De Arica a Tacna en tren
Es el tramo ferroviario en actividad más antiguo de Sudamérica. Por esta ruta, que une Arica con Tacna, unas 150 personas cruzan a diario la frontera. En su único vagón, turistas se mezclan con mujeres aimaras que van a comprar ropa americana a Chile. Fuimos uno de esos pasajeros. En un recorrido de ida y vuelta.
Es un día de semana cualquiera y Alfonso Arteaga conduce el autovagón Sentinel Cammel, que cruza el casco histórico de Tacna entre bocinas y sirenas para alertar a los automovilistas de su presencia. A bordo van unos 30 pasajeros, una mezcla de turistas -un brasileño y una pareja francesa-, peruanos y algunos chilenos.
Al viajero primerizo, el ruido casi infernal que produce el tren al cruzar esta ciudad peruana le puede parecer una exageración. O un despropósito. Pero Arteaga no deja de hacer aullar su máquina en ningún momento, mientras maneja lento, a unos 10 kilómetros por hora, y así da tiempo a los autos para hacerse a un lado.
De repente, un choque. Por el rabillo del ojo veo cómo salta lejos un pedazo de parachoques, rebotando varias veces en el pavimento tacneño. Pocos segundos después, el tren se detiene. Nadie sabe exactamente qué pasó. Es curioso pensar que un auto pudo haberse estrellado contra el tren. Este prácticamente no se movió. Pero 10 minutos más tarde, el inspector del Sentinel dice que hay que bajar con el equipaje en mano; que la estación está a unas cuatro cuadras, y que hay que caminar hasta allí.
A unos 20 metros del tren se divisa un Kia Ceratto negro del año. Al pasar por el lado, se ve su costado entero rajado. Una punta de la pisadera del tren fue la causante del daño. A pesar de todos los ruidos que hizo el autovagón, el auto nunca se alejó lo suficiente. Mientras caminamos en grupo hasta la estación para hacer los trámites de aduana, una persona afirma que el carro malogrado es de un oficial del Ejército peruano.
***
El tramo entre Arica y Tacna es la ruta ferroviaria activa más antigua de Sudamérica. Kareen Ríos, la encargada del trayecto -que hoy es operado en un 100% por el gobierno peruano-, dice que en 1856 el tren empezó a unir ambas ciudades, que entonces eran peruanas. En 2011, la máquina estuvo detenida, entre febrero y junio, por reparaciones en la ruta. Se invirtieron 25 mil dólares. Un grueso del dinero se destinó a cambiar los antiguos rieles.
"En este momento, el tren traslada -en promedio- a unas 150 personas al día", dice Ríos. "En los veranos es cuando hay más movimiento y el vagón va absolutamente lleno. En temporada alta, vienen muchos turistas de los cruceros que paran en Arica y los tickets hay que comprarlos con anticipación". Los boletos se venden a 1.900 pesos chilenos, pero si alguien los compra en Perú debe desembolsar sólo 10 soles. O sea, $ 200 menos que en Chile. Por lo general, si no hay accidentes en la ruta, los 60 kilómetros que separan una ciudad de la otra son unidos en una hora y cuarto. A muchos viajeros les gusta tomar el tren porque se ahorran el trámite de aduana. El Sentinel, meneándose de lado a lado, se salta burlonamente la frontera, sin disminuir la velocidad, cuatro veces al día: dos partiendo desde Tacna y dos desde Arica (uno en la mañana y uno en la tarde por ciudad).
La capacidad del tren es de 60 personas. Aunque más que un tren, esta máquina parece un bus de los años 50. No sólo por su estética exterior. Por dentro, los asientos y pasillos se asemejan a las viejas micros santiaguinas que se extinguieron a principios de los 90, como las Canal San Carlos o las Matadero Palma: las paredes del vagón están pintadas de un color verde agua y los asientos son bancas de cuero con respaldo para dos personas. La gran diferencia con una máquina santiaguina es que los asientos están impecables. Ni rayados ni rajados.
Tan híbrido -entre tren y bus- es el Sentinel, que su motor es el de un camión Volvo de ocho cilindros alimentado por petróleo. Los frenos son de aire. Y la palanca de cambios tiene ocho velocidades, las que sólo pueden hacer llegar al tren hasta los 50 km por hora. Para aumentar la velocidad, al igual que en un bus, el chofer tiene que pisar un acelerador.
***
La estación tacneña, que tiene como fachada una gran torre de madera coronada por un reloj, es mucho más grande y señorial que su símil ariqueña. Una es espaciosa, colorida, digna. La otra, chata y opaca: un edificio de ladrillo de un piso sin mayor personalidad. Por eso, es en Tacna donde se pueden encontrar vestigios de lo que fue el tramo en el siglo XIX. Hay locomotoras que alguna vez humearon cruzando el desierto y también varios vagones. Todos ellos conservan la lustrosa elegancia de la época. Claro que ir a ver los viejos vagones no lo deja a uno incólume. Marco Antonio Velásquez, el cuidador de la estación, dice que al subir por la pisadera se siente un repentino descenso de temperatura. "Hay fantasmas, en el lugar penan. Todos aquí los hemos sentido, incluso visto. A mí me abrieron la llave del agua cuando estaba solo en el baño. Varios guardias han renunciado por eso", cuenta.
