2020: una clara señal
A pocas horas de que finalice este 2020 abundan los resúmenes del año, las conclusiones globales y las proyecciones de lo que viene o puede venir. Por cierto, el resumen pudiera ser muy breve -si uno quisiera- y solo referirse a la emergencia del coronavirus y a sus múltiples y mortales efectos.
Han pasado 102 años desde la tragedia de la llamada gripe española, que provocó la muerte de alrededor de 40 millones de personas -más que la primera guerra mundial- y que dos años después, en 1920, simplemente desapareció. Hoy los impresionantes avances de la ciencia y la tecnología, particularmente en materia de salud, podrían habernos hecho pensar que estábamos mucho más preparados para enfrentar una pandemia. Sin embargo, como esos gigantescos avances se han concentrado cada vez más en el negocio farmacéutico y la comercialización de la medicina, el aseguramiento del bienestar y la vida saludable de las mayorías quedó pospuesto.
El Covid-19 llegó a un mundo saturado por patrones de producción y consumo que son incompatibles con la condición agotable de los recursos naturales de los que depende la vida en el planeta, particularmente en los países más industrializados y entre las élites de las naciones en desarrollo. Los millones de dólares que EE.UU. y China destinan al gasto militar (740.000 y 261.000 respectivamente), no sirven de nada para combatir una amenaza tan devastadora como esta pandemia.
El virus no discriminó entre ricos y pobres, pero sus efectos devastadores se multiplicaron allí donde la vulnerabilidad y la falta de ingresos afecta la vida de millones de personas cotidianamente, en esa odiosa y, por lo mismo, invisibilizada marginalidad que se genera en las grandes urbes. Especialmente donde las políticas de reducción de los gastos sociales han limitado la capacidad del Estado en la gestión pública, lo que ha provocado que éste carezca de opciones para salir al rescate de quienes pierden el empleo, cierran sus negocios y sufren la reducción dramática o el fin de sus fuentes de ingresos personales y familiares.
Así como en Estados Unidos la pandemia tuvo entre sus principales víctimas a los afroamericanos y los latinos, los flujos migratorios y de refugiados sin precedentes, el torrente turístico y de trabajo de un mundo globalizado, evidenciaron la imposibilidad de impedir el tránsito del virus. La pandemia llegó y se propagó en un escenario impactado por la abrumadora desigualdad económica y social que existe en el mundo y que en los países más desarrollados produce más muertes entre los pobres y los inmigrantes.
Tan dramáticos han sido los peaks de la pandemia en una zona, para luego romper en otra, como la verdadera carrera contra el tiempo de potencias y laboratorios para llegar primero y copar el mercado. La gran señal de nuestro tiempo es clara, solo la colaboración, el trabajo conjunto, la desideologización y, por sobre todo, la capacidad de anteponer el valor de la vida es lo que se necesita.
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