“Es belleza sufrir por Cristo”: la agonía y muerte del Padre Hurtado (y cómo se informó en la prensa)
El santo chileno falleció un 18 de agosto de 1952. Fue el final esperado tras sufrir los síntomas del cáncer que acabó con su existencia y lo obligó a dejar la vida pública a comienzos de junio de ese mismo año. Su muerte y funeral tuvo cobertura de prensa, la que destacó el hecho de haber sido enterrado en una parroquia, lo que no ocurría en décadas y fue concedido por un permiso especial.
De alguna forma, el Padre Alberto Hurtado siempre le sonrió a la muerte. Un poco como San Francisco de Asís, en sus retiros espirituales el sacerdote jesuita solía referirse a ese momento del fin de la existencia desde una perspectiva confortante. Martha Holley, amiga y colaboradora del Hogar de Cristo, recordó en un artículo para la revista Mensaje (publicado en 1978), una prédica que ofreció durante una charla en la capilla del Apostolado Popular, cerca del Colegio San Ignacio.
“Veo la pequeña mesa que se le puso por delante con una carpeta azul y el padre poniendo sus libros y papeles en ella”, recordó en el texto. También detalló parte de su prédica: “La muerte para el cristiano es el momento de hallar a Dios que ha buscado toda su vida”. Y añadió otra frase que solía repetir en esos encuentros: “Dolores sí, en esta vida tendremos dolores, pero los dolores no son puro castigo, como morir también no es puro castigo. Es belleza poder sufrir por Cristo”.
Y ese sufrimiento se hizo carne en el otoño de 1952. En abril de ese año, el Padre Hurtado comenzó a manifestar síntomas de un malestar que comenzaba a consumirlo. Se sentía débil y enfermo. Días después, en mayo de ese año decidió tomarse unos días de descanso en la casa de su prima María Hurtado Valdés. “Sin embargo, unos días más tarde, el 15 de mayo, pide que lo vayan a buscar porque se siente muy mal. Lo va a buscar el vice provincial de la Compañía de Jesús y lo lleva a Loyola, ubicada en la comuna que hoy lleva su nombre”, detalla un articulo de la Fundación Padre Hurtado.
Él mismo era consciente de que le quedaba poco tiempo de vida. Según Holley, por esos días se le escuchó decir: “Arreglo las cosas para que no haya dificultades después; me sentí anoche tan mal, que creí que era el fin”.
Pero desde ahí el jesuita comenzó su calvario: el 19 de mayo, a duras penas, celebró su última misa en la casa de ejercicios espirituales de la localidad de Marruecos (hoy Padre Hurtado). Ya lucía muy cansado y se le prescribió reposo absoluto. El 21 de mayo, mientras se celebraba el Día de las Glorias Navales, el Padre Hurtado sufrió dos infartos pulmonares. A comienzos de junio, fue hospitalizado en la Clínica de la Universidad Católica. Allí se confirmó el diagnóstico: padecía de cáncer de páncreas.
Al Padre Hurtado se le celebraba la misa en la misma clínica. Pero quienes llegaron a visitarlo notaron que la enfermedad lo consumía lenta e inexorable. “El cáncer enseñoreado en su organismo le producía vómitos, diarreas, flebitis en las dos piernas. Luego tuvo otro infarto pulmonar. Su abdomen estaba lleno de liquido, la boca seca. A la religiosa a quien le preguntó por su estado me dijo: ‘Es un atadito en su cama, debe sufrir mucho, pero no se queja. Está muy pálido’”, recordó Martha Holley.
Ya hacia fines de julio volvió a sufrir un infarto pulmonar. El día 25, la junta médica dictaminó que ya no se podía hacer nada por recuperarlo y solo quedaba esperar el final. Ese mismo día le comunicaron la noticia. Para desconcierto de todos, el sacerdote se lo tomó con total aplomo. “iCómo no estar agradecido con Dios! iCómo no estar contento! iQué fino es! Todas mis obras han prosperado, en lugar de una muerte violenta me manda una larga enfermedad para que pueda prepararme”, señaló.
Lo cierto es que el Padre Hurtado sentía los rigores del cáncer. “Ya se le ponía calmantes para que pudiera descansar durante la noche, pero con el día comenzaban todos sus dolores. La boca llena de aftas y musgos, el esófago rígido como si fuera de cartón lo que le impedía alimentarse, el infarto en el pulmón derecho con un dolor tan agudo que el roce del pijama le resultaba intolerable”, apuntó Martha Holley.
