Gonzalo Blumel a 5 años del estallido social: “Estuvimos literalmente al borde del abismo en muchos momentos”
A cinco años del estallido social, acá la conversación extendida con el exministro del Interior, Gonzalo Blumel, quien fue entrevistado en el marco de la docuserie, “El mes más tenso: regreso a un país estallado”, primer capítulo que ya puedes ver en las plataformas de La Tercera. "Al Presidente Piñera, como dijo el Presidente Boric, se le reconoce como un demócrata desde la primera hora, pero en ese momento era todo lo contrario", recuerda Blumel.
El 18 de octubre de 2019 Gonzalo Blumel era el ministro Secretario General de la Presidencia (Segpres). Solo diez días después de desatadas las manifestaciones le tocó asumir como ministro del Interior y de Seguridad Pública, transformándose así en uno de los protagonistas de este periodo de la historia chilena.
Su injerencia en evitar la salida, otra vez, de los militares a la calle tras la jornada violenta del 12 de octubre de 2019; su rol en las negociaciones para el Acuerdo por la Paz y la nueva Constitución y cuán cerca estuvo de caer el Presidente Sebastián Piñera son algunos de los temas que aborda el exsecretario de Estado en esta entrevista extendida que fue realizada en el marco de la docuserie, “El mes más tenso: regreso a un país estallado” (que puedes ver abajo).
¿Cómo recuerda el inicio del estallido social?
El 18 de octubre yo era ministro Secretario General de la Presidencia, es decir, mi trabajo fundamentalmente tenía que ver con llevar la relación con el Parlamento y veníamos saliendo de semanas bien intensas. Acabábamos de atravesar por una acusación constitucional -que se había rechazado-, de la ministra de Educación, Marcela Cubillos. Estábamos discutiendo algunas leyes muy importantes para el gobierno, como la reforma tributaria, previsional, que estaban avanzando lentamente, estaba muy tensionado el ambiente político. Además, ya se venían produciendo hace unas dos semanas una serie de manifestaciones y protestas en las estaciones del Metro por parte de los estudiantes secundarios contra el alza de los pasajes del transporte público. Estaba ese elemento, que causaba preocupación, naturalmente, aunque nada hacía presagiar lo que ocurriría durante la tarde y noche del 18 de octubre, con la quema de las estaciones del Metro y con todo el espiral de manifestaciones y de muchísima violencia.
¿Y cómo se enteró del nivel de violencia que estaba afectando a la Región Metropolitana?
Estaba en La Moneda ese día y fue más bien un continuo. A eso del mediodía las protestas de los estudiantes en el Metro subieron muchísimo de voltaje y de violencia. Empezaron a producirse destrozos muy grave en las estaciones y eso obligó a cerrar las líneas del Metro. A media tarde prácticamente la totalidad del Metro se tuvo que paralizar para proteger las instalaciones por estas manifestaciones. Me quedé todo el día en mi oficina y terminando las reuniones de coordinación. A eso de las 19:00 o 20:00 horas prendo la televisión. Estaban todos mostrando el colapso que produjo en la ciudad el haber suspendido la red del Metro y a eso de las 21:00 de la noche empieza a aparecer la violencia desatada. Primero, con el incendio del edificio corporativo de Enel y después con la quema de las estaciones del Metro. Uno veía cómo ardían, como antorchas literalmente. Esa noche, de las 136 estaciones que tenía el Metro en ese momento, unas 70 y algo -creo que fueron 77-, fueron atacadas por turbas muy violentas y unas 20 fueron quemadas total o parcialmente.
¿Cuál es su evaluación en la Marcha del Millón que ocurrió el 25 de octubre?
