El chileno que llevó a Agassi y Sampras a la cima del mundo
Nació en Chile pero vive hace 40 años en EE.UU. Ahí Pat Etcheberry forjó su carrera como preparador físico y ha entrenado a los mejores tenistas del mundo. Además del Kid de Las Vegas y Pistol Pete, también trabajó con Monica Seles, Martina Hingis y Marcelo Ríos, todos alguna vez número uno del ATP. Esta es la historia del PF más exitoso y, a la vez, desconocido de Chile.
¿Cómo termina un ciudadano chileno, que nunca se ha dedicado al tenis, entrenando a dos de los mejores tenistas de la historia? ¿Cómo un lanzador de jabalina promedio, nacido en una familia conservadora de Santiago, se convierte en el preparador físico más respetado de Estados Unidos y llega a trabajar al mismo tiempo con cuatro top? ¿Cómo Patricio Etcheberry, un estudiante de educación física de la Universidad de Kentucky, pasa a llamarse Pat, pierde el acento chileno y es requerido por los deportistas más exitosos de Norteamérica? ¿Y cómo, con ese currículum encima, Pat Etcheberry sigue siendo un anónimo en el país donde vivió hasta los 18 años?
Fue entre finales de los 80' y comienzos de los 90' cuando la reputación de Etcheberry se disparó: la academia IMG, en la que entrenaban decenas de niños prodigio del tenis, lo contrató para que preparara físicamente a algunos de los que tenían mayor proyección. Hacía pocos años que IMG había comprado la academia de Nick Bolletieri, acaparando casi la totalidad de las mayores promesas del tenis. Y fue en ese escenario en el que cayó Pat.
Con el paso del tiempo los prodigio se hicieron realidad y el chileno, que de a poco empezaba a olvidar cómo hablar castellano, llegó a trabajar en paralelo con cuatro de los 10 mejores jugadores del ranking ATP y varias mujeres que, a la larga, llegarían a ser número uno del mundo.
Antes de eso, sin embargo, un ex boxeador iraní asentado en Las Vegas lo contactó para que entrenara a su hijo y ahí Pat tuvo su primer contacto con un superdotado. Se trataba, según el iraní, del futuro número uno del mundo que, coincidentemente, entrenaba desde los 14 años en la academia Bolletieri. Pat aceptó, voló a Las Vegas y se encontró con un jugador inusualmente talentoso de 18 años pero con único problema: odiaba el tenis.
De Patricio a Pat
Pat Etcheberry nació en Chile en 1943, es hijo de chilenos, hermano de dos chilenos y vivió en Santiago hasta los 18 años. Pero hoy es un ciudadano norteamericano más: está divorciado de una mujer estadounidense, tiene dos hijas nacidas en Estados Unidos y vive Howey in the Hills, un poblado 1.000 habitantes al norte de Orlando, en el estado de Florida. Habla inglés fluido y casi nunca usa el castellano. De hecho, cuando lo hace, olvida algunas palabras, confunde su orden y suelta un marcado acento, como si fuera su segunda lengua y no la primera. Es uno de los millones de inmigrantes latinos que en las últimas elecciones presidenciales votó por Donald Trump, contradiciendo las encuestas. Y reconoce que, desde que se fue de Chile, sólo volvió una vez y por apenas 48 horas.
En su colegio, el Verbo Divino, Pat lanzaba la jabalina y ganó varios torneos interescolares. Gracias a eso la Universidad de Kentucky le dio una beca completa para estudiar educación física y, con 18 años, partió a Estados Unidos. Allá siguió entrenando e incluso clasificó a los Juegos Olímpicos de Tokio 1964: fue uno de los 14 deportistas que integraron la delegación chilena.
Entre medio, y mientras él estudiaba en Kentucky, sus padres murieron y su hermana emigró a Caracas. Eso, sumado al nivel de entrenamiento con que se encontró en Estados Unidos, hicieron que sus nexos con Chile comenzaran a romperse. "Cuando me vine aquí, la situación política en Chile estaba muy mala. Y aquí tuve suerte de empezar a trabajar con gente de muy buen nivel, campeones nacionales, deportistas que clasificaron a las Olimpiadas. El nivel aquí era muy alto. Ir a Chile y llegar a eso tomaría muchos años", explica Pat.
Con el tiempo, y después de graduarse como profesor de educación física, Etcheberry se haría cargo de los equipos de atletismo y fútbol americano de la universidad. Años más tarde comenzaría a trabajar con la academia IMG y con ella vendría el gran salto de su carrera.
La primera tenista con que trabajo fue Susan Sloane, una norteamericana semi desconocida que ocupaba lugares secundarios en el ranking ATP. Después de un año de trabajo Sloane subió del puesto 150° al 19° del ranking y, de paso, hizo crecer la reputación de Pat. IMG le seguiría asignando tenistas hasta que, a fines de los 80', recibió el llamado del iraní.
El primer prodigio
El ex boxeador, que compitió en los JJ.OO. de Londres 1948 y Helsinki 1952, era un padre autoritario y violento. Estaba obsesionado con que sus hijos se convirtieran en tenistas. Y no sólo eso, sino que llegaran al número uno del ranking. Ya había fallado con los dos mayores, así que ahora, cuando contactó a Pat, lo intentaba con el tercero.
