Natalia Litvinova y una novela sobre Chernóbil: “Las mujeres de mi familia sostuvieron lo que se caía a pedazos”

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Natalia Litvinova y una novela sobre Chernóbil: “Las mujeres de mi familia sostuvieron lo que se caía a pedazos” © Alejandra López

La escritora bielorrusa es la reciente ganadora del Premio Lumen de Novela con su obra Luciérnaga, que acaba de llegar a Chile. Es un relato escrito en trozos donde aborda la memoria en torno a la catástrofe nuclear de Chernóbil, y la emigración de su familia a Buenos Aires en los 90. Su autora habla con Culto en torno a esos años finales de la URSS, y su visión del conflicto en Ucrania.


A las personas evacuadas de sus pueblos debido a la explosión en la central nuclear de Chernóbil, el aciago 26 de abril de 1986, las llamaban luciérnagas. El mote pronto comenzó a aplicarse también a las personas que vivían en los alrededores de lo que hoy es una ciudad de Ucrania, pero por entonces, parte de la Unión Soviética. Cinco meses después, en la cercana ciudad de Gómel, Bielorrusia, nació Natalia Litvinova. La expansión del desastre fue tal que incluso llegó a su ciudad.

Si bien, ella no vivió presencialmente los hechos, fue su familia -que en los 90 emigró a Buenos Aires, Argentina- la que siempre recordó esos momentos. Ya adulta, y con una importante trayectoria como poeta, decidió escribir una novela en base a esos hechos vividos por sus cercanos. La llamó Luciérnaga, y en junio de este año ganó el Premio Lumen de Novela. Hoy, el libro se encuentra en nuestro país, y su autora -con marcado acento porteño- charla con Culto.

“Las ideas para la novela y todos los temas que se entrelazan en Luciérnaga fueron surgiendo a lo largo de muchos años. Naturalmente, iba acumulando retazos de la historia de mi familia, escribía breves párrafos en mis cuadernos; incluso le di uno a mi madre para que anotara, a su ritmo, sus vivencias en el pueblo (ella creció cerca de la zona donde ocurrió la catástrofe de Chernóbil). Me di cuenta de que estaba obsesionada con el pasado de las mujeres de mi familia y con lo que no sabía de ellas, con la catástrofe y las consecuencias que podían marcar mi cuerpo. Esas indagaciones, esos vacíos, a veces luminosos y en otros momentos oscuros, me llevaron a reflexionar a través de la escritura. Una horda de preguntas me empujó a componer este libro, aunque ya en varios de mis poemarios venía abriendo surcos en estos temas”.

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Escritora bielorrusa Natalia Litvinova gana el II Premio Lumen de Novela

Luciérnaga es una novela escrita en trozos, y que descansa sobre todo en un lenguaje muy cuidado, que genera un aire entrañable. Una narradora cuenta su infancia en Gómel, en medio de las consecuencias de la tragedia. La gente se cuida de no comer verduras y frutas contaminadas de la radiación -aunque esta es inevitable-, los juegos infantiles tienen muy presente el tema, además de la escasez, el frío duro que cala los huesos, y los últimos años de la Unión Soviética hasta que la familia decide emigrar a Argentina.

¿Cómo fue el proceso de escritura?

Desde los 17 años (cuando empecé a usar la computadora y a bucear en internet) venía acumulando información e imágenes sobre Chernóbil y sus consecuencias en el cuerpo humano y la naturaleza. Esas fotos se convirtieron en un extraño álbum familiar, lo que me inquietó. A mis treinta años, me enteré de que Catalina, mi abuela materna, había sido secuestrada por los nazis cuando era muy joven. Fue llevada a Duisburgo y obligada a trabajar en una fábrica durante tres años. Lo que le ocurrió allí no se sabe, ella no quiso contarlo. Cuando Catalina volvió a Bielorrusia, tras el fin de la guerra, fue recibida como una paria, como una mujer que había traicionado a su patria. En la novela decidí no inventar ni fabular al respecto; quería exponer los silencios, lo que aún no se sabe, eso que tantas mujeres decidieron callar para poder obtener un trabajo y formar una familia. Catalina fue castigada y enviada a los pantanos a recoger turba, que se usaba como combustible en la URSS. Era un trabajo arduo y agotador, del que solo se ocupaban las mujeres. De eso, sorprendentemente, casi no hay información, apenas un registro fotográfico duro y unos pocos testimonios.

¿Qué es lo que más te llama la atención de aquella época y las vivencias de los soviéticos post-Chernóbil?

