Columna de Ernesto Ottone: Ecos de una renuncia
Lagos no es un misionero, es un hombre político y un hombre de Estado, con ambición política, que sabe ejercer el poder sin angustias, con gusto y naturalidad. Se preparó para ello, luchó por ser elegido y cuando ejerció el poder lo hizo bien. Hoy, que ya no está en carrera, moros y cristianos, partidarios y denostadores, reconocen que en el balance de su gobierno y más aún en el de su vida política en su conjunto es mucho mayor su activo que su pasivo.
A través del paso del tiempo las palabras adquieren otros significados, o acumulan significados diversos que se apartan de la especificidad de sus raíces.
Por ejemplo, el término autoridad se usa actualmente para significar ya sea conocimiento, "fulano de tal es una autoridad en la materia" o poder, por ejemplo, cuando un carabinero le dice a usted "respete a la autoridad". En el primer caso se trata de alguien que es experto en algo, en el segundo, de alguien que tiene una pistola.
Los romanos antiguos, en la Roma clásica, hacían una fuerte distinción entre ambos conceptos, el término "autoritas" se usaba para significar algo que se ejercía sobre todo en el Senado y se refería al conocimiento, la experiencia, la influencia y la reflexión sobre los asuntos del Estado.
El término "potestas", por su parte, significaba el poder de la acción, que era ejercida por tribunos y cónsules, quienes llevaban a cabo las cosas, dirigían los ejércitos, administraban los problemas de la ciudad, establecían las reglas, controlaban el orden y respondían por el uso de la fuerza. Eran los ejecutores de la acción política.
Los tiempos de oro de la República fueron cuando ambos se combinaban en función de la grandeza de Roma. La decadencia de Roma estuvo marcada por la disolución de ambas y su reemplazo por figuras tiránicas y corruptas.
A lo que ha renunciado Ricardo Lagos en el contexto democrático chileno ha sido a su aspiración de ejercer la "potestas" en nuestro país, porque "autoritas" la tiene de largo tiempo y no sólo en el ámbito nacional, sino también global.
Lo ha hecho a partir de razones extremadamente claras desde una perspectiva democrática.
En primer lugar, llegó a la conclusión de que sus propuestas y su liderazgo no concitaban el apoyo de los "suyos", de su espacio político natural, la centroizquierda.
Un espacio que él contribuyó a crear y que fue la clave de la derrota de la dictadura. Sin centroizquierda la democracia no habría prevalecido por sobre la dictadura, ese fue su gran bautizo de fuego, su marca de nacimiento que una cierta cultura de la banalidad que se ha extendido entre nosotros tiende hoy a recordar apenas "con fría indiferencia".
Además, sin centroizquierda la transición democrática no habría logrado hacer de Chile un país con una historia política respetable, pero con un nivel de desarrollo económico y social precario, el país que aún en momentos de bajo crecimiento está a la cabeza de América Latina prácticamente en todos los aspectos del desarrollo.
En segundo lugar, llegó a la conclusión de que tampoco había logrado concitar un apoyo ciudadano suficiente como para suplir la ausencia de apoyo de su espacio político.
Se podría pensar que debió haber recurrido a una relación directa con la ciudadanía, pero como bien lo señaló él mismo, la figura del caudillo, de alguien que se salte las instituciones, aun cuando estén algo venidas a menos, no pertenece ni a sus convicciones ni a su cultura política.
Recorrió así el ríspido camino de organizar su campaña en torno a ideas, propuestas y razonamientos, visitó el país promoviendo un diálogo con contenido, no negó la política, por el contrario, abogó por recuperar su sentido más noble, pero en tiempos gruñones en la forma y vacíos en el contenido no tuvo éxito.
Hoy, más bien están a la moda la sonrisa blanda o el grito destemplado, prevalece la apelación a las puras emociones, ya sean amables o rabiosas.
Si las cosas estaban así, si los riesgos eran tan grandes, si había poca agua en la piscina y si, además, el agua estaba algo turbia, ¿por qué diablos este señor hizo este esfuerzo gigantesco y se sometió a situaciones ingratas e inmerecidas?
La respuesta no está ni en la santidad ni en el martilorogio.
Lagos no es un misionero, es un hombre político y un hombre de Estado, con ambición política, que sabe ejercer el poder sin angustias, con gusto y naturalidad. Se preparó para ello, luchó por ser elegido y cuando ejerció el poder lo hizo bien.
Hoy, que ya no está en carrera, moros y cristianos, partidarios y denostadores, reconocen que en el balance de su gobierno y más aún en el de su vida política en su conjunto es mucho mayor su activo que su pasivo.
Creo que enfrentó esta precandidatura porque es un hombre de convicciones, que asocia el ejercicio de la "potestas" al logro de ideales fuertes, de cambios realizables, que tiene una idea larga sobre el futuro de Chile, de su inserción en un mundo cuya dinámica conoce a fondo y estudia en permanencia, del rol protagónico que el país debe tener en la construcción regional, de las metas que es posible y deseable proponerse para que Chile sea un país desarrollado en un sentido amplio y socialmente inclusivo, poseedor de una democracia institucionalmente sólida, donde las transformaciones tecnológicas no nos sorprendan, sino que sirvan de soporte para avanzar más y terminar con los atrasos inadmisibles que aún tenemos.
Lejos está su pensamiento de ensoñaciones mesiánicas, de promesas desmesuradas, de abandonar el rol de mediación que tiene la política democrática para refugiarse en el calorcito barato de convertirse en un megáfono del grito callejero.
Lo suyo es más bien el rigor de la reflexión, la exigencia de resultados y la honestidad republicana.
El esfuerzo que realizó se explica solo por ese perfil, por la misma razón que lo hizo entrar de lleno en política cuando todo era riesgo. Ahora, también decidió cambiar su vida de ex presidente de reconocida "autoritas" en el mundo para salir a la intemperie porque veía que las cosas andaban mal.
En buena parte de la centroizquierda se perdía el proyecto colectivo, la fuerza tranquila del cambio gradual se transformaba en un fundacionalismo ansioso, atiborrado e inacabado, que perdía apoyo en medio del desprestigio de todo el sistema político.
La ausencia de un orgullo reformador y de defensa de lo realizado terminó en divisiones y particularismos en donde se concluyó perdiendo el apoyo de la ciudadanía moderada sin ganar a los sectores radicalizados que decidieron hacer tienda aparte.
En este cuadro, atacado de izquierda y derecha, su mensaje no tuvo el eco necesario, el mensajero no fue escuchado.
Tampoco se advirtió la urgencia que él planteó de fortalecerse para hacer frente al regreso de una derecha que ensombrece de manera exagerada los datos de la realidad planteando cada vez más ambiciones restauradoras aprovechando los errores demasiado frecuentes y la medianía de la actual gestión, que a costa de equivocarse en la ejecución de las reformas ha disminuido el prestigio mismo del esfuerzo reformador que Chile requiere y apocado sus propios aciertos.
Lagos ha señalado que la "vida sigue", es cierto, él posee una enorme "autoritas" y desde allí podrá ser un referente para preservar lo más valioso de la experiencia chilena, la existencia de un espacio reformador con lucidez política y capacidad técnica que debe resistir tanto la olas de automatismos de mercado como del neopopulismo de los eslóganes.
No es verdad que el proyecto reformador ha muerto, está magullado, cómo no verlo, pero hay jóvenes de distintas generaciones que están lejos de los extremos y que pueden con su propio estilo y experiencia abrirle paso en el futuro.
No son los más exasperados y ruidosos, pero probablemente son los más sólidos.
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