Columna de Carlos Correa: El Presidente en su laberinto

PRESIDENTE GABRIEL BORIC

Probablemente al final del período, también los empresarios terminen amando a Boric y le reconozcan que fue capaz de apostar por el realismo y la renuncia de sus antiguas posiciones frenteamplistas. Cabe preguntarse cuál es el camino que lleva a Boric a ser amado, o al menos respetado, en el tiempo.


Varios observaron en la respuesta enojada del Presidente ante la encerrona que le hicieron las barras bravas organizadas por el dirigente gremial Rafael Cumsille ciertos parecidos al Presidente Lagos.

En efecto, en los inicios de su período, un alterado Ricardo Ariztía le dijo, aunque no en su presencia, que dejara trabajar tranquilos a los empresarios, lo que a la distancia es claramente ridículo. Prueba de ello es que al final del gobierno otro mediático dirigente gremial proclamó el amor de ese sector a Lagos, asunto que ha trascendido más en el tiempo que los inicios dificultosos, por los temores de cierto sector a la llegada de un socialista a La Moneda.

Probablemente al final del período, también los empresarios terminen amando a Boric y le reconozcan que fue capaz de apostar por el realismo y la renuncia de sus antiguas posiciones frenteamplistas.

Cabe preguntarse cuál es el camino que lleva a Boric a ser amado, o al menos respetado, en el tiempo.

El Presidente es mucho más que su coalición. Prueba de ello es la crisis profunda que viven sus partidos, sin rumbo alguno o en algunos casos sin dirección. Su coalición se parece más al subsecretario Ahumada, quien en la mañana anuncia una alianza nacionalista por el litio con Bolivia y Argentina, y en la tarde tiene que tragarse que el propio Presidente, aconsejado por su canciller y ministro de Hacienda, ponga freno a la maniobra dilatoria del TPP11 mediante side letters.

En contraste, Boric no tiene vacilaciones en apoyar a Carabineros, anunciar que se será “un perro” con la delincuencia, depositar el TPP11, plantear que el gobierno no apoyará más retiros de los fondos de las AFP, enfrentándose a su propio pasado de diputado antisistema.

Le queda todavía una bandera por defender, que es su promesa de una nueva Constitución. El problema constitucional es un dolor de cabeza para el Presidente, al igual que lo fue para Lagos. Por esa misma razón, le resulta inaceptable la oferta implícita de la oposición entre tanta demora, que es algo así como borrar la firma de Lagos en las reformas que se hicieron en la Constitución del 80 y poner la suya propia.

Pero los tiempos lentos del Congreso, la cada vez mayor letanía de la derecha en firmar un acuerdo que no quiere, y en especial la notificación que hizo esta semana el líder del PDG de que no estará disponible para un acuerdo constitucional sin plebiscito de entrada, le crean una nueva dificultad, de la cual solo puede tomar distancia. La estrategia de su coalición que sigue apostando por el todo, como si nada hubiese pasado el 4 de septiembre, complica más el panorama.

¿Qué hacer? Se convierte en la pregunta fundamental del Presidente en este panorama. El único camino posible es, como ha visto, resolver los problemas concretos de delincuencia y crecimiento económico, además de una mejora sustancial en la gestión del Estado. Las medidas que tiene disponibles no serán muy del agrado de su coalición, como es apoyar más a la fuerza policial en el control del orden público.

También ganará abucheos en su mundo si decide darle más espacio a la inversión empresarial, responsable del 80% del empleo, terminando con esa política de poner más trabas en los sistemas de evaluación ambiental. Hacer lo lógico para ser respetado lo alejará más aún de su coalición, terminando, al igual que el general garcíamarquino, solo en su laberinto.

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