La cosecha se estanca

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Luego del fracaso de la Sub 20 en Ecuador, el recambio vuelve a quedar con signo de interrogación. En Chile, el nacimiento de futbolistas de excepción pareció detenerse en 1989. Después no han asomado jugadores que puedan tomar pronto un lugar de privilegio en la Selección.




La conclusión es categórica. Desde 1989 que en Chile no nace un crack. Un futbolista de los que marcan la diferencia y que pueda ser homologado en importancia a la generación que, en los últimos siete años, llevó a la Roja a los mundiales de Sudáfrica y Brasil, y que logró los títulos en la Copa América de 2015 y en la Centenario de 2016. El último fue Charles Aránguiz. Después, peligrosamente para la Roja, se inició una sequía que pone en peligro el recambio para una generación excepcional y, quizás, irrepetible.

La inferencia nace de la revisión que realizó La Tercera, que buscó a los mejores jugadores de cada generación. La muestra contempló entre los años 1979 (año en que vio la luz David Pizarro, el más longevo del plantel que obtuvo la Copa América de 2015) y 1997, cundo lo hizo Jeisson Vargas, el jugador que estaba llamado a convertirse en el gran referente de la Sub 20 que, bajo la conducción de Héctor Robles, fracasó recientemente en el Sudamericano de Ecuador.

Hubo años en que el recuento resultó sencillo. Por dos razones: por la existencia de algún talento excepcional que facilitaba la búsqueda o porque la escasez reducía radicalmente las posibilidades. También hubo otros, sobre todo en los que coinciden los mundialistas de 2010 y 2014 y los bicampeones de América, en que la elección del mejor se definió por matices.

En 1980, cuesta decidir. Claudio Maldonado y Esteban Paredes pelean con válidos méritos el rótulo del mejor. El primero, con una campaña notable en el fútbol brasileño, y el segundo, en su condición de goleador y símbolo de Colo Colo. En el siguiente, hay que optar entre Humberto Suazo, goleador de la Sudamericana 2006 y las Eliminatorias 2010; Johnny Herrera, símbolo de la U; y Jaime Valdés, con una extensa carrera en Europa. Y 1983 enfrenta a Claudio Bravo y Jorge Valdivia. La mayor consistencia del arquero del Manchester City, su éxito en Barcelona y su condición de jugador con más partidos por la Selección desnivelan las preferencias en su favor. Tres años después, surgen Marcelo Díaz y Matías Fernández. Se impone el volante del Celta por su regularidad en la Roja, donde ha sido clave para Sampaoli y Pizzi.

El año 1987 es el más duro para dirimir, pues enfrenta a Arturo Vidal y Gary Medel, piezas clave para la Selección. En 1988, es más fácil: es el natalicio de Alexis Sánchez.

De ahí en adelante, parte un proceso complejo, que asusta pensando en el futuro. En rigor, no hay jugadores que estén a la altura de sus antecesores. Nicolás Castillo, por ejemplo, volvió a México a enmendar su fracaso anterior en Italia, Alemania y Bélgica, mientras que Ángelo Henríquez intenta en Croacia, una liga menor en el Viejo Continente, validar las condiciones que llamaron la atención del Manchester United.

El resto transita entre la mediocridad y la insinuación, pero cuesta encontrar alguna pieza a la que Pizzi pueda echar mano pronto. La cosecha se estanca. Y la Roja lo puede pagar muy caro en un mediano plazo.

(Haga click en la imagen para ampliar la infografía) (Fe de erratas: Nicolás Castillo juega en Pumas de México).

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