Lo que hay detrás del abrazo de Alan con Evo

No mucho. El mercado ha desmentido todas las proclamas líricas de gobiernos peruanos y bolivianos en los últimos 18 años. Arica, Iquique y Antofagasta han sido y son los principales puertos del comercio exterior de Bolivia. <br>




Cada cierto número de años, un gobernante peruano y uno boliviano se juntan en la localidad peruana de Ilo, relativamente cercana a la frontera con Chile, y proclaman tres cosas: la tan ansiada salida al mar para Bolivia, el inicio de un emporio industrial, comercial y turístico, y la integración definitiva de los dos países altiplánicos. Así ocurrió con Alberto Fujimori y Jaime Paz Zamora en 1992, cuando se firmó el convenio original referido genéricamente a "Boliviamar"; con Alejandro Toledo y Carlos Mesa, y, ahora, con Alan García y Evo Morales. La única diferencia escénica es que esta vez los mandatarios no hicieron abluciones en la playa.

Hace 18 años se firmó el acuerdo que cedía cinco kilómetros de playa a Bolivia (a unos 17 kilómetros de la ciudad de Ilo) por 99 años renovables. Junto con ello, Lima otorgó a La Paz una extensión territorial dentro de la zona franca industrial de Ilo (163,5 hectáreas) por 50 años renovables y una zona turística (dos kilómetros). Dos décadas después, allí no hay nada. A duras penas sale algo de aceite de soja boliviana e ingresa algo de petróleo venezolano por el puerto. Las concesiones a empresas privadas no se dieron, la entidad que iba a presentar el proyecto turístico nunca lo presentó y ninguna industria boliviana importante se instaló allí, porque para los cruceños (el nervio industrial de Bolivia está en la oriental Santa Cruz) queda lejos y es impráctico.

En resumidas cuentas: las exportaciones bolivianas que salen por el Pacífico van por puertos del norte chileno, especialmente Arica y Antofagasta (las importaciones entran más bien por Iquique). Un dato lo dice todo: el 76 por ciento del movimiento comercial de Arica es boliviano y las exportaciones bolivianas por esa vía aumentan a un ritmo anual de entre 10 y 12 por ciento. El mercado ha desmentido todas las proclamas líricas de gobiernos peruanos y bolivianos de los últimos 18 años.

¿Qué cambia ahora? El protocolo complementario y ampliatorio de los convenios de 1992 que acaba de suscribirse básicamente le modifica el nombre a la zona industrial (ahora se llama especial) y la prolonga por el doble de los años originalmente contemplados; amplía a 3,58 kilómetros la zona turística y hace declaraciones de buena intención sobre el aumento de la capacidad operativa portuaria y las facilidades para el almacenamiento de productos relacionados con el comercio boliviano. La única novedad simbólica más o menos significativa es un acuerdo adicional mediante el cual se permitirá establecer un anexo de la Escuela Naval boliviana en Ilo; los buques bolivianos podrán navegar para fines de instrucción y cooperación.

¿Por qué, entonces, tantos aspavientos en el Perú, tanta demagogia en Bolivia y tanto temor en sectores medios de la Cancillería chilena?

Por el lado peruano, hay tres cosas en juego, algunas de coyuntura, que explican lo acelerado de todo y el uso de la oportunidad, y otras de más calado, que explican el acercamiento con la Paz.
Las de pequeña coyuntura tienen que ver con el relanzamiento de Chile que supuso el rescate de los mineros en la mina San José. Visto desde Lima, el apogeo del Chile de Piñera opacó a un Perú que se jacta de ejemplificar el despunte sudamericano de los últimos años e hizo temer que la fuerte renovación de la "marca" chilena en el mundo reverbere en La Haya, donde, como se sabe, hay un litigio internacional en marcha. García llevaba algunas semanas acosado por menudencias internas que no había logrado manejar con pericia. Era la oportunidad perfecta para el evento de Ilo y de incordiar un poco a Santiago en su momento de gloria. Aunque había algo de ingenuidad en ello -este asunto no ha repercutido en la gira europea de Piñera ni ha pasado de ser un episodio básicamente andino en términos internacionales- sí se logró descolocar a sectores de la Cancillería en Santiago.

En la Cancillería chilena cayeron mal y sorprendieron a quienes creían que Lima había volteado la página de los roces fronterizos, las frases de García sobre el histórico reclamo boliviano: "Bolivia necesita el respaldo de sus hermanos para hacer frente común en respaldo de un derecho… Es injusto que Bolivia no tenga salida soberana al mar". Teniendo en cuenta que el peruano había evitado a lo largo de su presidencia echarle un cable a Morales -con quien se lleva a la greña- en este delicado asunto, el giro llamó la atención.

