Xi se aferra a un plan económico de arriba hacia abajo mientras China se ahoga en deudas

Muchos economistas sostienen que Xi Jinping no ha tomado las medidas necesarias para arreglar una economía herida. Foto: Evaristo sa/Agence France-Presse/Getty Images
Xi se aferra a un plan económico de arriba hacia abajo mientras China se ahoga en deudas

Xi Jinping se prepara para un enfrentamiento, aferrándose a las políticas económicas destinadas a convertir a China en el país más poderoso del mundo.




Algunos la llaman la “Década Perdida”.

Transcurridos más de 10 años de la era Xi Jinping, ha quedado claro que gran parte del crecimiento de China bajo su mandato estuvo impulsado por un endeudamiento insostenible, la especulación inmobiliaria y las inversiones en fábricas e infraestructuras que el país realmente no necesitaba. Las difíciles reformas que podrían haber propiciado un crecimiento más duradero, como las medidas para aumentar el gasto de los consumidores, se descuidaron en favor de políticas diseñadas para reforzar el control del Partido Comunista.

Ahora, China está ahogada por la deuda, tambaleándose tras una quiebra inmobiliaria que acabó con billones de dólares de riqueza familiar, y al borde de una espiral deflacionista. El crecimiento se ha ralentizado, la inversión occidental se ha hundido y la confianza de los consumidores está cerca de mínimos históricos.

Sin embargo, mientras China se enfrenta a Estados Unidos en un segundo enfrentamiento comercial, Xi se atrinchera. Está convencido de que su enfoque vertical de la gestión de la economía china, con planes para convertirla en una potencia industrial aún mayor, ofrece el mejor camino para que China supere finalmente a Estados Unidos en poderío económico.

Personas cercanas a la toma de decisiones de Beijing afirman que nada de lo que le ha ocurrido a China en los últimos años ha cambiado la creencia de Xi de que Estados Unidos se está desvaneciendo como superpotencia singular y que la importancia de China está aumentando en la escena mundial.

“Xi sigue creyendo que Oriente está en ascenso y Occidente en declive”, afirma un asesor de política exterior en Beijing, en referencia a una declaración que el líder hizo hace tres años, cuando la economía china, impulsada por la demanda occidental de sus exportaciones, experimentó una efímera recuperación tras la pandemia del virus Covid. “Puede que, en su opinión, no sea una línea recta”.

Para lograr su visión, Xi está construyendo una amplia cadena de suministro industrial destinada a fabricar todo lo que China necesite, incluidos semiconductores, para resistir más conflictos con Estados Unidos.

Su gobierno también está elaborando planes para hacer frente a cualquier subida de aranceles por parte del presidente electo Donald Trump, a través de medidas de represalia tales como restricciones a las ventas de materias primas que Estados Unidos necesita para fabricar chips, motores de automóviles y productos relacionados con la defensa. Está cultivando aliados en el mundo en desarrollo para tratar de añadir presión a Estados Unidos.

Lo que Xi no ha hecho, según muchos economistas, es tomar medidas duras pero necesarias para arreglar la maltrecha economía del país.

Aunque Beijing ha puesto en marcha algunos estímulos recientemente, no ha actuado con decisión para sanear el problemático sector inmobiliario, reestructurar completamente la deuda de los gobiernos locales y aumentar significativamente el consumo, lo que apoyaría el crecimiento a largo plazo.

“Muchos de los problemas son obra del propio gobierno”, afirmó Richard Koo, economista jefe del Instituto de Investigación Nomura. Como muchos economistas, Koo cree que China se enfrenta a lo que él denomina “una carrera contrarreloj” para resolver los crecientes problemas de crecimiento del país antes de que caiga en una recesión a largo plazo, agravada por una demografía desfavorable.

La Oficina de Información del Consejo de Estado, que se ocupa de las consultas sobre el liderazgo de China, remitió las preguntas a la principal agencia de planificación económica del país, al banco central de China y a los ministerios que supervisan la industria y el comercio. Ninguna de estas instituciones gubernamentales respondió a las preguntas.

Siguiendo los movimientos de Xi

Durante la última década, he estado en primera fila cubriendo la situación de China mientras Xi tenía oportunidades de arreglar su economía, al igual que hicieron los anteriores líderes chinos cuando se enfrentaron a turbulencias económicas.

En todas las ocasiones, tomó el camino que conducía a un mayor control estatal y a alejarse del tipo de cambios que muchos economistas chinos consideran necesarios. Aunque algunos de los problemas económicos de China comenzaron antes de que Xi llegara al poder, no logró resolverlos, lo que llevó incluso a algunos de los propios asesores del gobierno a hablar en privado de una década perdida.

