Museos de espionaje: con licencia para turistear

Lo que antes fue secreto, hoy se vende como suvenir. Algunos museos dan cuenta del mundo del espionaje y sus elaboradas técnicas, donde chicos y grandes pueden jugar a ser Bond, James Bond.




MUSEO INTERNACIONAL DEL ESPIA - WASHINGTON
Se trata del único museo público dedicado al espionaje y el único en el mundo, según sus gestores, en promover una perspectiva global de la más invisible de las profesiones, esa de la que se han nutrido libros y películas, entre las que destaca la clásica saga 007 (todos sabemos que el mejor James Bond ha sido Sean Connery). El museo -uno de los más populares de la ciudad, fundado y dirigido por ex agentes de la CIA- fue abierto el 2002 y exhibe la más grande colección de artefactos de espionaje, algunos mostrados por primera vez al público, como cámaras fotográficas adheridas a palomas mensajeras, utilizadas durante la Primera Guerra Mundial; lápiz labial-pistola de intenso rojo y mortales disparos (también llamado el beso de la muerte), o el mismísimo Aston Martin DB5 que apareció en la película Goldfinger de 1964 de James Bond. El recorrido repasa la historia de la segunda profesión más antigua de la humanidad, desde los griegos hasta la actualidad. Y pone el acento en cómo estos agentes secretos jugaron importantes papeles en el desarrollo de los acontecimientos del siglo pasado, desde los espías desconocidos, hasta aquellos famosos como la artista Josephine Baker (en la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial) y el director ganador de un Oscar, John Ford.

Tal vez los niños son los que más pueden gozar en este lugar, ya que existe una escuela de espías, donde aprenderán acerca de tintas invisibles, cámaras con formas de botones y disfraces creados por Hollywood especialmente para la CIA. Además, se pueden realizar tours por algunos barrios de Washington, provistos de un GPS que sirve como guía y al que se envían pistas y claves para cumplir una misión previamente asignada. www.spymuseum.org

MUSEO DE LA STATSI - BERLIN
Luego de la Segunda Guerra Mundial y hasta la caída del muro, operó en la parte oriental de Alemania (bajo influencia de la ex URSS), el Ministerio de Seguridad Estatal, o Statsi, como era coloquialmente llamado. Su función fue espiar a prácticamente todo el mundo y su objetivo "saberlo absolutamente todo". Muchos coinciden que fue la peor, o la más efectiva si se quiere, agencia de "inteligencia". Cuando el régimen colapsó, la Statsi tenía 102 mil agentes para controlar 17 millones de personas. Como dato, la Gestapo -policía secreta nazi- tenía 40 mil funcionarios vigilando a 80 millones. Algunas cifras apuntan que, entre 1950 y 1989, 274 mil agentes sirvieron en la agencia.

La paranoia generada por esta cultura del espionaje reflejada en la más que recomendada cinta de 2006, La vida de los otros, produjo toneladas de detallados informes que se acumulaban en los archivos centrales ubicados en la zona de Normannenstrasse. Pero no sólo había papeles, sino que también material tan extravagante como frascos con trozos de ropa -interior, preferiblemente- sustraídos en secreto a alguno de cuyo patriotismo se sospechaba y que serviría más tarde para localizar con perros el escondite del presunto "culpable" desaparecido.

Cuando se produjo la caída del muro, miles de personas se dirigieron a este sitio mientras los agentes, que ya venían trabajando hace algunos días previendo los acontecimientos ulteriores, se dedicaban a arrasar con la mayor cantidad de documentos como fuese posible. Eran demasiados archivos y una tarea monumental. Hoy, los archivos no destruidos, que relatan una de las más negras políticas estatales de la historia, pueden ser revisados en este museo, así como las instalaciones, material que muestra cómo operaba el ministerio y su organización estructural, e incluso, una reproducción de la tétrica oficina del director Erich Mielke, desde donde controlaba todos los engranajes. www.stasimuseum.de

MUSEO DE LA KGB - MOSCU
Como dijo Woody Allen, "la comedia es la tragedia más el paso del tiempo", y si bien lo sucedido durante los años de la guerra fría no es ninguna comedia, sí resulta al menos anecdótico que lo que antes se encontraba cerrado bajo siete llaves, hoy sea exhibido en grupos y mediante paquetes turísticos. Es lo que sucede cuando se echa un vistazo a las instalaciones del museo de la KGB en Moscú, la temida agencia de inteligencia nacional de la ex URSS, que operó entre 1954 y 1991. Y es así como luego de entrar por alguna de sus cuatro salas que cuentan la historia de la organización más poderosa del mundo, se suceden agujas envenenadas de suicidio instantáneo, receptores de radio simulando troncos de árboles, un ejemplar de la National Geographic con mensajes en código y otros singulares dos mil artefactos utilizados en los más que interesantes métodos de trabajo de sus agentes. Pero lo que más llama la atención son las historias de espionaje y contraespionaje exhibidas a través de dramáticas fotografías en blanco y negro en sus polvorientas vitrinas, como las detenciones de espías norteamericanos en las décadas de los 70 y 80. Un guía explica una de las maneras de identificarlos: los corchetes de los pasaportes falsos que cargaban los espías de EE.UU. eran de acero inoxidable; en cambio, los corchetes de los pasaportes originales rusos comenzaban a oxidarse tan pronto como éstos eran emitidos.

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