Historiador Jorge Pinto: “Los conflictos se han ido sumando por la incompetencia del Estado y de la clase política”
Premio nacional de Historia 2012, el académico de la U. Católica de Temuco publica La Araucanía. Cinco siglos de historia y conflictos no resueltos. En conversación con La Tercera habla del ayer y del hoy: de los parlamentos de hace siglos y del allanamiento en Temucuicui.
Winka, pero mapuchizado. Por ahí discurrió el año pasado cierta discusión en el comité editorial de Pehuén, que ahora lanza el último libro del premio nacional de Historia 2012, Jorge Pinto Rodríguez, La Araucanía. Cinco siglos de historia y conflictos no resueltos. El punto era la inclusión de esta obra en Pensamiento mapuche contemporáneo (con autores como Fernando Pairicán, Francisco Huenchumilla y Roxana Miranda Rupailaf), colección de la que, salvo alguna excepción, quedan fuera los chilenos no mapuches. Y se le terminó incorporando.
Según se lee en la web del sello, el comité decidió “correr el cerco político-identitario -uno de los sellos de esta línea- y hacer un gesto político al profesor Pinto, de la misma forma que él lo ha hecho con las escrituras mapuches”. Es alguien que “termina mapuchizándose”, dice Pairicán, por demás responsable de la colección, que optó por incluir la obra del académico de la U. Católica de Temuco (quien, a su vez, se define en ella como alguien “dedicado, preferentemente, a los estudios regionales, en este caso La Araucanía”, y que no ofrece acá ni ha ofrecido antes una historia del pueblo mapuche “porque no tengo las competencias para hacerlo”).
Hace casi dos décadas, en La formación del Estado y la nación, y el pueblo mapuche, desarrolló Jorge Pïnto (76) una aproximación al tema “desde la historia practicada por un no mapuche que busca descubrir y explicar las raíces de un conflicto no resuelto”. Este “no ser”, que no siempre es tan así es tema de una conversación telefónica de la que participa el investigador desde Algarrobito, muy cerca de su natal La Serena. Lo es su llamado al diálogo (a un diálogo “diferente”), el mismo que formuló en agosto pasado en una columna de opinión para La Tercera: “Por distantes que sean las posiciones del empresariado regional, las organizaciones mapuches más radicalizadas y los chilenos, debemos acercarnos, dialogar de frente, con nuestras verdades, ira acumulada y resentimientos, para ceder y ganar juntos”.
¿Se ve menos habilitado que un historiador mapuche para tocar temas en esa línea?
No necesariamente. Efectivamente, ocurre que uno tiene una mirada distinta de la que puede tener un historiador mapuche: tuve muchos estudiantes que hoy forman parte de la comunidad de historiadores mapuches, la mayoría muy jóvenes, que no están de acuerdo conmigo en muchos sentidos. Ellos tienen una mirada desde su condición de mapuches y yo soy un winka. Claro que un winka a medias, diría yo, porque no reconocer que nuestras raíces están vinculadas a nuestros pueblos originarios sería un absurdo en Chile: todos somos descendientes de quienes vinieron de Europa, pero también de quienes vivían aquí antes de la llegada del europeo.
De alguna manera, uno mira desde fuera y desde dentro: desde fuera, porque no tiene identidad mapuche, pero también desde dentro, porque siente que hay vínculos que nos unen al pueblo mapuche y a otros pueblos ancestrales. Yo soy de La Serena, y aunque mi identidad no es diaguita, el color de mi piel y muchas de mis prácticas culturales tienen una relación con las prácticas culturales de la población ancestral de esta región. Y es legítimo, también, que los historiadores mapuches miren también su historia teniendo como referente la historia del otro, la historia del Estado de Chile. Si me limitaran por mi condición de winka, tendríamos que limitar al otro por su “militancia mapuche” ante una historia que no es suya: la historia del Estado. La solución está, creo yo, en compartir las miradas, discutir las diferencias y coincidir en aquello en lo que tenemos fuertes coincidencias.
Yo me declaro un historiador no mapuche que hace suya la causa mapuche. A través de los estudios que he hecho, me doy cuenta de que se han cometido muchas injusticias, que el Estado cometió errores que son casi imperdonables, sobre todo porque no los ha reconocido. Ha hecho muy pocos esfuerzos por resolver las dificultades que creó en La Araucanía.
¿Cómo hace propia esa causa?
En lo académico, a través de lo que publico, que podría aparecer como una historia de denuncia, pero que en realidad apunta a revelar una serie de aspectos que el común de los chilenos no conocía hasta hace unos 40 años. Hoy, la visión de muchos chilenos ha cambiado por el aporte de muchos historiadores, no mapuches y mapuches. Hoy conocemos capítulos muy oscuros de nuestro pasado que la intelectualidad y la educación ignoraron u ocultaron; particularmente, que el Estado ocultó: lo que hizo en La Araucanía no contribuye a consolidar una identidad nacional basada en los logros por ese Estado.
