Bon Jovi: Cuentas y ahorros
La banda estadounidense se presentó la noche de este jueves en el estadio Monumental.
Bon Jovi lleva mucho tiempo en nuestras vidas, más de 30 años, desde que el líder usaba el pelo escarmenado y protagonizaba videos donde cambiaba vestuario en cada estrofa, volaba con arnés sobre el escenario, reventaban fuegos de artificio hasta por si acaso y las mujeres lo miraban como un símbolo sexual que representaba la cara más pop del hair metal de los 80. La noche de este jueves la fanaticada de esa primera etapa de su fama planetaria compró boleto para estar sentada cerca del ídolo en el estadio Monumental. Pero Bon Jovi sigue sumando público. Tanto que cuando viene a Chile llena los mayores recintos para repasar un cancionero que siempre ha sido mucho más consistente en materia de sencillos que en la calidad general de sus álbumes. Con Bon Jovi definitivamente se trata de grandes éxitos.
Antecedidos por los nacionales Temple agents (una banda que conjuga eficazmente los clichés del grunge partiendo por Alice in chains), Bon Jovi inició con puntualidad su reencuentro con Chile. A estas alturas el espíritu clásico de banda ha cedido a una especie de mini orquesta de siete músicos con dos guitarristas cumpliendo las funciones que antes ejercía el carismático Ritchie Sambora más un percusionista. De la alineación original solo sobreviven el baterista Tico Torres y el tecladista David Bryan.
El concierto arrancó con This house is not for sale, un medio tiempo donde lo que importa es el coro, que suele ser el pivote en la música de Bon Jovi. Tal como en su paso por el Estadio Nacional en 2010, en directo el sonido de la banda de New Jersey suele ser compacto, amortiguado, no muy fuerte la verdad, como si hubieran calibrado la amplificación para un espectáculo televisivo o una entrega de premios a lo sumo, antes que un concierto masivo al aire libre. Más que arrebatador Bon Jovi apuesta por mantener equilibrios.
Siguió Raise your hands armada de buen juego de guitarras aunque el riff principal le debe más de un guiño a Bark at the moon de Ozzy Osbourne. Continuó Knockout, que difícilmente se diferenció del primer corte de la noche. El estadio se prendió recién con You give love a bad name, coreada masivamente. Con la misma intensidad fue recibida Born to be my baby, donde resaltó lo mucho que el líder apoya su cometido vocal en los coros del conjunto.
I'll sleep when I'm dead resultó anodina pero en Runaway el público mostró nuevamente su entusiasmo. Fue también el tema en que Jon se hizo cargo de la primera guitarra. Algo parecido al sopor cundió con la guitarreada Someday I'll be saturday night para retomar la energía con la power ballad Bed of roses. Jon no olvidó entonar las líneas en español -"una cama de rousas"- para deleite de fans.
El último tercio cumplió con las expectativas de incluir solo clásicos como
It's my life, Wanted dead or alive, Bad medicine y Lay your hands on me, donde el grupo logró transmitir el aire litúrgico y explosivo de aquel single timbrado hace 30 años.
Jon Bon Jovi puede dejar fuera de una noche clásicos como Always y Keep the faith. Puede también moverse mucho menos que en aquellos días de gloria y dejar que las armonías cubran lo que su garganta apretada ya no puede. Bon Jovi tiene una gran cuenta de ahorro a su favor y su público no es particularmente exigente. Solo quieren verlo juvenil, aspecto que aún conserva intacto, cantando pop con guitarras algo ruidosas.
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