Más convicción en la justicia
La irrupción del movimiento feminista en Chile es algo que algunos veíamos venir desde hace mucho tiempo y que sólo ahora se ha visibilizado para todos.
El feminismo es por definición el principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre, aspiración que aún en pleno siglo XXI no se ha logrado.
La estampida en nuestro país comenzó con la denuncia de una alumna de Derecho de la Universidad de Chile y luego con la toma -cadenas incluidas- de la casa central de la Universidad Católica, mi escuela, donde me formé como abogada. No es casualidad que ellas hayan dado el puntapié inicial; porque quienes estudian derechos lo hacen por un anhelo de justica y la injusticia produce rabia. Y la rabia, no rara vez, converge en estallidos sociales.
Cuando estudiaba Derecho, me sorprendieron las burdas diferencias en nuestras leyes, lo que me llevó a escribir mi tesis sobre las discriminaciones legales hacia la mujer. Luego, a cursar un magíster en Derecho de familia en Barcelona, sociedad que estaba a años luz de la nuestra. Ya siendo madre, me incliné también por las normas laborales de maternidad y paternidad, porque no fue difícil tomar conciencia que ellas comprendían que el cuidado de los hijos era de exclusiva responsabilidad de la madre, excluyendo el natural derecho del padre a criar y educar, castigando a la maternidad con normas que encarecían y desincentivaban la contratación.
Algunas de estas distorsiones han sido enmendadas, pero aún subsisten muchas leyes y culturas torcidas. Por ejemplo, más de la mitad de las mujeres casadas no pueden administrar los bienes del matrimonio, vender o arrendar los suyos propios, o constituir una sociedad sin autorización del marido.
Esto, por la sociedad conyugal, régimen matrimonial que considera a la mujer como una persona relativamente incapaz. O el Código del Trabajo, que al imponer a las empresas con 20 o más mujeres tener o pagar sala cuna, ha limitado su empleo y ha colaborado a construir una sociedad donde tan solo tres de cada 10 personas con ingreso autónomo, son mujeres.
Este es un momento social que hay que aprovechar para terminar con la inercia cultural y legal que nos asfixia; para que las leyes y las costumbres enquistadas en las organizaciones den un giro. Y los cambios tienen que ser ahora, para las actuales generaciones.
Pensando en los que vienen, quienes tenemos hijas aún pequeñas, nos inquieta saber que a pesar de todo el esfuerzo que están haciendo desde su temprana edad, tendrán en el futuro mayores dificultades para encontrar trabajo y de logarlo, ganarán menos que sus actuales compañeros de colegio. Y por el contrario, que ellos, quizá esforzándose menos, ganarán más por lo mismo.
Las empresas tienen mucho que aportar, promoviendo condiciones equilibradas; valorando la maternidad y la paternidad; evaluando sus brechas en contratación, en ascenso y en remuneraciones; y favoreciendo una cultura de trato digno y de respeto.
Y aunque el tema está en la palestra gracias a los movimientos sociales, ojalá la motivación no sea la presión, sino una profunda convicción por un principio básico para la estabilidad: la justicia.
*La autora es presidenta de Fundación Chile Mujeres.
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