Cuando su hijo era apenas una guagua, instaló sobre la cuna un móvil con pelotas de tenis y le dio una raqueta para las golpeara. Más tarde fabricó él mismo una máquina, con forma de monstruo, que lanzaba 2.500 pelotas diarias: la apodó El Dragón. Cualquier mala cara o gesto de cansancio del niño era respondido con un grito del padre. No había más opción que devolver las 2.500 pelotas al día.
Andre Agassi, el hijo del iraní, tenía 18 años y hacía dos que era profesional. La prensa hablaba de él como el futuro gran tenista estadounidense pero, al mismo tiempo, lo criticaba por su estilo rebelde e irregularidad. En Open, su autobiografía, Agassi confiesa el temor que sentía en esa época al enfrentarse a las críticas de los periodistas y de la relación quebrada que tenía con su padre.
Pat, en un español trabado, lo recuerda así: "No sé si odiaba el tenis, pero sí. No era la cosa que le gustaba. El papá era muy duro con él, le ponía mucha presión. Tenían una mala relación, el hijo y el papá no estaban bien. El señor era un loco, pero muy inteligente".
En esos años Pat vivía en Florida y viajaba cada cierto tiempo durante tres semanas a Las Vegas para trabajar con Agassi. Lo hacía correr en una colina que quedaba detrás de la casa de sus padres e iban al gimnasio de la Universidad de Las Vegas. "Había que motivarlo, como a cualquiera. No es diferente de Marcelo Ríos. Había que entretenerlo, hacerlo competir para que trabajara", dice Pat.
Agassi, que siempre fue un virtuoso con la raqueta, nunca destacó por su físico. Era delgado, tenía poca resistencia y sufría de constantes dolores en la espalda. Por eso recién después de fortalecerse comenzó a escalar en el ranking mundial. En paralelo empezó a ganar dinero, se compró un Corvette de varios miles de dólares y una pequeña mansión en Las Vegas. Pat convivió con él en ese proceso pero cortaron el vínculo al poco tiempo: fue antes de que 1989 terminara, casi un año y medio después de empezar a trabajar juntos.
Y aquí las versiones se contradicen: en Open el tenista dice que fue él quien terminó el contrato para trabajar con Gil Reyes, preparador físico de la Universidad de Las Vegas que, a la larga, se convertiría en su mentor. Etcheberry, en cambio, explica que el término fue de mutuo acuerdo porque Agassi necesitaba un preparador a tiempo completo y él no podía dedicarse en exclusiva: trabajaba con más deportistas.
"Yo iba a Las Vegas de vez en cuando pero no podía estar siempre con él. Además de Agassi yo trabajaba con seis o siete tenistas más. Entonces si me iba a Las Vegas, no veía a los otros. Incluso cuando la hija mía nació, la mayor, yo estaba con Agassi", explica Etcheberry.
Lo cierto es que Agassi continuó con Reyes, y Etcheberry siguió dividendo su tiempo con una serie de estrellas mundiales: Jim Courier, Sergi Bruguera y Pete Sampras, y las mujeres Monica Seles, Jenifer Capriati y Gabriela Sabatini. Todos, entre los 10 mejores del mundo.
Con Pete Sampras, Pat llegaría al punto más alto de su carrera: trabajaron juntos durante ocho años y estuvo a su lado durante las más de 100 semanas que duró su primer reinado como número uno del mundo. "Empecé con él cuando nadie sabía quién era. Cuando ganó el US Open por primera vez, nadie lo conocía. A la semana siguiente vamos a comer a un parque y había unos chicos jugando fútbol y gritan 'mira, ahí está Sampras'. Ahí se dio cuenta cómo había cambiado su vida", dice Pat. En abril de 1995, sin embargo, el azar querría que Sampras fuera desplazado del primer puesto por su archirrival y el ex pupilo de su preparador: Agassi.
Más tarde Pat prepararía físicamente a Marcelo Ríos ("había que hueviarlo para que entrene bien"), a la belga Justin Henin, a la suiza Martina Hingis, a la española Arantxa Sánchez Vicario y a la bielorrusa Victoria Azarenka. Ellos, junto a Agassi, Sampras, Courier, Seles y Capriati, sumarían 10 los jugadores entrenados por Etcheberry que algún día se convirtieron en número uno del planeta.
Hoy Pat, de 63 años, se dedica a dar charlas y exposiciones sobre preparación física. También hace consultorías en universidades y colegios, donde prepara el plan de trabajo para el resto del año. Además entrena golfistas y algunos jugadores de fútbol americano. De vez en cuando, dice, lo van a ver padres con sus hijos y le ruegan para los que entrene: "Todos creen que el hijo suyo va a ser el próximo número uno del mundo".
A Agassi, Pat sólo lo volvería a ver unas cuantas veces más. Una de las últimas, dice, fue después de que el Kid de Las Vegas se divorciara de la actriz Brooke Shields y empezara a salir con la tenista alemana Steffi Graf, en esa época número uno del mundo. Pat lo vio bien, más tranquilo. Y pensó que Agassi, el tenista atormentado y que odiaba lo que hacía, por fin estaba aprendiendo a ser feliz. Entre los dos no había rencores.
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