Cómo viven los 230 profesionales chilenos que trabajan en Dubai
Fue su bautizo en Dubai. Rosana García (una chilena que en Santiago trabajaba en la sucursal de Cerrillos del BCI y que al llegar en 2003 a ese emirato consiguió trabajo en la cadena de perlas Pinctada) recibió un día a un cliente. Era árabe, vestía jeans y a ella no le llamó mayormente la atención. Su novia le pareció algo joven, pero nada más. El árabe le preguntó por un collar de perlas blancas y ella le dijo el precio en dirhams, la moneda local: poco más de nueve millones de pesos chilenos. "Es un poco caro", le dijo el hombre. "Yo no encuentro", respondió ella.
Siguieron así un rato, hasta que se aburrió de regatear. Entonces él salió de la tienda, entró su secretario y pagó todo al contado. Así Rosana se enteró que se trataba del shayj Mohammed (mandatario de Dubai), y que su novia era la princesa Haya bint Al-Hussein, hija del Rey de Jordania, que pronto se convertiría en su segunda esposa.
"El collar lo usó ese mismo año (2004) en las carreras del Derby", dice Rosana riéndose al teléfono. Hoy se desempeña como retail manager de esta firma de joyas con presencia en los principales puntos de los Emiratos Arabes Unidos, incluido el hotel siete estrellas Burj Al Arab, esa torre de 321 metros que se alza sobre una isla artificial en medio del Golfo Pérsico.
Su historia es una de las muchas que cuenta la pequeña, pero creciente colonia chilena residente en uno de los siete emiratos, conocido por sus lujos y, sobre todo, por lo cosmopolita: el 85% de la población es extranjera, el inglés se habla más que el árabe y los musulmanes son el 65%. "Tenemos calculados alrededor de 260 (chilenos) en todos los emiratos y en Dubai son 230", dice el embajador Jean Paul Tarud, desde la sede recién inaugurada. La mayoría son profesionales, hombres cercanos a los 30. Estos llegaron solos o con sus familias, rara vez de más de cuatro personas, en los últimos cinco años. "El grueso está distribuido entre ingenieros del área de la construcción y pilotos (...). También hay muchos arquitectos", dice.
Pese a la crisis, Dubai sigue siendo un lugar atractivo para hacer negocios: Chile exporta US$ 107 millones al año a los Emiratos, un 34,4% más que en 2005. Estos, a su vez, exportan US$ 6 millones al país. Los principales productos colocados por Chile son "maderas de pino y pulpa de madera, utilizados en la construcción", dice Carlos Salas, cabeza de ProChile en los EAU. Lo siguen el salmón ahumado, las frutas y un bien apreciado en un país amante de la hípica: los caballos de carrera.
ACOSTUMBRARSE AL LUJO
Los sueldos son un incentivo. Gerardo Rocha, hijo del fallecido fundador de la U. Santo Tomás y hoy representante de la familia en la corporación, estuvo en Dubai entre 2007 y 2008. Cuenta que "el ingreso como copiloto en Lan en Chile son de unos $ 2.500.000 bruto y allá el bruto es de $ 8.500.000. Y eso incluía todo: vivienda, ayuda para la educación de los niños, salud y sueldo líquido", dice.
Para un ingeniero civil el sueldo líquido puede alcanzar los $ 3.800.000. Pero el costo de vida es más alto: arrendar un departamento de un dormitorio puede costar $ 14 millones anuales y un colegio inglés $ 4.500.000 al año. Sin embargo, una lata de Coca-Cola puede comprarse por $ 150 y un galón de bencina (5 litros) por $ 900.
Tomás Olea (29), ingeniero industrial que trabaja para Crystal Lagoons, empresa que hizo la piscina más grande del mundo en San Alfonso y que hoy tiene proyectos en Dubai, suele ver autos Lamborghini, Ferrari y Porsche en las calles. Le ha pasado algo parecido a los expedicionarios en la Antártica, que empiezan a distinguir varios tonos de blanco: "Está el lujo, pero sobre el lujo está el súper lujo y el extra lujo. Hay muchos más niveles".
La ingeniera Carolina Valdivia, quien llegó a Dubai en 2008, reconoce que lo que le asusta es "perder el sentido de la realidad". Sí destaca la tolerancia. Dice que si bien es importante que las mujeres tapen sus hombros, en la playa sí puede usarse traje de baño: un día tomaba sol y vio a una mujer árabe, vestida de negro, mirándola. Esta se acercó, le pasó a su hijo y, contra todo lo que esperaba, "¡me sacó una foto!". Después se puso toda la familia detrás suyo y sacaron más fotos mientras le decían "Good, good". "Eran iraníes y nunca habían visto a una chica en bikini", explica.
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