Columna de Héctor Soto: Hartos de duda
Quien diga que tiene una lectura perfectamente clara y coherente de lo que quiere la sociedad chilena en función de las elecciones del domingo pasado o se está engañando o se está mintiendo.
1. Quien diga que tiene una lectura perfectamente clara y coherente de lo que quiere la sociedad chilena en función de las elecciones del domingo pasado o se está engañando o se está mintiendo. Porque, de momento, lo único claro es que nada está claro.
2. Sí, es cierto. Las encuestas se equivocaron, y mucho. A lo mejor no todas, pero sí las más acreditadas. Siete, ocho puntos de diferencia es demasiado. Les creemos a las encuestas no por anticipar el orden de llegada de los candidatos –eso lo pudo hacer cualquiera-, sino porque siempre fueron un medio idóneo para entrar en la sintonía más fina de las tendencias y recomposiciones. Y para eso esta vez no sirvieron. El país es más complejo y cambiante y las métricas utilizadas no pudieron medir bien las preferencias de los votantes.
3. Hay que ser bien paranoico para sospechar que detrás del papelón de las encuestas hubo una conspiración. La hipótesis de que las encuestas construyen realidad es atractiva, porque efectivamente sus mediciones se instalan en la agenda pública, pero eso no significa que esta instalación condicione la conducta del electorado. Si tanta realidad construyeran las encuestas, entonces Piñera debió haber sobrepasado el 40% de los votos y Beatriz Sánchez nunca debió haber superado el 12 o 14%. No obstante la reiterada evidencia en sentido contrario, que arranca nada menos que desde el plebiscito del 88, a los chilenos nada nos seduce más que pensar que las encuestas y el cacareo mediático son determinantes. Yo lo dudo.
4. El costo del error de las encuestas ha sido enorme, pero aquí los primeros damnificados no son las candidaturas subestimadas o sobreestimadas, sino las empresas e instituciones que las elaboraron. Recuperar la credibilidad dañada será un proceso trabajoso y lento.
5. Es curioso para el neófito que las encuestas fallen no obstante que en sus orientaciones, en sus corrientes más profundas, el país sigue siendo extremadamente estable. Como lo han dicho muchos observadores, la última elección prácticamente repitió los números del 2009. Los votos de Guillier y Goic suman casi igual que los de Frei, y los de Piñera y José Antonio Kast repiten los que tuvo entonces la Coalición por el Cambio. Y, con todas las diferencias que se puedan establecer entre una candidatura y otra, el 20% de Beatriz Sánchez no es demasiado distinto a lo que cosechó ME-O en esa elección. La correlación de fuerzas anterior al 2010 sigue entonces más o menos igual. Hay, además, otro detalle que llama la atención a los legos. En la elección del domingo pasado parecieran haberse acabado las sorpresas en el transcurso de los cómputos. En Chile siguen existiendo enormes diferencias importantes entre el norte, el centro y el sur, entre zonas rurales y urbanas, entre barrios populares y acomodados, pero escrutado el resultado del 1% de las mesas, del 5%, del 10% o el 80%, los porcentajes no variaron. ¿Qué? ¿El país se homogeneizó? En absoluto. Pero, por lo visto, una cantidad variada y reducida de mesas pueden anticipar bastante bien el resultado final.
6. El gobierno ha visto en los resultados un apoyo rotundo, del orden del 55%, a su programa de reformas. Es una estimación gratificante que apuesta a la suma de los votos de seis de los ocho candidatos presidenciales que compitieron. Lo que no es ninguna apuesta, sino un hecho cierto, es que a los partidos oficialistas les fue muy mal en la elección. La representación que tenían en la Cámara de Diputados cae del 55% en el actual mandato al 36% en el próximo. Es un desastre, incluso en el contexto del redistritaje que dibujó a lápiz el ministro Peñailillo para subsidiar a su coalición. Si este resultado para la Presidenta es un éxito político, bueno, significa, en el mejor de los casos, que está teniendo problemas de vista.
7. Lo que reflejan las cifras del domingo es básicamente una recomposición de la izquierda. El Frente Amplio, efectivamente, capturó buena parte de la votación de la izquierda tradicional. Pero en la nueva Cámara de Diputados el peso relativo de estos dos sectores juntos, incluyendo los 20 diputados del Frente Amplio, seguirá siendo muy parecido al de la izquierda más dura en el mandato actual, del orden del 40%. La representación de la centroderecha en la Cámara, a todo esto, subirá del 40% al 47%.
8. Por lejos, el partido más dañado en esta elección fue la DC. Hay militantes de la colectividad que creen que su candidata lo hizo bien y otros que lo hizo mal. Más allá de estos desencuentros domésticos, lo más probable es que el problema no esté ahí ni tampoco en ella, que es la irrelevancia misma, sino en que la colectividad se quedó sin líderes, sin espacio y sin un proyecto diferenciado que ofrecerle al país. Este proceso de desgaste se venía arrastrando desde hace años y lo único dramático fue que los cómputos del domingo lo hayan cuantificado con matemática rudeza.
9. No sabemos si votaron más jóvenes que en la elección anterior. Si así fuera, quiere decir que muchos mayores dejaron de ir a votar porque el cuerpo electoral fue incluso un poco menor. Tampoco sabemos de dónde Piñera o Guillier podrían sacar los votos que les faltan para llegar a la Presidencia. Y probablemente haya que revisar las tesis que se instalaron sobre el fracaso del actual gobierno, sobre el descontento del Chile de hoy y sobre lo que en verdad quiere la ciudadanía. Preferible no hacerlo por ahora. No cabe duda que hay visiones y proyectos muy contrapuestos en juego. Y que el próximo 17 de diciembre el país deberá optar por uno. Por fortuna, porque ya estamos hartos de tanta duda.
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