No quiero con esto demonizar al Estado chileno, que hizo muchas cosas bien, pero hay otras que no hizo bien y que no ha logrado corregir, y eso se traduce en las injusticias que se cometen en La Araucanía: la pobreza del pueblo mapuche, la discriminación, cosas que trato de poner en evidencia en mi trabajo.
¿Hay en la mirada de un historiador cuestiones que no tienen vuelta? ¿O todo es revisable, conversable?
Yo creo que todo es conversable y todo es remediable. La visión transmitida al común de los chilenos de lo que ocurrió en La Araucanía es producto de un cierto sector de la intelectualidad chilena, básicamente los historiadores y políticos liberales del siglo XIX, que creían que el desafío de alcanzar el progreso era lo esencial, y que el mapuche era un pueblo bárbaro al que había que civilizar o exterminar: Vicuña Mackenna fue muy claro en ese sentido. Pero esa visión sólo representa a un sector de la sociedad chilena. Hubo otro sector que llamó la atención respecto del error que estaba cometiendo el Estado, pero esas voces no fueron escuchadas o fueron silenciadas. Vicuña Mackenna y todos los positivistas del siglo XIX fueron rebatidos en el Congreso. Fueron, algunas veces, fuertemente cuestionados, y la visión de quienes cuestionaron la acción del Estado también ha sido ocultada.
Refiriéndose hace casi 20 años a las movilizaciones y los actos de violencia observados desde mediados de los 90 en La Araucanía y otros territorios, usted hablaba de “la porfiada historia que no siempre los chilenos hemos querido ver”. ¿Cómo coteja lo de entonces con lo de ahora?
En mi último libro intento explicar cómo, en pleno siglo XXI, renacen esas visiones del siglo XIX: racistas, excluyentes, discriminatorias, que han aumentado la ira que se acumuló en los años previos. Entonces, lo que está pasando hoy día en La Araucanía es que el conflicto ha adquirido esta gravedad porque el Estado no fue capaz de enfrentarlo correctamente en los años previos. Es un conflicto demasiado complejo en estos momentos, porque no sabemos quiénes están interviniendo en La Araucanía. Y no sólo tenemos el conflicto entre el Estado y el pueblo mapuche: hay conflictos, por ejemplo, entre la región y Santiago -porque Dios está en todas partes, pero atiende en Santiago-, así como hay conflicto entre los distintos grupos no mapuches en la región.
También hay interferencia de actores que aparecen de vez en cuando, y que ha dado origen, por ejemplo, al episodio de la intervención de la PDI [en la comunidad de Temucuicui]: 800, OCHOCIENTOS efectivos en la región, ¿para incautar unos kilos de marihuana? ¿Qué pasa con el narcotráfico? ¿Existe realmente? ¿Qué pasa con el robo de madera? Hay una serie de conflictos que se han ido sumando y agregando por la incompetencia del Estado y de nuestra clase política. Se han constituido comisiones, pero todas terminan fracasando, porque la documentación llega a Santiago, en Santiago la archivan y la situación de la región sigue igual.
Tras el allanamiento de Temucuicui, la CAM sacó un comunicado que, entre otros puntos, declaraba: “Vemos con preocupación la presencia e influencia de agentes externos a las comunidades tratando de introducir droga y malas prácticas con nuestro weche, con el fin de transformarlos en consumidores o en bandas dedicados al tráfico” ¿Se está introduciendo un factor novedoso o problemático?
Creo que sí, porque uno no sabe quiénes están interviniendo en esto. Hay muchas situaciones muy extrañas en La Araucanía. Hay actores extraños que están interviniendo en la zona: está el tema de la droga, el robo de madera, la comercialización clandestina de madera, el tema de los seguros por los terrenos, etc.
No se sabe quiénes están interviniendo, al margen de las comunidades que se identifican públicamente, como corresponde. Sabemos de los robos de madera, incendios, ataques a camiones y aun muertes. ¿Cómo explicar que las policías no descubran a los involucrados, al margen de conjeturas? Y coincido con la afirmación del comunicado. Es más, se sospecha de grupos con armamento sofisticado, de última generación, con estrategias paramilitares de alta preparación. Es riesgoso aventurar juicios y hasta podría ser peligroso. ¿Estará recayendo alguna presión sobre los servicios de inteligencia de la policía, sobre la policía misma?
