Los diarios de André Jarlan en Chile: “Hemos vencido el miedo... Es fruto de las protestas”
El 4 de septiembre de 1984 y mientras leía la Biblia, el sacerdote francés murió por una bala de Carabineros en la población La Victoria. En su velador dejó un diario sobre su vida en Chile, que fue rescatado por el vicario Pierre Dubois y se mantuvo inédito durante 40 años. Recién publicado, el texto se lee hoy como un documento de gran valor testimonial e histórico: es el relato de su vida en La Victoria, en una época de pobreza, protestas y represión, así como una aproximación a la intimidad de un sacerdote cuya muerte causó conmoción nacional.
Pierre Dubois y André Jarlan encabezaban el cortejo que avanzó a pie al Cementerio Metropolitano. Miles de pobladores de La Victoria despedían al taxista Andrés Fuentes, de 22 años, fulminado en la puerta de su casa por un balazo de Carabineros, durante la primera jornada de protesta nacional, el 11 de mayo de 1983. Los amigos y vecinos portaban el ataúd sobre sus hombros. A menudo los cantos religiosos eran interrumpidos por gritos y consignas políticas. “Yo, todo el tiempo del cortejo, calladito o únicamente cantos de la hojita, como un eslabón desenchufado de la cadena, como un freno a la violencia”, anotó André Jarlan en su diario. “Pierre trata de hacer orar. Unos tratan de perturbar. Rechazo unánime. Momentos de recogimiento”.
Una vez en el cementerio, Pierre Dubois dirigió una oración. La gente entonó la Canción Nacional y el Himno a la Alegría. Y enseguida comenzaron los cánticos políticos. Al salir, la marcha se encontró con fuerzas de Carabineros. El funeral terminó con dos buses con personas detenidas.
Pero el despliegue de las fuerzas de seguridad no acabó ahí. En la madrugada del sábado 14, La Victoria fue cercada por un cordón militar. A las 4 de la madrugada comenzaron los allanamientos. Los hombres mayores de 14 años fueron llevados a la cancha. En la casa parroquial, la “capilla chica”, Pierre Dubois y André Jarlan despertaron y fueron testigos de la escena.
“En la cancha, maltratos, golpes, por un carabinero sobre todo. Muchos golpes en los codos, en los tobillos, en las partes íntimas, en la nuca”, anotó Jarlan en su diario. “Estamos en guerra”, gritan los policías. “Griten ahora, hagan cacerolazos, ¡basura!”.
El sacerdote tomó notas del aparato policial: “En ese momento están alrededor de la cancha: 19 camiones del Ejército, ocho buses de Carabineros, 20 autos de la CNI, dos furgones de Investigaciones”. Teóricamente, el procedimiento buscaba armas y explosivos. Se alargó hasta las 16.15. “Entre 100 y 130 detenidos. No encontraron ningún arma, ningún explosivo”, agrega el diario de Jarlan. “Venganza del 11 y del 13″.
Nacido en Rignac, Francia, el 25 de mayo de 1941, André Jarlan llegó a Chile en febrero de 1983. Exvicario de la parroquia de Aubin, donde se vinculó con los movimientos de acción católica obrera, Jarlan fue asignado a la iglesia de La Victoria junto al párroco Pierre Dubois, que ya tenía dos décadas en Chile. Unos 18 meses después, el 4 de septiembre de 1984, en una nueva jornada de protesta, André Jarlan cayó muerto mientras leía la Biblia en su escritorio.
Una bala disparada por Carabineros atravesó las paredes de la modesta vivienda parroquial y le dio en el cuello, mientras leía el Salmo 129:
“Desde el abismo clamo a ti, Señor./ ¡Señor, escucha mi voz!/ que tus oídos pongan atención/ al clamor de mis súplicas./ Señor, si no te olvidas de las faltas,/ ¿quién podrá subsistir?/ Pero de ti procede el perdón,/ y así se te venera”.
