Crítica de Libros: Ya sólo habla de amor de Ray Loriga

<p>Si bien en su más reciente novela Ray Loriga no alcanza la contundencia de algunas de sus obras anteriores, es innegable que la suya sigue siendo una de las voces más interesantes de la narrativa española contemporánea.</p>




Sebastián, el protagonista de esta novela, es un tipo tajantemente derrotado por la vida: agobiado por las deudas, dejado por su mujer, ignorado por sus amigos, el pobre hombre, de profesión escritor, se pasa los días haciendo conjeturas inútiles acerca del amor o retraduciendo algunos versos de Blake, cosa que nadie le ha pedido, pero que a él le parecen muy mal traducidos. Para colmo, Sebastián no cuenta ni siquiera con el apoyo del narrador omnisciente que relata su historia, quien no deja pasar ninguna oportunidad para apocarlo sin piedad.

Ray Loriga, el autor de Ya sólo habla de amor, es una de las voces más interesantes de la narrativa española contemporánea, y esto no sólo se debe a que en España no abundan los escritores de peso, sino a que Loriga, a lo largo de los años, ha mantenido un estilo propio y ha sabido sacar buen provecho de él. No obstante, en esta novela el autor no alcanza la contundencia que es posible apreciar en obras anteriores.

En buena medida, lo anterior se explica a través de un par de consideraciones bastante precisas. La primera tiene relación con un personaje fallido: en medio de la crisis de identidad que lo afecta, Sebastián decide inventarse un alter ego. Se trata de un polero argentino, de nombre Ramón Alaya, quien no pasa de ser un espectro innecesario dentro del relato, pues su existencia está únicamente avalada por las menciones del narrador, y no por aquello que podríamos llamar vida propia.

La segunda consideración tiene que ver con el desmedido protagonismo que se otorga a sí mismo el narrador de la historia, quien termina por convertirse en un tipo demasiado listo. Además de traicionar a cada rato a su desvalido personaje principal, haciendo gala a veces de una superioridad moral intragable, el que narra nunca se deja ver más que en sombras, aunque ello, su incorporeidad, no le impida proclamar un número excesivo de opiniones tajantes acerca de tal o cual asunto de carácter general. Así, la palabra "todo" pasa a cobrar una relevancia que agota.

Pero como Loriga es, antes y después de todo, un escritor inteligente, la novela nunca llega a zozobrar a causa de los defectos mencionados. Una prosa firme, compacta y pródiga en giros sensatos cumple con lo suyo, que no es otra cosa que mantener al lector atento. Además, la idea general del libro ("Igual que hay héroes de acción, hay gente como Sebastián, que ve en la inacción un destello de heroicidad"), aunque no destaca por su originalidad, sí le otorga un sentido cabal a la palabra fracaso: "Afortunadamente, en esta vida, en esa vida, de uno y otro lado del espejo, a la que Sebastián ya no pertenecía, quien tiene una razón no tiene una excusa, y viceversa. Así que él dejaba que le comieran las ratas como quien sabe ya que no es dueño de la cueva, y que todo le ha sido arrebatado, o para no buscar culpables, que ha renunciado, en realidad, a casi todo".

Aparte de ciertas alusiones superficiales a la obra de Blake, Milton, Pavese, Walser y a la famosa antología de poemas de Edgar Lee Masters, en Ya no sólo habla de amor el autor desarrolla un interesante cruce de circunstancias con la novela Alicia en el país de las maravillas. En suma, los seguidores de Loriga sabrán apreciar en este libro un gesto elocuente: la búsqueda de nuevas fronteras para un estilo que se mantiene fiel a sí mismo.

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