Cómo viven los argentinos las crisis de inflación, dólar y cortes de luz
La incertidumbre aflora ante la fuerte devaluación del peso argentino, que en los últimos días llegó al 15%, más una alta inflación que golpea a la clase media. Los transandinos ya se acostumbran a los apagones y a las restricciones a la hora de comprar.
DE PRONTO, Argentina quedó en el ojo de la tormenta en la que diarios de todo el mundo empezaron a predecir el colapso económico, el "final de fiesta" de la mano de Venezuela, entre otros oscuros vaticinios que también se palpan puertas adentro de este país donde, en mayo de 2013, el kirchnerismo festejaba sus 10 años en el poder bajo el lema "La década ganada". Hoy, el modelo de fuerte intervención estatal, aumento del gasto público y alejamiento de los mercados financieros aplicado por los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner está crujiendo.
La incertidumbre aflora ante la fuerte devaluación del peso, que en los últimos días llegó al 15%, más una inflación del 30%, que golpea fuertemente a la clase media. Sus salarios se ven menguados por el peso de los cada vez más altos precios al consumidor y los impuestos. La inversión parada, el alza de las tasas de interés y la desaparición del crédito amenazan el consumo. La crisis también cachetea a los más carenciados que viven de los planes sociales del Estado. Según el Instituto de Investigación Social, Económica y Política Ciudadana, uno de cada cuatro bonaerenses es pobre. Y en la provincia de Chaco lo es casi la mitad de la población.
Curiosamente, lejos de las marchas de protestas y cacerolazos contra el gobierno que se vivieron en los últimos años, el agotamiento de la economía y el mal ánimo general no amedrentan a los argentinos, que parecen no sólo soportar la situación de manera estoica. Más bien, despliegan estrategias, pues de tantas crisis que han padecido a lo largo del siglo XX -ha habido índices inflacionarios de más del 500% anual-, las saben capear. Sin ir más lejos, ayer hubo nuevos cortes de luz durante horas por las fuertes lluvias. Y nada ocurrió. Estas recordaron la ola de calor que a fines del año pasado dejó sin energía eléctrica a numerosas familias y comercios por varios días, causándoles importantes pérdidas económicas. Entonces hubo una ola de saqueos en todo el país y protestas que han ido mermando.
Uno de los pilares argentinos es su fuerte adicción al dólar en efectivo. Y aunque el sistema bancario recuperó la confianza después del desastre del corralito bancario, tras el default de 2001-2002, cuando el Estado incautó los depósitos de los ahorristas, a los argentinos les gusta ahorrar en dólares contantes y sonantes. Así, desde hace dos años es común el mercado paralelo de la divisa -el dólar "blue"-, que tiene una alta demanda y oferta. Lo venden los llamados "arbolitos". Y de éste sacan provecho hasta los turistas, dada la desesperación de los argentinos por adquirirlos. Y ahora nadie frena la compra de la moneda, desde que el gobierno liberara algo la compra de la divisa extranjera aplicando un recargo del 20%.
Tal es el caso de Vanina Cohen, de 42 años y alta funcionaria en un organismo estatal. Vanina no sólo se hizo de todos los dólares que pudo -le permiten un máximo de 2.000-, sino que al volver de vacaciones hizo una compra de supermercado como si se preparara para la guerra. "Estoy feliz, porque también me compré un Chevrolet Tracker con una tasa de interés fija del 30,8%, que me parecía carísima. Y, por otro lado, compré un pasaje al exterior en 18 cuotas. Con la inflación se me van a hacer baratísimos y ahora el auto tiene un impuesto nuevo, el dólar oficial se fue de 6,2 a más de ocho pesos, y entonces todo vale casi el doble. Me compré hasta cien cajas de cápsulas de café Nespresso e hice una gran diferencia, porque subió un montón de la noche a la mañana", dice.
En cambio, Pablo Gallo está tan enojado que piensa irse del país, una escena que podría compararse con las de miles de argentinos que emigraron durante la hiperinflación de 1989 o los otros tantos durante la de 2001-2002.
De 30 años, Pablo es ingeniero en sistemas. Son los recurrentes hechos de inseguridad los que lo hacen pensar en irse con su esposa y su hija. Ofertas no le han faltado, aunque podría decirse que tiene aquí un buen trabajo, como jefe del área de desarrollo de software en el Poder Judicial de la ciudad de Buenos Aires.
Así y todo, cuenta a La Tercera sus principales escollos ante la crisis. "Por la cuestión de la inseguridad, nos compramos terreno en un barrio privado para irnos a vivir allí y ahora tenemos problemas con los costos de la construcción, que se duplicaron. Hay un montón de sectores de la producción paralizados, porque nadie sabe qué precio poner y todos especulan. Somos austeros, cuidamos la plata, pero teníamos un ahorro en dólares y otro en pesos. La devaluación nos mató".
Pablo dice que las medidas implementadas por el gobierno atentan contra las libertades individuales. Por ejemplo, las compras electrónicas, cuyo límite el Ministerio de Economía estableció en no más de dos por año. "Me molesta mucho que si quiero comprarme un reloj, un teléfono o libros no puedo hacerlo, porque el Estado no me deja", señala.
El gobierno ha sido reactivo ante las denuncias por corrupción -el vicepresidente Amado Boudou prestó declaración el viernes, en un caso en que se lo investiga- y también ante los numerosos conflictos internacionales que tiene abiertos ante la OMC o la Unión Europea, que se quejan de su excesivo proteccionismo. O los choques con su vecino Uruguay. En el caso de los aumentos de las bencinas, de los precios al consumidor y de la devaluación en general, varios ministros salieron a denunciar una conspiración para que Cristina Fernández renuncie antes del final de su mandato, en 2015. "Que no se ilusionen, que no nos vamos a ir antes", dijo esta semana el ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo.
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