En septiembre de 2018, asistí a un foro económico en la Casa de Huéspedes del Estado Diaoyutai en Beijing. En ese momento, algunos funcionarios con mentalidad de mercado esperaban que las amenazas arancelarias de Trump obligaran a Beijing a llevar a cabo reformas largamente postergadas, como dar a la empresa privada más espacio para prosperar.

El Gobierno necesita “construir un consenso a través del debate y luego implementar las reformas una por una”, dijo Wu Jinglian, un economista pro-mercado.

Zhang Shuguang, otro pensador liberal, recordó que Deng Xiaoping, el líder chino que lanzó la era de “reforma y apertura” del país, se centró en la integración de China con Estados Unidos y otros países desarrollados.

“Hay que hacer las concesiones necesarias”, afirmó, al tiempo que advirtió del peligro de enfrentarse a Washington en una guerra comercial interminable.

Por el contrario, la lucha comercial galvanizó la determinación de Xi de ampliar el control estatal y reforzar la industria china, aun a riesgo de agravar las tensiones con Estados Unidos.

Su gobierno subvencionó sectores preferentes como los semiconductores y los vehículos eléctricos y animó a los bancos a conceder más préstamos a las fábricas para aumentar la producción.

Xi también lanzó una ofensiva contra el sector privado. Con la intención de desalentar la asunción irracional de riesgos y bajar los humos a los poderosos líderes empresariales, acabó sofocando el espíritu emprendedor de China.

El resultado fue una economía cada vez más dominada por empresas estatales, con un creciente exceso de capacidad de producción de acero, vehículos eléctricos y otros productos. Hoy, China depende más de las exportaciones para impulsar el crecimiento que en 2018, lo que la hace más vulnerable al tipo de aranceles que propone Trump.

Oportunidades perdidas

Mientras tanto, Beijing sólo abordó a medias los problemas que había dejado enconarse durante años. A medida que Xi consolidaba su poder, se hizo con el control personal de la gestión de la economía, que antes supervisaba el primer ministro chino, y se rodeó de leales con escasa experiencia en política económica.

Los dirigentes de Xi dejaron que la burbuja inmobiliaria china se inflara durante años, a pesar de que era evidente que el mercado estaba sobrecalentado. Aunque Xi finalmente hizo estallar la burbuja en 2020, restringiendo el crédito a los promotores sobreapalancados, Beijing todavía no ha presentado un plan integral para limpiar el desastre. Decenas de millones de viviendas están vacías y el mercado sigue languideciendo.

Año tras año, Beijing advertía a los gobiernos locales contra el endeudamiento excesivo. Pero nunca ha aplicado estrictamente las normas. Hasta este año, los gobiernos locales habían contraído hasta US$ 11 billones en deuda extracontable para construir sistemas de transporte y otros proyectos, muchos de los cuales fracasaron. El endeudamiento mejoró el crecimiento a corto plazo, pero hace a China más vulnerable a la inestabilidad financiera.

Beijing también prometió en repetidas ocasiones fomentar el gasto de los consumidores. Sin embargo, el consumo de los hogares sólo representa alrededor del 39% del producto interior bruto de China, porcentaje relativamente estable en los últimos años, frente al 68% de Estados Unidos. Para cambiar esta situación, Beijing tendría que hacer más para animar a la gente a gastar más y ahorrar menos, por ejemplo ampliando la red de seguridad social de China, relativamente escasa, con mayores prestaciones de salud y de desempleo.

Sin embargo, Xi considera que el consumo al estilo estadounidense es un despilfarro, y teme que proporcionar demasiado apoyo estatal a los hogares pueda fomentar el “asistencialismo”.

Un lector se puso en contacto conmigo hace poco para describir cómo afectaba a la gente corriente el empeoramiento de las perspectivas de China. Me dijo que había perdido su puesto directivo en una empresa manufacturera occidental hace dos años, después de que la compañía abandonara China. Ahora trabaja como conductor de taxi para mantener a su familia.

“No es que no me esfuerce por encontrar un trabajo mejor”, comentó el lector, que vive en el centro de China. “Simplemente, no hay oportunidades”.

¿Qué tiene de malo la deflación?

Cuando los nubarrones se cernían sobre la economía china a principios de año, un importante órgano consultivo del Partido Comunista elaboró un informe para los dirigentes de Beijing. En él se advertía de que China podría caer en una espiral deflacionista -el tipo de desastre que sufrió Estados Unidos durante la Gran Depresión- si no se tomaban medidas más urgentes para rejuvenecer el crecimiento.

Xi se mostró imperturbable.