A su muerte, Jarlan dejó un diario, un cuaderno de observaciones y reflexiones que se mantuvo inédito durante 40 años. Recién publicado por editorial Cuneta, el texto se lee hoy como un documento de valor testimonial e histórico: es el relato de su vida en la población, en una época de pobreza, cesantía, protestas y represión, así como una aproximación a la intimidad de un sacerdote que dejó huella en la comunidad, cuya muerte causó conmoción nacional y que ha inspirado libros y documentales, entre ellos Andrés de La Victoria.
La historia del cuaderno tiene contornos de leyenda: la noche del asesinato de Jarlan, cuando su cuerpo aún estaba inclinado sobre el escritorio, antes de que llegaran los policías, Pierre Dubois lo rescató de su velador y lo ocultó.
En 1986, tras el atentado al general Pinochet, Pierre Dubois fue expulsado de Chile. No alcanzó a recuperar el cuaderno para llevárselo, pero le avisó a una vecina, la hermana María Inés Urrutia. Ella lo escondió en el techo de su casa, hasta que en 1988 allanaron su vivienda. No lo encontraron, pero decidió entregarlo al párroco de San Martín de Porres, Gerardo Ouisse. Finalmente, juntos lo llevaron hasta la embajada de Francia.
El cuaderno voló a París en valija diplomática y se mantuvo en el Centro Nacional de Archivos de la Iglesia de Francia por 26 años. En 2016 regresó al Arzobispado de Santiago, y a inicios de 2017 el obispo auxiliar de la época, Pedro Ossandón, le entregó el documento al periodista Cristián Amaya, jefe de comunicaciones entonces.
“Recuerdo haberme maravillado al revisar el cuaderno por primera vez. Las entradas comenzaban en marzo de 1982 y culminaban en julio de 1984. Tenía 138 páginas manuscritas con tinta azul y roja; las primeras 58 en francés, las 80 finales en castellano y se extendía hasta poco antes de su muerte”, escribe ahora en el prólogo Cristián Amaya. Desde entonces pasaron siete años antes de que el texto viera la luz. Henriette Jarlan, hermana de André, cedió los derechos del libro a los pobladores de La Victoria.
-En mi opinión, el lenguaje de Jarlan como testigo directo de la represión y de la resistencia no tiene ningún símil en documentales o libros previos; ofrece una perspectiva nueva y profunda, llena de detalles cotidianos cargados de significado. Es un documento histórico, porque no solo habla él, sino también las voces de cientos de victorianos que resistieron aquella oscura época del país, sobre la cual aún no hay plena reparación ni justicia. La publicación de este diario no solo preserva la memoria de quienes sufrieron y lucharon, sino que revela a Jarlan como un líder espiritual que estuvo junto a su comunidad en los momentos más difíciles -dice Amaya.
Paz en cada casa
En Aubin, una región minera, Andrés Jarlan se vinculó con las organizaciones obreras católicas. Ingresó a los Sacerdotes de Le Prado y en 1982 decidió servir en América Latina. La primera parte del diario da testimonio de sus reflexiones de ese momento: “Señor Jesús, tu acción en la clase obrera ¿es un asunto que me involucra por completo? ¿Hablas de eso? ¿Por qué me cuesta tanto redactar 10 líneas dando cuenta de mis motivaciones para partir a América Latina?”, escribe el 19 de julio de ese año.
En la siguiente entrada, siempre en diálogo con su fe, anota: “Sí, puede que estés ausente para el entierro de tu padre y seguramente estarás ausente para el entierro de otros miembros de tu familia (...) Sí, encontrarás lobos, agentes de un sistema para el que eventualmente no tendrás derecho a existir, solo serás un caso, un problema, un obstáculo que hay que suprimir”.
Y prefigurando acaso uno de los rasgos que definieron sus relaciones con la comunidad de La Victoria, subraya: “Sí, es la paz lo que quiero en cada casa de tu barrio de Santiago”.
