Columna de Pablo Ortúzar: Objeción de conciencia institucional

PROCESO CONSTITUCIONAL: 23 de septiembre del 2023

¿Pueden tener conciencia las instituciones? Muchos creen que basta señalar que solo los sujetos poseen una mente para descartar como absurda tal proposición. Para ellos, el concepto de conciencia se limita a la autopercepción psíquica. Sin embargo, los mismos que enuncian ese argumento con cara de “jaque mate”, luego repiten frases sobre la conciencia social o ambiental de las instituciones, así como sobre los valores o la responsabilidad corporativa, que extienden incluso al ámbito penal, tradicionalmente reservado a los sujetos considerados moralmente responsables.

¿Por qué ni los críticos más duros de la conciencia institucional pueden evitar utilizar el concepto? Básicamente porque cuando los individuos se asocian, lo hacen delimitando fines y medios, y esa demarcación implica asumir públicamente posiciones éticas. De hecho, en muchos casos la motivación asociativa, la razón que impulsa a los miembros a hacerse parte de la institución y aportarle energía y recursos, resulta inseparable de los principios organizacionales que la inspiran. Luego, las organizaciones no solo poseen una personalidad jurídica -la capacidad para contraer obligaciones que afectan a su propio patrimonio y realizar actos de los que son legalmente responsables- sino un carácter propio.

La idea de objeción de conciencia institucional, entonces, no parte de la base de que las instituciones posean una psiquis, sino un carácter basado en principios que buscan honrar en su forma de actuar.

La siguiente objeción que los críticos arrojan sin mucho entusiasmo al ruedo es que la noción de conciencia institucional anularía la conciencia individual de sus miembros. Esto, dicho así, es falso. Tensión no significa oposición. Una institución basada en ciertos principios constitutivos puede esperar y exigir que sus miembros concuerden con dichos principios o busquen otro lugar para trabajar. De hecho, lo puede exigir contractualmente. La sorna que algunos profesores de la Universidad Católica manifiestan en privado respecto al contrato que firman libremente al ingresar a la institución, el que exige respetar el magisterio de la Iglesia, dice más de ellos, que ponen el deseo de plata y prestigio por sobre sus propios principios, que de la Universidad.

El pluralismo institucional es incompatible con la pretensión de neutralización valórica de las asociaciones civiles. Una sociedad sana y fuerte es una donde sus miembros son capaces de asociarse para perseguir distintos fines, en base a diferentes principios. No es tolerante una sociedad que impide la diversidad.

Cuando todo es homogéneo no existe el desafío de la tolerancia. Un “régimen de lo público” que obligue a todas las instituciones a comportarse como agencias estatales es contrario, derechamente, a la sociedad civil.

Por último, los enemigos de la noción de conciencia institucional la acusan, generalmente en la misma frase, de ser reaccionaria, corporativista, antimoderna, antidemocrática y antiliberal. El primer adjetivo es puramente político, por lo que solo dice algo del hablante. La acusación de corporativismo, por otro lado, es una exageración burda, porque no se sigue de defender la asociatividad el pretender disolver todo el orden político en las organizaciones civiles. Finalmente, la corriente pluralista y asociativa, tal como Jacob Levy muestra de manera contundente en su libro “Racionalismo, pluralismo y libertad” (IES, 2022), es parte fundamental e irreductible de la tradición moderna, democrática y liberal.

Nada de esto implica ignorar que hay que ponerle ojo y límites a la libertad de las organizaciones. Las instituciones suelen perecer por sus propios excesos, y es bueno que la ley las proteja de ellos. Es razonable, por ejemplo, delimitar mejor el principio de autonomía y objeción de conciencia institucional contenido en la propuesta constitucional. Pero esa discusión exige, por parte de la izquierda progresista, tanto honestidad intelectual como claridad respecto a sus propios principios. A punta de pachotadas y ariscamientos de nariz no van a llegar muy lejos. Tampoco repitiendo con condescendiente soberbia eslóganes vacíos. El 4S debería haberles enseñado a no subestimar a las personas.

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