Sus compañeros asienten. Cuentan que el mito, que se ha traspasado de generación en generación, es que estos fenómenos paranormales responden a un fusilamiento que un grupo de soldados chilenos realizó en contra de varios peruanos durante la toma de Tacna, en plena Guerra del Pacífico. Entonces, los chilenos sorprendieron al enemigo en una especie de bodega que los peruanos tenían al fondo de la estación y que utilizaban como escondite. Murieron hombres, niños y mujeres. Según ellos, son algunos de esos espíritus los que, hasta hoy, no dejan tranquilo al personal de la estación.
***
El primer tren que parte desde Tacna a Arica sale a las 5.45 de la mañana. Para este viaje, los pasajeros deben madrugar incluso más: se deben presentar en la estación media hora antes, para hacer los trámites de aduana. Son pasadas las cinco de la mañana en Tacna y, aunque es de noche y la ciudad parece totalmente dormida, la estación empieza a latir.
A esta hora no hay turistas, ni extranjeros ni chilenos. Sólo peruanos y nosotros. Me siento en la parte trasera del vagón, en la que van sólo mujeres atiborradas de chales y bolsos tejidos. Sus pieles oscuras y sus trenzas negro azabache contrastan con el color de sus mantos: una conjunción de verde, amarillo, lila, rojo. Son los tradicionales colores de la moda en el sur peruano.
Son pocas las mujeres que hablan en castellano. La mayoría conversa en aimara. Pero todas hablan en voz baja, como respetando aún la oscuridad de la noche.
Hay, claro, algunas excepciones que rompen el silencio. A última hora sube una anciana de unos 70 años acompañada por su hija. Al venir atrasada, pasa a llevar el hombro de otra mujer sentada en una banca que da al pasillo.
-¿Qué te pasa? ¿Por qué empujas?-le dice la mujer a la anciana, marcando cada sílaba de cada palabra.
La anciana responde en aimara de manera alterada. Hay aroma a pelea entre las mujeres. Pero su hija le dice en español que ya está, que mejor se calme. La anciana se sienta, todavía enojada. Suena el pito del Sentinel. El tren deja la estación.
***
Lilian Choque. Alicia. Luz Quispe. Luz Paja. Hirma Huara Mura. Carlos Escobar. Lourdes Lima. Ester. Celia Mamani.
El inspector del tren dice cada nombre en voz alta y, a medida que los va diciendo, los pasajeros van bajando del carro. Una de las ventajas de llegar temprano a la estación de Tacna es quedar de los primeros en la lista del inspector para poder bajar del tren y hacer antes que los demás los trámites aduaneros en Arica.
Cada minuto del día hay que aprovecharlo, porque la gran mayoría de los peruanos que se dirigen a Arica en el primer tren de la mañana van con un objetivo en mente: comprar ropa americana en fardos, la que después, una vez en Perú, dividen y venden por unidad. También, compran artículos electrónicos que luego ofrecen a mayor precio en su país. Partir temprano en la mañana les da la posibilidad de hacer negocios durante el día en Arica para volver en el tren de la tarde, el que deja la ciudad chilena a las 17.00.
Pero el tren también tiene su leyenda negra. Todas las ventanas del vagón son cruzadas por barrotes, los que apenas dejan ver hacia el exterior. De hecho, más que ventanas de tren, parecen ventanas de cárcel. Los barrotes fueron colocados ahí por una razón muy simple. Muchas veces, se vieron caer paquetes o bolsos desde trenes que venían desde Tacna, los que algún cómplice se encargaba de recoger en el desierto o en la entrada de Arica. Por lo general, era mercancía: frutas, ropa y drogas. Especialmente drogas.
El capataz de una construcción ariqueña -cercana a la vía del tren- lo vio con sus propios ojos. Cuenta que una vez cayó un bolso del vagón, y como nadie lo recogió, sus obreros fueron a buscarlo. Eran botellas de champú. Y se las repartieron entre ellos. No tardaron mucho tiempo en darse cuenta que el contenido de las botellas no era champú. Era coca.
***
No es extraño que el maquinista del tren que une Arica y Tacna termine en una comisaría al final de su trayecto. En Tacna, los rieles del tren están nivelados con el pavimento, por lo que son parte de la misma calle. Los autos no sólo se cruzan, también se estacionan sobre la vía, entorpeciendo el libre tránsito del tren y abriendo la posibilidad de algún accidente.
Cada vez que Alfonso Arteaga, uno de los maquinistas del Sentinel, se dirige a Tacna, no sabe si va a terminar su recorrido. Y no es que el hombre infrinja la ley o incurra en peleas con los pasajeros. Su problema principal es el tránsito de la ciudad peruana.
En las poblaciones de las afueras de la ciudad le han puesto rocas en los rieles, para que el tren se descarrile. A ellos no les gusta que éste pase cada mañana y cada tarde haciendo ruido, haciendo sonar bocinas y sirenas.
Llegando al centro el problema principal son los autos, aunque también la gente: una vez, a Arteaga se le cruzó un anciano y no se dio cuenta hasta que la policía lo fue a buscar a la estación. El hombre había muerto en la vereda.
El maquinista nos cuenta estas historias en la estación de Tacna. Es de noche. Los espíritus se han hecho a un lado y podemos hablar tranquilos. Ese mismo día en la mañana, Arteaga -conduciendo el Sentinel- había chocado al auto del capitán del Ejército peruano. Parte de la tarde la pasó en una comisaría haciéndose una alcoholemia y prestando declaraciones. Ahora, en una añosa oficina de la estación tacneña, dice que hablar para la policía ya es parte de su trabajo: "Cada vez que voy entrando a Tacna, no sé si voy a llegar a destino".
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.