En septiembre fue a estudiar español a la Universidad de Lovaina, en Bélgica. Se preparaba para el viaje. “Estamos llamados a pasar por el idioma de otro pueblo para expresar la calidad de vida con su propia música, sintonizar con sus sufrimientos y sus esperanzas a su manera”, anotó el 6 de noviembre de 1982.
La vocación de Jarlan estaba junto a los obreros y los pobres, con especial atención a los jóvenes. Su espiritualidad lo movía a la acción más que a la contemplación, a expresarse con hechos más que con oraciones. “Más que nunca es la experiencia de vida la que debe hablar. Y aquí, entre nosotros, cuando no es posible hablar con palabras, el valor de los gestos, actitudes, comportamientos, es aún más importante”, reflexionaba.
En enero de 1983, a días del viaje, valora sus 14 años con los movimientos de trabajadores en Francia y las lecciones que recibió. “El compañerismo real con los trabajadores, sus familias y sus organizaciones, la frecuencia de esos creyentes me hacen humilde y me impiden prejuzgar los caminos que Dios toma para manifestar su amor a las personas y a los pueblos y me impiden tener prejuicios sobre la manera en que cada persona responde a esa propuesta de amor”.
Su última anotación antes de aterrizar en Santiago: “NO JUZGAR”.
“¿Hasta cuándo voy a tener que ver tantas injusticias?”
Desembarcó en Pudahuel a fines de febrero de 1983. En el aeropuerto esperaba Pierre Dubois, quien había sido párroco en Lota. Juntos tomaron posesión de la parroquia La Victoria y se instalaron a una cuadra de ella, en una sencilla casa de dos pisos, en calle Ranquil: en el primero funcionaba la capilla y en el segundo estaban las habitaciones de los sacerdotes.
La silueta alta de Jarlan en su bicicleta, con jeans o buzo azul y jockey escocés, se hizo conocida en La Victoria. Aunque provenía de un medio de trabajadores, la pobreza que vio en las calles de la población y en las micros, los niños con hambre, lo impresionó. La crisis económica que había estallado el año anterior elevó los índices de cesantía al 31%, con un 20% de inflación.
“Mendigos y vendedores”, observa en las calles. Muchos padres de familia cesantes. Cada mañana, a las 5 AM, salen grupos a buscar trabajo; vuelven con las manos vacías. “PEM, POJH, pura cesantía”, escucha y anota. Un poblador le dice: “Según algunos, tendríamos que hacer un campeonato de quién es más pobre”.
“Pan, trabajo, justicia y libertad” son las consignas en la calle. En ese contexto y sin descuidar las tareas pastorales, Jarlan y Dubois empujan Comprando juntos, un método de compra colectivo para conseguir alimentos más baratos. Apoyan las ollas comunes, reparten leche y especialmente Jarlan se preocupa de tener siempre una sopa caliente por la noche para compartir.
De personalidad alegre y sensible, “era como un niño grande”, según la hermana María Inés Urrutia. A Jarlan le preocupaban los jóvenes pegados al neoprén o la marihuana. Se acercaba y se sentaba con ellos en las esquinas. Creía que podía ayudar a rehabilitarlos. “F.M. me dice: ¿Por qué te juntas con esas personas marihuaneras?, pero yo estoy muy de acuerdo con la acción del ambiente. Sí, Jesús, tú eres el que encuentra al pueblo (...) Tu vida es para toda esa gente. Sí, F.M., tienes razón, tu vida y mi vida es para todos los habitantes de La Victoria”, escribe el 12 de abril.
La Confederación Nacional de Trabajadores convocó la primera jornada de protesta nacional el 11 de mayo, que terminó con dos muertos y más de mil detenidos. Las movilizaciones crecieron en junio, julio y agosto. La respuesta represiva también. Allanamientos, bombas lacrimógenas, golpes, incluso a niños o personas mayores, y disparos. Pierre Dubois sale a la calle, abre los brazos y se interpone entre los policías armados y los manifestantes. André Jarlan recibe a los lesionados en la pequeña capilla y les presta primeros auxilios.