Usted ha hablado de diálogo y de ineptitud estatal en ciertos temas. ¿Piensa que el Estado debería cambiar su actitud respecto de no dialogar con organizaciones como la CAM, que hasta hoy reivindica el sabotaje a forestales y fundos como respuesta al despojo?
Negarse a conversar con la CAM y otros grupos que resisten la presencia del Estado y de ciertas empresas instaladas en la región es uno de los grandes errores que demuestra la soberbia de nuestro Estado. Pero no sólo conversar con ellos, también con los empresarios, el resto de las comunidades mapuches y otros sectores que viven en las áreas rurales, donde más se expresa la violencia. Sectores políticos, especialmente de la derecha, hacen reiterados llamados a condenarla y creen que con eso basta. Hay que estudiar la violencia, qué causas la provocan, hasta dónde tienen razón quienes optan por este medio para lograr sus propósitos y buscar acuerdos. Se debe entender que en La Araucanía hubo despojos, abusos e injusticias, y que eso se debe corregir de una manera pacífica, pero justa.
Desconfianzas y esperanzas
“Si uno tuviera la fórmula…, pero nadie tiene la fórmula en Chile todavía”. Lo dice el autor de Araucanía y pampas, como quien acompaña lo dicho por un suspiro: “No hemos logrado avanzar en un acuerdo básico reafirmado en el diálogo. Yo digo que la experiencia de los parlamentos coloniales es muy importante, una verdadera arquitectura política. Los tratados que se celebraron entre los españoles y el pueblo mapuche del siglo XVII al XIX son estructuras políticas muy complejas, pero que fueron muy eficaces. Si repitiéramos experiencias, bajo las condiciones actuales, por supuesto (hoy sería improcedente repetir lo que se hacía en el siglo XVIII o en el XIX), creo que eso es clave”.
El Estado chileno, prosigue, “ha tratado de imponer la seguridad en vez de la paz. Hay dos caminos para resolver los problemas en La Araucanía, la seguridad o la paz. ¿Qué significa la seguridad? Militarizar, reprimir e intervenir con violencia que genera más violencia. No hay mejor garantía para la seguridad que la paz”.
Otra necesidad de los tiempos, dice, es el reconocimiento de un Estado plurinacional ante la existencia de “distintas identidades nacionales”. El pueblo mapuche, precisa, “tiene derecho a sentir una identidad mapuche, también hay identidades regionales que pueden convivir con la identidad nacional. ¿Cuántas identidades tenemos? Usted mismo, ¿no tiene una identidad profesional, una identidad política, una identidad religiosa?”.
La pregunta es si cada una de esas identidades va a tener un reconocimiento, y de qué tipo…
Cualquier identidad debe tener un reconocimiento, siempre y cuando se entienda esa identidad como una que no niega a las otras identidades. Primero, se necesita un Estado plurinacional que valore las distintas identidades, identidades que van acompañadas de prácticas económicas, sociales, culturales, etc., que sumadas pueden hacer de este país un país mucho mejor. Segundo, un Estado que conceda a las regiones cierta autonomía en la toma de decisiones, y para el pueblo mapuche en particular, un Estado que reconozca su derecho a controlar algunos de los recursos que son de su tierra, no para que expulse a las empresas transnacionales, que pueden estar siempre que no extraigan toda la riqueza y acumulen pobreza en la región, porque ese es un abuso intolerable. El pueblo mapuche se siente invadido por el Estado y por estas empresas. Bueno, lo dicho y control territorial. Eso es clave, creo yo: autonomía.
Uno piensa ahí en la discusión constituyente.
Mire, tengo muy poca confianza en la convención constitucional. Se la apropiaron los partidos políticos, que en parte fueron los que generaron la crisis que dividió al país a partir de octubre del año 2019. Habrá personas muy respetables, con experiencia, que pueden hacer grandes aportes, y yo confío en que el nuevo pacto social que se establecería a través de una nueva Constitución responda a las demandas de los amplios sectores que conforman este país, de manera que en medio de esta situación, una de las más difíciles de la historia de Chile, este nuevo pacto social nos permita avanzar con más seguridad hacia un futuro que sea mejor.
¿No tiene muchas expectativas, pero tiene bastantes esperanzas?
Tengo algunas desconfianzas respecto de la convención, pero al mismo tiempo esperanzas de que se van a imponer las voces más sensatas. Que habrá mentes lúcidas que pueden hacer aportes muy importantes. Además, si no tenemos confianza, no vamos a salir del atolladero en el que nos encontramos.
¿Qué incidencia les asigna a los escaños reservados?
Los escaños para nuestros pueblos originarios, ancestrales, son muy escasos. Ahora, no tengo claro qué representantes van a estar. He buscado los eventuales candidatos, pero no sé cuáles van a ser. D
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