ESTRATEGIA REGIONAL
Pero hay más que pequeña coyuntura en todo esto. El gobierno, en especial el canciller García Belaunde, quiere acabar su gestión en buenos términos con los países vecinos. Mientras que con Colombia no hay trabas de ningún tipo y con Brasil hay proyectos de largo alcance, incluyendo inversiones brasileñas y una carretera interoceánica que está a punto de concluirse, con Bolivia, Chile y Ecuador las cosas son más complicadas. De esos tres, Ecuador es el país con el que el Perú ha logrado mejor entendimiento en tiempos recientes. Con Chile hay un diferendo pendiente, una rivalidad histórica que sigue siendo la tentación de los políticos necesitados de entusiasmo nacional, y, ahora, probablemente algo de celos por la percepción de que el gobierno de Piñera ha reposicionado a su país a ojos del mundo. Al resolver las relaciones con Bolivia, por tanto, el Perú coloca en buen estado cuatro de las cinco relaciones fronterizas. Lima calcula, además, que, dada la afinidad ideológica con Piñera, bastará algún gesto amistoso con Santiago el día de mañana para hacer olvidar el episodio de Ilo (de hecho hay una visita de Piñera al Perú ya programada para noviembre).

¿Por qué Bolivia, que estaba negociando a través de la ronda de vicecancilleres, no avisó a Chile de lo que se venía, más aún teniendo en cuenta que Morales acababa de presenciar con Piñera el rescate del minero boliviano en la mina San José? La percepción, en Santiago, es que La Paz quiere presionar a Chile precisamente en relación con esas negociaciones. La vicecanciller boliviana, Mónica Soriano, ha endurecido últimamente su posición, juzgando que se ha acabado la etapa de creación de confianza y es hora de cosas concretas. De hecho, ha reflotado la exigencia de pagos retroactivos por el desvío a Chile de las aguas del lado boliviano del río Silala y ha vuelto a referirse al uso chileno de los recursos hídricos del río Lauca. Como a fines de noviembre se retomará la ronda de vicecancilleres, se da por seguro en la zona andina que La Paz quiere utilizar el acercamiento al Perú como baza de negociación.

¿Y en Chile? Santiago está algo sorprendido, porque parecía que la "agenda de futuro", como la llama Piñera, había centrado la dinámica de la relación, que incluía grandes proyectos de integración energética de cara al siglo XXI, dejando atrás los asuntos decimonónicos. Se hablaba incluso de la posibilidad de que el Perú vendiera electricidad al norte chileno. Como se sabe, Chile necesita aumentar potencia en el sistema interconectado, y de no resolverse las carencias energéticas se podría ver obstaculizado parte del desarrollo importante proyectado a futuro: los proyectos mineros de la Segunda y la Tercera Región pueden sufrir riesgos en vista de lo sucedido con la central termoeléctrica Barrancones y la inseguridad que hay en torno a las centrales Castilla e HidroAysén. Aun cuando se entiende, desde Santiago, la necesidad que tiene García de neutralizar a Morales, que podría jugar un rol de agitación en comunidades indígenas peruanas e interferir en favor de Ollanta Humala en las elecciones, produjo malestar tanto el efecto sorpresa como el discurso del mandatario peruano, que a diferencia del mandatario boliviano lanzó dardos a Chile.

Sin embargo, en Santiago cabezas más frías tienen claras tres cosas. Primero: Bolivia no tiene más alternativa que negociar con Chile, porque ningún acuerdo con el Perú está en condiciones de asegurarle lo que quiere. Segundo, las diferencias ideológicas entre Morales y su par peruano -tanto el actual como, muy probablemente, el siguiente- garantizan que las fricciones y desconfianzas continúen pasado el entusiasmo temporal de este relanzamiento. Y, finalmente, la ventaja que le llevan los puertos chilenos a Ilo es sideral. En 1992, cuando Fujimori y Paz Zamora firmaron los convenios originales, el diario boliviano La Razón había titulado lo siguiente: "Ilo hará que Arica y Antofagasta pierdan importancia". Dieciocho años después, la frase parece humor negro.

La interrogante que se abre para Perú y Chile es si la "agenda futuro" tiene futuro en lo inmediato. Dadas las acrobacias que García suele emplear tanto en política interna como externa, nadie se sorprenda si en pocas semanas más todo parece un idilio entre Lima y Santiago.

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