Partidario de la resistencia pacífica, Jarlan promueve la no violencia. En sus homilías habla de Jesús como modelo. Aun así, Jarlan se siente agobiado por la violencia policial.
“¿Hasta cuándo voy a tener que ver tantas injusticias?”, se pregunta. “Yo sé que va a terminar algún día, pero ¿cuándo? Me falta valentía. Me falta ánimo. Por carácter soy tímido”, confiesa. “Más sacrificios que nunca… Estoy unido con gente que está sufriendo las injusticias, y contigo Jesús, en tus sufrimientos hay que vivir”.
Con septiembre llegan nuevas movilizaciones. Carabineros en micros y tanquetas entran a La Victoria. El vecino Miguel Zavala, chofer de micro de 23 años, muere de un balazo en el tórax. Al día siguiente, durante su velatorio, una tanqueta se para en la puerta de la parroquia. Las fuerzas policiales vuelven a desplegarse en la población y comienza una larga noche de violencia. En su cuaderno, Jarlan deja constancia de “nueve heridos a bala, siete heridos a perdigones, ocho desnudados, 16 con heridas cortantes y contusas, dos quemados, siete fracturados, seis con TEC, 18 agresiones a niños (de 11 días de vida a 12 años)”. Hasta las 4 de la madrugada, recibe 90 heridos en la capilla.
Los golpes calaban en la comunidad. “Todos los niños están traumatizados”, observa Jarlan.
Aun así, en octubre celebraron el aniversario de la población. “Hemos vencido el miedo. Nos hemos juntado. Hemos compartido. Han participado hasta los patos malos (...). Participaron más personas que antes. Es fruto de las protestas (...) Veo unidad, hermandad, alegría de los niños, colorido en las calles”, escribe.
Al día siguiente se encuentra con un volado: “Padre, padre, hoy me ve medio ebrio, pero ayer no y anteayer tampoco. Había que celebrar el aniversario, dar alegría a los niños. Y ahora tenemos que preparar la Pascua”.
André Jarlan prosigue su trabajo con la comunidad. La última entrada de su diario, el 25 julio de 1984, dice: “Cada uno de los volados es una persona”.
El 4 de septiembre, 40 días después, hubo otra jornada de protesta. La violencia comenzó temprano. Hernán Barrales, comerciante de 24 años, recibió una bala de Carabineros mientras protestaba en una esquina. Lo atendieron en la capilla, pero necesitaba asistencia médica urgente. Pierre Dubois lo llevó en su renoleta al Hospital Barros Luco, donde murió horas después. Entretanto, en la casa de Ranquil, Jarlan y un grupo de catequistas recibían heridos y lesionados. A las 18.00 todos fueron a descansar pensando que la noche se venía intensa. El sacerdote subió a su habitación.
De regreso a la población, Dubois comenzó a preguntar ¿dónde está André? Entró a la casa parroquial en torno a las 19 horas con la catequista Rossana Valdivia y lo encontraron con la cabeza sobre la Biblia, sin vida. En un costado había escrito: “Me van a matar, Dios mío”.
Esa noche no hubo luz en la población. Los vecinos encendieron velas en las casas y en las calles, como en una gran velatón.
El funeral de André Jarlan se volvió una gran manifestación popular, que culminó en la Catedral de Santiago, donde el arzobispo Juan Francisco Fresno pidió poner fin a las muertes: “¡Ya es demasiado!” .
En 2016 falleció Pierre Dubois en Santiago. La casa que ambos habitaron fue declarada monumento nacional y hoy luce un mural que los recuerda. Hace unos días, en el 40 aniversario de la muerte de Jarlan, las velas volvieron a encenderse en la población La Victoria.
*Deslice para ver las imágenes de la galería.
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