Cambio de mano
Por Gonzalo Cordero. El presidente Piñera es, parafraseando el viejo dicho, diablo conocido; gobierna involucrado en los detalles, sigue la gestión de cada ministerio y cada servicio a una distancia milimétrica, conoce las materias, dispone las tareas y controla su cumplimiento, tomándose muy en serio el mandato constitucional que le encarga el gobierno y la administración del estado.
Lo que ocurrió ayer en el congreso nacional no es sólo un cambio de mando, esta vez el traspaso de la presidencia de la república de una persona a otra es, además y principalmente, un cambio de "mano", una transformación muy profunda en la forma de entender el gobierno, en la orientación hacia la que se dirigirá el país y de los objetivos que se colocan por delante.
El presidente Piñera es, parafraseando el viejo dicho, diablo conocido; gobierna involucrado en los detalles, sigue la gestión de cada ministerio y cada servicio a una distancia milimétrica, conoce las materias, dispone las tareas y controla su cumplimiento, tomándose muy en serio el mandato constitucional que le encarga el gobierno y la administración del estado. En esto radica su sello distintivo y probablemente es la principal razón por la cual los chilenos lo eligieron para un segundo período. Después de cuatro años de estancamiento económico, de políticas públicas improvisadas y mal implementadas, fue la expectativa de volver a tener un gobernante capaz de poner en marcha el país la que lo llevó a la Moneda.
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Hasta aquí no hay mucha diferencia con su elección para el período anterior, en que también había una demanda de cambio en la gestión. Sin embargo, es evidente que ahora se pusieron en juego cuestiones más profundas, puesto que a contar del 2014 la ex Presidenta Bachelet enfiló a nuestro país por un rumbo enteramente diferente del que traía por prácticamente tres décadas. Discrepo de quienes sostienen que la nueva mayoría sólo profundizó el camino que siguieron los gobiernos de la concertación y que impulsó reformas típicamente socialdemócratas.
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El conjunto de las reformas propuestas, su fundamentación política, el lenguaje utilizado y principalmente el anuncio de una nueva constitución elaborada mediante una asamblea constituyente, pusieron en cuestión aspectos esenciales del modelo de desarrollo que, si bien finalmente no se alteraron en su esencia, no se puede desconocer que se dañaron y fueron seriamente amenazados en su estabilidad. El mejor y más contundente antecedente en este sentido es la caída en la inversión, que en el último cuadrienio fue en promedio de 2,3 por ciento, cayendo consecutivamente en cada año, algo que no sucedía desde hace décadas. Nada evidencia mejor la incertidumbre generada en el país en este período y nada lo confirma más certeramente que el inmediato cambio producido con las expectativas asociadas al nuevo gobierno.
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Hace cuatro años la entonces Presidenta prometió igualdad ante todo, su diagnóstico explícito era que la redistribución de la riqueza era más importante que su generación, sostuvo que las condiciones materiales de los chilenos eran tan extremadamente inequitativas que afectaban la distribución del poder, a un punto que amenazaba la esencia del sistema democrático. Es insoslayable que su diagnóstico, su agenda de cambios y sus objetivos, fueron sometidos al escrutinio popular en la última elección presidencial, pues se enfrentaron a una opción completamente diferente. El Presidente Piñera planteó el progreso de cada familia como eje central, la transición al desarrollo como la nueva etapa a iniciar y la confianza en el emprendimiento como el camino por el que avanzaremos hacia esos objetivos.
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Así, la metáfora del cambio de mano se puede usar también en esta otra doble acepción, porque como en el póker, los chilenos rebarajaron las cartas y sacaron una "mano" completamente diferente. Por ello, esta elección fue la más política que hemos tenido los chilenos desde aquella de 1989 en que triunfó el ex Presidente Aylwin, de lo que se deriva la legitimidad del nuevo gobierno para cambiar el rumbo, no sólo para cambiar la gestión. El Presidente Piñera no fue elegido para que siguiera haciendo más o menos lo mismo, pero de manera más eficiente; la única interpretación razonable es que lo fue para hacer algo sustantivamente distinto.
¿Significa esto plantear la tesis de la retroexcavadora? No, para nada, porque una cosa es cambiar el rumbo y otra demoler lo que se ha hecho, para intentar cambiar el punto de partida y retrotraer las cosas a un momento anterior. El Presidente dijo en su campaña que la gratuidad se mantiene, pero es de suponer que se abandonará el objetivo político de priorizar el financiamiento con fondos públicos a toda la matrícula universitaria, porque la discrepancia de fondo nunca estuvo en los deciles más pobres o de clase media, sino en extender la gratuidad a aquellos que tienen recursos suficientes para pagar por sus estudios.
Una correcta interpretación del cambio de gobierno es que hace evidente que estamos en un nuevo ciclo, en que la centroderecha es una fuerza política bien organizada, competitiva electoralmente, capaz de llegar al poder de manera regular y con todas las condiciones de legitimidad para impulsar su propio proyecto de sociedad. Los chilenos repartieron las cartas, pero -como en el póker- esta vez es la izquierda la que tendrá que "pagar por ver".
El autor es abogado
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