Trapitos sucios
En "Demonios" aparecen frustraciones, arrebatos, humillaciones y desmadres: los más inesperados trapitos sucios salen a flote y dan cuenta de la descomposición compartida y del fracaso de las relaciones afectivas, más allá de las apariencias.
Una montaña de ropa al centro de la sala, ceniceros llenos de colillas, vasos y botellas repartidos por aquí y por allá, un refrigerador semivacío, un cuadro apoyado en el muro, un tocadiscos en el suelo, un ánfora con los restos frescos de la madre del dueño de casa en una esquina. En ese caótico entorno se mueven Frank (Néstor Cantillana) y Catalina (Francisca Márquez), una de las parejas protagónicas de Demonios, la obra del sueco Lars Norén (1944) que por estos días dirige Marcos Guzmán en el Teatro La Memoria. A la dupla se suman Gina (María Gracia Omegna) y Tomás (Guilherme Sepúlveda), vecinos y amigos, cuyo modo de vida aparenta ser completamente opuesto al de los primeros: mientras Frank y Catalina no tienen hijos ni horarios ni muebles ni comida en el refrigerador, Gina y Tomás acaban de ser padres y viven sin sobresaltos, más o menos esclavizados por las rutinas de la vida doméstica. Los primeros, licenciosos, expresivos y transparentes en su desprecio mutuo; los segundos, acartonados y reprimidos, aparentemente estables en su relación de pareja. Pero las cosas se alteran cuando los cuatro se juntan a tomar unos tragos y afloran los demonios que acechan a todos por igual.
Frustraciones, arrebatos, humillaciones y desmadres: los más inesperados trapitos sucios salen a flote y dan cuenta de la descomposición compartida y del fracaso de las relaciones afectivas, más allá de las apariencias. Guzmán huye del registro realista y explota lo grotesco, en un montaje donde los cuerpos cobran autonomía y a veces parecen operar en paralelo a las palabras emitidas. Especialmente perturbadora resulta la aparición, en medio del caos que ya parece irrefrenable, de una mujer oriental que viene a entregar un pedido de comida a domicilio y habla en chino con el dueño de casa (brillante Néstor Cantillana en sus cambiantes registros emocionales). Luego, la violencia seguirá el cauce anunciado. Demonios es una obra demoledora y a ratos asfixiante, pero cargada de un humor negro y una intensidad actoral que la sostienen siempre en alto.
"Demonios": hasta el 16 de enero en el Teatro La Memoria.
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