Terapias con drogas psicodélicas: el aporte de los pueblos originarios

Terapias sicodélicas
Terapias con drogas psicodélicas: el aporte de los pueblos originarios.

Aunque enfrenta desafíos regulatorios y políticos, la investigación en torno al uso de psicodélicos en terapias para enfermedades como el síndrome de estrés postraumático, la depresión y las adicciones valiéndose de sustancias psicoactivas ha experimentado un renacimiento en los últimos años. Científicos como la brasilera Luiza Mugnol-Ugarte, quien participa este fin de semana del Festival Puerto de Ideas Biobío, han incorporado los psicodélicos naturales usados por los pueblos originarios para buscar no sólo terapias sino también una mirada más amplia de la ciencia.


Durante los últimos meses, el camino de retorno que desde los años 90 un grupo de investigadores ha emprendido con el uso de sustancias psicodélicas en terapias psiquiátricas sufrió un revés. A principios de junio, un panel de expertos consejeros recomendó a la FDA -el organismo regulatorio de los Estados Unidos- no aprobar la solicitud de Lykos, un laboratorio que buscaba autorización para el uso de una terapia basada en el MDMA para el tratamiento del Trastorno por Estrés Postraumático, TEPT. Un mes después, la FDA falló en contra de la solicitud.

El tratamiento de desórdenes como el mencionado usando MDMA -un compuesto psicoactivo declarado ilegal y que desde los años 80 sería conocida en la escena recreativa bajo el nombre de “éxtasis”- ha registrado sostenidos éxitos en las últimas décadas, desde que se retomaron los estudios que habían quedado suspendidos como consecuencia de las prohibiciones relacionadas a su uso recreacional y su impacto social y cultural. En la larga historia de la reivindicación del uso terapéutico de psicodélicos para desórdenes que incluyen el TEPT, la depresión, las adicciones y algunos procesos complejos relacionados con la aceptación de la muerte en el contexto de la medicina paliativa y la relación con el duelo, el revés de Lykos probablemente representará apenas un punto negro (la compañía ha recibido duras críticas por su diseño experimental y por no haber entregado suficiente información). Pero el episodio sirvió para ilustrar las complejidades de avanzar en el uso de las terapias con sustancias psicoactivas, cuya misma naturaleza plantea dificultades al enfrentarse a los propios conductos regulares de la medicina occidental.

Como ejemplifica Michael Pollan en Cómo cambiar tu mente -un libro imprescindible en este relato-, “es difícil o imposible que los estudios convencionales con psicodélicos se realicen a ciegas: la mayoría de los participantes puede advertir si ha recibido psilocibina (compuesto que se encuentra en cierta clase de hongos) o un placebo, y lo mismo ocurre con sus guías”. A ello se suma, agrega Pollan, la dificultad de aislar los efectos de una droga psicodélica del contexto en el que se administra, de la presencia de los terapeutas participantes o de las expectativas del propio voluntario. “¿Y cómo evaluará la medicina occidental un fármaco psiquiátrico que parece no funcionar mediante un efecto estrictamente farmacológico -pregunta Pollan-, sino mediante la administración de cierta clase de experiencia a las mentes de las personas que lo reciben?”.

Parte de la respuesta a esa encrucijada para dar el salto al futuro podría estar en el pasado. Muchas de las sustancias psicoactivas cuyo uso terapéutico se está investigando son sustancias naturales, como la mencionada psilocibina de los hongos o el DMT, una molécula de triptamina presente en varias plantas y animales como el sapo bufo. Eso ha llevado a muchos investigadores a buscar la respuesta en el uso que le daban -y en ciertos casos le siguen dando- a estas sustancias los pueblos originarios.

Una de ellas es Luiza Mugnol-Ugarte, neurocientífica brasilera que no sólo ha estudiado las terapias asistidas por psicodélicos para el tratamiento de traumas, sino también los usos rituales de estas sustancias. Mugnol-Ugarte (quien se presentará este domingo en en el Festival Puerto de Ideas Biobío), es coordinadora de un proyecto sobre LSD y sinestesia en la Universidad Federal del Rio Grande do Norte.

“Mi objetivo es hablar de las medicinas ancestrales desde la perspectiva de los indígenas. Pero también lo conecto con la ciencia que estudia depresión, ansiedad, bienestar y hablar también de la fenomenología de los psicodélicos. Son esas dos líneas principales: cómo los indígenas las usan y cómo la ciencia las está estudiando”, adelanta sobre su presentación en Concepción.

Luiza Magnol-Ugarte
Luiza Mugnol-Ugarte, neurocientífica brasilera que participará del Festival Puerto de Ideas Biobío 2024.

En su investigación de postdoctorado, Mugnol-Ugarte se ha centrado en hongos y LSD, pero en su exposición incorporará reflexiones y testimonios, incluyendo el suyo, sobre el uso de la ayahuasca, la infusión psicodélica de hierbas amazónicas usada por pueblos originarios en Sudamérica.