Un momento emotivo se vivió el 26 de julio, día de Santa Ana según el santoral católico. Un día que era especial para el sacerdote, puesto que el onomástico recordaba a su madre, quien precisamente se llamaba así. Era muy cercano a ella, ya que su padre falleció a manos de unos asaltantes cuando era niño. Así, solía mantener un retrato de su progenitora en su velador.
“De nuevo estuvimos todos reunidos a las seis y media de la mañana junto al aposento del padre en la Clínica de la Universidad Católica. Misa profundamente vivida. Después de la acción de gracias el padre nos llamó. A una por una nos tendió la mano como si esto fuera gran cosa para él. La pieza estaba llena. El padre lloraba en silencio mientras nos contemplaba”, recordó Martha Holley. “Deben perdonarme...estoy tan lloricón, pero me emociono cuando veo a las personas que quiero y Uds. están muy cerquita de mi”, dijo el cura en esa ocasión, según apuntó la misma Holley.
En los días siguientes, el Padre Hurtado recibió visitas, incluso de la Primera Dama de la Nación, Rosa Markmann, “Miti”, esposa del Presidente Gabriel González Videla.
Pero ya hacia la quincena de agosto su estado era crítico. El lunes 18, la misa fue celebrada a primera hora por Carlos González Cruchaga, primo del sacerdote. Por teléfono, Martha Holley supo que el enfermo estaba muy mal y que el final era inminente. A eso de las 11 de la mañana lo pudo ver. “El padre había entrado en agonía -recordó-. Sus manos estaban moradas y se estaban enfriando. En el umbral lo vi semi-sentado con los ojos cerrados y llenos de lágrimas. Respiraba con un ronquido que daba pena. Los médicos entraban y salian de su pieza, sacerdotes, amigos intimos”.
Holley bajó a almorzar y luego regresó a la clínica. A eso de las 17.00 horas, se hizo correr la voz de que el Padre Hurtado estaba viviendo sus últimos instantes de vida. “Se nos empuja para que podamos entrar; el corredor, la pieza, todo esta lleno, pero nos hacen hueco- recordó-. El padre Balmaceda sostiene su mandibula con un pañuelo. Una última lagrima brilla en el rincón del ojo izquierdo. El silencio es impresionante. De repente sollozos contenidos salen de muchas gargantas. iDios mio! es el momento de entonar el Magnificat, y mientras lo recito con toda el alma, me parece oir la voz del padre que dice: ‘Qué bueno. No estaré solo para entonarlo en el momento del encuentro’”.
La muerte del Padre Hurtado en la prensa (y el detalle que llamó la atención de su entierro)
Como personalidad pública, la muerte del Padre Hurtado figuró en los diarios de la época, aunque no en la portada. El martes 19 de agosto de 1952, La Tercera lo consignó en una breve “caluga” en las páginas dedicadas a las noticias nacionales. “Eran las 17 horas de ayer cuando falleció una de las reliquias de la Iglesia santiaguina: el Padre Alberto Hurtado Cruchaga. Se le conoció como “El Padre Hurtado””, decía la nota. Además presentaba un breve perfil de sus obras más conocidas, como el Hogar de Cristo, la ASICH, la asesoría de la Acción Católica y su labor docente.
Un detalle interesante se hizo ver en la nota respecto al entierro de los restos del sacerdote. “A pesar de las disposiciones sanitarias sobre sepultación en las iglesias el Padre Hurtado será enterrado en el templo que queda al lado del Hogar de Cristo, en Chorrillos con Miraflores. Se llama la iglesia de Jesús Obrero”.
La agencia United Press hizo ver el mismo punto sobre el entierro de los restos. “Después de 77 años se levantó hoy la prohibición de sepultar los restos de un sacerdote en un templo católico de Chile y esta autorización fue concedida por el gobierno y la Santa Sede ante el sensible fallecimiento del R.P. jesuita Alberto Hurtado Cruchaga. Tal determinación se tomó en consideración a la enorme y vasta labor social desarrollada por el ilustre sacerdote, que deja tras de sí innumerables obras de bien que protegen esencialmente a las clases necesitadas”.