Me interesaba mostrar que la radiación iba moldeando nuestras vidas, al igual que la falta de información. Las autoridades intentaron resolver el tema rápidamente; en algunos países como Bielorrusia, pronto se dejó de hablar de las consecuencias de la radiación. Los adultos no tenían respuestas, los niños escuchábamos sus conversaciones detrás de la puerta y usábamos nuestra imaginación para entender. Me interesa el nacimiento de la fábula, de la leyenda, cuando la información escasea. Eso puede tener graves consecuencias y, a la vez, es algo poético. Todo eso teje la novela: lo bello se encuentra con lo terrible. Recuerdo los atardeceres rojos, las lluvias torrenciales, y a mi madre corriendo para abrazarnos y protegernos de esa lluvia que ella creía radiactiva. Yo era una niña; para mí todo eso era cinematográfico, fantástico. No lo percibía como una amenaza, a veces lo vivía con naturalidad. En la adultez llegó el asombro, el extrañamiento, la distancia que me permitió narrarlo.

¿Por qué escribiste la novela en fragmentos?

Es la manera que encontré para respirar dentro de la novela. No fue algo que planifiqué conscientemente desde el principio. Para mí, escribir es una forma de respirar. Hay capítulos llenos de diálogos extensos y capítulos breves, que arremeten con una cadencia vertiginosa. Hay capítulos plácidos, armónicos en su musicalidad, y otros que se arremolinan. Tal vez esa atención a la respiración y la duración de cada texto me viene de la poesía.

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Las mujeres tienen mucho peso en la novela, ¿por qué?

Porque las mujeres de mi familia sostuvieron lo que se caía a pedazos. Araban el campo, sembraban y cosechaban, llevaban las frutas al mercado, curaban, cosían, cantaban, cuidaban a sus hijos y a sus maridos que habían vuelto traumados de la guerra. Esas son las mujeres que conocí en el campo de mi abuela paterna, Elena. Ellas tomaban las decisiones que cambiaban el rumbo de nuestras vidas. Eran las que recogían el combustible para la patria y las que buscaban un aire más limpio para sus hijos.

A pesar de los hechos vividos en Chernóbil, la novela es bastante luminosa y hasta evocativa. ¿Qué te impulsó a escribir así?

Me interesa la noción de equilibrio en la vida y en el arte. Los pueblos que han sufrido tanto son los que han aprendido a celebrar para no quedar muertos en vida. Quería mostrar que, a pesar de los hechos trágicos, hay resistencia, hay posibilidad de resignificar, hay perspectivas que pueden iluminar, hay canto, hay un tejer juntos, hay humor. Todo eso nos sostiene. El humor, lo luminoso y evocativo, tiene que ver con una herencia que me dejó mi familia. Y yo escribo con lo heredado.

La memoria juega un papel fundamental en la novela. ¿Qué importancia tiene la memoria para construir nuestra identidad?

Pascal Quignard dijo que la memoria no existe. Solo existen las narraciones de la memoria, los relatos en los que creemos. Según él, la memoria no contiene verdades, sino que más bien consiste en un continuo trabajo de transformación. Eso es lo que me parece importante de la memoria: la posibilidad de indagar, de encontrarla viva, de bucear entre sus trampas, en las que caímos y de las que aún podemos aprender, si no dejamos que se cristalice, que sea unívoca, que sea escrita solo por los vencedores.

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Vives en Argentina. ¿Cómo ha sido la experiencia de pasar de la Unión Soviética a Sudamérica?

No conocí ni viví la Unión Soviética como la conocieron mis padres y abuelos. Nací en 1986, faltaban pocos años para su desintegración. Soy como una astilla que se desprendió del árbol talado. Y por eso puedo fabular, asombrarme, inventar lo que no sé pero que estaba en el aire. El traslado a Argentina fue brutal, ningún migrante la pasa bien; implica dejar atrás todo lo que conoce, y en algunos casos no hay retorno. Los migrantes son personas que se parten. En Argentina me encontré con olores, sabores, costumbres y tiempos completamente distintos. Me fui adaptando de a poco, ahora es mi hogar, lo que amo, y el español, (el dialecto castellano rioplatense) mi idioma literario.

¿Cómo ha sido la experiencia de ganar el Premio Lumen? ¿Qué ha significado para ti este reconocimiento?

Recibir la noticia de que había ganado el premio fue uno de los momentos más significativos de mi vida. Escribí esta novela con toda mi existencia exhalándome en la nuca. Apenas terminé de revisar la novela, la envié al concurso para darme tiempo de pensar en lo que había escrito, para tomar distancia. No pensé que ganaría, aunque tuve un maravilloso sueño que podría tomar como premonitorio. El premio es un reconocimiento a tantos años de trabajo como poeta, tallerista y editora. Es también un reconocimiento para todos los que me siguen acompañando y enseñando.

¿Cómo has visto desde la distancia la guerra entre Ucrania y Rusia?

Es un tema doloroso para mí y mi familia. Parte de mi familia tuvo que salir de Ucrania; por suerte pudieron, pero muchas personas no. Ahora nuevas guerras están comenzando, y da miedo esa cadena que no podemos romper. Da miedo lo que parece no tener fin.

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