Uso terapéutico de los psicodélicos

La investigación regional en torno al tema es particularmente relevante para la neurocientífica. La interrupción de las investigaciones sobre el uso terapéutico de los psicodélicos -que habían tenido un inicio auspicioso desde la década de los 50- se debió a una decisión política en Estados Unidos que tuvo un efecto práctico en el resto del mundo. El uso recreativo de este tipo de drogas -apoyado por muchos científicos transformados en activistas- se transformó en un sello de la contracultura, el movimiento hippie y sus derivaciones más políticas, como el llamado a la rebelión contra la guerra de Vietnam. El famoso llamado “turn on, turn in, drop out”, de Timothy Leary, un psicólogo clínico de Harvard celebrado por la contracultura y declarado por el presidente Richard Nixon como “el hombre más peligroso de Estados Unidos”, fue el eslogan que resumió un movimiento que terminó por colmar la tolerancia de las autoridades políticas y académicas. Las universidades cortaron sus programas de investigación, el estado cortó el financiamiento y estas drogas fueron prescritas. El resto del mundo se sumó a la condena y el uso de los psicodélicos -tanto en contextos científicos como recreativos- cayó en la clandestinidad.

Sólo a principios de los 90 en Europa y en Estados Unidos científicos y activistas comenzaron a armar el caso a favor de la continuación de la búsqueda de terapias con estas sustancias. En Latinoamérica, como apunta Mugnol-Ugarte, surgió el interés por trabajar con los compuestos utilizados por los pueblos originarios locales. “Tenemos ahora una fuerte ola de estudios con ayahuasca, con jurema (una planta que crece en el norte de Brasil y también en otras partes del continente), con 5-MeO-DMT (un compuesto psicodélico de acción rápida que se encuentra en algunas plantas de sudamérica y en el sapo bufo) y los hongos psicodélicos”, comenta la neurocientífica.

En ese camino, el aprendizaje del uso que por miles de años le han dado diversos pueblos originarios “nos ayudan a avanzar en la ciencia”, dice la investigadora. A la vez representa un desafío: el de combinar esas experiencias con terapias en contextos clínicos de la medicina moderna para tratar una serie de condiciones también actuales.

“Soy muy crítica de la ciencia”, dice Mugnol-Ugarte. “Tendemos a encasillar las cosas en cajas y no nos abrimos a algo más amplio. Entonces, por ejemplo, la ayahuasca es usada en un contexto muy especial en comunidades indígenas. ¿Para qué la usamos los científicos en terapias con personas que no son indígenas? Para la depresión, para la ansiedad. Entonces sí tenemos resultados, tenemos respuestas para nuestras preguntas, pero está lejos de cómo se usa originalmente. Tenemos clasificaciones de psicodélicos que son muy específicas. Entonces, por ejemplo, la ibogaína, una planta que viene de Gabón, es usada ahora para dependencia del crack; los hongos, para trastorno de estrés postraumático; el MDMA para lo mismo. Tenemos una clasificación y estudios avanzados en características específicas de enfermedades mentales. Y paralelo, el uso indígena es más amplio. Tú no vas donde ellos diciendo ‘tengo ansiedad, tengo depresión’, vas a participar de una sesión. Estos dos usos que no están tan conectados todavía”.

Desactivar el defecto

Un elemento que se repite en testimonios de “viajes” psicodélicos -tanto en contextos terapéuticos como ceremoniales e incluso recreacionales- es lo que se ha llamado “la disolución del sentido del ego”, una experiencia que les hace sentir que son parte de algo más grande -la comunidad, el planeta o una conciencia universal”- y que más allá de las interpretaciones místicas tiene una explicación en lo que se conoce como la Red Neuronal por Defecto, un conjunto de estructuras cerebrales que interactúan más en momentos en que un individuo está en reposo y conecta partes de la corteza con estructuras más profundas relacionadas con las emociones, la memoria y la autorreflexión. “Esta red está muy conectada cuando estamos con depresión o con un problema de estrés, trauma, ansiedad”, explica Mugnol-Ugarte. “Cuando tomamos psicodélicos, esta red está modulada, no está tan conectada y con eso nos relajamos y podemos conectarnos con otras dimensiones (un estado similar al que puede alcanzarse en una meditación muy profunda, según se ha estudiado). Dejamos de rumiar, que es algo común en la depresión. Y hay conexiones que no se producen sin los psicodélicos. Si yo tengo un problema y tomo ayahuasca, por ejemplo, tengo nuevas ideas porque se producen nuevas conexiones vienen y puedo ver mi vida, y mis traumas, con una perspectiva distinta”.

El potencial de los psicodélicos puestos en buen uso -a menudo acompañado de psicoterapia, como advierte Mugnol-Ugarte- amplía su promesa, para esta investigadora, no sólo a enfermedades de salud mental, sino que también a la calidad de vida. Al mismo tiempo, varios investigadores han advertido que la comunicación pública en torno a sus beneficios debe ser cuidadosa y aprender de los errores cometidos en el pasado y que llevaron a la interrupción de los estudios a fines de los 60. Luiza Mugnol-Ugarte comparte la preocupación, pero afirma que todo debe basarse en la educación de la población. “Yo estoy a favor de la legalización y regulación de todas las drogas.El alcohol es una de las drogas más peligrosas y es legal. El alcohol mata personas y causa depresión. Entonces, yo tengo temor por el mal uso de todas las drogas, no sólo los psicodélicos”.

Es parte del desafío de quienes abogan por el “buen uso” de los psicodélicos, algo que parte en las pruebas clínicas pero que abarca consideraciones que se relacionan más con la búsqueda de experiencias que pueden considerarse místicas y trascendentales, transformadoras, y en ese sentido positivas.

“Enfrentamos un camino muy bonito en la psicodelia mundial y la ciencia: los científicos dialogan con las comunidades, con los pueblos originarios. Si hay un diálogo, creo que podemos estar optimistas, porque los psicodélicos son muy potentes. Si tenemos responsabilidad con eso, vamos a tener buenos resultados con las investigaciones”.

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