Las manifestaciones después del 18 de octubre eran autoconvocadas, a través de redes sociales, no había un liderazgo claro visible detrás. Esta fue muy impactante por la cantidad de gente y porque el principal elemento denominador fue que no había un lema claro, ni un grupo detrás convocante con una causa muy definida, sino que había cientos o miles de causas; casi 1 millón de personas protestando pidiendo cambios, haciendo un llamado de atención más bien a la dirigencia, no solo política, sino en general a la élite empresarial, social, cultural, de los medios de comunicación y, ciertamente, a la política. Pero tampoco fue un día exento de violencia, fue bien complejo. Ese día me tocó recibir una llamada del embajador de Argentina, que producto de esta manifestación se quedó atrapado en la embajada -que está cerca de Plaza Italia-, y no pudo salir. Las turbas violentas, que siempre aparecían cuando se producían estas manifestaciones, trataron de invadir, saquear y quemar la embajada argentina, lo que nos produjo una situación que pudo ser muy grave y tuvimos que mandar unos carros blindados de la PDI para poder evacuar al embajador y el personal de la embajada. Se produjo una situación de muchísimo, muchísimo riesgo. Entonces, fue una manifestación masiva, pero como todas las manifestaciones, con una dimensión pacífica y otra dimensión muy profundamente violenta.
¿Qué sintió cuando el Presidente Sebastián Piñera le pide asumir en el Ministerio del Interior?
hasta el 28 de octubre en la mañana yo iba a seguir de ministro secretario de la Presidencia. Cuando el Presidente define el nuevo gabinete me había planteado la posibilidad de que siguiera como ministro a cargo de la Segpres, lo cual, si bien era un desafío súper complejo porque el Congreso estaba muy tensionado y muy polarizado, era una responsabilidad que yo estaba totalmente dispuesto a asumir. Por una serie de sucesos y hechos bien azarosos que se fueron dando durante esa mañana, las personas que iban a asumir el Ministerio del Interior no asumieron y poco antes de la ceremonia del cambio de mando, que fue alrededor del mediodía, el Presidente me llama a su oficina y me propone asumir como Ministro de Interior y Seguridad Pública. Evidentemente, para mí fue algo muy impactante, porque estaba claro que quien asumiera el Ministerio del Interior iba a tener que asumir una carga súper difícil, súper compleja, prácticamente una tarea imposible. Por una parte, tratar de contener esta violencia desbordada que no bajaba y, por otra, tener que liderar, desde el gabinete, la búsqueda de una solución política a la crisis, en un escenario donde la política estaba completamente polarizada. En ese momento la mayor parte de la oposición, particularmente el mundo del Frente Amplio, el Partido Comunista, no quería un acuerdo político para superar la crisis, lo que quería era que renunciara el Presidente de la República, interrumpir el mandato presidencial. Eso ya era un objetivo definido y después persistieron muchos meses en eso.
¿Pero en algún momento se pensó que el Presidente Piñera podía caer?
Por lo menos en lo que yo vi, que me tocó estar al lado del Presidente a diario, si bien fue difícil para él y para todos nosotros, fue un momento política y humanamente muy complejo, muy exigente, lejos el mayor desafío en nuestras vidas y estuvimos literalmente al borde del abismo en muchos momentos, yo diría que él, sobre todo él, destacaba por su resiliencia y por la comprensión que tenía de su rol como Presidente de la República, de que el buque no se abandona, que el capitán tenía que mantener lo más firme posible el timón para que este buque no naufragara. Porque si él salía, si él abdicaba de su función, este buque podía naufragar y podíamos tener un quiebre democrático o una deriva antidemocrática, anárquica, caótica o autoritaria, muy compleja. Lo vi siempre, pese a todo, muy resiliente y muy comprometido en cumplir sus responsabilidades como jefe Estado.
El 12 de noviembre de 2019 fue una jornada de mucha violencia, se dice que usted fue clave para que los militares no salieran nuevamente a la calle...
