Diego Martínez: "Nunca volví de mis vacaciones"

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"Originalmente, yo salía por tres meses, no me había despedido de mis papás cuando dejé Bogotá y ya había pasado un año".




Mi amiga Simone y yo veníamos hablando de mochilear por Sudamérica desde que estábamos en el colegio. Nos conocimos ahí a los 16 años, nos hicimos muy amigos y luego estudiamos juntos en la Universidad de los Andes de Bogotá, ella Economía y yo Ingeniería Civil Industrial. Era diciembre de 2012 y teníamos 22 años, habíamos acabado las materias y solo faltaba recibir el diploma en marzo, por lo que acepté ir a pasar la Navidad con la familia de Simone en el sur de Colombia. Ahí nos decidimos a salir de viaje.

Partimos después de Navidad. En nuestro colegio todos nuestros compañeros aspiraban a hacer un Eurotrip o ir a Miami, pero nosotros queríamos conocer Sudamérica y no como los gringos desde arriba de un bus, sino que buscábamos ir a los pueblos, convivir con los locales. El plan era pasar por Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Argentina y de allí volver a Bogotá, conseguir el diploma y buscar trabajo como todos los mortales.

En un principio nuestro limitante era el dinero, pero cuando llevábamos un mes bajando por Ecuador, casi llegando a Perú, ya habíamos aprendido a vivir muy barato, así es que nos dimos cuenta de que realmente no teníamos una fecha de regreso. Gastábamos tan poco, que quizás no era necesario volver en tres meses, podían ser en cinco o seis.

Comíamos en los mercados de cada lugar, porque era barato y la mejor manera de probar lo autóctono. Solo para los cumpleaños nos regalábamos ir a un restaurante caro. Créeme que fue muy duro estar en Lima y no pasar por el Central o por uno de los de Gastón Acurio. Sí, ya sé, "problema de primer mundo" el mío.

Llegábamos a los pueblos, salíamos a caminar, íbamos a una fiesta en la noche y al otro día descansábamos. Nuestra única preocupación era decidir si quedarse leyendo en el hostal, emborracharse o cuándo viajar a otra ciudad. Esa forma de vida es peligrosa, porque es adictiva. Se te pueden confundir las prioridades, vivir sin responsabilidades o sin ambiciones es muy fácil. Por ejemplo, un par de veces en Perú, donde estuvimos seis meses, vendí chocolates en la calle por dos horas y con eso me hacía lo que necesitaba para el resto del día. En un momento sentí que podía quedarme así toda la vida.

Pero la moneda también tiene otra cara, y la vi cuando me quedaba en esos lugares baratos que recomiendan otros mochileros y había gente que me preguntaba cuántos años llevaba viajando como si fuera muy normal. A veces eran parejas con niños pequeños que llevaban décadas recorriendo y que consumían droga frente a sus hijos. Eso era brígido. También en este tipo de viajes te topas con mucho hippie ladrón o estafador. De hecho, la única vez que nos robaron fueron unos hippies colombianos en Bolivia.

A mediados de septiembre, nueve meses después de haber salido, llegamos a Chile desde Bolivia. Pasamos por San Pedro de Atacama y después directo a Santiago, porque Simone tiene tíos y primas acá. Llegamos a una casa bonita, con una habitación para cada uno, ducha caliente, comida rica. Estuvimos sin hacer nada tres días antes de salir a recorrer. Ahí Simone me dijo que el viaje para ella ya había terminado, que volvía, lo que fue una lata, porque yo seguía mentalizado con llegar a Buenos Aires.

Cuando ella se fue, su prima Daniela me invitó a quedarme en su departamento. Me puse a buscar trabajo en lo que fuera para ahorrar y seguir el viaje, pero en todos lados me pedían visa de trabajo. Pasaron las semanas y con Daniela empezamos a salir. Yo le había comentado que no planeaba quedarme, porque originalmente había salido por tres meses, no me había despedido de mis papás cuando dejé Bogotá y ya había pasado un año. Pero me gustaba Santiago y las cosas iban muy bien con ella, así es que con mis últimos ahorros certifiqué mi título y tramité la visa de trabajo. Por dos meses, todas las mañanas hacía el papeleo, en las tardes preguntaba en hostales o restaurantes si tenían trabajo y en las noches mandaba mi currículum a grandes empresas. Hasta que un día me llamaron de una aerolínea que buscaba un analista de diagnóstico de flota, que son los que ven qué hacer con los aviones que están en tierra. Ahí me golpeó la realidad, aceptar el trabajo significaba no volver.

Finalmente, dije que sí, y lo gracioso fue que en la aerolínea pensaban que yo estaba en Colombia, y cuando supieron que los contactaba desde Chile me mandaron de vuelta a mi país a hacer los trámites allá, aunque fuese a trabajar acá. En Bogotá estuve con mi familia y me despedí formalmente. De eso han pasado cuatro años. Ahora tengo en mente otro viaje, pero esta vez con Daniela. Ella me preguntó si la apañaría en una aventura como la que hice por Sudamérica, pero en Asia. ¿Cómo decirle que no si es lo mejor que he hecho en la vida?

* Diego Martínez es ingeniero civil y trabaja como product manager en Falabella.

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