María José Naudon por aniversario del 18-O: “Hoy el riesgo de no responder a las necesidades ciudadanas es abrir la posibilidad de gobiernos populistas o autoritarios”
Para la decana de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibánez (UAI), si bien es "ciego decir que esto fue exclusivamente un estallido delictual", tampoco se debe desconocer que la violencia de las protestas terminó por debilitar las instituciones.
En un nuevo aniversario del estallido social, el Centro de Estudios Públicos (CEP), la Fundación Jaime Guzmán (FJG), Fundación para el Progreso (fpp), Horizontal, P!ensa, Idea País, Instituto de Estudios de la Sociedad (IES), Instituto Libertad (IL), Instituto Res Pública y Libertad y Desarrollo (LyD) organizaron el seminario “Reflexiones a cinco años del 18 de octubre”. Una de sus panelistas, la decana de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibánez (UAI), María José Naudon, asegura que la política no ha sabido dar respuesta a las demandas que originaron las protestas de octubre de 2019 y que ello es un riesgo latente para el futuro del país.
¿Cuál es su diagnóstico de la evolución de la crisis en su quinto aniversario?
El 18 de octubre es quizá el momento más visible de un proceso más complejo y que tiene antecedentes anteriores. Hay varios elementos fundamentales. Uno de ellos tiene que ver con que se puso en jaque la democracia. Eso es fundamental porque esa banalización de las instituciones, ese desprecio a las reglas del juego ha tenido consecuencias muy importantes. Lo segundo, ese momento dejó en claro una crisis importante del Estado, en el sentido de sus servicios de inteligencia, de su capacidad de controlar el orden público. Lo otro tiene que ver con la violencia, porque se piensa que poner el énfasis en la violencia supondría desconocer las demandas ciudadanas y eso no es asi.
Justamente en el oficialismo se reivindica mucho eso de que no fue un “estallido delictual”, sino que hubo demandas legítimas y profundas
No estoy en absoluto de acuerdo, una cosa no quita la otra. Existían y existen demandas muy relevantes a las que la política no ha podido dar una respuesta. Lo que me parece insostenible es no decir también que aquí hubo una violencia relevante, que corrompió las instituciones y debilitó el Estado. Ambas cosas ocurrieron, no veo por qué uno tiene que optar por uno u otro. Me parece ciego decir que esto fue exclusivavamente un estallido delectual y que no había nada detrás. Y me parece ciego decir que uno no puede mirar a las demandas, los problemas institucionales y debilidades que nos llevaron allí. Ahora, lo que no se puede olvidar es que en ese momento, en Chile existían causales institucionales donde se podían procesar esos problemas y demandas.
Si la política no ha sido capaz de responder esas demandas, ¿hoy se podría desencadenar un malestar similiar?
El concepto del malestar viene muy asociado con una crítica estructural que tenían los hoy oficialistas, de ser la tumba del neoliberalismo. Pero esto tiene que ver con un cambio fundamental en Chile, donde no solamente cambiaron las expectativas de las personas, sino que también hubo una ruptura del tejido social, actos de corrupción importantes y caídas de instituciones fundamentales. El problema está en la política que no ha sido capaz de procesar esas demandas, porque están sujetos a lógicas de corto plazo que tienen mucho más que ver con lo electoral que con la gobernabilidad. Ese es el problema que tenemos hoy día. No me gusta hacer escenarios de ficción, pero si uno mira la historia, no se repiten en general fenómenos como este con distancias tan cortas de tiempo. El riesgo está en que el sistema político no sea capaz de responder a las necesidades ciudadanas, con eso estamos abriendo la posibilidad de gobiernos populistas o de gobiernos autoritarios.
Igual aquí se intentó responder a las demandas con dos procesos constitucionales, ¿fue un error reducirlas al tema constitucional?
No creo que haya sido un error, sí habían otras formas de haber procesado la crisis, pero esta fue una elección de darle una forma constitucional a un proceso. Criticar eso, decir que fue un entreguismo, que fue una cobardía, que fue una entrega del gobierno de Piñera a la izquierda, es desconocer absolutamente el momento en el que se estaba y los riesgos que existían. Ser general después de la batalla es siempre facilísimo y uno podrá después analizar si habían otras formas o no, pero en ese momento fue un acto de valentía poder darle un cauce institucional al desborde de ese momento. Quizás no era la única solución, pero de ninguna manera me atrevería a criticarla.
¿Y cómo se podría haber respondido a esas demandas?
Hoy los partidos están sujetos a una tensión entre dos lógicas: la electoral y la de gobernabilidad. Y la verdad es que la electoral favorece más bien a la banalidad y la de gobernabilidad es la lógica más bien de largo plazo que tiene otros desafíos, entonces ahí hay una tensión. Ahí la pregunta que hay que hacerse es cuánto uno puede cambiar para mantener su propia identidad, y hay quienes dicen que negociar es perder la identidad, es cobardía. Eso es un error, porque los acuerdos son en si mismos caminos o rutas de bienestar. Entonces si hoy día la política no opta por esa lógica, sacrificando la banalidad y no entiende que en el poder, lo que se tiene que ofrecer es una alternativa de futuro, no vamos a llegar a ninguna parte.
¿Qué se debe hacer en concreto?
Lo que hay que entender es que nuestras convicciones se desarrollan en un juego democrático y uno sabe que en democracia se actúa en conjunto. Ahí donde existen convicciones e ideas claras, debe ser con la conciencia de que sólo se construye un país generando grandes acuerdos, todos juntos. Los proyectos políticos no son exclusivos ni excluyentes de otros.
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