Sí, bueno, se ha escrito mucho sobre eso, se ha especulado mucho, pero la verdad es que el 12 de noviembre, que es un día martes, nosotros como gobierno ya veníamos avanzando en negociaciones con la oposición para poder construir un acuerdo político, un acuerdo constitucional que le diera viabilidad a una solución política a la crisis del estallido social. Ese día estábamos en la mitad de esa negociación, habíamos tenido reuniones previas, hubo una reunión con Chile Vamos donde se acordó avanzar hacia una nueva Constitución a través de un Congreso Constituyente, que es lo que propusimos con Chile Vamos y el gobierno. Yo había tenido reuniones el día anterior con las comisiones de Constitución, con los parlamentarios de oposición de las comisiones de Constitución de la Cámara y el Senado para ir tendiendo puentes. Estábamos en medio de estas negociaciones y ese día, el 12, estaba marcado en el calendario un llamado a huelga general de la Mesa de Unidad Social. Su instructivo, sus propósitos, eran muy radicalizados. Y si bien la mañana del 12 fue razonablemente normal para los estándares de esos días, donde nada era normal, donde estábamos sumidos en un delirio de violencia, durante la tarde las cosas se empezaron a complicar y en un minuto estuvieron literalmente a punto de salirse de control. El Presidente nos convocó una reunión de emergencia en su oficina, a su comité político, y se discutieron las distintas posibilidades y alternativas. Había distintas visiones, pero en general todos coincidíamos en que no podíamos dejar de persistir en buscar una salida política al conflicto, sin perjuicio de que estaba la alternativa de que se pudiera decretar un nuevo Estado Excepción y que los militares salieran por segunda vez a controlar orden público, lo que hacía prever que eso podía complejizar aún más las cosas, porque un enfrentamiento en esas circunstancias, con esa tensión, podría haber derivado una situación mucho más dramática, con personas heridas, con personas muertas. Hoy día, obviamente, no lo vamos a saber, pero en ese momento era una situación de altísimo riesgo. Los mismos mandos militares plantearon esa situación. El Presidente, luego de escuchar argumentos y sopesar los antecedentes disponibles -ya a eso de las 8 de la noche los mandos policiales nos transmitían que la situación estaba logrando controlarse-, en lo que a mi juicio es la decisión más correcta y de mayor trascendencia de toda su vida política, opta por hacer una cadena nacional y anunciar un llamado a un acuerdo por la paz, en primer lugar, y la nueva Constitución. Dos días después el Congreso, transversalmente, salvo por alguna excepción, como el Partido Comunista y algunos sectores Frente Amplio, gracias a Dios alcanzó un amplio acuerdo que, si bien no resolvió todos los problemas y no fue un acuerdo perfecto, sí permitió empezar a encauzar las cosas por una vía institucional, por una vía política y empezar a bajar progresivamente la violencia.
¿Cómo recuerda esas negociaciones para llegar al acuerdo del 15 de noviembre?
Los inicios fueron bien difíciles porque la mayor parte de la oposición no quería ningún acuerdo con el gobierno, lo que quería era que el Presidente de la República cayera, renunciara, se fuera. Buena parte de la izquierda, del PC, desde prácticamente el día uno, con su presidente pidiendo la renuncia al Presidente y sus parlamentarios -también muchos del Frente Amplio-, lo que querían era interrumpir el mandato presidencial. Hoy día ya nadie lo dice y al Presidente Piñera, como dijo el Presidente Boric, se le reconoce como un demócrata desde la primera hora, pero en ese momento era todo lo contrario. Hay una crítica durísima, despiadada, donde no se da ni un margen ni ninguna tregua. Creo que hubo sectores que se comportaron con una muy fuerte deslealtad democrática, no solo con el Presidente de la República, sino con nuestra institucionalidad, con la continuidad de nuestras instituciones democráticas. Entonces, fue una negociación difícil, había ciertos sectores del Partido Socialista, el PPD y la DC, que estaban más abiertos, que participaron muy activamente de estas negociaciones, pero yo diría que al comienzo era muy difícil y que si no es por lo que ocurrió el 12 noviembre, por esta explosión de violencia, que a muchos les produjo un temor real de que se podía producir un quiebre democrático, una deriva anárquica o autoritaria, junto con el llamado del Presidente, cambió las cosas. Dos días, poco más de 60 horas aproximadamente que fueron, por primera y tal vez por última vez, en ese momento me tocó ver a toda la dirigencia política dejar por un momento de lado su polarización, su ánimo belicoso y disponerse de buena fe prácticamente todos. El Partido Comunista se restó de esta negociación al final, pero fue buscar alcanzar un acuerdo genuino y de buena fe que pudiese empezar a encausar este conflicto tan brutal que fue el estallido social y que amenazó con quebrar nuestra continuidad democrática. Lamentablemente, esa ventana de buen tiempo duró muy poco, dos o tres días, porque se alcanza el acuerdo el 15 noviembre y ya el lunes o martes de la semana siguiente la oposición, en su conjunto, presenta una acusación contra el Presidente de la República, que a mi juicio fue desconocer flagrante y lamentablemente el acuerdo que se había alcanzado solo un par de días antes.