En La Nación, la noticia de la muerte del Padre Hurtado figuró en un par de columnas en las páginas dedicadas a las noticias del día e incluía una foto del sacerdote. La nota era básicamente un obituario que perfilaba la vida pública del fallecido. “Después de una enfermedad que lo fué consumiendo lentamente, ha dejado de existir en la Policlínica de la Universidad Católica este religioso ejemplar cuya vida toda fue una constante preocupación por sus semejantes. Deja tras sí una luminosa trayectoria de obras, elocuente monumento de su alma profundamente cristiana y que sintió, como pocos, el mensaje de amor al prójimo”.
“Sus hermanos en religión, sabemos cuál fué su vida íntima. Para él, Cristo fué el centro de su existencia y se le entregó enteramente con cuerpo y alma. Pera él no existía el ritmo del tiempo, dormía muy pocas horas y vibraba siempre que veía un dolor”, agregaba la nota. También detallaba el itinerario de las ceremonias fúnebres: el martes 19, misa en el Colegio San Ignacio a las 8.30, lugar donde se velaron sus restos durante todo el día, con acceso a todo quien quisiera despedirlo.
El miércoles 20 se realizó el funeral del Padre Hurtado. Partió con una misa solemne de réquiem en el mismo Colegio San Ignacio. Desde el lugar salió el cortejo hacia la parroquia Jesús Obrero. El funeral del religioso fue multitudinario. La Nación lo destacó en la página 2 de la edición del jueves 21. “Un imponente y emocionado cortejo, que ocupaba no menos de diez cuadras, acompañó ayer los restos del Padre Hurtado desde la Iglesia de San Ignacio hasta la Parroquia de Jesús Obrero, donde fueron sepultados -detalló el matutino-. Los niños del Hogar de Cristo tiraban los cordones de la carroza del que fué en vida el Apóstol de los Pobres”. Ese día hubo quienes aseguraron ver una cruz de nubes formada en el cielo.
Asimismo, la nota destacaba la presencia de autoridades en el sepelio, pese a que ese mismo día, en todo el país se realizó la tradicional celebración del natalicio del prócer de la patria, Bernardo O’Higgins. “El Cardenal Caro, la esposa de S.E.. señora Rosa Markmann de González Videla; la señora Esperanza de (Pedro Enrique) Alfonso (NdR: el candidato radical a la elección presidencial del 4 de septiembre de ese año, en la que se impuso Carlos Ibáñez del Campo), un Edecán del Primer Mandatario, los Ministros de Relaciones Exteriores, Educación y Tierras; el Nuncio Apostólico, personalidades del Parlamento, del Poder Judicial, y las más altas autoridades eclesiásticas, asistieron a las solemnes honras fúnebres en la Iglesia de San Ignacio”.
El funeral demoró cerca de cuatro horas, y cerró con una serie de discursos. La Nación consignó a todos los oradores: “El señor Max Silva, por la Juventud Católica. de la que el Padre Hurtado fué Asesor Nacional; el señor Javier Venegas, presidente del Hogar de Cristo y de la Asociación Sindical Chilena Católica; don Patricio González, por la Federación de Estudiantes de le Universidad Católica; don Miguel Rudolph, presidente de la Juventud Rusa residente; y el Alcalde (de Santiago), don Germán Domínguez, que fué condiscípulo del sacerdote en el colegio de San Ignacio. El Provincial Jesuíta, padre Alvaro Lavín, rezó el responso final”.
El discurso principal lo pronunció el Obispo de Talca, Monseñor Manuel Larraín Errázuriz, amigo de la infancia del Padre Hurtado, a quien conoció en el Colegio San Ignacio. El prelado se explayó por 35 minutos. “El gran corazón del Padre Hurtado nos deja este imperativo llamado: nuestro deber social”, dijo en parte de su alocución.
Horas después, en la tarde, se hizo un homenaje al jesuita y futuro santo de la Iglesia chilena durante la sesión del Senado. “Los señores Eduardo Frei y Manuel Muñoz Cornejo rindieron un sentido y emotivo homenaje al sacerdote jesuita, Reverendo Padre Alberto Hurtado Cruchaga. Adhirieron a este homenaje los senadores Flores Raúl Marín y Sergio Fernández”, informó La Nación.
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