Cinco historias de víctimas que rearmaron su vida después del 27/F
Un profesional que eligió focalizarse en la oficina y no en la sala del terapeuta. Un hombre que se enamoró luego de que su vida se desplomara en la pieza del lado. El dueño de un bote que perdonó al río, una mujer que organiza las conmemoraciones y un isleño que creó un cuerpo de bomberos. Todos ellos perdieron a sus cercanos. Y todos aseguran que van saliendo adelante.
"DE A POCO LE PERDI EL RECELO AL RIO"
"Han pasado cuatro años, pero parece que fue ayer cuando el tsunami me arrebató a mi hijo y a mi padre. Esa noche también perdimos mi bote y mi casa. Mi esposa, mi madre y yo nos quedamos solos, en la calle. Hasta el barrio en el que vivíamos desapareció por completo", dice Emilio José Gutiérrez (38), un botero de Constitución que toda su vida ha estado ligado al río Maule, ya que su padre y abuelo también trabajaron en ese oficio.
Después del terremoto, toda la familia de Emilio, que vivía junto a la desembocadura del Maule, decidió huir en bote río arriba. Pero una ola volcó la embarcación en la que estaban su padre y su hijo. Horas después iniciaron la búsqueda y sólo lograron encontrar un cuerpo. De su hijo, de cuatro años, nunca más supieron. Hoy la foto del niño encabeza la lancha a motor que lleva su nombre, Emilito José, con capacidad para 60 personas, la cual fue adquirida este verano por Emilio y su esposa Sofía.
"Jamás vamos a olvidar lo que sucedió, pero hay que seguir trabajando. De a poco le fuimos perdiendo el recelo al río. Yo busqué a mi hijo todo un año, pero al verano siguiente arreglé el bote que me había quedado y empecé a ganar dinero haciendo paseos para turistas. Así, con mucho esfuerzo, hemos salido adelante y hoy tenemos una hermosa familia con otras dos hijas: Emilia José, de tres años, y Emilia Florencia, de uno", recalca Gutiérrez.
"La pena no se olvida nunca, pero puedo decir que por el río Maule lo perdí todo y ahora el mismo río me lo devolvió casi todo de nuevo", agrega.
Gutiérrez y su familia viven en una casa con subsidio del gobierno, en un cerro de Constitución. "A veces, en el agua, veo un bulto o una bolsa, y me acerco a examinarla. Yo sé que es imposible encontrar algo de mi pequeño después de tanto tiempo, pero la esperanza no se pierde", puntualiza.
"Muchos turistas me preguntan cómo se supera la pena y yo les digo que hay que trabajar nomás. Ahora tengo mi casa, mi esposa y dos niñitas que han sido el verdadero puntal en mi vida. Por ellas, por el hijo que perdí y por el cuarto que viene en camino, seguiré trabajando siempre".
Su esposa, Sofía Monsalve, destaca el apoyo recibido después de la tragedia: "Desde los primeros días recibimos ropa y alimentos de la gente que viajó a Constitución. El alcalde y el gobierno nos ayudaron con el subsidio para nuestra vivienda. Y el motor para el barco nuevo fue el regalo de una empresa", dice la mujer, que todos los días acompaña a su esposo en la ribera del río Maule e invita a los turistas a pasear.
EL SOBREVIVIENTE DEL ALTO RIO QUE VOLVIO A CASARSE
Marcelo González Sazo se encontraba en el living jugando videojuegos, mientras su esposa Paola y su hijo Vicente dormían en la habitación contigua del edificio Alto Río, de Concepción.
A las 3.34 horas la intensidad del terremoto literalmente partió la torre de departamentos y las murallas de aquella pieza se cayeron, dejando sin vida a los que allí estaban. Ambos fueron parte de los ocho fallecidos de la única estructura que, a nivel nacional, se derrumbó por completo.
González relata que no haber podido salvarlas lo dejó sumido en una depresión que se prolongó durante años: "Pasaba medicado. A veces no me acordaba de lo que ocurría en el día". Incluso empezó a realizar deportes extremos: "Creo que, de manera indirecta, buscaba desaparecer".
Curiosamente, el primer fallo judicial del caso, que exculpó a los dueños de la constructora, fue un "cable a tierra", según señala él mismo. "Me di cuenta que tenía que retomar mi vida y arriesgarme para poder salir adelante". Así, el 2013 comenzó a salir con Astrid, con quien se casó hace seis meses. "Me ha ayudado mucho en este proceso de recuperación. Me insta a que siga luchando".
Paralelamente, ese mismo año le ganó una demanda a la inmobiliaria, que fue ratificada por la Corte Suprema.
Hoy vive en Viña del Mar. Lo dejó todo para comenzar una nueva vida junto a su pareja. "Estoy agradecido de esta segunda oportunidad. Día a día busco conseguir una mejor calidad de vida, porque me acuerdo de ellas y la pena me inunda".
LA DECISION DE UN INGENIERO: SEGUIR TRABAJANDO POR EL FUTURO DE SUS HIJOS
Piensa en el 2010 y Carlos Pareja (48) no puede decir que haya cambiado mucho, que tenga una empresa millonaria, ni mejores autos, ni que se cambió a un barrio exclusivo de Santiago.
