José María Lassalle: “Pensar que solo va a venir algo virtuoso de una aceleración tecnológica sin límites no es ingenuo, es temerario”
El abogado y ensayista español advierte sobre la necesidad de un acuerdo social global y una mayor educación en torno a los desafíos planteados por la masificación de la Inteligencia Artificial. En peligro, señala, está la mismísima democracia.
Ya en los viejos tiempos, cuando el remezón producido por la masificación de las herramientas de Inteligencia Artificial todavía no agregaba más pelos a la sopa, el ensayista José María Lassalle Ruiz manifestaba su preocupación por el impacto de la revolución digital sobre la democracia liberal. En Ciberleviatán (2019), Lassalle -ya retirado de la política tras haber sido diputado por el Partido Popular y luego secretario de Cultura y de Agenda Digital en el gobierno de Mariano Rajoy-, advertía que las herramientas del siglo XX estaban demostrando ser insuficientes para hacer frente a los desafíos de las nuevas tecnologías para defender valores fundamentales como la libertad y la dignidad humana. Como académico, analista político y columnista de medios como El País y La Vanguardia, siguió desarrollando el tema en sus sucesivas publicaciones: El Liberalismo Herido (2021) y Civilización Artificial (2024).
Aunque de buenas a primeras puede sonar como un “tecnopesimista”, él se define como optimista, siempre y cuando, como sociedades y desde los Estados, el mundo logre ciertos consensos.
La semana pasada estuvo en Chile invitado por País Humanista, el Centro de Humanidades de la facultad de Psicología y Humanidades de la Universidad San Sebastián, y profundizó los conceptos que han cruzado su trabajo.
¿Cómo abordó estas preocupaciones estando en el gobierno? ¿Qué reflexiones hace de esa experiencia?
Bueno, una parte importante de la reflexión que ahora académicamente me planteo es, a partir precisamente de la experiencia que tuve de gobierno, que hizo que ciertos intereses que venían de mi etapa previa, formaban parte de lo que yo tenía como tema de investigación: el papel de la técnica en el seno de las sociedades contemporáneas. Desde el gobierno (en 2017 y 2018) percibí claramente que hay un desajuste entre la tutela que tenemos de nuestros derechos como ciudadanos, de la protección de nuestra personalidad más allá de las condiciones que acompañan al uso de la tecnología. El hecho de que la tecnología genere una inmersividad en experiencias digitales, que alteran nuestra capacidad de atención, nuestra capacidad de relacionarnos con los otros, nuestra manera de aprovechar los recursos económicos, de cómo desarrollamos el talento, etc., me hizo entender que era imprescindible abordar, al menos, modelos de gobernanza, para los que la regulación, tal y como se entendía analógicamente, es insuficiente. Este es un trabajo que requiere la implicación de la sociedad.
¿Considera que las aproximaciones regulatorias que ha tomado la Unión Europea son adecuadas frente a los desafíos que plantea la Inteligencia Artificial?
Son adecuadas, pero desgraciadamente seguro que serán insuficientes. Toda regulación es un estándar necesario porque lo que la tecnología necesita en su desarrollo, y particularmente por todos los impactos que está provocando la revolución digital, son límites, marcos normativos. Hace falta encauzarla: el salto cultural al que nos aboca, el impacto que va a tener sobre nosotros va a ser extraordinario.
Mientras tenemos el ejemplo de la Unión Europea, que Chile sigue, al mismo tiempo hay potencias que van por su cuenta con una aproximación mucho más desregulada, como Estados Unidos ¿Qué tan factible es que haya un acuerdo más global en esto?
A ver, la innovación sobre inteligencia artificial en Estados Unidos o China tiene una base esencialmente utilitaria. Los chinos quieren maximizar el control social y los estadounidenses maximizar el beneficio económico. En ese contexto la regulación les sobra. Europa ha tomado la decisión de entender que es necesario comprender también que la acción humana, facilitada por la tecnología, no solamente ha de buscar la maximización económica o del poder, sino que ha de tener un propósito que vaya más allá que la protección de la dignidad humana, que puede verse afectada. Y este es un límite que no creo que obstaculice la innovación. Porque no creo que la innovación humana sea contradictoria con la dignidad humana, sino todo lo contrario. Al final, el objetivo del progreso y también del progreso tecnológico es proteger la dignidad. Y eso se logra cuidándose de los efectos no queridos por el desarrollo de la Inteligencia Artificial. Justamente ahí está uno de los principales riesgos: de alguna manera ese monopolio que hasta ahora la humanidad ha tenido en términos de darle un propósito a las cosas puede en sí mismo automatizarse. Es decir, estamos buscando humanizar, imitando al pensamiento del ser humano con la inteligencia artificial, pero estamos al mismo tiempo desempoderando al ser humano. Y esa contradicción es un choque de tendencias que está provocando efectos perniciosos como la pérdida de valor que el trabajo humano tiene en las organizaciones económicas o en la propia administración, o está implicando problemas de salud mental asociados a la desconexión. La regulación europea identifica riesgos, pero tenemos que ser capaces de no solo regular, sino de generar un ecosistema más ambicioso bajo una gobernanza que implique educar.