“¿Qué tiene de malo la deflación?”, preguntó a sus asesores, según personas cercanas a la toma de decisiones de Beijing. “¿Acaso a la gente no le gusta que las cosas sean más baratas?”.

La desestimación de Xi hizo que el tema fuera casi tabú en los círculos políticos chinos, comentaron las personas, a pesar de la preocupación entre los economistas de que China podría caer en un círculo vicioso de caída de precios y debilidad de la demanda. En una conferencia de alto nivel celebrada este mes, los dirigentes chinos reconocieron la necesidad de lograr una “recuperación razonable de los precios”, pero no aclararon los detalles clave de cómo lo harían.

Antes de la era Xi, China afrontaba los retos económicos con más firmeza.

A finales de la década de 1990, cuando China sufría de sobreproducción y deflación, el entonces primer ministro Zhu Rongji obligó a las empresas estatales débiles a cerrar o fusionarse, lo que provocó recortes masivos de empleo pero también fortaleció a las empresas restantes.

En 2008, en medio de una crisis financiera mundial, Beijing puso en marcha un programa de estímulo fiscal que en aquel momento representaba alrededor del 12% del PIB del país. Aunque aquello sembró la semilla de los posteriores problemas de deuda de China, hizo que la política económica de Beijing ganara credibilidad entre los inversores internacionales al demostrar que haría lo que fuera necesario para mantener el crecimiento en la senda adecuada.

Atrincherarse para un enfrentamiento

Las palabras y acciones de Xi desde las elecciones estadounidenses han demostrado que no se echa atrás.

En su mensaje de felicitación a Trump del 7 de noviembre, Xi ofreció una advertencia velada sobre la posibilidad de entablar luchas económicas con China. “La historia nos dice que ambos países ganan con la cooperación y pierden con la confrontación”, sostuvo Xi.

Aproximadamente una semana después, Xi aprovechó una reunión con el presidente Biden en Perú para advertir a Trump de que no desafiara a Beijing en las principales cuestiones en las que ambas potencias están enfrentadas, como la reclamación de soberanía de China sobre Taiwán, los derechos humanos, su sistema de partido-estado o lo que Xi denomina el “derecho al desarrollo” de China, en referencia a las restricciones estadounidenses al acceso de China a los chips y otras tecnologías occidentales.

Estas “cuatro líneas rojas”, dijo Xi a Biden, “no pueden ser cuestionadas”, según la versión oficial china de la reunión.

Personas cercanas a la toma de decisiones de Beijing afirman que Xi considera los retos económicos a los que se enfrenta China como dificultades necesarias en el proceso de sustitución de los antiguos motores del crecimiento, incluida la inversión inmobiliaria, por fuentes más nuevas, como la fabricación de alto valor, incluidos los automóviles y los chips.

Dicen que Xi y su equipo se han animado por los progresos que han visto en la reducción de la dependencia china de los productos occidentales, al tiempo que aumentaba la dependencia mundial de China.

“La estrategia ha estado funcionando”, dijo una de las personas familiarizadas con la toma de decisiones en Beijing, “incluso mientras la economía en general lucha”.

Un informe de noviembre de la empresa de investigación Gavekal Dragonomics muestra que China se ha vuelto cada vez menos dependiente de las importaciones de fabricación para algunos tipos de semiconductores, así como dispositivos médicos, robots industriales y dispositivos utilizados en vehículos de conducción autónoma.

Pero China sigue dependiendo de la tecnología, el capital y los conocimientos técnicos estadounidenses, especialmente en ámbitos como la fabricación de chips de alta gama, la aviación y la biotecnología.

Y como las exportaciones son uno de los pocos puntos brillantes de la economía china en estos días, China necesita mantener su capacidad de vender a sus principales socios comerciales tanto como sea posible para evitar otro gran golpe al crecimiento general

Ante la proximidad de una revancha de Trump contra China, entre algunos economistas chinos están surgiendo esperanzas de que una nueva guerra comercial obligue finalmente a los dirigentes de Xi a cambiar su política económica centrada en la fabricación por otra más centrada en potenciar a los consumidores. Si Trump sigue adelante con su promesa de imponer aranceles más altos, razonan, las exportaciones chinas disminuirían inevitablemente y Beijing tendría que reforzar la demanda interna para mantener la economía en marcha.

Pero el mundo ha cambiado desde el primer mandato de Trump. Ambas partes están más atrincheradas.

Evan Medeiros, exalto funcionario de seguridad nacional en el gobierno Obama, aseguró que el estilo de liderazgo de Xi hará que sea difícil para China manejar a Trump 2.0 de manera efectiva.

“Simplemente no veo a Xi forjando un gran acuerdo”, dijo.

-Traducido del inglés por Pulso.

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