría sin miedo para anotar, dicen.
Los Riveros Díaz cursaron su enseñanza básica en el colegio Giordano Bruno de Peñalolén, que se rige por el método Waldorf. Allí no hay evaluaciones tal como se entienden en el sistema de educación común, y las exigencias de los niños están ligadas a temas de introspección y conexión entre el espíritu y el mundo material. Fue la madre, María Eliana (59 años, no comulgaba con la idea de tener hijos deportistas), quien decidió que esa era la forma en que quería que sus hijos se formaran, estimulando otras aptitudes en ellos. Y Bárbara creció dividida en esos dos mundos; en uno se le exigía rendir y en otro se le permitía explorarse espiritualmente. De ahí radica la forma en que ahora se desenvuelve con todos.
Otro requisito en la familia Riveros Díaz, impuesto por la matriarca, era estudiar música. En el caso de Bárbara, el piano y los instrumentos de viento fueron la elección, por eso es que hasta el día de hoy carga con una flauta en su equipaje. "La relaja, supongo", dice el papá.
Desde niña debió soportar fuertes cargas de presión. Se le exigía en todo. Desde los 12 años recibió la beca Soprole -que entrega la lechería a los mejores niños deportistas del país-, por lo que en los estudios y en las competencias debía sí o sí ser la mejor para conservarla. Pero en su hogar, también tenía que atender y cuidar de Gaspar, su hermano menor. "Ella es como mi segunda mamá. Lo que hacía ella lo hacía yo, aunque somos súper diferentes. Me retaba mucho porque es como cuadrada, y yo era más desordenado", recuerda el menor del clan, entre risas. Si algo es cierto, es que sin esa disciplina y constancia casi militar, Bárbara no habría conseguido todo lo que hasta ahora ha hecho.
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A la izquierda, abrazada junto a su ex pololo, el triatleta Pablo Safrana en su fiesta de graduación.[/caption]
Su juventud fue anormal, pues estuvo marcada de privaciones que ella misma se autoimpuso, motivada por los duros entrenamientos y las exigencias que llegaban de todos lados. Pero Bárbara se mantenía estoica. Una carga dura, que ni siquiera su hermano mayor, Agustín, logró soportar. Él se divorció del deporte de elite a los 18 años, cuando debió decidir si ese era o no su camino. Estalló. Agustín padre recuerda que una vez, en una discusión, le enrostró que sólo fue por él que intentó ser triatleta. "Es fuerte cuando un hijo te dice eso".
Quienes más la conocen y vivieron su proceso de crecimiento deportivo, cuentan que Bárbara era una niña normal, que se comprometía de corazón cuando prometía algo y que incluso, muchas veces cuando olvidaba parte de su equipamiento deportivo, entrenaba con lo que tuviera. Correr descalza no era algo que la frenara, por ejemplo.
Pero algo pasaba. A veces, en la intimidad de sus entrenamientos, denotaba angustia. Por sus inexpresiones en la preparación y las carreras, parecía no gustarle lo que hacía, que no disfrutaba, sin embargo, los resultados expresaban algo completamente opuesto. No fue tan fácil ser Bárbara Riveros.
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Junto a su hermano, Gáspar, y Mario Fava, en la premiación de las becas Soprole.[/caption]
Mario Fava (29), hijo homónimo del ex triatleta, y ex niño promesa de la disciplina, fue el símil de Riveros durante su época en menores. Su historia con el deporte es casi idéntica, pero a diferencia de Bárbara, él decidió estudiar. Es abogado y se especializó en medioambiente. La conoce al dedillo -"desde el '94"- y la recuerda así: "Era muy tranquila, normal. No le importaban las cosas banales, a ella le interesaba sólo lo que le aportara. Era de las que le gusta recorrer, de compartir con la gente en el lugar que estuviera. Leía mucho, es muy curiosa". Por eso es que en Brasil, Canadá, Ruanda, España o Australia ha dedicado tiempo en empaparse de todas esas culturas.
Denisa Cremaschi (32) la conoció desde que se integró al Triatlón UC. Fue su compañera y la recuerda "bajita, delgadita, bronceada y de pelo largo y castaño". Dice que siempre, de muy chica, estuvo enfocada en lo que quería, que eso fue lo que más le marcó de ella. "Siempre decía que iba a ganar. No decía que iba a ser la mejor del mundo o de chile, pero siempre buscaba ganar". Sobre su personalidad, mantiene la imagen de una Bárbara "callada, muy observadora y seria, concentrada ciento por ciento en los entrenamientos".
La profesionalización
Fue en el Mundial de Gamagori, Japón, en 2005, donde Bárbara comenzó a explotar. Fue octava y, por por sus condiciones, captadores de la Unión Internacional se le acercaron a ofrecerle una de las becas que otorga la ITU para el desarrollo del triatlón en países subdesarrollados. Ella se entusiasmó, aunque en su casa miraban la oferta con suspicacias.
Las dudas giraban en torno a su futuro. Pensar en dedicarse profesionalmente al triatlón en Chile era prácticamente una locura. Por eso, su padre le aconsejó estudiar primero Nutrición y después dedicarse al deporte. Lo intentó, quedó en la Universidad de Chile, pero a ese ritmo sólo soportó un año.
Allí fue cuando decidió embarcarse definitivamente en el proyecto y pulirse en Australia, La Meca de este deporte. La idea era probar suerte, pero Bárbara, que jamás renuncia a una promesa, se fue con la sola idea de triunfar. Los primeros años trató de molestar lo menos posible a sus padres e hizo de todo para costearse ella misma la vida. Trabajó de salvavidas e incluso de auxiliar de aseo, limpiando baños, algo impensado. "Si yo me hubiese enterado de eso en ese momento, me la traigo de inmediato", reconoce Agustín. De allá, sin embargo, no volvió nunca más.
Muchos, ahora, se preguntan por qué la triatleta, quizás la deportista chilena más importante de todos los tiempos, no se decide a preparar un nuevo ciclo olímpico. Y la respuesta es más sencilla de lo que aparenta: aún no encuentra una buena razón para hacerlo. Bárbara Riveros decidió llevar la vida que quiso desde niña, motivada por sus ambiciones. Y en esa filosofía, sólo el éxito -entendido bajo el prisma riveriano- es opción. La mejor de Chile ya no se mueve por peticiones, desde hace tiempo que su motor de vida se activa por motivaciones.
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