En este ecosistema vemos también el poder que adquieren las grandes compañías tecnológicas, que pesan más que muchos países. Se ha dicho respecto de la elección de noviembre en Estados Unidos que el mundo tecnológico se divorció de la agenda demócrata cuando el gobierno empezó a imponer de modo más agresivo la regulación sobre las big tech. Y ahora estamos ad portas de un gobierno que llega con un discurso anti regulatorio total y donde vemos una figura como la de Elon Musk, que está, por decir lo menos, haciendo gala de una influencia inédita. ¿Qué cree que nos espera?
El panorama es inquietante porque la política demócrata, que se basó en intentar aplicar la de Lina Khan al frente de la Comisión Federal de Comercio, buscaba conseguir la aplicación al ámbito de la revolución digital de la legislación anti monopolio. Ha estado cuatro años dando esa batalla y ahora empezaba a tener sus frutos planteando la posibilidad de que Google sea dividida, como pasó con la Standard Oil o la banca y las grandes corporaciones empresariales norteamericanas a finales del siglo XIX. Eso es lo que ahora mismo está en cuestión. Y lo está porque ya el año pasado la administración Biden aprobó una orden ejecutiva que atribuye al Presidente de Estados Unidos la supervisión de la innovación privada que hagan las corporaciones en el ámbito de la inteligencia artificial, pero subordinadas a un sesgo sistémico que es la seguridad nacional. Eso implica cohesionar todo el sistema de investigación en inteligencia artificial al servicio de la seguridad nacional y bajo la supervisión del Presidente de Estados Unidos. ¿Con qué fin? Esa es una pregunta que a lo mejor la geopolítica nos la resuelve en el estrecho de Taiwán o en el Océano Índico, no lo sé. Es posible. Pero en cualquier caso se nos asoma a un escenario donde pueden darse las condiciones para que se cree un complejo industrial tecnológico parecido al que denunció Eisenhower cuando hablaba del complejo industrial militar. Y eso sería lo más inquietante y lo que realmente nos debería preocupar a todos.
Cuando se discute este tema, se pone a los expertos ya sea en la columna de los tecno optimistas o en la columna de los tecno pesimistas ¿Cree que ese marco de discusión nos está impidiendo avanzar?
Yo soy tecno optimista, pero identificando, como se ha visto a lo largo de la historia, que los avances tecnológicos tienen externalidades negativas, que generan riesgos, que una sociedad democrática debe plantearse en un debate social si quiere o no quiere asumirlos, sobre todo cuando está comprometiéndose la dignidad humana, o se pueden vulnerar los derechos fundamentales. Y ese es el debate que debemos afrontar. La aceleración del cambio tecnológico y la automatización de nuestras sociedades incrementa la productividad, aunque con costos económicos sobre el valor del trabajo humano, genera problemas de salud mental, aumenta las brechas de desigualdad, y por lo tanto tenemos que discutir si queremos asumir eso y cómo podemos afrontarlo. Pero cerrar los ojos y mirar ingenuamente y pensar que solo va a venir algo virtuoso de una aceleración tecnológica sin límites, sin reconocimiento de los impactos que pueda generar, no es ingenuo, es temerario. Lo que pasa es que uno ya con los años va aprendiendo que incluso la audacia que está detrás de la temeridad a veces tiene intereses políticos, intereses económicos e intereses de hegemonía, como en este caso creo que se da.
Usted ha escrito sobre cómo la revolución digital y particularmente las herramientas de inteligencia artificial, está cambiando el pacto de capital y trabajo. ¿Cree que esto puede derivar en una revolución liderada por las clases medias que vean frustradas sus expectativas?
Lo vengo sosteniendo desde el 2021, cuando publiqué un ensayo titulado El Liberalismo Herido para tratar de explicar que en gran medida los malestares que alimentan el populismo están en un nuevo “proletariado emocional” que es la clase media, que se ha visto desposeída por un lado del valor que obtenía de su trabajo intelectual, al ver cómo este se aminora al ser colonizado progresivamente por el trabajo de la Inteligencia Artificial, y en segundo lugar, porque la merma de capacidad económica asociada a la hegemonía que tenía la clase media sobre el trabajo intelectual, como consecuencia de la irrupción de la Inteligencia Artificial, está haciendo que la clase media no crea en el futuro. Y al no creer en el futuro se quiebra la esperanza que ha acompañado la cultura del progreso que ha definido el avance de las democracias. Y eso provoca que las clases medias miren con nostalgia el pasado y que culpen, de una manera muy simplista pero muy intuitiva, de los problemas económicos y sociales que padece a la política, y especialmente a la política democrática. Y a la institucionalidad. Porque la clase media estableció una complicidad con la universalización de la democracia, tras el arranque de la revolución industrial durante el siglo XIX. Y la construcción de la democracia liberal y el Estado del bienestar se ha fundado en el pacto capital trabajo, que convertía a la empresa, y ese es el famoso capitalismo renano que ha sustentado el modelo económico de la Unión Europea, entendía que la empresa no era un lugar de conflicto, sino de conciliación de intereses alrededor de ese pacto capital trabajo que fundamentaba el Estado del bienestar. Y eso es lo que se ha roto. Y lo está rompiendo la clase media, que está perdiendo su complicidad intelectual y emocional con la democracia.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.