Los niños escondidos que dejó la estricta política migratoria de Suiza
Por varios años, el país europeo fue destino de trabajadores migrantes que buscaban mejorar su situación económica. Pero lo que no sabían es que no podrían llevar a sus hijos, por más que estuvieran años trabajando en aquel país. Eso llevó a que miles de niños tuvieran que vivir ocultos en Suiza, sin que nadie supiera de su existencia más que sus padres.
A partir de la década de 1950 hasta 1990, miles de migrantes europeos llegaron a Suiza con las esperanzas de encontrar una vida mejor para ellos y sus familias que los vieron partir.
La mayoría provenía de países como Italia, Portugal, España y la ex Yugoslavia. Se desempeñaban en las fábricas, la construcción o el turismo. Fue gracias a esa fuerza laboral que el país europeo pudo crecer tanto en lo económico en aquellos años.
Sin embargo, una vez ya instalados en Suiza, no se imaginarían que aquel país les traería un enorme costo en lo personal.
Todos los migrantes que llegaban a trabajar tenían un permiso que duraba desde 9 a 12 meses. En ese tiempo, Suiza los veía estrictamente como trabajadores y nada más.
¿Cómo se veía reflejado eso? Bueno, por una razón muy simple: si los trabajadores querían llevar a sus hijos para que vivieran con ellos, Suiza no lo aceptaba por nada del mundo. A una pareja o matrimonio se le permitía desempeñarse en el mismo trabajo, pero si tenían hijos, ellos tenían que quedarse en el país natal.
Eso llevó a dañar miles de relaciones familiares.
“Destrozaron nuestra familia”
Una de las víctimas que dejó la política migratoria de Suiza es Egidio Stigliano, quien ahora tiene 60 años y es neuroeducador en ese mismo país. En conversación con BBC, el hombre recordó un hecho que lo marcó para siempre: ver partir a un tren que iba desde Italia a Suiza cuando apenas tenía 3 años.
Sin saberlo estaba despidiendo a su madre, quien partió a esa nación a trabajar.
“Pensaban que era muy pequeño para contarme lo que estaba pasando. Pero mi madre quería verme una última vez”, cuenta.
Por otra parte, Melinda Nadj Obonji tenía un año al momento en que ella y su hermano tuvieron que quedar bajo el cuidado de su abuela en Serbia.
Su padre y su madre habían emigrado hacia Suiza. Allí mantenían el sueño de que los autorizaran a trasladar a sus hijos. Pero eso no ocurrió hasta varios años después.
“Escribieron cartas a la policía de migración, pero las rechazaron. La policía era muy estricta. Creo que esto los traumatizó de por vida y, por supuesto, a nosotros también”, comenta Melinda. En sus palabras, las legislaciones de la época en torno a los trabajadores migrantes “realmente destrozaron nuestra familia”.
Quizás, si a los migrantes trabajadores de la época se les hubiera dado un permiso temporal, podrían haber llevado a sus hijos. No obstante, eso se veía impedido porque tenían que renovar los permisos año a año, pese a que vivieran por periodos largos en el territorio.
Irse de Suiza no era una opción. Ahí estaba el sustento económico que tanto necesitaban para salir adelante ellos mismos y sus familias.
Quien ha estudiado esta problemática es la historiadora y especialista en migración de la Universidad de Neuchâtel de Suiza, Kristina Schulz. Según contó la experta a BBC, el hecho de que Suiza contratara a trabajadores extranjeros fue visto con muy buenos ojos en esos años.
“Esos países estaban devastados por la guerra... Y Suiza necesitaba trabajadores. El sur de Italia era pobre. Se pensaba que era prácticamente un acto humanitario tenerlos trabajando aquí”, comenta.
Hastiados de la negativa de las autoridades, algunos padres ya no aguantaban permanecer a tantos kilómetros de distancia de sus pequeños. Entonces, comenzaron a idear una forma en la que pudieran criar a sus hijos nuevamente sin tener que dejar Suiza.
Fue así como decidieron entrar a sus hijos por lugares no habilitados, donde sabían que podrían eludir el control. Y luego, escondieron a sus hijos en los mismos lugares donde vivían.
Niños escondidos
Cuando Egidio Stigliano se trasladó a Suiza tenía 7 años. Y apenas llegó, recuerda que lo primero que tuvo que hacer fue esconderse: “Mi padre no podía explicarle la política migratoria a un niño, así que solo me dijo que no dejara que nadie me viera, que permaneciera escondido y jugara en el bosque. Así que eso hice”.
Si tenía que estar oculto, eso implicaba no ir al colegio y mucho menos ir al hospital si se enfermaba. Todo resultó acorde a los planes hasta que un día quiso jugar con un grupo de niños en el bosque. Un policía lo encontró.
La autoridad llegó hasta la casa familiar de Egidio y exigió que tenía que ser devuelto a Italia. El entonces niño tuvo suerte, porque el jefe de su padre hizo unas maniobras para que se pudiera quedar en Suiza.
El caso de Egidio no es el único. Se estima que, especialmente en la década de los ‘70, hubo miles de niños escondidos en las ciudades de Suiza.
Una de las medidas que hacían las madres migrantes que trabajaban, era que encerraban a los niños y adolescentes en los hogares para que no fueran vistos. Solo en las noches, se les permitía salir a jugar bajo ciertos resguardos.
También sucedía que preferían los estudios de tamaños pequeños, ya que tener una casa o un departamento grande daba entender que allí vivía una gran familia. Y eso simplemente no podía pasar.
“Es duro imaginar a los niños encerrados en casa, viviendo solos, sin ir a la escuela”, señala Francesco Garufo, director del Museo de Historia de la ciudad La Chaux de Fonds, lugar en que se está realizando una exposición de los niños escondidos de Suiza.
Disculpas del Estado suizo
Poco a poco, las estrictas medidas que exigía Suiza a sus trabajadores extranjeros se fueron flexibilizando. Pero solo ocurrió cuando la misma fuerza laboral migrante protestó por el problema.
El término definitivo de esta situación tuvo lugar en 2002, año en que Suiza se unió a la libre circulación de personas en la Unión Europea.
Si bien Egidio y Melinda pudieron reunirse con sus padres en su niñez, hoy ya adultos han decidido alzar la voz por la traumática situación que tuvieron que vivir por años: escondidos para que nadie los viera. Ahora, exigen reparación y reconocimiento.
“Primero, quiero una disculpa del Estado suizo”, apunta Melinda. En tanto, Egidio desea que “la historia de los trabajadores migrantes esté en los libros de historia suizos, porque miles de familias sufrieron”.
Por ahora, ya existe un proyecto que busca rescatar esta historia y que es encabezado por Kristina Schulz de la Universidad de Neuchâtel, además del Museo de Historia de la ciudad suiza La Chaux de Fonds.
En palabras de Francesco Garufo, el director de esa última institución, esto va más allá de tener que ahondar en la historia de Suiza: puede servir incluso como aprendizaje para el futuro de la migración en Europa. “Un país rico con miles de niños escondidos y sin derechos sociales. No es el modelo que queremos hoy en Europa. Así que tenemos que pensar en este tipo de opciones migratorias”, argumenta.
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