¿Cómo recuerda dos hitos de esa negociación: que la UDI haya cedido y que Gabriel Boric haya firmado a título personal?
Recuerdo tres o cuatro hitos fundamentales. Uno muy negativo: una declaración que la misma tarde del 12 de noviembre, cuando el país estaba empezando a arder en llamas por los cuatro costados, sacaron los partidos de oposición, desde la DC hasta el PC, desahuciando prácticamente la posibilidad de un acuerdo. Ellos llamaban a una Asamblea Constituyente, emanada del pueblo, porque el pueblo por la vía de los hechos, había determinado que ese era el camino y eso cerraba cualquier posibilidad de llegar a un acuerdo. Y eso fue justo cuando estaba empezando a desbordarse la violencia literalmente en todo el país. Fue una irresponsabilidad brutal desahuciar en ese momento, en esa circunstancia, con esa tensión, con lo que había en juego, en los riegos involucrados, esas negociaciones. Fue un error político que hoy día ya nadie lo reconoce, pero en ese minuto fue una irresponsabilidad total. Después de lo que pasó cambian de actitud y se sientan a la mesa y comienza una negociación de buena fe. Y en eso fue muy importante la actitud de la UDI. Entiendo y valoro que la UDI se haya abierto a avanzar hacia un acuerdo constitucional, porque eso era muy difícil para ellos políticamente, con su base, tenía un costo y sigue teniendo un costo muy injustamente a mi juicio. Pero los dirigentes de la UDI fueron muy importantes, su presidenta de partido, el senador Coloma, Jaime Bellolio, que también participó bastante en estas discusiones y probablemente sin esa apertura a la UDI, no hubiésemos tenido un acuerdo. El gobierno no hubiera podido quebrar a su propia coalición. Desde el frente también fue muy importante que el diputado, hoy Presidente Gabriel Boric, se sentara a la mesa y firmara el acuerdo. Le dio la amplitud suficiente para darle una viabilidad política, porque esto después tenía que traspasarse a una reforma constitucional que tenía un quórum de 2/3.
¿Cuál es su reflexión a cinco años del estallido?
Diría que el balance general no es muy positivo. Si uno mira las distintas dimensiones que guían nuestra vida colectiva en general, en prácticamente todo orden de cosas estamos peor. Hoy día crecemos menos que lo que crecíamos antes del 18 octubre. El crimen organizado ha penetrado fuertemente nuestro país y la situación de la seguridad es grave, muy grave, es compleja. El sistema político está más fragmentado que lo que estaba antes del 18 de octubre y el debate político sigue muy emporcado. Hay pocas razones como para estar optimista o hacer un balance positivo de lo que pasó. Pareciera ser que Chile es un país menos espectable pero, pese a todo, creo que hay cosas que se pueden rescatar y que son valiosas. La primera es que me parece que nuestro país, más allá de que después fracasamos en los procesos constitucionales, en dos procesos, se cometieron una serie de errores posteriores al acuerdo del 15 de noviembre del 2019, modificaciones del acuerdo, la actitud de los sectores mayoritarios -tanto en la primera Convención como la segunda Convención- que finalmente hicieron que fracasaran estos procesos constitucionales. Pero creo que la sociedad, los chilenos en su mayoría, dieron muestra de su compromiso democrático, cívico y de su acervo institucional, de apostar por buscar una salida política y democrática que evitase una confrontación que pudo terminar muy mal. Eso es valioso, porque ratifica que los chilenos adhieren a la democracia y que más allá de las dificultades que podamos enfrentar es la política, y no es la fuerza bruta, la que tiene que solucionar los conflictos. Uno podría también rescatar que hoy día Chile es un país más reformista que revolucionario, que ya probablemente le va a costar más embarcarse en estos sueños utópicos, refundacionales que prometen el cielo, el paraíso en la tierra como por arte de magia. El progreso en el país es algo muy difícil, destruir es muy fácil, construir es muy difícil. Y construir un buen país, que progrese y que sea seguro, cuesta demasiado y se hace paso a paso, no poniendo el segundo piso después primer piso, corrigiendo lo que hay que corregir, reformando lo que hay que reformar, pero no destruyendo ni arrasando lo que hemos construido, como sociedad, como República, los últimos 200 años, que con sus luces y sombras sigue siendo algo muy valioso y que tenemos que cuidar muchísimo.
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