Su historia, dice él mismo, "es familiar y de casa, muy de gente común y corriente". Es el esfuerzo de seguir adelante en la misma villa en la comuna de La Florida, con el mismo trabajo y el mismo sueldo. Sólo que con dos personas menos en el hogar: su esposa y su pequeña hija de dos años, quienes aquel 27 de febrero se quedaron en las aguas de la Isla Orrego. "Por lo mismo, es una historia normal, que también debe identificar a muchas personas", acuña este ingeniero informático de una empresa sanitaria.
Ese verano de 2010, Pareja fue a veranear -por primera vez- junto a toda su familia a la desembocadura del río Maule. También estaban sus dos hijos mayores, Pablo y Elizabeth, que sobrevivieron y quienes actualmente viven junto a él.
"La gente no se imagina lo difícil que es pasar por esta fecha y recordarlo todo una y otra vez. Nunca más salimos de vacaciones. Ni siquiera lo hablamos. Preferimos pasarlas aquí, los tres, y así hemos logrado seguir viviendo", cuenta.
Según este profesional, quien también tiene una demanda en curso contra los responsables de los decesos, no hay terapias ni recetas que mitiguen su dolor. Solamente enfocarse en los dos hijos que confían en él y pensar que ya vendrán tiempos mejores.
"Yo sé lo que ellos sienten cada vez que aparece una noticia de este tema, lo veo en su mirada, y, por lo mismo, he tratado de rearmarles el verano con lo que tenemos, con internet aquí en la casa, con uno que otro paseo, ayudándolos en sus estudios y trabajando mucho para mantener nuestro nivel económico y que ellos puedan darse algún pequeño gusto", dice.
Pareja agrega que "aquí no somos muy fanáticos del deporte ni de otros hobbies. El principal empujón para seguir adelante es darme cuenta de que, como sea, tengo que seguir yo. Y el sueño de que mis hijos puedan tener una buena vida. Eso nos mantiene de pie".
QUEDO SOLA Y HOY ORGANIZA EL ACTO DE CONMEMORACION DE LA ISLA ORREGO
La madrugada del 27 de febrero de 2010, Sandra Contreras (49) salió a las 2.00 horas del trabajo. Toda su familia, es decir sus dos hijas, Sandra (25) y Antonia Muñoz (7), y su nieta Estefanía Gatica (4), se encontraban en la isla Orrego, a la espera de la noche veneciana. Sandra se iba a reunir con ellas a la mañana siguiente. Nunca ocurrió.
"Me ha costado mucho, pero ahora estoy saliendo adelante", reflexiona esta maestra de cocina de un restaurante de Constitución, VII Región.
Como se prevé, la historia es trágica. Luego del terremoto, sus hijas y nieta no lograron cruzar a la ciudad y fallecieron cuando el tsunami llegó a la desembocadura. Sandra cuenta que fue gracias al empleo en una pensión que empezó a levantarse: "Lo logré trabajando muy duro".
Sin embargo, la tarea que más la ocupa por estos días no es el hostal, sino el acto que la ciudad organiza todos los años para recordar a las víctimas de la tragedia. Sandra es parte activa de este evento, organizado por la Municipalidad de Constitución: "Estoy muy ocupada con las actividades de conmemoración. Hago esto para que no se olviden de lo que vivimos. Todos los años con la municipalidad nos ponemos de acuerdo y hacemos las actividades".
En la sede edilicia explican que, fundamentalmente, se trata de una vigila, en la cual este año iban a participar Los Huasos Quincheros y el pianista Roberto Bravo. Sandra es una especie de anfitriona, que acompaña a las autoridades a cruzar el río.
DE CHOFER A PRIMER BOMBERO DE JUAN FERNANDEZ
Hace 15 años que Antonio Brito (41) llegó a vivir al archipiélago de Juan Fernández. Es el lugar de origen de su mujer, con la que tuvo dos hijos, unos de ellos Matías, de ocho años, quien el 27 de febrero de 2010 falleció.
Este chofer de ambulancia de Bahía Cumberland vivía a seis metros de donde normalmente rompe la ola en la costa. Esa madrugada, sin embargo, no supo del terremoto en el continente ni menos de un posible tsunami.
"Ya lo tengo asumido, pero para mí estar aquí este día es algo muy difícil, siempre trato de no quedarme, me voy al continente, pero ahora no tuve opción, recién el lunes puedo embarcarme".
Y lo hace en barco, porque tampoco es capaz de subirse a un avión, después del desplome del CASA 212, en el 2011. Dos tragedias que lo llevaron a la fobia.
Pero también cuenta que su vida ha tenido cambios positivos. Por ejemplo, de tratar de ayudar a los habitantes de la isla más allá de los traslados en ambulancia.
Siendo bombero de su natal ciudad La Ligua, surgió la idea de institucionalizar el trabajo de voluntario. Así que en septiembre de 2011 fundó la Primera Compañía de Bomberos de Juan Fernández. Hoy cuentan con siete voluntarios, un cuartel y dos carros donados, suficiente para los dos incendios que han tenido hasta ahora.
"Esto es algo muy bueno, ser voluntario es lindo; no sé si cubre de cierta manera el vacío que dejó la partida de Matías, pero lo mejor que me ha pasado es poder ayudar a los demás", cuenta Brito.
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